A once de julio, desde los últimos trece años, estaba todo más que hecho.
Se abría el telón y aparecían dos trufas peleándose, no sé si puedes hacerte una idea visual sobre el tema.
Y luego el furioso de turno que trataba de volcar toda su ira acumulada hacia la debilidad disponible a esas alturas de verano, caduco sin remedio, siempre dispuesto a dejar su güella de una manera tan indeleble como agotadora.