domingo, 14 de agosto de 2011

PÉRDIDAS CON MEDIO LUSTRO DE RETRASO


Mientras observaba a mi Chloe palidecer allá en el piso, tras el duro postoperatorio, iba reconstruyendo el personaje más molesto de todos. Sus temblores desconocidos se me clavaban como puñales de otro tiempo; sufría los ardores propios del hombre que tiene que salir a por tabaco y acaba regresando al día siguiente. Esa ansiedad desregulada es la que me estalla en las narices una y otra vez, tiñendo de negro la hoja de reclamaciones más absurda, difundiendo la incertidumbre de arriba abajo y del frío ártico a los remotos mares del sur.
¿Cómo había llegado hasta aquí? Habría cientos de miles de casos en los que tildaría de amoral la situación y podría llegar a abarcarlos a todos sin atajar, pero en un caso tan cercano duele de cojones y no alcanza a cubrir los daños: que jueguen con lo que creíste que era tuyo, inamoviblemente tuyo, es tan frustrante como opinar concretamente sobre algo; sobre la visita del Papa y las jornadas éstas que no paran de anunciar en la Cope, por ejemplo. O sobre la desgracia de Oslo y la perversión del ser humano mientras Londres arde y el mundo entero se prepara para la enésima revolución (antes de que el planeta explote en mil pedazos).
La náusea precede a un estado hipnótico lamentable: a cuántos no les costaría apretar el gatillo o arrojarte a los leones porque sí. La mera idea de convivir con todo este montón de mierda me repugna hasta los límites de la frontera del sosiego, hasta encharcarme la pleura por completo. Si durante estos últimos cinco años no hubiera logrado completar el proceso que me libera de toda esta basura, tendría un motivo para actuar en consecuencia, una vía de escape que no menospreciara ningún tratamiento oncológico ni los esfuerzos de un viejo amigo en apuros.
Si hecho un vistazo no veo más que sombras, mas nada quisiera con el mismo trastorno que el amor de mis dos chicas nomás. Hice algunas cosas que recordé esta noche, algunas como robar en un supermercado de Mónaco o caer violentamente al piso engrilletado por un carabiniere palermitano que no atendía a razones. Jamás pensé en el dinero ni en cómo abastecerme, era un inconsciente y un maldito insensato. Llegaba tarde a mi cita con el destino, pero… ¿cómo cojones iba yo a saberlo? ¿Cómo iba a suponer que yo también encontraría la Piedra Filosofal? El problema es el antagonismo que le resulta. La felicidad exhalada en un suspiro, el deseo… volatilizado, como siempre. Desde la bolsa de interinos hacia los recortes sanitarios. De la vida a la muerte en menos de un segundo, para compensar un caramelo envenenado y el ajuste de una doble responsabilidad tristemente aceptada como el desafío más grande al que jamás podré someterme.
Repelo al ser genérico con sumo placer y a él le saludo de lejos. Desempolvaría mi fusil se fuera necesario llegado el momento. Por lo demás, ardo en deseos de esperar a que los turistas se vayan y nos dejen disfrutar del momento: 19 días para cruzar el charco como un Viracocha encarnado, y una mochila repleta de ilusión para recorrer los restos del Imperio Incaico tras los pasos de los hermanos Pizarro y todo su tropel de saqueadores impíos.
Mientras observo a la pequeña Chloe tratando de jugar con su desgastada flor en el piso, todavía convaleciente tras el duro postoperatorio, voy reconstruyendo al personaje más molesto de todos. Pero las noches de un verano inoportuno no me sonrojan con desdichas de otro tiempo; sufría los ardores del hombre que tiene que salir a por tabaco y acaba regresando al día siguiente, si bien esta ansiedad no regulada que me estallaba en las narices una y otra vez, retumba hoy en el negro alquitrán como una cándida retahíla protegida por el manto de la sabia Mama Quilla.

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