lunes, 16 de enero de 2012

HORIZONTES, TERCERA PARTE (IN ABSENTIA 6.3)

Continuando con la ambiciosa serie de escritos que pretenden desgranar el futuro gota a gota en este nuevo y definitivo 2012, el tema de la familia -una constante en mis vuelos aeronáuticos-, es el siguiente que quiero tratar.
Nunca me he considerado un hombre de familia por razones obvias. Sin embargo, esas mismas razones que simplificaron y redujeron sentimientos una vez, destacan hoy por ser tormentosas y tema poco baladí
_pese a la distancia y el olvido.
Reviviría el trauma profundo que me dejó mi padre durante 18 años, pero sería en vano; el recuerdo angustioso de una judía gigante succionándome todavía persiste, copando las noches que hace más frío y dejando la respiración a un lado. Sin la figura física del pater, pues, todo parecería perdido, si no fuera porque la misma toma formas que la razón desconoce
_para acabar desapareciendo inexorablemente con la garúa de la mañana.
El resto de nosotros esperamos que haya un año en el que nos juntemos de verdad y para siempre. Como una utopía, el retorno del hijo pródigo debe apuntalar estos maltrechos lazos extrañamente cotidianos. Nos agarramos a ese clavo ardiente con renovados bríos desde hace poco, lo suficiente como para anhelarlo de corazón pero. ¿Y si aumentara la familia? ¿Y si del núcleo tradicional pasásemos a algo más? Deberíamos estar unidos, pues.
Mi relación con mi hermano mayor siempre fue de padre encubierto hasta que me enseñó El Padrino. En alguna ocasión ya he tratado esta cuestión. Ahora vivimos en un mar de respeto que se ha afianzado gracias a nuestras respectivas mujeres, anclas absolutas de nuestro mar de fondo, administradoras del derecho a formar parte de la manada.
El pequeño es diferente, siempre lo fue. Él se ganó mi admiración –sin ser eso gran cosa ni motivo de algarabía- hace ya mucho. He intentado que se percatara de ello los últimos años, casi desde que se fue a vivir a la Roca, pero no hay manera de arrancarle esa coraza a la que se aferra con la misma fuerza que un marinero al palo mayor en una tormenta. Como buen lobo de mar hecho a sí mismo, moldeado por las idas y venidas de una mar caprichosa, curtido como el sol de un ocaso que se resiste a abandonar sus mismos ojos; en encubierto, las vidas posibles del señor equilibrista. En juego, traspasar la última frontera más allá del tiempo, la distancia y la discriminación de ley.
El miedo y sus coberturas, signos de una experiencia no cabal demasiado antagónica, no dejan lugar a la esperanza en esta nueva época preapocalíptica. Nuestro fin del mundo particular empezó al regresar yo de la bota. Algo había cambiado en casa, algo olía a podrido en el reino. Sobre la responsabilidad alejada de los actos de una juventud alocada se basaban sus dudas, decían que no influían tanto los astros como las ganas de dejar de fumar o de comprarse un coche; si el aguador y sus amigos nunca tuvieron nada que ver, pues, y las alarmas resonaban con la misma fuerza que un elefante en celo, es que la cosa iba a ir muy en serio, pero no ha sido hasta ahora que no me he dado cuenta.
¿Es el dolor a la pérdida y al 'mientras tanto' lo que me impulsa a huir de las consecuencias?
Ojalá pudiese dar las gracias sin sentirme estúpido y sucio, puesto que sólo un necio se desentiende al acostarse, así como un devoto no gana para disgustos si sus oraciones acaban cayendo en saco roto.
‘Es duro aceptar que jamás volveré a comer aquél estupendo lomo con almendras’, le dije a mi novia. Mientras, ella me miraba recriminándome mi prolongada actitud evasiva sin palabra alguna, sojuzgándome sin dilación ni piedad alguna, encajonándome la prisa que durante más de tres años había enterrado en lo más profundo de mi ser.
Sin más opción que la de dar un paso al frente, aquella gran culpabilidad propia de los vástagos se diluye como el humo que se filtra por la persiana cuando amanece, dejando paso a una responsabilidad cabal que se aleja del miedo y sus coberturas sin más ruido que el que provocan sus sílabas en boca de otro.

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