Comenté anteayer con mi amigo Xavi un once tipo que hubiera destacado en el torneo, y le solté estos nombres: Casillas, Lahm, Piqué, Hummels, Jordi Alba, Schweinsteiger, Pirlo, Xavi, Iniesta, Cristiano Ronaldo y Mario Gómez. Evidentemente he ido bastante sobre seguro, pero jugadores como De Rossi, Khedira, Fàbregas u Özil, de entre las grandes, tendrían cabida en ese ideal, por no hablar de otros que han dejado huella pese a no clasificarse, tipo el 14 de la República Checa, la banda derecha polaca del Dortmund, Shirokov o los portugueses Moutinho y Joâo Pereira.
Sea como fuere, nos han vendido que la Eurocopa en sí está sirviendo para olvidar. Que el deporte en general y los éxitos de los nuestros es algo positivo como anestésico ante la virulencia de la interminable crisis de los cojones. Rajoy, presidente del gobierno español, después de pactar el histórico rescate financiero con el mismísimo diablo, tomó el primer avión para Polonia ajeno a las consecuencias y con un sentido de la negación evidente y hasta ridículo. Desde las trincheras de la mass media, se ha contribuido a alimentar ese 'bienvenido opio', como escribió Javier Marías, lejos de cualquier pretensión realista sobre la verdadera situación, pero los parches temporales no alivian el foco de tensión del día a día y tienen fecha de caducidad, por lo que muchos seguimos teniendo la sensación de que nos toman el pelo cada vez con más descaro; la osadía de que, con el amparo de la estupidez de las masas y la nula preparación para un más que posible crack del estado del bienestar, un evento así pueda adormecer las conciencias de los que se van a tener que despertar mañana temprano con la nevera vacía, clama al cielo llamando a una revolución que, en este país dividido por resquemores centenarios, sigue sonando a chino mandarín. En realidad, pero, no hace falta engañar al pueblo con enrevesados juegos de palabras (rescate=plan viable de desahogo, por decir algo que suene a esperpento) ni con drogas blandas. La gente, llegados a este punto, sólo pide pan y mantener su modus vivendi intacto, ajeno a las arbitrariedades de los mercados y las malas artes de nuestros políticos.
Si siguen riéndose de nosotros, corremos el riesgo de desarraigarnos y de volver a las calles, haciéndolas más inseguras si cabe, creando nuevas desconfianzas que a la larga podrían desencadenar un desastre de proporciones épicas. Llegados a este punto, la desidia generalizada es inaceptable, pero no dejo de preguntarme qué podríamos hacer para cambiar las cosas o impedir que cambien negativamente para el desarrollo de nuestra superpoblada especie (si la madre Gaia no nos hunde antes).
El fútbol es un espectáculo, la Eurocopa y el Mundial lo son. Cada dos años escribo aquí sobre la ilusión que nos provoca, sobre todo teniendo un equipo campeón allí en la lejanía de lo ficticio: nada que no puedas oler y tocar y saborear es real, pero la percepción de su existencia convierte los destellos de los sueños en sensaciones verídicas de corto recorrido, caducas, como el deseo evaporado en un suspiro. He escrito mucho sobre eso, sobre el sentido verdadero de la existencia, siempre a riesgo de repetirme. Para mí, es la base de mi estadía en este planeta, en esta vida terrenal: soy un cazador de deseos puro, lo que me da el aliento para seguir intentando permanecer. Sobrevivo para captar esa fugacidad en plenitud, con los sentidos en alerta y completamente a su servicio, adaptándome a los cambios y los desafíos que me brinda la muy jodida.
Todas las pasiones del Hombre, por muy barriobajeras que sean, no eximen a las responsabilidades que se le presumen. Su condición es tan antinatural hacia los engaños y las tretas de su progenie que provoca el llanto desconsolado sin remedio. Hoy ha ganado España, pero mañana voy a tener que ir a trabajar o a la puta cola del paro a mendigar. ¿Me voy a dormir más contento? Seguro. Pero no voy a dormir mejor por ello, ya que los verdaderos problemas no desaparecen gracias a ningún juego de mierda -aunque no escatime en loterías por si acaso. Y si quieren que esté alegre mientras dure la andadura del equipo en el torneo, olvidando toda la basura que tengo que aguantar frecuentemente, están apañados. ¿Qué aspiraban, a un mes de paz armada? Yo no necesito ningún oasis para relajarme y luego volver a las trincheras. ¿De qué hablamos, de Orwell en pleno siglo XXI? ¿Sociedad dirigida? ¿Dictadura? ¿Qué pasará cuando acabe el torneo, una vez desenmascarados con todo este asunto y el rescate y Rodrigo Rato y la puta prima de riesgo y los alemanes de Merkel y el politiqueo guarro y los recortes y los impuestos y las constantes amenazas sobre el aumento de la pobreza y el fin de los recursos naturales del planeta?
Vuelta al diván y a los bostezos. El rencor es una arma muy poderosa, a una semana de la final de la Eurocopa desde la 'bota', pero no hay manera de descansar ni de sacar nada en claro: la borrachera del ¡martes! anticipó una necesidad de vacaciones muy evidente.
Yo no olvido, aunque el Belpaese pida calma y disfrute del pequeño microcosmos que voy a defender con uñas y dientes y siempre en guardia.
Si siguen riéndose de nosotros, corremos el riesgo de desarraigarnos y de volver a las calles, haciéndolas más inseguras si cabe, creando nuevas desconfianzas que a la larga podrían desencadenar un desastre de proporciones épicas. Llegados a este punto, la desidia generalizada es inaceptable, pero no dejo de preguntarme qué podríamos hacer para cambiar las cosas o impedir que cambien negativamente para el desarrollo de nuestra superpoblada especie (si la madre Gaia no nos hunde antes).
El fútbol es un espectáculo, la Eurocopa y el Mundial lo son. Cada dos años escribo aquí sobre la ilusión que nos provoca, sobre todo teniendo un equipo campeón allí en la lejanía de lo ficticio: nada que no puedas oler y tocar y saborear es real, pero la percepción de su existencia convierte los destellos de los sueños en sensaciones verídicas de corto recorrido, caducas, como el deseo evaporado en un suspiro. He escrito mucho sobre eso, sobre el sentido verdadero de la existencia, siempre a riesgo de repetirme. Para mí, es la base de mi estadía en este planeta, en esta vida terrenal: soy un cazador de deseos puro, lo que me da el aliento para seguir intentando permanecer. Sobrevivo para captar esa fugacidad en plenitud, con los sentidos en alerta y completamente a su servicio, adaptándome a los cambios y los desafíos que me brinda la muy jodida.
Todas las pasiones del Hombre, por muy barriobajeras que sean, no eximen a las responsabilidades que se le presumen. Su condición es tan antinatural hacia los engaños y las tretas de su progenie que provoca el llanto desconsolado sin remedio. Hoy ha ganado España, pero mañana voy a tener que ir a trabajar o a la puta cola del paro a mendigar. ¿Me voy a dormir más contento? Seguro. Pero no voy a dormir mejor por ello, ya que los verdaderos problemas no desaparecen gracias a ningún juego de mierda -aunque no escatime en loterías por si acaso. Y si quieren que esté alegre mientras dure la andadura del equipo en el torneo, olvidando toda la basura que tengo que aguantar frecuentemente, están apañados. ¿Qué aspiraban, a un mes de paz armada? Yo no necesito ningún oasis para relajarme y luego volver a las trincheras. ¿De qué hablamos, de Orwell en pleno siglo XXI? ¿Sociedad dirigida? ¿Dictadura? ¿Qué pasará cuando acabe el torneo, una vez desenmascarados con todo este asunto y el rescate y Rodrigo Rato y la puta prima de riesgo y los alemanes de Merkel y el politiqueo guarro y los recortes y los impuestos y las constantes amenazas sobre el aumento de la pobreza y el fin de los recursos naturales del planeta?
Vuelta al diván y a los bostezos. El rencor es una arma muy poderosa, a una semana de la final de la Eurocopa desde la 'bota', pero no hay manera de descansar ni de sacar nada en claro: la borrachera del ¡martes! anticipó una necesidad de vacaciones muy evidente.
Yo no olvido, aunque el Belpaese pida calma y disfrute del pequeño microcosmos que voy a defender con uñas y dientes y siempre en guardia.