TRATADO AERONÁUTICO SOBRE UN ESTADO NATURAL
No ha sido especialmente duro volver a la noche, atisbar todos los canales permitidos hacia remotos confines como reflejo de una soledad que está al final de la adolescencia [según Pavese].
No obstante, sobre la exploración del espacio sideral, fuera del alcance de nuestra órbita, pocas noticias hay. Aquella vieja sonda espacial debió rebelarse, dado que la soledad no ha vuelto a ser lo mismo desde entonces. Puede que haya sido, incluso, un objeto convenientemente sobrevalorado.
Mucho ha cambiado desde entonces, aunque no todo para bien. La economía no consigue estabilizarse ni una regulación adaptable a los tiempos que corren, pero esto no es nada nuevo. Más cerca, en los límites de la verja exterior, todo parece haberse paralizado; supongo que la coyuntura actual ha favorecido, en parte, cierto alejamiento del centro de gravedad idolatrado otrora. C’est la vie.
Como todas las cosas que mutan y están en constante movimiento, la soledad como tal no les es ajena. Huelga decir que mi concepción del término, en valores absolutos, ha cambiado radicalmente, de tal manera que no imagino una visión menos estrecha que la que pueda sentir mi otro yo lejos de mi.
No pienso abandonar esta elipse. No podría alcanzar la velocidad de escape necesaria; no lo pienso sólo por poseer las llaves del portal, emblema que ratifica la existencia de materia oscura, ni tampoco a causa de los campos de atracción que pueda originar mi nuevo anillo de poder [me toparía con Doppler]. En verdad, se trata de una rotunda sensación: la certeza de un estado natural nada desbarbado.
No concibo ningún otro viaje ni vida sin esos parámetros.
No concibo ningún otro viaje ni vida sin esos parámetros.
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