Mira atentamente la foto. ¿Qué ves?
Un amanecer.
Una hermosa y enmarañada cabellera oscura separando las cortinas del Mar Rojo. Una espalda esbelta ligeramente encorvada sobre la que se desliza un extraño y sugerente hilo negro.
Naturaleza. Un grito salvaje de libertad y anhelos compartidos.
Un paisaje agreste que, bañado por la luz del día, disfruta de su propio panorama, reflejado en una poco sutil bienvenida; curvas de mis curvas, buenos días, dulce despertar que ansía mi frío metal
-dijo el balcón.
¿O acaso ves algo más?
viernes, 31 de octubre de 2008
viernes, 17 de octubre de 2008
DESPERTAR
Hoy me desperté a las 11 de la mañana. Demasiado tarde para hacer algo, demasiado temprano si volviese de una noche de infarto. En tierra de nadie, me he arrastrado de la cama hasta la cocina. Me he tomado un vaso de zumo de limón y he visto el paquete de tabaco encima de la mesa. He dudado por un momento, junto con la cafetera, y he decidido volver a la cama, tras un intento de pensamiento sobre el día.
Era demasiado tarde ya, no soy persona de planes. No me ha costado mucho volver a alcanzar el sueño; nada más estirarme de nuevo, he sentido ese gran placer llamado dormir muy cercano, y me he roneado como un gato. Calculo que a los 10 minutos de mi deleite me he vuelto a dormir.
Me despierto otra vez, esta vez de golpe... pero no recuerdo el sueño. No era muy agradable. He visto a una persona que suele aparecer bastante por mis sueños. Me he dejado el ordenador encendido, así que aprovecho para mirar mi arcano del día justo antes de apagarlo. Resulta que es el maldito 3 de espadas, una carta que anuncia contrariedades, dudas y confusión a todos los niveles. Desorden emocional por la no aceptación bla bla blabla...
El día a tomar por el culo. Y eso que la puta carta no tiene ni idea...
Son circa las 14,30. Me lo tomo con calma. Como poca cosa, verduras, y vuelvo a mi habitación para ver una peli que se me acababa de bajar. Una de superhéroes de ahora, pero bien hecha, con un protagonista con carácter.
Meriendo algo, me bebo un par de vasos de vino bueno del Duero. Entro en calor y sigo virtualmente jodido, atrapado. Por suerte, la cama es terapéutica y está muy cerca del escritorio. He hecho un par de llamadas, informando de mi estado. Me han entrado bien, es algo semanal, sin mas. Así he pasado la tarde.
A la hora de cenar vuelve mi arcano del día, que no ha dejado de rondarme. Siento un ligero escalofrío y varios flashes me asaltan ya en plena noche. No pretendo hacer nada, sólo me intereso y me salgo con un regusto amargo y cierta preocupación también. Puede que sólo sea hombre para lamentos, pero en realidad me jode más una mala racha que nada. Es claro que si te mueves obtendrás tu recompensa, sólo es cuestión de tiempo. No te agobies. Me pongo la radio para distraerme de mis reflejos, crisis galopante y el niñato se ha lesionado. Vuelvo a la cocina, un último vasito de vino. Último cigarrillo y de vuelta a la cueva, dónde me hallo ahora escribiendo en mi jodido blog y para una tendencia global que aquí individualizo para alejar con premura y mano firme los demonios de la noche que, en épocas de cambio como éstas, amenazan cruelmente con joderlo todo.
Aguanta un poco, si no lo crees, aunque yo no comulgue con mi credo. Sé de lo que hablo, está por todas partes, ¡sólo tienes que abrir los ojos! Creo en el sentido terapéutico de la risa más que en ninguna otra cosa terrenal. Y en la cama también.
Este ha sido mi día de hoy. Acabo de tomarme una pastilla pa dormir, que mañana toca volver a ponerme en marcha temprano, tras un día de parias como el de hoy.
Lo curioso es que tenía mil planes, y al final no he osado moverme. A veces, si tu vida te lo permite, es necesario tener días así. Es muy probable que te haga sentir mal, pero piensa que vendrán días de mucho movimiento y mucha tensión. Días que te pedirán lo mejor de tí, y es ahí cuando debes dar el callo. Lo de hoy... por lo que tenga que venir.
¿Crees que es malo engañarse un poquito de vez en cuando?
Debes saber cuáles fueron tus objetivos iniciales para no salirte del camino, y luego saber descansar. Saber que no siempre estarás bien, pero que si descansas y te rodeas por tu gente, los que quieres de verdad, y luego te mueves, nada debe salir mal.
Sólo hay que temerle a una cosa, y es a las enfermedades. A una mala salud. No conozco a nadie que quiera que padezca de verdad físicamente. A la joya se le puede engañar, créeme, lo sé.
Conozco a más de un experto.
Ya son muchos años luchando contra arcanos que pretenden sacarte los colores sin tener ni puta idea del momento actual que estás pasando, lo sabes. Eres fuerte. Vives entre el frío. Has podido crear algo nuevo de la nada.
Vuelve la guerra de cada día, amigo mío, no te agobies. No te quedes en la parra más de un día... haz como dijo mi psicóloga: ¡no fumes porros! Lo curioso es que me reí mucho en su tiempo...
Despierta.
Time to bring it down again. Don't just call me pessimist. Try and read between the lines. I can't imagine why you wouldn't welcome any change, my friend.
Un pizzino d'enema para el alma, porque sin la herramienta no somos nada; and
No te salves.
No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo
pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces
no te quedes conmigo.
Como Mario Benedetti, que en comunión con otra parte de mi cuerpo, ya nos dijo que si no das un paso, te estancas.
este es un mensaje patrocinado por Dimoni Solutions Old School Way, Gnöit Tirolian Alps of Wood, Mom Says Goodbye Enterprises and The Walker,
for all the people that needs something to be...
alive (including me).
martes, 14 de octubre de 2008
AMARRAS
Volvía a casa por la ciudad dormida en una noche calurosa de otoño. No corría nada de aire,
no podía creer que la chaqueta sobrara.
Era luna llena. Los edificios se pavoneaban bajo su luz inmensa y la claridad de un cielo totalmente despejado.
Me quito el walkman y miro alrededor relajadamente: no había nadie a la vista ni se oía nada por la calle. Ni tan siquiera los semáforos, pero los de nuevo cuño no emiten ningún tipo de ruido al cambiar su estado. Los viejos, sí. Era como un cambio de casilla, un sonido seco y corto. Ámbar. Clack. Rojo. Clack. Verde. Clack, peatón: avanti...
Ya no quedan muchos de esos.
Eran casi las 3 de la mañana.
Mi arcano del día aconsejaba buscar la respuesta en mi interior; la sacerdotisa podía ser caprichosa, en su pasividad, pero no había ningua duda acerca de su sabiduría en cuanto a madre y dominadora de las pasiones más mundanas.
Tuve que despertarme pronto ese día; el gran misterio que supone la mujer, la atracción de lo desconocido, andaba cerca. Teníamos que hacer algo. No era de recibo ver pasar las horas, los días y las semanas en balde. Me agobiaba no poder hacer nada, hasta que empezamos a asumir que el frío acabaría por llegar, junto a alguna que otra visita.
Y llegaron. Llegaron del norte, prometiendo que nadie se libraría, y también del sur. En mi primera semana sin mareos y desde que, casi por omisión, decidí volver a mi medicación, hice voto de obediencia ciega y me entregué a su voluntad por completo. Los resultados no podían ser más satisfactorios. Estaba recuperando pedacitos de autoestima repartidos entre la inmensidad de los siete mares.
Volví al mar, como digo, pero ahora ya no soy yo el que viaja; todo va tan deprisa que ni siquiera me ha dado tiempo a desenterrar mis viejos devaneos.
Pero... ¿qué pasaba con lo de casa?
No hay quien suelte amarras; temida disciplina ceñida, un sofá y muy poca voluntad de movimiento. Había que encontrar el equilibrio entre querer descansar, en tu paria comodidad, y ver a la gente que quieres. Había que ceder, buscar espacios comunes.
- Tío, para mí no es ninguna obligación.
- No lo digo en ese tono, joder, es como las amas de casa de las pelis que hacen clubs de lectura; quedar un día a la semana para hacer la quiniela, obligarnos de alguna manera, poner una fecha, decir: este día es nuestro y nos vemos sea lo que sea, pase lo que pase. Porqué si no, los días pasan y no nos vemos nunca...
Un estado ideal, sabiendo que cosa difícil es, podía existir entre una obligación un tanto ufana y un falso desdén;
mensaje original, una vez aceptada la amistad virtual
- Holaa! Me ha echo muxa ilusión encontrarte por akí! Cuanto tiempo! Como estas? Donde vives ahora, q es d tu vida?? He visto las fotos, estás muy delgado, dónde estuviste?? Un beso!
respuesta
- Hola, sí, mucho tiempo; es lo que tiene esto del facebook, nunca sabes quién te va encontrar. Oye, nosotros hablábamos en catalán o castellano? Porqué ya no me acuerdo. Todo bien, normal, como siempre, trabajando y tal, aquí, en Manresa. Y a no ser que tenga una enfermedad secreta, siempre he sido así de flaco: vino con lo de hacerme mayor cuando di el estirón. ¿Qué tal tú? Espero que bien, ¡un saludo!
Justo antes de las náuseas y del riesgo a los temidos mareos. Extraños conocidos.
Así pues, no habría nada malo si se forzaban las situaciones, después de todo y teniendo claro que siempre sería para mejor, ya que no queremos que los cánones que dicta facebook sean los que nos guíen;
embutido en ese espíritu y tras los recientes éxitos, la noche se abría en conjunción para estas nuevas citas. Había que adaptarse a lo que había, convertir lo viejo en nuevo otra vez, y ser cauto, pero con una alegría no disimulada, para ir bien. Nada hacía sospechar lo contrario, ni tan siquiera el frío, que ofrecía una generosa tregua para esa tarea en cuestión. Al fin y al cabo, si estás, estás. Si no estás...
Nunca un camino de retorno fue tan agradable. Se habían matado muchos pájaros de un sólo tiro.
Hacía una noche espléndida. Me entretuve un rato ante un extraño especimen, en cuya flor roja destacaba un brillante y peludo acabado blanco. Acostumbro a caminar mirando al suelo, y éste lloraba las miserias del melancólico árbol, que es bien consciente de su desdichado destino. Había pasado cientos de veces por allí, y sin embargo nunca lo había visto.
- ¿Qué viene de visita o a visitarse?
- Vengo de visitarme.
Siempre había sido así. Había que soltar amarras, pues, y dejar a un lado el jodido peso que, como una corona de negatividad, lo inflaba todo hasta llegar a no lamentar el hecho de no poder prescindir de mis pastillas salvadoras.
Navegar.
Abrir los ojos para ver de una jodida vez y dejar de estar exhaustos.
no podía creer que la chaqueta sobrara.
Era luna llena. Los edificios se pavoneaban bajo su luz inmensa y la claridad de un cielo totalmente despejado.
Me quito el walkman y miro alrededor relajadamente: no había nadie a la vista ni se oía nada por la calle. Ni tan siquiera los semáforos, pero los de nuevo cuño no emiten ningún tipo de ruido al cambiar su estado. Los viejos, sí. Era como un cambio de casilla, un sonido seco y corto. Ámbar. Clack. Rojo. Clack. Verde. Clack, peatón: avanti...
Ya no quedan muchos de esos.
Eran casi las 3 de la mañana.
Mi arcano del día aconsejaba buscar la respuesta en mi interior; la sacerdotisa podía ser caprichosa, en su pasividad, pero no había ningua duda acerca de su sabiduría en cuanto a madre y dominadora de las pasiones más mundanas.
Tuve que despertarme pronto ese día; el gran misterio que supone la mujer, la atracción de lo desconocido, andaba cerca. Teníamos que hacer algo. No era de recibo ver pasar las horas, los días y las semanas en balde. Me agobiaba no poder hacer nada, hasta que empezamos a asumir que el frío acabaría por llegar, junto a alguna que otra visita.
Y llegaron. Llegaron del norte, prometiendo que nadie se libraría, y también del sur. En mi primera semana sin mareos y desde que, casi por omisión, decidí volver a mi medicación, hice voto de obediencia ciega y me entregué a su voluntad por completo. Los resultados no podían ser más satisfactorios. Estaba recuperando pedacitos de autoestima repartidos entre la inmensidad de los siete mares.
Volví al mar, como digo, pero ahora ya no soy yo el que viaja; todo va tan deprisa que ni siquiera me ha dado tiempo a desenterrar mis viejos devaneos.
Pero... ¿qué pasaba con lo de casa?
No hay quien suelte amarras; temida disciplina ceñida, un sofá y muy poca voluntad de movimiento. Había que encontrar el equilibrio entre querer descansar, en tu paria comodidad, y ver a la gente que quieres. Había que ceder, buscar espacios comunes.
- Tío, para mí no es ninguna obligación.
- No lo digo en ese tono, joder, es como las amas de casa de las pelis que hacen clubs de lectura; quedar un día a la semana para hacer la quiniela, obligarnos de alguna manera, poner una fecha, decir: este día es nuestro y nos vemos sea lo que sea, pase lo que pase. Porqué si no, los días pasan y no nos vemos nunca...
Un estado ideal, sabiendo que cosa difícil es, podía existir entre una obligación un tanto ufana y un falso desdén;
mensaje original, una vez aceptada la amistad virtual
- Holaa! Me ha echo muxa ilusión encontrarte por akí! Cuanto tiempo! Como estas? Donde vives ahora, q es d tu vida?? He visto las fotos, estás muy delgado, dónde estuviste?? Un beso!
respuesta
- Hola, sí, mucho tiempo; es lo que tiene esto del facebook, nunca sabes quién te va encontrar. Oye, nosotros hablábamos en catalán o castellano? Porqué ya no me acuerdo. Todo bien, normal, como siempre, trabajando y tal, aquí, en Manresa. Y a no ser que tenga una enfermedad secreta, siempre he sido así de flaco: vino con lo de hacerme mayor cuando di el estirón. ¿Qué tal tú? Espero que bien, ¡un saludo!
Justo antes de las náuseas y del riesgo a los temidos mareos. Extraños conocidos.
Así pues, no habría nada malo si se forzaban las situaciones, después de todo y teniendo claro que siempre sería para mejor, ya que no queremos que los cánones que dicta facebook sean los que nos guíen;
embutido en ese espíritu y tras los recientes éxitos, la noche se abría en conjunción para estas nuevas citas. Había que adaptarse a lo que había, convertir lo viejo en nuevo otra vez, y ser cauto, pero con una alegría no disimulada, para ir bien. Nada hacía sospechar lo contrario, ni tan siquiera el frío, que ofrecía una generosa tregua para esa tarea en cuestión. Al fin y al cabo, si estás, estás. Si no estás...
Nunca un camino de retorno fue tan agradable. Se habían matado muchos pájaros de un sólo tiro.
Hacía una noche espléndida. Me entretuve un rato ante un extraño especimen, en cuya flor roja destacaba un brillante y peludo acabado blanco. Acostumbro a caminar mirando al suelo, y éste lloraba las miserias del melancólico árbol, que es bien consciente de su desdichado destino. Había pasado cientos de veces por allí, y sin embargo nunca lo había visto.
- ¿Qué viene de visita o a visitarse?
- Vengo de visitarme.
Siempre había sido así. Había que soltar amarras, pues, y dejar a un lado el jodido peso que, como una corona de negatividad, lo inflaba todo hasta llegar a no lamentar el hecho de no poder prescindir de mis pastillas salvadoras.
Navegar.
Abrir los ojos para ver de una jodida vez y dejar de estar exhaustos.
viernes, 10 de octubre de 2008
lunes, 6 de octubre de 2008
CULPABLE
Era una mañana fría de principios de octubre.
Hacía sol, pero era un sol inútil, yermo; diríase que procuraba calentar -como hasta hace bien poco hacía- casi inocentemente, si llegara a ser consciente. El verano se había perdido entre las noches del tiempo y era apenas el recuerdo de una vida mejor, y, como tal, a mejor vida había pasado.
Estábamos cerca de un lugar repleto de gente. Al acercarnos, tediosamente, distinguimos grupos de personas fuera, en la calle. Íban elegantemente vestidos, pero de negro riguroso. Cuchicheaban en un tono algo triste y más bien desinteresado. Algunos llevaban gafas de sol. Al percatarse de nuestra presencia, muchos de ellos se acercaron tímidamente a hablarnos; en ese instante, mis dos acompañantes se bifurcaron, ladeándose lentamente entre aquellos ríos de gente...
Noto que estoy, pero presencio la escena con cierta magnificencia ajena, como si la cosa no fuera conmigo. Observo cruelmente todos los detalles, hasta toparme con un edificio en el que podría desembocar toda acción. No hay niños jugueteando por ningún lado ni ruidos de ningún tipo. Yo también voy vestido de negro, pero eso no es nada raro. Hay muchas mujeres, más que hombres. Oigo el silbido del viento, que como una cuchilla de acero helada atraviesa mi cuerpo endeble, alertándome del repique de unas campanas. Miro hacia arriba y encuentro horrorizado -por inesperado- una cruz cristiana gigante en lo alto del edificio. Es una iglesia, diría que románica por su arco, en la fachada de la cual se aprecia un discreto rosetón.
Como respondiendo a una señal, la multitud empieza a entrar, torpemente y sin prisa aparente. Me descubro del amparo de mis Ray-Ban, miro el reloj, son las doce del mediodía. Mis dos acompañantes aparecen en mi campo visual, se dirigen hacia mí. Prácticamente están todos dentro ya.
- Es la hora, vamos.
Entramos los últimos. Todos nos miran, y esta vez me siento realmente observado. Llevo las gafas en la mano. Parece que nos han reservado un sitio delante. Hay un gran ataúd de madera en vez de un altar. El altar... ¿dónde está?
Hay un Pantocrátor presidiendo la sala. Se me cruza un pensamiento por San Climent de Taüll. Aparece un cura o párroco entre el más estricto silencio. Nos levantamos todos de golpe y se rompe el ambiente por el traqueteo de los bancos de madera. El hombrecillo de la túnica blanca empieza a aleccionar a los feligreses. Resulta desalentador. Me giro hacia atrás y veo bostezos en algunos presentes. Se ponen rápidamente las manos en la cara al descubrirme, tapándose. Estoy aterrizando. "Porque no pueden ponerse las gafas de sol", pienso.
Acaba el sermón o lo que sea. Mis dos acompañantes me instan a moverme. Nos acercamos al féretro. Nos ponemos en fila.
Uno a uno, todos pasan por el sepulcro y lo tocan en aparente actitud deferente, algunos incluso lo besan. Hay algunas lágrimas, no sé cuáles son de cocodrilo. Empiezo a ponerme nervioso de verdad.
El siguiente paso es saludarnos. Algunos no saben que decir,
otros nos dan el pésame en esta especie de Iglesia velada tan extraña:
"Era una mujer maravillosa", "fue una luchadora nata", "siempre os puso por delante, para ella no había nada más", etc.
(...)
Joder.
Somos la familia de alguien que se acaba de morir...
Los nervios se agolpan en la boca de mi estómago y oigo un ligero pitido en mis oídos que amenaza con ir en aumento.
No sé cuanto tiempo pasó, pero fue una maldita eternidad. Ni siquiera sé como logré mantenerme en pie.
Nos quedamos solos. Están todos fuera, cuchicheando, os oigo. "Pobres muchachos". "Menos mal que ya son grandes". Me llega un ligero aroma a tabaco. Miro a mis dos acompañantes, que de repente se han convertido en mis hermanos. Lloran amargamente. Me tambaleo hasta la jodida caja de madera, estoy a punto de caerme al suelo. Los oídos me van a estallar y me invade un mareo que me acerca a un peligroso estado de pre-síncope.
"Les quería más que nada en el mundo".
Me avalanzo sobre el ataúd, se me nubla la vista.
Me desmayo intentando ver algo,
perdiéndome entre una imagen que me dio la vida
y un último sentimiento brutal de culpabilidad...
Hacía sol, pero era un sol inútil, yermo; diríase que procuraba calentar -como hasta hace bien poco hacía- casi inocentemente, si llegara a ser consciente. El verano se había perdido entre las noches del tiempo y era apenas el recuerdo de una vida mejor, y, como tal, a mejor vida había pasado.
Estábamos cerca de un lugar repleto de gente. Al acercarnos, tediosamente, distinguimos grupos de personas fuera, en la calle. Íban elegantemente vestidos, pero de negro riguroso. Cuchicheaban en un tono algo triste y más bien desinteresado. Algunos llevaban gafas de sol. Al percatarse de nuestra presencia, muchos de ellos se acercaron tímidamente a hablarnos; en ese instante, mis dos acompañantes se bifurcaron, ladeándose lentamente entre aquellos ríos de gente...
Noto que estoy, pero presencio la escena con cierta magnificencia ajena, como si la cosa no fuera conmigo. Observo cruelmente todos los detalles, hasta toparme con un edificio en el que podría desembocar toda acción. No hay niños jugueteando por ningún lado ni ruidos de ningún tipo. Yo también voy vestido de negro, pero eso no es nada raro. Hay muchas mujeres, más que hombres. Oigo el silbido del viento, que como una cuchilla de acero helada atraviesa mi cuerpo endeble, alertándome del repique de unas campanas. Miro hacia arriba y encuentro horrorizado -por inesperado- una cruz cristiana gigante en lo alto del edificio. Es una iglesia, diría que románica por su arco, en la fachada de la cual se aprecia un discreto rosetón.
Como respondiendo a una señal, la multitud empieza a entrar, torpemente y sin prisa aparente. Me descubro del amparo de mis Ray-Ban, miro el reloj, son las doce del mediodía. Mis dos acompañantes aparecen en mi campo visual, se dirigen hacia mí. Prácticamente están todos dentro ya.
- Es la hora, vamos.
Entramos los últimos. Todos nos miran, y esta vez me siento realmente observado. Llevo las gafas en la mano. Parece que nos han reservado un sitio delante. Hay un gran ataúd de madera en vez de un altar. El altar... ¿dónde está?
Hay un Pantocrátor presidiendo la sala. Se me cruza un pensamiento por San Climent de Taüll. Aparece un cura o párroco entre el más estricto silencio. Nos levantamos todos de golpe y se rompe el ambiente por el traqueteo de los bancos de madera. El hombrecillo de la túnica blanca empieza a aleccionar a los feligreses. Resulta desalentador. Me giro hacia atrás y veo bostezos en algunos presentes. Se ponen rápidamente las manos en la cara al descubrirme, tapándose. Estoy aterrizando. "Porque no pueden ponerse las gafas de sol", pienso.
Acaba el sermón o lo que sea. Mis dos acompañantes me instan a moverme. Nos acercamos al féretro. Nos ponemos en fila.
Uno a uno, todos pasan por el sepulcro y lo tocan en aparente actitud deferente, algunos incluso lo besan. Hay algunas lágrimas, no sé cuáles son de cocodrilo. Empiezo a ponerme nervioso de verdad.
El siguiente paso es saludarnos. Algunos no saben que decir,
otros nos dan el pésame en esta especie de Iglesia velada tan extraña:
"Era una mujer maravillosa", "fue una luchadora nata", "siempre os puso por delante, para ella no había nada más", etc.
(...)
Joder.
Somos la familia de alguien que se acaba de morir...
Los nervios se agolpan en la boca de mi estómago y oigo un ligero pitido en mis oídos que amenaza con ir en aumento.
No sé cuanto tiempo pasó, pero fue una maldita eternidad. Ni siquiera sé como logré mantenerme en pie.
Nos quedamos solos. Están todos fuera, cuchicheando, os oigo. "Pobres muchachos". "Menos mal que ya son grandes". Me llega un ligero aroma a tabaco. Miro a mis dos acompañantes, que de repente se han convertido en mis hermanos. Lloran amargamente. Me tambaleo hasta la jodida caja de madera, estoy a punto de caerme al suelo. Los oídos me van a estallar y me invade un mareo que me acerca a un peligroso estado de pre-síncope.
"Les quería más que nada en el mundo".
Me avalanzo sobre el ataúd, se me nubla la vista.
Me desmayo intentando ver algo,
perdiéndome entre una imagen que me dio la vida
y un último sentimiento brutal de culpabilidad...
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