viernes, 17 de diciembre de 2010

ESTIBADORES

¿Por qué no escribes sobre las injusticias?
Porque no escribo sobre mierdas sociales.
¿Qué eres, crítico de cine?
¿Cómo? ¿En qué cojones te basas para decir eso?
¿Y sobre qué escribes pues?
Sobre el individuo, supongo.
Pues entonces escribe sobre el individuo que está amargado y amarga a todo su entorno.
Ya, es que la gente es muy mala, ¿eh? 

{Lo que hay que aguantar}
¿Y por qué se ha vuelto mala, porque ellos también han sufrido injusticias?
(...)
Y yo que sé tío, la gente siempre ha sido mala, no tienen nada en el cerebro.
¿No quieres decir que todas las personas absorben todo lo negativo fácilmente y lo positivo cuesta más de transmitir?
Supongo que lo fácil es estar siempre cabreado, no sé. Me la suda bastante. Paso de la gente.
Eso no puede ser bueno, eso de pasar de la gente. 

Y qué malhablado eres, Javi…
Últimamente me pongo de mala leche con mucha facilidad. No es que no soporte a más de uno y no sepa llevarlo, no es por eso. Estoy acostumbrado a lidiar con chusma y a tratar con taraos de todo tipo, pero al reducir gran parte de mi vida social al asqueroso microcosmos laboral, todo se contamina. Incluyéndome a mi mismo. Mis valores, mis capacidades. Las cosas que me caracterizan. Si me hago el desinteresado me crucifican igual, así que me suele salir el tiro por la culata. Debo llevarlo escrito en la cara, cuatro breves golpes después, como todas las cosas que inexorablemente hacen BUM.
Pero no era ese el tema. Quería escribir sobre el sedentarismo nómada. Es decir, sobre el llevar la casa a cuestas constantemente. Y que conste que ya no le hago lavar la ropa sucia a mi madre, esa flor se marchitó. Todo se cuece en un radio de unos 40 kilómetros, no más. Con el depósito seco todavía, pero con la presión muy cercana, zumbándome al oído como el taladro del vecino de buena mañana y el pesado martillo de Thor. Es una de mis últimas fronteras, y yo no quiero ni oír hablar de altos muros o veredas cortadas.
Cargo macutos más pesados que los pedruscos del Fullet Tortuga, pero no consigo volver a filtrar toda la información que hierve a mi alrededor. Si al final llego al punto deseado, por más que pueda verlo desde aquí y sude sangre intentando palparlo, valdrá la pena el sacrificio. Eso es lo que me digo. No hay peor cosa que estar ante una puerta y no poder traspasarla.
La impaciencia es una enemiga implacable que hay que saber aplacar. No hay más remedio (no hay más remedio que ser soez). Pero como no puedo influir en la gente ni en sus designios y no quiero combatir la poca educación, la incultura o la falta absoluta de salud mental que hay, mejor no insisto en cargar con esas cosas también; si se riega lo anhelado con la frecuencia necesaria, una vez conseguido no habrá problemas para encontrar el camino y recorrerlo sin las huestes de Atila (sin necesitarlas).
Adoro esta presión. No me importa que haga frío, y por mi como si cae un puto rayo aquí al lado que corrompa el pensamiento y haga perder el rastro de aquél chico atormentado.
Últimamente pero quizá ya no tan últimamente, cuando me pongo de mala leche {mientras me hago la maleta veinte minutos antes de embarcar corriendo de mala manera}, miro a ambos lados, jugueteo con mi alianza y (me) sonrío. 
Y no es porque me esté volviendo loco {ni esté amargado},
no es por eso.


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