viernes, 29 de julio de 2011

RIESGOS ANACORÍTICOS FORTUITOS

De la misma manera que el mar nunca cede, el problema a sortear es el que se origina por el espacio que hay entre la falsa ingenuidad necesaria y un demoledor pronto mordaz. Hay que ser precavido -asoman tiempos difíciles-, pero yo no puedo dejar de preguntarme qué hay de veraz en ello.
Sobre lo que hice y lo que podría hacer no hay dudas: una posible salida de tono merece tratamiento indeleble y corazón acerado junto a una expresión incrédula a más no poder; no es responsabilidad mía si los que una vez me cercaron no son capaces de gestionar un patrimonio así, ya que, si bien me duele, no pretendo perseguir ni condenar a nadie bajo pena de destierro. Fantaseo con ese extraordinario poder mientras cabalgo a lomos de Bucéfalo buscando un lugar, uno que siempre acaba siendo demasiado pírrico para el inexpugnable fortín mental. Si pudiese recuperar aquella capacidad para sorprenderme al máximo, aquella sensación bañada con una adrenalina casi virgen, encontraría aquél soporte que aseguraría el recuerdo con pie firme y esperanza intacta.
El viaje nunca acaba. Adoro al machete que me permite progresar rechazando la espesa maleza como compañía que murmura torpemente entre la espuma que domina las horas muertas. Malgastaba el dinero huyendo del origen del dilema que me hostigaba noche tras noche, lejos de la arena y las bagatelas del colmado. En el barrio, las cosas nunca mutaron lo suficiente como para hacerme volver a replantearme mi modus operandi. No obstante, pensar en lo que pudieran conseguir no me inquietaba demasiado: era lo que yo jamás alcanzaría lo que no me dejaba vivir.
Seguridad es lo que todos anhelamos. E irradiarla por doquier. Estaría cerca si no mostrara signos de flaqueza entre el desespero de agujas que pretendiesen atravesar la cota de mallas; la identidad perdida sería como un juguete nuevo en manos del caprichoso emperador, a merced del desarraigo y los secretos de alcoba. He relegado a la desidia en aras de un destino mejor, arrinconada por completo por obra y gracia de una pequeña flor azul que sólo crece en las raras montañas del prepirineo catalán.
De la misma manera que el mar nunca cede, el problema a sortear es el que se origina cuando el tiempo de reacción se acorta tanto que concede una excesiva ventaja al jodido Gran Hermano, y una tendencia a arriesgar el preciado botín del que una vez quiso ser anacoreta por accidente. Hay que ser precavido, pero yo no puedo dejar de preguntarme qué hay de bueno en eso. *
* Dedicado a mi viejo camarada Iván Bati 9 en su día, año del Apache.

miércoles, 20 de julio de 2011

O QUÉ...

Las comparaciones son odiosas, muy odiosas. Pero yo no soy muy ducho en esa mierda, nunca lo he sido.
Tras cierto tiempo insistiendo en un tema muy farragoso, un compañero de trabajo volvió a embestir anoche con la misma mierda, esa en la que no soy muy ducho:
_... Pues empieza el día 15 de septiembre, en serio. Dice que ya está harto del trabajo de aquí abajo, que no lo soporta más. ¿No te han dicho nada?
_Pues no, pero me extraña. Me lo hubiera dicho, o me hubiese enterado ya.
Empiezo a perder la paciencia, intento ser amable, llevarme bien con el populacho siempre, pero el hijoputa no deja de fastidiarme y parece haber pillado carrerilla y no querer parar. Se ríe como una alimaña, diríase que disfruta. Me da puto asco, siento puto asco.
_Pues como no te den la plaza a ti se te va a acabar el chollo, porque, seamos honestos, si no, ¿acaso estarías trabajando? O qué.
Suena el teléfono. No puedo dejar que suene mucho rato, pero me arde todo. Me ha calentado tanto y llevo tanto tiempo aguantando que debería saltarle a la puta yugular sin dudarlo. ¿O qué cojones? Un resorte conocido me impulsa a descolgar, al tiempo que el fulano desaparece dando un portazo rápido, evitando la fulgurante reacción que se había estado cociendo en mis entrañas. No puedo evitar pensar que me ha pillado con la guardia baja y que soy un grandísimo pardillo, pero eso es siempre a posteriori.
Esta noche ha vuelto a mi garita, hace poco rato. Se ha puesto a leer el periódico con un aire despreocupado muy repelente. Yo estaba presto y dispuesto, con la guadaña afilada. Qué demonios, soy conocido por no dar cuartelillo al apuntador, pensaba esta mañana. ¿Qué tendría que perder? ¿Una conversación absurda menos en el trabajo? Su labor no se relaciona directamente con la mía. Qué ganas le tenía… pero necesitaba un motivo, una frase fuera de lugar al menos. Cualquier excusa para propinarle un hachazo mortal; como si intuyera algo, si es que los memos como él son capaces de hacerlo, ha relajado su postura y hasta me ha pedido permiso para llevarse el jodido diario.
_¿Tienes mucho curro, eh? Le espeto yo en el mismo tono sarcástico que suele usar él.
_Bah, como aquellos no se sacan la faena de encima yo paso, ya me llamarán.
Como si él tuviese el poder de asegurarme el trabajo, de otorgarme la plaza. No voy a escribir que todo el mundo, aquí, piensa que es gilipollas y que le falta un hervor. Ni que ganarme un enemigo con tan poca conexión con el resto de la gente, aquí, no me perjudica en absoluto. Sin embargo y tras muchas pruebas, idas, venidas y otros contactos con el pueblo llano (aquellos que no forman parte de mi círculo, se entiende), no puedo evitar pensar en un fracaso o despiste manifiesto que me aleja del rebaño y el camino que intento seguir. Y, sinceramente, no me apetece nada volver sobre mis pasos.
Pero claro, me pregunto cosas, muchas cosas: ¿cómo un puto desgraciado se atreve a soltar semejante frase hiriente como si nada? La de seamos honestos, si no, ¿acaso estarías trabajando? O qué (undécima línea). ¿Con qué confianza -o lo que sea que le dé alas a este puto tarao- suelta esa mierda? ¿En algún momento es consciente de lo que está diciendo? ¿Lo hace con mala leche o algún tipo de maldad tragicómica, o sólo es a modo de pasatiempos tipo qué fresco que hace para el mes que estamos, no? ¿Y qué cojones sabe ese tío sobre mi vida para opinar así libremente? O qué cojones...
Intromisión es un término muy suave para definir la situación, pero me gusta esa palabra. Laura trataba de calmarme de vuelta en el coche (vols dir que no en fas un gra massa?), pero yo sólo pensaba en cortarle la cabeza a ese cabrón. No es que ya no entienda cómo alguien puede inmiscuirse así sin más, no es sólo eso. Simplemente, no puedo dejar marchar a alguien así, sin más. No hay impunidad posible. Ella lo sabe y rectifica, y yo también lo sé. Su mierda de vida tampoco es de recibo y sería un objetivo demasiado fácil a la vez que poco honorable (como recurso), mientras yo quedo al descubierto con mis vergüenzas al aire y todo lo que una vez fue aspiración queda convertido en posible broncoaspiración.
La verdad es que el episodio de anoche supeditó el resto de mis relaciones desde hora bien temprana. Me sentí inseguro y oprimido, cosa que provocó numerosas fricciones de difícil resolución. Algunas tan livianas como las referentes a mi nuevo peinado o despeinado, según quien mire. Al final, pero, ese fulano no pretendía comparar nada después de todo, ni mucho menos ser ducho en algo tan complicado para una mente tan pobre. Pero yo no soy un capullo y todo tiene un límite, no necesito que nadie me recuerde que yo sí los tengo (límites),
¡¿o qué cojones?!

lunes, 11 de julio de 2011

VACACIONES Y OTROS REMEDIOS CASEROS DE INTERÉS

Las vacaciones. ¿Cómo escribir sobre ellas? Si la gente se muere y el año que viene el mundo se va al garete. Pero se me ocurre una cosa, una muy sencilla: el volver después de una semana o dos, según se tercie, ya no es tan dramático como antaño. Lo digo en serio, y, como tal, ayer mismo se lo trasladé a Laura. Pretendía ser un hecho concreto, demostrable, empírico, no un cumplido fácil. Intenté que lo viera desde las dos vertientes porque no pretendía engañarle ni traicionar mi espíritu, no a estas alturas. Al fin y al cabo, puede que no sea muy ocurrente, ¿verdad? Pura estabilidad.
Volver al trabajo sí que es un drama en toda regla. Te sientes torpe, fuera de lugar, nada encaja porque tú no encajas. Las horas son mucho más interminables que de costumbre y gozas menos el fin de la segunda temporada de Breaking Bad. Me pregunto cómo es que la dejé de lado en su momento. Ni siquiera son las siete, el reloj no avanza. Es injusto, sobre todo ahora que llevo uno de pulsera, uno de relumbrón. Laura está enganchadísima a Anatomía de Grey mientras yo sigo cambiando mis costumbres. Existe una lucha soterrada para imponer nuestras respectivas series al mínimo despiste; lo que antes provocaba miedo y rechazo ahora resulta esperanzador y conmovedor. Soy como el niño que nunca fui pero con 31 años, siempre preparado para asumir nuevos retos como la esponja del almacén de Pessoa. Quince minutos me separan del coche. ¿Dónde lo habré aparcado, por cierto?
Me pregunto si alguna vez he dejado de estar de vacaciones. Sé de alguien que también se estará haciendo la misma pregunta. Después de medio año, el 2011 ha dejado de latir para sellar la fusión definitiva entre el cielo y la tierra, entre el blog y mi persona. Entre la paz y la guerra. Lo que una vez impulsó esta vena reposa felizmente hoy entre las paredes de este tranquilo y aburrido pueblo de la campiña bergadana. Quién me viera ayer tal vez se pregunte qué es lo que queda de mi. Yo mismo me lo pregunto a veces, pero sólo a veces. Cuando salgo de mi ensimismamiento vuelvo a mi agradable realidad y a los nuevos problemas con espada presta. Tengo lo que nunca soñé alcanzar porque creí de veras que me la estaban jugando, por lo que mis reacciones son más lentas de lo habitual y se rigen por unos parámetros basados en una existencia mal medida y peor llevada.
A estas alturas del verano y después de recorrer la Costa Brava, mi bronceado ralla lo esperpéntico. Jamás estuve tan moreno como en estos días de julio, mi mes preferido como suelo decir. Ya ni siquiera mi piel se queja ni se enrojece como la de los guiris que usan una protección por debajo de cinco. Tanto alcohol no puede ser bueno, pero de eso vivimos en este país. Hay que joderse. Acabo de volver de vacaciones y todavía no las he hecho. Tiene guasa. Te pasas gran parte del año deseando largarte y cuando por fin lo consigues, un suspiro de alivio recorre tu maltrecho cuerpo para prometerte que siempre habrá una segunda oportunidad lejos de tu sofá. Una en la que cruzar el charco sea un juego de niños al alcance de todos, una en la que llegar a la Montaña Vieja sea la máxima cima, no sólo del viaje concreto, si no de toda una sensación captada por entero y aspirada con la mayor vehemencia posible.
Escribir sobre las vacaciones, ¿para qué? Yo siempre estoy de vacaciones. Se acabaron los dramas. Pura estabilidad.
Pura vida. *

* ¡Iniesta de mi vida! (Un año después).