Las vacaciones. ¿Cómo escribir sobre ellas? Si la gente se muere y el año que viene el mundo se va al garete. Pero se me ocurre una cosa, una muy sencilla: el volver después de una semana o dos, según se tercie, ya no es tan dramático como antaño. Lo digo en serio, y, como tal, ayer mismo se lo trasladé a Laura. Pretendía ser un hecho concreto, demostrable, empírico, no un cumplido fácil. Intenté que lo viera desde las dos vertientes porque no pretendía engañarle ni traicionar mi espíritu, no a estas alturas. Al fin y al cabo, puede que no sea muy ocurrente, ¿verdad? Pura estabilidad.
Volver al trabajo sí que es un drama en toda regla. Te sientes torpe, fuera de lugar, nada encaja porque tú no encajas. Las horas son mucho más interminables que de costumbre y gozas menos el fin de la segunda temporada de Breaking Bad. Me pregunto cómo es que la dejé de lado en su momento. Ni siquiera son las siete, el reloj no avanza. Es injusto, sobre todo ahora que llevo uno de pulsera, uno de relumbrón. Laura está enganchadísima a Anatomía de Grey mientras yo sigo cambiando mis costumbres. Existe una lucha soterrada para imponer nuestras respectivas series al mínimo despiste; lo que antes provocaba miedo y rechazo ahora resulta esperanzador y conmovedor. Soy como el niño que nunca fui pero con 31 años, siempre preparado para asumir nuevos retos como la esponja del almacén de Pessoa. Quince minutos me separan del coche. ¿Dónde lo habré aparcado, por cierto?
Me pregunto si alguna vez he dejado de estar de vacaciones. Sé de alguien que también se estará haciendo la misma pregunta. Después de medio año, el 2011 ha dejado de latir para sellar la fusión definitiva entre el cielo y la tierra, entre el blog y mi persona. Entre la paz y la guerra. Lo que una vez impulsó esta vena reposa felizmente hoy entre las paredes de este tranquilo y aburrido pueblo de la campiña bergadana. Quién me viera ayer tal vez se pregunte qué es lo que queda de mi. Yo mismo me lo pregunto a veces, pero sólo a veces. Cuando salgo de mi ensimismamiento vuelvo a mi agradable realidad y a los nuevos problemas con espada presta. Tengo lo que nunca soñé alcanzar porque creí de veras que me la estaban jugando, por lo que mis reacciones son más lentas de lo habitual y se rigen por unos parámetros basados en una existencia mal medida y peor llevada.
A estas alturas del verano y después de recorrer la Costa Brava, mi bronceado ralla lo esperpéntico. Jamás estuve tan moreno como en estos días de julio, mi mes preferido como suelo decir. Ya ni siquiera mi piel se queja ni se enrojece como la de los guiris que usan una protección por debajo de cinco. Tanto alcohol no puede ser bueno, pero de eso vivimos en este país. Hay que joderse. Acabo de volver de vacaciones y todavía no las he hecho. Tiene guasa. Te pasas gran parte del año deseando largarte y cuando por fin lo consigues, un suspiro de alivio recorre tu maltrecho cuerpo para prometerte que siempre habrá una segunda oportunidad lejos de tu sofá. Una en la que cruzar el charco sea un juego de niños al alcance de todos, una en la que llegar a la Montaña Vieja sea la máxima cima, no sólo del viaje concreto, si no de toda una sensación captada por entero y aspirada con la mayor vehemencia posible.
Escribir sobre las vacaciones, ¿para qué? Yo siempre estoy de vacaciones. Se acabaron los dramas. Pura estabilidad.
Pura vida. *
* ¡Iniesta de mi vida! (Un año después).
cada uno elige su prisión break!
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