jueves, 17 de octubre de 2013

LO INEXORABLE


La humanidad está inexorablemente destinada a emigrar al espacio, que es de donde procede.
Me hago viejo inexorablemente y no soy ni una mota de polvo en el océano cósmico.
Mi hijo crece y crece y no hay nada que yo pueda hacer para impedirlo. Es, así mismo, inexorable.

¿Estaré aquí el tiempo suficiente para orientarlo bien? ¿Lograré tener éxito?
Mi pequeño rubiales, ahora que te levantas y me recibes de pie con una sonrisa desde los barrotes de tu cuna, mi amor.

No quiero morir o, en su defecto -ya que es inexorable pese a Punset-, ¿podrían extirparme la conciencia? ¿El pensar?

Te preguntarás por qué vuelvo a estos temas otra vez. Estoy leyendo a Hawking, el de la silla. Mientras paralelamente busco información para escribir una entrada decente sobre la cuestión catalana, no puedo dejar de situarme en esta nada tan poco atractiva. No hay consuelo para nuestra reproducción en cuanto a especie... Es que es tan exiguo... El paso por la vida terrenal... Cuesta asimilarlo.

Sé que cuando me acerque a la muerte volveré a recuperar mis clásicos sobre religión oriental. Buscaré respuestas que ahora no me preocupan demasiado, ya que es evidente que lo inexorable nos persigue y delimita por igual. Querré ir más allá pero antes he de preocuparme por la educación de mi hijo de casi nueve meses y la puta reencarnación podrá siempre esperar en ese invernáculo desconocido.

Esa canción olvidada para poner el punto y final a la segunda mejor serie de la historia de la TV. Si no leí mal, aumentaron sus escuchas un 9.000 % en en una conocida plataforma de streaming, una que paga muy mal. Esa canción para hacer de lo inexorable una apoteosis digna de los mejores fuegos de artificio del mundo. Esa, que hace que no disfrutes Gravity en el cine un martes de VOSE en la sala abandonada al no congeniar con la historia personal del personaje de Sandra Bullock pese a que todo encajaba en mi actual momento espacial; quizá si la hubiera visto en 3D pensaría que el mensaje, con ese momento fetal y el silencio y la epifanía de verte fuera de tu planeta, me habría calado más que no el de profesor con cáncer terminal convertido en capo de un imperio de la droga. Pero no. El auge y caída de un ser humano me importa más (por resumir el cambio radical de un hombre al que sólo aspira a que le respeten).

El cine sigue estando inexorablemente lejos, si bien mi lista de films va bajando poco a poco. ¿Significa eso que ya no tengo nada que decir? ¿Mis preocupaciones sólo versan entre los primeros pasos de mi primogénito y los divertimento de los shows de TV? GTA V aparte, desde luego.

Me pregunto cuándo tendré un horario laboral normal. Con no estar pendiente del teléfono me conformo, si bien el conformismo me ha condenado a una vida que no estoy seguro de haber programado de antemano; todavía hay gente que me dice: 'tío, con tus aptitudes, qué sigues haciendo aquí?', como si mi currículo bastase para ser un jodido don Giovanni de las artes y las ciencias y Wall Street estuviera a mis pies al alzar un dedo. Yo les hablo de la crisis y me quedo tan ancho, pese a la mierda y el tráfico de influencias latente que sigue estando tan en boga.

Es como con el puto tabaco. Las bodas de este año me han matado. No fumo en casa ni tengo las mínimas ganas, pero es llegar al curro y pensar en decaer. Esta es otra batalla pendiente que debo superar. A la Bullock le podría caer otro Oscar: también tendría que tomarme un poco más en serio a la puta Miss agente especial. Sé que estoy destinado a hacer historia.

Van a pasar cosas al respecto. Es tan inexorable como que los políticos hagan política y los ciudadanos la suframos. Como que mi niño se arrastre como un gusano y no haya bolets si no llueve de una puta vez.

Inexorable, hasta donde yo sé, como la muerte.

Inexorable como la caída, cuanto más subas, tan dura y despiadada ella.

Inexorable como el primer santoral de mi hijo, a celebrar mañana sin ninguna filia.

¿Cómo voy a dejar de pensar en lo inexorable?

lunes, 7 de octubre de 2013

HUELLAS

Mi amigo G. me decía el otro día, al vernos tras mucho-demasiado, '¿qué pasa, es que ya no tienes nada que decir y ahora sólo haces listas y mierdas así?', a lo que yo le respondí afirmativamente y sin palabra alguna.

La verdad es que me quedé mudo, como cuando alguien te señala con sorna ese horrible grano que te ha salido en la frente (sí, todavía pasa). Y ayer bajamos al barrio a dar una vuelta con nuestros hijos, a seguir el rastro.

Fue imposible no recordar viejas batallas. He vuelto una infinidad de veces pero pocas con ellos, G. y T., los dos tipos con los que pasé tantos años. Años de aprendizaje forzoso y ciertas penurias, años inolvidables. Nos encontramos a D. C., no era de los nuestros. Diría que era un año mayor entonces y que iba con un grupo patibulario, con sus carismáticos apodos y todo. Dijo: 'quién nos ha visto y quién nos ve, ¿eh?', y era verdad.

Paseamos. Me puse a hablar (hasta llegar a etapas más recientes). Dije: 'mi mejor época fue la del piso. Las palabras fluían y tenían sentido' (compartíamos un piso-local). 'Conectamos', decía G., 'a un nivel espiritual', seguía T. Dudé en asociarlo con las drogas y el alcohol (qué menos). Echaba de menos aquellos ratos y pude notar como G. suspiraba y miraba a un lado y otro buscando sus propios recuerdos ante la nueva realidad a capear. 

La jornada transcurrió sin mayores incidentes y T., en su cavilación constante, seguía entre muros. Uno no alcanza a entender cómo diablos sigue admirando a los mismos tíos. Hubo una época que me tildaron de 'payés', de pueblerino. Yo siempre traté de no separar mi ascendencia con las nuevas ciudades que me acogían, pocas y grandes urbes ellas, ya que creía que el sentido de pertenencia a un grupo humano me hacía más fuerte (señalando la 'X' en el mapa). Pronto me di cuenta de nuestra capacidad de adaptación, con T. como guía y punta de lanza, si bien tradicionalmente y en todos los demás ambientes, los que cortaban el bacalao éramos Yo y mi verborrea hilarante.

Confianza. Hoy no sólo es una vaga ilusión en mi memoria. Hay un legado que perpetuar. Un legajo de nuestra historia ante nosotros. Estemos donde estemos, aguante o no el físico, no queda nadie que pueda arrebatarnos esta sensación imperecedera y auténtica.  Era el barrio, fue el piso, siguen siendo T. y G. Una mirada, una palabra.