Dicen que, una vez muerta Isabel, al viejo aragonés no se le levantaba.
Yo no estaba en los niveles de Fernando, pero es cierto que hacía mucho que no me afeitaba ya.
Si es que eso significa algo más allá del desencaje y de que, poco después de las tres de la mañana, tuve que retirarme discretamente a mis aposentos paseando entre la soledad de la noche levantina
y los desechos de una noche demasiado joven para mí.