El problema de mi reinserción social es que entra en conflicto con una firme voluntad de recuperar, al mismo tiempo, parte de mi vida espiritual e intelectual.
He probado en verme mirándome en muchas bodas. Acontecimientos, en su mayoría, acumulados en los últimos cinco años, como tantas otras cosas que tardé demasiado en hacer (conducir, comprarme unos zapatos, ser adulto); y en esas celebraciones ajenas a mi estropicio, en todas ellas, encontraba un motivo para insuflar aire al personaje que con tanto mimo creé al repetir curso en el instituto hace ya tantos años.
El Mundial de fútbol nos dejó sin aliento pronto, a la segunda de hecho, y en el descanso del día aciago de Chile me llamó mi amigo noruego K. para preguntarme que qué pasaba; míster Potato no ha sabido verlo, le dije, no lo entiendo. Tienes que creer, me dijo en su español de las noches alcoholizadas, como nuestra filosofía, you know.
Esta última referencia me dio que pensar tras el más dura será la caída de rigor; teníamos una frase que era como nuestro emblema, versaba sobre cómo afrontar la vida y, resumiendo para no alargarlo, hacia hincapié en la futilidad de lo prohibido. La sensación era muy positiva y, pese a la contundente eliminación tempranera, me sobrevino un soplo de energía luminosa y concluyente al percibir la playa cerca.
Holidays, bitch. Las medidas que había adoptado no me habían alejado de X. y A., como solía pensar -aquel barco zarpó en buena hora-, era solo que seguía siendo incapaz de valorar lo suficiente las decisiones que tomé en su momento. Como dice Saviano en su CeroCeroCero, 'una elección siempre trasciende el cálculo, extrae fuerza e inevitabilidad de su zona ciega. No sabes nunca hasta qué punto lo pagas. No sabes cómo serás capaz de mantenerla, día tras día. No entiendes realmente lo que estás haciendo, lo que ya has hecho.' Qué sabrían las Pitiusas...
Lo peor fue tener que hacer el DNI de mi hijo. Tuve que ir, en el primer round, a las ocho de la mañana. La cola daba la vuelta a la calle, si bien no fue suficiente: al llegar a la puerta, un policía hipervitaminado e hipercafeinado ejercía su papel de pésimo relaciones públicas con absoluta crueldad y menosprecio. Puede que piense que, sea como fuere, su puesto ha de ser ingrato y, como tal, asume su rol de villano de la función con tanta naturalidad que haga que uno no se crea con derecho a réplica ni mucho menos: 'Aquí hay gente que se espera desde la 1, no podemos diferenciar', le digo, 'nos hemos quedado cuatro sin número, no podría hacer una excepción?' 'Aquí tratamos a todos de igual', de manual: 'Si fuera así no haría falta diferenciar respecto a los que han llegado a la una, no?' 'Oiga yo le he hablado de usted, así que haga el favor...', y se contoneaba buscando a quién más repeler mientras yo pensaba 'pero si yo no te he tuteado' como un tonto.
Me fui a casa con un cabreo monumental y con el rabo entre las piernas. L. incluso pensó que le había dicho de todo al tipo, cuando no convenía si iba a volver a la mañana siguiente; el segundo round fue distinto, ya que decidí llegar a la puta cola a las putas 7. Dos horas de espera con un frío impropio de julio y mucho Saviano entre legañas. Amistad surgida entre los asistentes, sufridores todos de un sistema extraño y diferenciador, aglutinador de extranjeros, nacionales, fumadores, gente con un cuestionable sentido de la higiene; buscadores de deneís y pasaportes y permisos y papeles y alguna mierda burocrática ininteligible supuesta más.
Acabé el trámite a las doce del mediodía y todavía tuve que aguantar frases de fondo como 'cuánta educación falta hoy en día ', y que el sbirro me reconociera 'veo que ya tiene usted número, vino ayer verdad?' o 'no le he dicho nada antes pero en el pasillo no pueden jugar los niños' y, yo, sufriendo las gotas de sudor frío cayendo por mi frente, amparándome en la pequeña Malak mientras me contaba su vida y el cómo se había abierto la cabeza en las sillas de espera cuando era pequeña -tiene 6 años i mig- en un catalán-casi-castellano-medio árabe de lo más gracioso e ingenuo, tratando de localizar visualmente a sus padres y escuchando de esquinillas, deseando largarme de aquel puto lugar y empezar mis vacaciones de una vez aunque el conflicto auténtico estuviera servido. Necesitaba un beach club para resarcirme.*
*Escrito desde el teléfono en unas condiciones inadecuadas.
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