jueves, 9 de julio de 2015

DEL ESPOLÓN DEL DRAGÓN A LA CASA DE LOS MIAUS Y LOS GUAUS-GUAUS

Aquí abajo tutto è molto più affollatto, crowded de verdad. Las playas son demasiado bonitas como para estar tan solos y tranquilos como en el querido Gargano que nos recordaba tanto a Ischia.
Quiero hablar sobre los ombrelloni y los sdrai y los lettini, insistir en su exclusividad. En Torre dell'Orso vimos un gran espacio desocupado, unos metros entre las tumbonas y la orilla. Desembarcamos allí y a los 30 segundos un chico muy amable nos emplazó a irnos con un scusi ma non si può... Ni siquiera delante del tinglado privado, por mucho espacio que haya, puedes plantar tu bandera. Esto los italianos sí lo respetan; la suciedad por doquier, con los márgenes de las carreteras llenos de mierda y los bosques llenos de botellas de alcohol que podrían provocar un incendio en cualquier momento, ni de coña. Lo raro es que oigo poco sobre incendios forestales por aquí, no lo entiendo muy bien. En España ves un par de botellines tirados cerca de matojos de hierbas secas y te pones las manos a la cabeza.
Benvenuti al sud. No sé si es cosa de las adjudicaciones de las basuras en clave mafiosa. Nos miran como si fuéramos del norte, y es en parte culpa por el acento milanese de Laura. En la ciudad de los árboles bellos, una tendera me preguntó si era argentino, yo le dije: peggio. Spagnolo, lo cual pretendía sonar a broma pero al decirlo me di cuenta de que estaba fuera de lugar.
Disfruto de los olivos y de este maravilloso paisaje mediterráneo, con sus higos chumbos y sus pinos que acarician las costas adriática y jónica, mientras recorremos las maltrechas carreteras secundarias que a las playas nos han de llevar. Oímos un zumbido, mira papa, un avión, y miro, dos súper cazas haciendo piruetas como locos bien cerquita de nuestras cabezas. Aquí el ejército convive con la población civil y nadie se pone las manos en la cabeza.
Italia tiene sus cosas, desde luego, puede que sea ese aroma añejo, el recuerdo de una dolce vita que en España no existiría por culpa de la transición, lo que me hechiza de esta tierra. Su gastronomía, como la nuestra, es tan excelente que la boca nos hace agua solo al repasar el listino. Anoche en Brindisi, una vez más sin oír ni gota de castellano, disfrutamos de una buena mesa en el paseo marítimo mientras L. jugaba con el gatito del local, de nombre Gaetano.
No lo sé, Puglia es la gran desconocida. No hay turismo de fuera, apenas hay estructuras para explorarlo... resulta curioso. Por eso lo recomendaría a todo el mundo. Vivir una experiencia 100% italiana.
Después de tantos días, tantas Peroni y tantos zanzare, toca recoger los bártulos y volver a casa, no sin cierta pena. Aquí nos sentimos como allí, y duele no saber cuándo volveremos. Tenemos un proyecto demasiado grande como para pensarlo y, en la casa de los miaus y de los guaus-guaus, ya no van a limpiar la piscina (con el tute 13-8, gran derrotado en el verano de, en eso sí de acuerdo, el joven Marco Mengoni).

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