sábado, 28 de agosto de 2010

HORAS DEL DESIERTO

Las horas están contadas.
El verano muere matando en lo alto de una duna dibujada a cuatro manos con el teclado habitual.
Sólo dos días para finiquitar aquellas largas travesías por el desierto en las que no tuve más remedio que quedar a merced de los elementos, aunque de pequeño aprendiera que un saludo cordial no tiene porque trasladarme a un oasis. Instalado en el vergel del elíseo {en los extramuros}, nunca he mirado directamente a los ojos, y espero que siga así.
La fuente de la que brotó aquél generoso licor permanece inalterada. Alta graduación en una añada sin precedentes. No es un espejismo. Puro fuego abrasador en un terreno yermo en apariencia.
La Naturaleza es eterna debido a que carece de conciencia de sí misma. Ella no necesita mucho para entenderlo todo y saber de lo que hablo. Parece que camina un pasito por delante de toda la comitiva; es una suerte no tener que asaltar el convoy para impresionarla ni liberar a los esclavos, ya que se desenvuelve maravillosamente bien en cualquier terreno {por abrupto o impío que sea}. La suerte está echada: nunca hubo noticias de un enclave similar.
Pese a la falta de honra, espero no abusar de las mismas atenciones que exige un éxodo a campo abierto o un destierro involuntario: sentido común, disciplina y mucho celo. Un precio nada desorbitado teniendo en cuenta los atenuantes, mientras cuento los segundos que paso esperando a que llegue la lotería de los viernes.
Pero las horas están contadas.
Y ya sólo me quedan dos días en el extrarradio del Tao.

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