No era un vigilante de seguridad al uso. Venía de Barcelona tras una mala experiencia empresarial y llevaba años agachando la cabeza a causa de ello. Le gustaba el buen comer y sabía de la ars culinaria más de lo normal; era frecuente que intercambiáramos ideas sobre platos y lugares de la city donde encontrar un buen filete o la mejor pasta italiana como esperando ir cualquier día de estos a disfrutar de un banquete.
Amaba Barcelona. Era de Les Corts, uno de los barrios con más solera de la Ciudad Condal. En su fuero interno albergaba la ilusión de volver a recorrer sus calles como habitante de la urbe y no como turista, si bien la realidad era otra al salir de la ronda y ver el letrero de MANRESA con Montserrat al fondo como pétrea frontera incapaz de prometer un invierno cálido y hacerle sentir un poquito partícipe de lo de aquí.
En cuanto a la faena, era demasiado impetuoso -ir a destiempo le acarreó más de un problema: yo siempre lo achaqué a esa desubicación que nunca le abandonó. Algunos lo llamaban sheriff pero yo veía más bien a un De Niro fuera de forma. Evidentemente y aunque muchos no lo vieran, tenía una actitud atípica con respecto a su gremio, y uno no podía dejar de sentir cierta lástima viéndole sufrir en situaciones en las que nadie desearía estar envuelto.
Siempre me preguntaba por Luca. No puedo ni imaginar lo que habrá sufrido su mujer, un encanto de persona, tras más de mes y medio de fulgurante caída. Compartimos otras casualidades, como que su hijo fuera amigo de conocidos pasados míos. Chismorreábamos al respecto y, con cierto deleite, pasábamos las horas entre conexiones y balas perdidas en este ambiente tan ajeno a nuestros propósitos iniciales de vida.
Le apreciaba. La conmoción ante la noticia de su pérdida ha sido tremenda. Y ya van unas cuantas.
Pero ahora A. ya ha cruzado al otro lado.
Vaya en paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
No seas indiferente.