jueves, 23 de enero de 2014

APERTURA 1: EL SEPULCRO DEL FORASTERO PRERROMÁNTICO (VERSIÓN ANTIGUA)


Ese que no es aquel, ese forastero, ¿quién es?
Cuando oigo su voz no le reconozco. Mira con ansia, escudriña el espejo y le pregunto yo que para qué. La misma voz me responde con una pregunta "¿qué coño haces aquí?", qué sorpresa. Sin drogas y con un excesivo celo desde que le busco el cogote, pienso, "el tiempo está pasando, joder, y el desgraciado sigue mirando pa' Cuenca".
Descubro unas palabras que salen de su interior al estilo del libro tibetano aquél sin yo escuchar y, qué cojones, resulta que todavía sigue aquí. ¿Qué les pasa a sus ojos, que empañan su rapidez mental ahora que le van a hacer fijo en el trabajo, ahora que su hijo está a punto de cumplir dos años y le necesita más que nunca?
Es un tipo curioso. Jamás soñó a la manera prerromántica. El se veía a si mismo con una mochila recorriendo el mundo sin un chavo en los bolsillos, si bien se hizo mayor justo antes de encontrar el amor definitivo. Ese forastero, un extraño entre leones, no pertenecía a ningún lugar desde el momento en el que no lograba reconocerse fácilmente: sus problemas de autoestima, así como su naturaleza esquiva, son legendarios entre las esferas de sus entrañas.
Hubo una fase de prueba poco satisfactoria antes de convertirse en vagabundo de su propia fortuna. Percibió claramente, casi desde el tercer segundo, cierto resquemor que infundía su carácter barriobajero. Se preguntaba si había ido a más con el tiempo y si su mujer no le acabaría enviando a la mierda. Lo curioso es que, debido a ello, se había acabado aislando dentro de su propia burbuja tragicómica y achacaba todos sus males a un trauma infantil no solucionado: todo una experiencia extracorpórea de máximo nivel.
Temía la reacción de sus amigos. La gente es extraña, sus amigos crueles a rabiar. Ese forastero, ese que creó una familia en pleno apogeo -ese que no es aquel-, es un bicho raro de mucho cuidado. Siempre se pregunta las mismas mierdas que le atormentan un día tras otro. El paso del tiempo, el miedo a la soledad... y un largo etcétera que no consigue apaciguar. Las eternas dudas de viejos rencores, junto con reencuentros de pesadilla, no son nada ante el temor no infundado de una vida demasiado espaciada sin ellos, dejando así lugar a equívocos que pueden devenir en tormentas de incendios difíciles de apagar.
Cuando oigo su voz no le reconozco.
Mira estrábicamente con ansia y descubro unas palabras ajenas a sus sueños poco prerrománticos.
Ese forastero...
¿quién diablos es?