viernes, 17 de mayo de 2013

EL PRÍNCIPE Y LA ESCAFANDRA


No entendía como un tipo como yo nunca había estado allí.
Quizá era, si me devanaba mucho los sesos, porque ese tipo no era yo. Mi vida, entonces, debió vivirla otro. Pregunté al viejo literato si conocía al fulano que ocupaba mi cuerpo, poco se acercó: él no había notado nada raro a mi alrededor (si es que ese que me creía era finalmente yo).
Tras demasiadas tribulaciones, concluí, de ese petimetre algo hubo de mi, supuse. Me avergüenzo del mínimo rubor que asomaba, de mi yo cercenado. Si aquel era yo, menudo desengaño me hubiera llevado hoy. Luego llegué a la conclusión de que abarcábamos un espectro más amplio de difícil encaje (si no estás acostumbrado a sufrir lejos de tu yo).
Qué desastre... No me temblaría la mano. Incluso habiendo perdido mi don de dandi seguiría siendo letal. Aunque nunca estuviera allí seguiría sintiendo esa rabia asesina, ese yo implacable que sobrevive dentro de mi yo más dúctil actual. ¿Le reconocía Durant a Marc su valía al final del 4-1? ¿Por qué le hacía especial de aquella manera? ¿Qué cabía del Marc de la playa de hace casi diez años en este que defendía a uno de los mejores jugadores del mundo?
No entiendo cómo se reparten las porciones de cada uno al otear su yo originario, siempre que no se deba a un error de percepción achacable a la humareda que durante años gobernara y consumiera las últimas horas de estancia en aquel desconocido lugar. Para algunos Constantino es Clint y para otros sólo Darth Vader; el don más preciado es al mismo tiempo el enemigo más despiadado, el mismo que oscurece tu yo y pone en duda todo tu legado.
Todavía aquí, repartiendo de miedos semejantes, desde la decadencia al extremo del fusil de la paciencia y el minutero voraz. ¿Qué yo conocerá mi primogénito? De los treinta a los cuarenta (supongo) me estoy fabricando otro traje a medida, feliz y dichoso como solo yo. Con responsabilidad y cercanía, con borracheras caseras y olor a marihuana en la ropa tendida, Dios... ancora qui?
Mi yo sobre la escafandra y debajo de ella escondiéndome de los peligros de la vida sin el palomar -del destino más atroz, se supone-, cara a cara con el rencor de antaño sin cansarme, príncipe (mini yo). ¿Cuántos años faltan para moldear y definir al auténtico y definitivo yo? Siendo feliz, me refiero.
En un tipo como yo volviendo de allí,
del futuro donde me escondí para no explicar ni entender cómo pude llegar a mentir y sufrir así.
(Que nadie se apiade de mi).

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