lunes, 14 de mayo de 2012

NUBES DE BANDERA y LA DESESPERA

Publico hoy los dos relatos breves que envié para el concurso de infermería de Manresa (y comarca creo) del 10 de mayo. Lo hice pensando en el tercer premio (vino del Pla del Bages), ya que los dos primeros eran de risa y no me interesaban. Huelga decir que no he ganado...

NUBES DE BANDERA
Aquella mañana de primavera se despertó tarde, tocadas las once. Había pasado una muy mala noche y no conseguía reponerse del maldito constipado _propio de la inestabilidad atmosférica estacional. Raro era el día que amanecía sin nubes, cosa que le sumía en un permanente y desconcertador estado de aletargamiento.
Llevaba varios días padeciendo la misma pesadilla, un mal sueño que regresaba con puntualidad británica al acostarse. En él, aparecía siempre conduciendo un coche rojo de gran cilindrada. Tomaba las curvas con precisión milimétrica hasta llegar a una interminable recta en la que ponía al límite las capacidades de la máquina italiana. En un momento dado, a lo lejos, un hombre vestido con un uniforme blanco ondeaba una bandera que no acertaba a distinguir, puesto que era incapaz de apartar la mirada de semejante rostro. Antes de poder frenar y evitar atropellarlo -ya que se hallaba en medio de la carretera-, el individuo se puso a correr hacia él, atravesándole justo en el momento de la inevitable colisión. Luego, se despertaba súbitamente bañado en un pegajoso sudor, con el gesto impertérrito del tipo clavado en la retina.
Tras varios días encerrado en casa, pero, aquella mañana de primavera tenía cita con su nuevo psicólogo. En la carretera que habitualmente recorría todo parecía normal: las curvas acostumbradas, la recta de entrada a la ciudad y, por fortuna, ni rastro de uniformes en la calzada. Aparcó en batería y subió raudo las escaleras de la consulta. Al abrir la puerta, un fino hilo de sudor frío le recorrió la espina dorsal de repente. Su nuevo psiquiatra era aquel extraño personaje que ondeaba la bandera en su sueño, una bandera que recordaba ahora con total nitidez y que le remitía inexorablemente a un desagradable lugar.

LA DESESPERA
No le quedaban más cigarrillos. Llevaba más de una hora esperándola en aquella vieja estación de tren sin porche. Uno a uno, todos los convoyes programados del día habían ido llegando sin novedad, pero su amada no aparecía. Era noche cerrada y hacía un frío de mil demonios y, para colmo, llovía a cántaros. Ambos elementos se filtraban por su vetusta gabardina hasta calarle los huesos sin piedad.
Su desesperación era proporcional al profundo vínculo que creía les unía, e iba en aumento con el paso del minutero. Ella había conseguido que dejara el alcohol, ella era su vida, no podía fallarle. ¡Ahora no!, pensaba para sus adentros. Cuando quiso percatarse, el último revisor, un anciano con rostro afable y facciones suaves, le conminó a abandonar el lugar de inmediato: ya no quedaba nadie. Salió de su ensimismamiento de golpe, echando un vistazo rápido por doquier, y acabó dándose por vencido.
De camino a casa, la frustración de creerse solo le acompañó varios metros mientras cavilaba. Nunca más volvería a confiar en una mujer, ¡nunca más! Al doblar la esquina, el demonio del alcohol volvió a aparecérsele, personificado en un bar con un letrero de neón muy llamativo. Qué diablos, pensó, ya no me queda nada. Antes de abrir la puerta, una mano le agarró con fuerza el brazo por detrás, apartándole del mal camino e impidiendo su particular descenso a los infiernos. Era su dulce amada que, en un abrazo sentido, parecía pedirle perdón por todo, augurando una vida juntos lejos de los demonios de la noche y los fantasmas del amor no correspondido.

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