Hay cientos de miles como yo.
Si algo he aprendido es que he tenido que enterrarme como una larva para poder sobrevivir. Hacerlo conscientemente ha sido mi gran victoria, y estoy muy orgulloso de ello.
Nunca he tenido desatinos suficientes como para sentirme tan mal al despertar. En realidad, anhelaba las mismas cosas que hacen felices a los demás; una PS3, un coche rojo de poca cilindrada, estar tirado todo el día en el sofá, observar como duerme la mujer que amo, tener un perrito... nada yermo, en fin.
La culpa, en realidad, es de la sonda Kepler. Si sigue descubriendo planetas, ensanchando el universo, los de aquí no vamos a saber cómo movernos. Tenemos una visita pendiente al observatorio de Lleida para acabar de sentirnos pequeños del todo y cerrar el círculo.
Mañana es Sant Jordi. Un día especial, coronado por la simple idea de que un libro de Carl Sagan tiene que decorar las estanterías del estudio. El existencialismo... ¿es un humanismo? Yo no puedo seguir esa línea, la he obviado. No pretendo con ello acallar a mi pasajero históricamente más tenaz, que conste, pero sí vivir un poquito más feliz. Agarro con fuerza el momento y suspiro al recordar al ser que salía a respirar con demasiada poca frecuencia a flote.
Menudo domingo. ¿Qué eran los domingos, sin un pollo a l'ast? Mi madre se olvidó las patatas, pero probablemente las pagó. Cuando pienso en el 9 de abril y en la cima de la Gallina Pelada... corro el riesgo de padecer un infarto. O un ictus. La foto de más abajo atestigua el filo de lo imposible, y centra las miradas en lo cruel que puede llegar a ser la naturaleza. Decían: a lo mejor ese fósil que encuentras en medio de un camino lleva ahí millones de años, y vas tú y te lo llevas. Es algo antinatural. Alteramos el orden cósmico a cada paso, nos desarrollamos demasiado rápido para la poca responsabilidad que manifestamos. En mi caso, en la actual coyuntura, sólo puedo buscar el mejor asiento posible y esperar que no me arrastre.
Sé que hay cientos de miles como yo. Siempre lo he sabido.
Si algo he aprendido es que nada tiene importancia. Todo se puede ir a la mierda o implosionarme en las narices, me la suda. No vivo para que los demás me vean, no pretendo otro tipo de exhibicionismo que el que se solapa en esta jodida bitácora. Créeme, no es baladí, todavía no sé por qué lo hago (y con las pausas, puede que ya haga más de 6 año que publico), pero funciona. Y los que quieran o quiénes sean, que me hagan la campaña de publicidad. Total, hace la hostia que no escribo nada decente... ¡Ay, los riesgos de la felicidad, penitencia para las jornadas nubladas, alegría para la esperanza de los días soleados que están por venir!
Puede que haya muchos como yo, pero ninguno con mi vida. Y a los que la quieran, que se calcen unas buenas botas y se preparen, porque no pienso dar mi brazo a torcer. Así que medusas, pichones y otros insectos de alquiler, lárguense... ¡no me quieran ver enfadado! No me importa ceder terreno si, llegado el caso, tuviese que volver a recuperarlo. Sé que podría. Sé que podría reengancharme sin problemas, al menos no al que escape de las garras del miserable dios del tiempo, un archienemigo más terco que el sistema capitalista que nos postra sin rechistar.
No sé cuántos hubo cómo yo a bordo del Titanic, ¿pero de veras importa? ¿Y en el infinito universo? ¿Acaso soy un existencialista?
¿Lo fui alguna vez?
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