Te has pasado los casi treinta y dos años de tu existencia peleando por tu identidad y me pregunto, dime por favor, que qué diablos debes ver ahora, que yo me vi reflejado en tu terquedad.
Eras prisionero de una condición alienante sin que tuviera que ver contigo mientras yo me preguntaba, una y otra vez, que qué carajo estarías viendo, que nosotros nos estábamos yendo.
Ocultado entre las sombras de una represión tan silenciosa como letal el ninguneo de tus cercanos fue, de repente -en serio-, dime qué demonios has visto durante estos últimos años. Hazme partícipe de tus nuevos ojos sin venda, o de tus viejos anhelos en mi ceguera tan cargada de arrepentimiento como impedida y, de paso, saluda a tu insularidad cautiva.
Vuelve, dime quién eres. Y qué diablos ves.
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