Las
piedras son como billetes desgastados.
El
elenco no se hace esperar y surge de los asientos reservados para
embarazadas y población de riesgo al gruñir mi estómago durante el
primer segundo:
-A
mi hija le encanta la historia.
-Mira,
yo me licencié en historia, qué casualidad.
-Pues
sí, le encanta, le gusta mucho el tema de la historia.
Luego
hay un fundido en blanco y la maquinaria se pone en marcha. No me
siento demasiado observado y el elenco parece disfrutar con su
retahíla de nombres, lugares obviados aposta y salivazos del actor
principal a contraluz. Deus
ex machina,
ingenio tras ingenio me intento meter en la historia y dejarme
llevar, pienso. Luego hay un aviso de bomba y todos a desalojar... El
caos inunda la sala y hay hostias para salir por la angosta y vetusta
puerta principal. Nosotros permanecemos sentados porque no nos
creemos la advertencia y aprovecho para tirarme un pedo insonoro
vacío de comida pero tremendamente fétido. Albert me mira
disimuladamente y le reconozco la autoría con la misma frugalidad al tiempo que
constato, no sin cierto resquemor, que el actor principal se ha
sentado a mi lado y ha encendido un cigarrillo.
Todo
cambió cuando encontramos la manera de hacernos con un bocadillo de
guerrilla, pero ya era tarde. Me sentía inseguro y rodeado por
gentes de procedencias dispares y extrañas fauces. ¿Había vivido
yo en esa ciudad? Tenía prisa por marcharme. Dicen que cuando
encuentras la paz ya no quieres saber nada de la guerra, si bien yo
sólo pretendía volver al palomar y dejar de escudriñarles a todos
como si creyesen poseer el elemento principal de la Piedra Filosofal.
Son
como billetes, tío, dime que no.
Sería
como una paloma sin mensaje; el hijo del narcolépsico del barrio no
se fía y reaparece cuando menos se le espera. Está sentado en su
silla de siempre contando los días que le quedan para convertirse en
papá. Mirarlo evocaba ineludiblemente al viejo Gene, todo un
cascarrabias. Es curioso, me decía, fui hijo, primo y sobrino de
alguien; he sido universitario, irrespetuoso, astronauta y hasta
futbolista, pero ahora me voy a convertir en PADRE, voy a ser PADRE
de alguien. ¿Sabes lo que significa eso?
En
aquella esquina, su aire distraído le
hacía parecer
estar en comunión con las
impetuosas
fuerzas del cosmos pero su discurso trascendía más allá de lo
meramente filosófico.
Ya
nada volverá a ser igual, amigo mío, aprovecha ahora para dormir.
Mis primeras palabras sonaron tan absurdas como el arrepentimiento
espontáneo que las siguieron. Luego me percaté de que evidentemente
todas sus actividades extracurriculares iban a ser sacrificadas en
beneficio de un bien mayor como aquél, estaba claro.
Me
preguntaba si Txema pensaría en estas cosas, si bien no era capaz de
encontrarle parecido al descarado actor de vodevil del otro día. En
mi caso, pensar en la inducción tras cuarenta y una semanas y seis
días era un mal menor que asumiría si despúes del jueves 21 este tinglado lograba mantenerse en pie. La pequeña Júlia, inocente
nonata -objeto de deseo de sus ansiosos padres-, apuraría sus
últimos tragos de líquido amniótico ajena al jaleo de las voces y
ruidos de fuera, lejos del monte de Bugarach y las teorías de
Sitchin sobre el exoplaneta que debería orbitarnos estos días.
Fíjate
bien. Parecen billetes como aquellos verdes de mil pelas. Da gusto
venir al santuario de Queralt a observar el infinito en paz, sin guerras ni incendios que sofocar.
Luego
hay un fundido en negro y alguien susurra ‘avi’ para subsanar
tanto chisme y tantas trastiendas obviadas aposta.
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