miércoles, 8 de junio de 2011

CHLOE


Una interminable lista de agravios y entradas pendientes me caía hasta los pies tras ser desplegada a modo de acusación. Esto me producía un profundo desasosiego difícilmente tolerable, pero el escriba apenas se inmutaba. Mientras me iba haciendo una montaña del asunto y calculaba las horas que tendría que dedicarle (descubriendo no pisar suelo firme y que el papiro era inagotable), la extraña postura que manejaba el fulano –irradiando bondad por doquier- minaba mi paciencia y las ganas de responder ante un jurado hostil, cosa que, por otro lado, no podía posponer.
Sonaba un piano de fondo, lo hacía con piedad. Me desplacé flotando hacia el origen exacto de la celestial melodía, pero sólo alcancé a ver unos larguísimos y huesudos dedos itinerantes. Estaba agotado, no quería seguir malgastando mi tiempo, yo sólo intentaba satisfacer la demanda a toda prisa. La lluvia parecía no tener fin. Percibí una presencia a mi lado que no acababa de mostrarse. Sentía que el pánico se apoderaba de mi, no podía controlar la situación. El fulano era decididamente esquivo, resultaba inútil tratar de averiguar qué demonios pretendía.
Al otro lado de la calle, la bella Chloe se desplazaba con unos pasitos cortos muy graciosos. Se contoneaba con una gracilidad hermosa de ver y todos, menos el escriba, la miraban. Éste asistía impertérrito al espectáculo; su rostro, tan altivo como difícil de encajar, dejaba al descubierto una extraña sombra a la altura de la barbilla. Chloe, tan lozana como de costumbre, se empeñaba en intentar demostrarme todo su cariño al tiempo que solicitaba mi absoluta atención, pero yo no estaba por la labor. Con todo lo que me estaba cayendo encima, era irritantemente impertinente.
El pianista no llegaba a sacarme de mis casillas, ni tan siquiera la dulce Chloe. Era el maldito escriba que, con su mirada penetrante y amenazadora en momentos de máxima tensión, se negaba a proporcionarme las respuestas que necesitaba para salir de aquel puto laberinto. Desde la necrópolis, en espera de una taquilla que estaba mendigando en exceso, no podía hacer otra cosa que esperar. Esperar mi jodido turno y que los trabajos no se prolongaran en exceso, cosa que, por otro lado,
no debería posponer mucho más tiempo.


2 comentarios:

No seas indiferente.