El
destierro.
Cuando
se confirma, un halo de luz acude a ti con estruendosa claridad y las
puertas del Valhalla se abren de par en par; mi mundo se estaba
desmoronando, ya no aguantaba más. Los motivos surgen como churros,
por doquier: estaba al límite de mi capacidad de aguante, no había
por donde cogerme.
Necesito
urgentemente un cambio.
¿Te
suena familiar?
Súmale
un par de fiestas con drogas y desfases horarios y estarás listo;
hay que mantenerse dentro de la luz, aunque por cierto lo nuevo de Standstill no me apasione (excepto 'Adiós, Madre, Cuídate' y 'Tocar
El Cielo'). Al cargarte de energía negativa, los días no pasan, son
eternas condenas a galeras. Torturas poco piadosas que te minan
lentamente y destruyen tu capacidad de regeneración en un contexto
de supervivencia como el actual, que para algunos es una losa de peor
digestión (por ficticia, se entiende). Los cambios siempre vienen
bien, pero algún día hay que parar (¿al encontrar tu salón
ideal?) y no dinamitar constantemente lo construido como excusa o
modus
operandi
cíclico. Si te vas, que sea porque puedes, no con una mano delante y
otra detrás, como suele decirse. Ya tendrás tiempo para volver y
decidir si nunca es tarde o si la vida es demasiado breve.
Así
solía ser yo; hoy, en mi garita, siento que 'Vikings' colma mis
necesidades mientras -como diría Alaska- miro la vida pasar y
disfruto del momento. Tengo quebraderos pendientes, nada grave, si
bien no dejo de pensar en el drakkar de Oseberg que me deslumbró en
Oslo y en las buenas nuevas de este esplendoroso julio. Con mi amigo
noruego por la zona, me pregunto de dónde sacaron esa fiereza que
les permitió asolar y aterrorizar a media Europa (para luego
desaparecer en apenas tres siglos). K., medio vikingo, me fue
devuelto como reverberación del camarada del Capitán Trueno, el
leal Gunnar, tierna obsesión que nunca me abandonó (incluso quise
llamar así a mi hijo). Desde entonces, siempre miro hacia allá
arriba con interés y cierta nostalgia, sobre todo con los casos de
Breivik y la baja maternal de 9 meses de su compañera, C. No me
olvido de Vigeland ni de Munch (la aplicación de TV3 para Apple
reza,'no es un sueño, son tus vacaciones', o algo así), al que fui
respetuosamente a saludar, ni de esa capacidad guerrera -escondida,
hoy- para afrontar los problemas de la vida; el Valhalla es el
Paraíso de los vikingos, pero allí no hay ningún vergel ni una
felicidad bucólica que se preste a una versión dionisiana del más
allá (frívola, digo). El Valhalla es un salón donde los guerreros
caídos elegidos por Odín se preparan para la lucha final y el
inexorable apocalipsis, el Ragnarök.
Cosas
de la paciencia y los descontentos propios de nuestra era: no todos
nos conformamos y luego pasa lo que pasa. A. debe de ser un soldado
de los dioses, ya que ha decidido no detenerse y probar suerte. No es
un destierro, es una huída hacia adelante. Hasta cierto punto, tú haces tu
propio destino. De momento vive con el nervio y la adrenalina de la
antesala, veremos qué opinan los hijos de Utah;
por lo pronto, en este jodido calor de julio ahora sí (¿qué hago yo aquí en estas fechas?), los paseos con los cochecitos son de lo más agradable y no hay sombra de lamento en mi corazón cuando se estremece al observar la sonrisa desdentada de mi retoño mientras busco cómo convertirla en carcajada y me deshago entre promesas de un futuro bañado por el amor y las travesuras del príncipe de mi Valhalla -en vida, dentro de la luz- particular.*
* Felicidades, Junior!
por lo pronto, en este jodido calor de julio ahora sí (¿qué hago yo aquí en estas fechas?), los paseos con los cochecitos son de lo más agradable y no hay sombra de lamento en mi corazón cuando se estremece al observar la sonrisa desdentada de mi retoño mientras busco cómo convertirla en carcajada y me deshago entre promesas de un futuro bañado por el amor y las travesuras del príncipe de mi Valhalla -en vida, dentro de la luz- particular.*
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