miércoles, 29 de abril de 2009
LA IMAGEN DE LA DISCORDIA
Hoy me he levantado más temprano de lo habitual, sobresaltado por una imagen que no me dejaba respirar.
Sigo sin entender porqué los nervios no me dejan en paz, porqué no se van a otro lugar.
La pregunta más recurrente que me hago esconde un miedo atroz a afrontar la mugrienta realidad. En verdad no sé qué diablos hice para merecer esto, si es que algo así se puede llegar tan siquiera a discutir. ¿Desde cuándo me obligaron a vivir en este asqueroso exilio?
A estas horas, la pandémica duda atañe a la persona que representa al rey de oros, mi despiadado mecenas particular, musa de antaño. ¿Cómo se puede vivir así?
Sé que cualquiera me obligaría a enfrentarme a ello, cualquiera menos yo mismo. No hay nadie al otro lado, nunca lo ha habido. ¿Crees que abandonar el barco serviría para mejorar las cosas?
Podría ir por ahí a crear otro concesionario, en alguna región inhóspita, lejos de la tristeza. Pero esa imagen seguiría persiguiéndome; me he condenado a vivir con una bola en el estómago, justo antes de los 30, y no sé como voy a salir de este maldito entuerto. ¿Cómo voy a aguantar con el mismo traje toda la vida?
Ni el destierro bastaría. Es muy triste descubrir que ya no tengo cojones para irme a ningún lado, y que, sin embargo, no puedo detener el flujo incesante de inquietud que me tortura.
Estoy llegando a un momento clave, pero el desasosiego que me impide dormir por las noches no entiende de esas cosas. No me puedo concentrar en nada demasiado tiempo, cosa que me arrastra hacia el pozo de la ignorancia por los tiempos de los tiempos.
Desearía decirle que lo entiendo, que no hace falta que sigas aquí dentro, que creo que lo mejor es que desaparezcas, por favor. Pero ya hace demasiados años que se mantiene cerca, entre las trincheras del pensamiento -a pocas millas de mi barrio-, y no parece tener intención alguna de irse a ningún lado.
No recuerdo desde cuando soy así. No sé si siempre fue por una chica, por la idea de una chica o por algo mucho más profundo, como digo; en el primer sentido, sé que una vez sufrí mucho, y que, en otra ocasión, me resultó más difícil aún catalogar la especie. Si la vida está hecha para compartirla con otra persona, no sé hasta qué punto poyectaría mis inseguridades en ella. Es como la gota que colma el vaso, el desencadenante que designa a los jueces encargados del proceso. La imagen de la incapacidad contra la experiencia.
Ya sé cómo se nace, pero, ¿es así como se hace?
Siempre he sabido porqué alguien se acercaba a mi. En verdad, no tengo nada más que ofrecer, cosa de lo más injusto para la añada 2008-2009; qué le podría explicar, si a los tres segundos soy como el agua clara y fresca que baja por el riachuelo con el rocío de la mañana. Si sigo resistiéndome de esta manera tan patética, no me imagino porqué alguien podría bordearme tanto tiempo, la verdad.
¿Puede un hijo crecer sin padre?
Una de las cosas que me alegra e ilusiona es la llegada del buen tiempo. Siento cierta responsabilidad asociada a un ligero trance, cosa que no me impediría alcanzar mis propósitos pero. Apenas un pequeño resentimiento y una certera presunción rencorosa, llegado el momento, pero sin tener que llegar a dar explicaciones. No puedo cerrar una puerta si nunca la abrí aunque tuviera las llaves.
No opté por ese camino ante la idea de quedarme solo. Hace mucho que sabía lo que estaba pasando, así que, independientemente, tomé cartas en el asunto. No es que esté solo. Sé que estoy solo.
Todavía echo de menos al mar y sus ofrendas, pero, ¿qué borrachera no purga esta insatisfacción?
¿Que qué voy a hacer? La costumbre dirigirá mis pasos hasta que el fin del verano marque nuevos retos. No lo voy a dejar en manos del destino, aunque pienses que siempre hablo de lo mismo. Voy a vivir al día. Con esa imagen en la mano, día tras día.
Me armaré de valor cada tarde para salir de casa. Seguiré viendo pasar, sin espacio, la botella medio vacía.
Por eso, ahora, en esta fresquita mañana, me he despertado preguntándome varias cosas. Con una jodida imagen que me abandonaba, cayendo por el precipicio, en un fatigoso sueño de lo más revelador. Yo le ofrecía mi mano, pero ella se reía en mi puta cara, prefiriendo caer al vacío.
Los nervios siguen aquí, el médico me recomendó que dejara el café, pero yo no le pienso hacer caso.
Hay que tener tanta fe, que a veces es difícil soportar tamaña falsedad, pero no queda más remedio; ¡qué diablos, tengo que cambiar de representante, pardiez!
Las náuseas de la incertidumbre acaban de sustituir a la dificultad respiratoria, y la jodida bola, en esta preciosa mañana de miércoles primaveral, va a tener que pasar por el aro de la raza blanca.
Me llevo a la imagen de la discordia conmigo.
viernes, 17 de abril de 2009
EL DISCURRIR AUSENTE (TREINTA Y SIETE SEGUNDA PARTE)
Me planto en la ciudad más grande de este país solo y cansado hasta aburrir y desesperar al más pintado (aunque me dispare a quemarropa en la cabeza).
No soy buena compañía para viajar, ya que o voy a remolque o me molesta hasta el más mínimo detalle, así que pensé que era mejor no pensar en eso.
Ya en el tren me divertí de lo lindo al toparme con varios personajes y escuchar sus conversaciones; intentar relacionarme un poco no me iría mal, como disponía entre raíles con los ojos como platos. La capacidad de sorprender, propia de la naturaleza humana, es verdaderamente espeluznante, pero lo mejor era que ni siquiera tenía que intervenir. Ver los toros desde la barrera de vez en cuando es cojonudo. Relaja la mente y dispone libertad absoluta para absorber todo cuanto abarquen los sentidos.
Luego está propiamente lo que te compete a tí. En esas no hay nada mejor que jugar a ser otro; para Hong Kong fui un italiano que estaba recorriendo el país entero, auque mi ropa no ayudara demasiado:
- Mi chiamo Enzo.
- What?
- My name is Enzo. Vincenzo. Vincent. Vincent Vega, you know? I'm from Sicily. I'm just arriving from Amsterdam. Sorry, Hong Kong is chinese yet or british nowadays?
Como no recuerdo las palabras exactas no transcribo más, que me da vergüenza y el inglés no me llega. Di rienda suelta al gran actor que llevo dentro un par de veces más, las justas para soltar el veneno que todo hombre arrastra.
Siempre que puedo utilizo el you know, además con acento yankee made in Hollywood. Culpa de mi madre, que se pasaba los días cocinando con gente como Sylvester Stallone o Paul Newman; cuando murió éste, hace un año creo, hicimos un minuto de silencio de lo más sentido. No entiendo como alguien no puede conocer Pulp Fiction, es algo que no me explico.
Nada más desembarcar, me topé con una argentina con voz y tono de listilla. Me preguntó por El Prado, "yo voy hacia allá, pero no tengo ni idea de cómo", así que fuimos juntos. Desconfío de todo el mundo en general, pero de los argentinos mucho más; parece que te la quieran meter doblada, siempre con el envoltorio más atractivo posible. De todas formas, no tenía mucho que perder ni rumbo fijo, estaba dispuesto a aceptar lo que el destino me ofreciera sin más.
Era de una provincia de Buenos Aires cuyo nombre no puedo acordarme y maldecía a los capitalinos bonaerenses excluyentes. Se quejaba todo el rato. Le dije que no sabía una mierda sobre América Latina, pero insistía una y otra vez:
- ¿No dijiste que sos historiador?
Mierda, olvidé que estaba actuando.
- Sí, pero por aquí intentan que seamos europeos, sabes. Lo único que sé de Argentina es que Maradona es vuestro Dios en rehabilitación dudosa y eterna, Messi su sucesor síndrome y que os saqueamos toda la plata que pudimos con Colón y compañía.
Quería que se largara de una puta vez, pero no pilló la indirecta descaradamente directa. Empezó a hablarme de su vida y milagros, ya con menos aspavientos. Escuchaba sólo frases sueltas (era muy cargante), y cacé perlas como que su sueño desde pequeñita era ir al Prado o que su padre, un desgraciado campesino, saludó una vez a Evita Perón y le enseñó a pintar (?¿).
A juzgar por su equipaje, podría dar fe de su vena pintora y no extrañarme tanto; unos canutos de papiro singulares le sobresalían por todas partes, diríase que tenía un mapa del tesoro para todo. Llevaba las uñas pintadas como girasoles, o eso creí ver, pero ya estábamos cerca del museo entre corrientes de gente y un calor asfixiante que hasta ese instante no había advertido.
Al llegar, vi un cartel que me hizo recordar algo que hizo que me desconcentrara: Francis Bacon. Por un momento pensé en el filósofo. Me excusé burdamente (le espeté que había quedado en el baño de la planta baja con un chico) y salí pitando de su vera. Mientras me íba a toda prisa aún me quedó tiempo para girarme y ver la cara que puso, con sus ojos verdes sobresaliéndose de las órbitas. Menuda una...
Liberado de nuevo, hice el recorrido lentamente, lejos de las pretensiones turísticas: una vez alguien me dijo que ese tío merecería mi atención.
Todos los cuadros estaban protegidos por un maldito vidrio protector que no me dejaba ver el detalle (pretendía encontrar una obsesión en ellos), por lo que empecé a sentirme realmente mal. Puede que no fuera tan pesada después de todo. Empecé a pensar en todo lo bonito que podría ser Argentina: la Pampa, ver un Boca-River en La Bombonera, ir a la fábrica de la Quilmes, conocer al Diego y compartir unas lonchas con Él, etc. La presunta temática del artista torturado no ayudaba a agilizar el vuelo, pero yo seguía avanzando entre arcadas, esperando a que los turistas se fueran, intentando obviar las jodidas cristaleras que reflejaban todo lo que se movía. De pronto, me convertí en el jodido Hombre en Azul. Debí equivocar el trayecto. ¡Hasta llevaba el mismo puto traje!
- Disculpe. Disculpe. ¡Disculpe!
Alguien me estaba propinando golpecitos en mi brazo derecho y empezaba a agarrarme de la camisa, cosa ésta que me hizo aterrizar de golpe y porrazo. Una vigilante del museo me comunicaba amablemente que no podía llevar por el recorrido la maldita botella de agua de dos litros.
- Ningún problema, me la bebo y la tiro en la primera papelera que vea.
Se quedó petrificada. Sólo cuando vas solo por ahí te permites esa clase de licencias, a cambio, eso sí, de asustarte a la más mínima. Entre sobresalto y sobresalto abandoné el recinto; ya había agotado todo lo que tenía que agotar. Estaba exhausto y sudaba como un cerdo, pero no podía volver al hotel puesto que no había reservado ninguno y volvía esa misma noche a casa, así que esperé fuera fumando un cigarrillo tras otro, haciendo fotos de personajes,
a ver si aparecía mi simpática boluda...
lunes, 13 de abril de 2009
VUELTA Y VUELTA
Ha vuelto y nadie se lo ha pedido.
Ha vuelto la tortura tensional a masacrar todo aquello por lo que luché.
Ha vuelto el desastre emocional que una vez pude evitar y que en otra ocasión convivió conmigo en paz armada.
Ha vuelto la tortuga para recordarme que la patata no es regular.
He vuelto a desplomarme sin sentido, cerca del precipicio.
Ha vuelto la tesitura que antaño me governó y que ahora más me atosiga.
Ha vuelto el delirio a hacer de las suyas y a intimidar a pobres justos, que por bandoleros, putas y pecadores se vende.
Ha vuelto la temperatura a bajar en demasía y a permitir sacar a flote aquella maldita debilidad.
He vuelto a derramarme encima lágrimas agónicas, esperando la ocasión perfecta (con alguna ayudita) para volver a la cama y dormir por paciencia o eliminación,
que mañana hará cien años.
He vuelto,
pero no para quedarme.
jueves, 9 de abril de 2009
TREINTA Y SIETE MADRID (PRIMERA PARTE)
19h.
Me hallaba en la gran ciudad marítima, azotado por sus multitudes en sábado; agobiado, profundamente asqueado, sabiéndome mal amigo y oliendo peor agüero, desde luego.
No tenía muchas ganas de ir a ningún lado, pues, y no veía posibilidades reales de moverme hasta el verano, de modo que ya me sentía cansado antes de empezar el viaje.
No pensé mucho en ello porque no era seguro y, llegado el caso, estaba dispuesto a dejarme llevar por las alas de la improvisación. Se trataba de eso, y de dejar las losas del pensamiento libres (o aflojadas) al menos por un día.
Cuatro tíos de verde y dos señoritas se molestaban por mi billete, pero mi barba no era lo suficientemente frondosa como para llamar la atención. Así no íbamos a ningún lado. ¿De dónde iba a sacar yo el ánimo para una razia como esa?
No llevaba equipaje. Siempre me ha molestado cargar con maletas, limitan la capacidad de movimiento sobremanera. Una vez dentro, busqué mi litera en el octavo departamento, pero los números andaban escondidos, agazapados, mientras se me cruzaba un pensamiento tipo Auschwitz; seis camas apiladas, como sardinas envasadas al vacío en previsión. Los pasajeros son plenamente conscientes y por lo tanto permisivos, así que suele reinar la camaradería. En cuanto a los olores ya es otra cosa, situación en la que sólo sirve el 'de tripas corazón', y tal vez rezar para que no te toque un puto apestoso cabrón.
Poco a poco me iba animando: Hong Kong bien vale un visado, uno bello, imberbe y poco utilizado. Pero debía dormir, así que fui directo al grano entre la estupefacción más absoluta y el constante balanceo, para librarme de estúpidas convenciones y otras connotaciones más débiles aún. Después de todo, me esperaba un día duro de cojones y, gracias a la emoción del momento, pude recurrir a la pastilla amarilla que me sumiría silenciosamente en dulces tinieblas, sin ni siquiera quitarme los calcetines.
Había arrasado con el botiquín de sorpresas en apenas veinticuatro horas de capital regia, de modo que para la vuelta sólo disponía de varios teléfonos y un persistente dolor de cabeza. Esta vez me toparía con gentes del norte, hombres recios, hechos y derechos, que glorifican el arte del embuste con absurdas conversaciones cuyo propósito no es otro que el de cumplir como pasatiempo, que como toda palabra que empieza por 'pasa' (aunque deliberadamente de mutuo propio), pasajera deviene:
- Tengo una casa en Villasumil.
- No me digas... ¡¿En Villasumil?!
- Sí, ¿lo conoce?
- Claro hombre, yo soy de ..., el pueblo ...
- ¡De al lado, claro!
- Sí sí, vaya vaya. Esa vieja carretera... ¿Y de qué casa eres?
- De la de Paco. Soy sobrino de ...
- ¡Esther!
- ¡Exacto!
- Vaya vaya, pues yo soy tío segundo de ... ¡Qué cosas!
- ¡Tío segundo de ...! ¡Yo iba a su huerto cada mañana a echarles una mano!
- ¿Su huerto? Ah bueno bueno, no tenían huerto, pero estaba Angelita, la peluquera, que...
- Claro claro...
Y así hasta el infinito, como si fuera una cadena que no tuviera problemas en retroalimentarse. Lo curioso y divertido es que, al entrar en detalles la conversación de dos desconocidos, se descubre al asesino fácilmente (dicen que se coge antes a un mentiroso que a un cojo), pero eso no les inquieta ni molesta lo más mínimo, haya o no espectadores. ¡Demonios! Tengo mi cámara demasiado oxidada...
Dejo escapar un leve gruñido y me retiro a mis austeros aposentos, repasando mentalmente todo lo que había hecho y lo que me había perdido durante la larga jornada dominical, en ese extraño convoy de ida y vuelta, penurias y muerte aparte. Volví a intentar dormirme entre varios episodios, a cada cual más peculiar, pendiente de que no me robaran nada; ¿Cuánto tiempo he estado dormido? Creo que me he dejado algo en algún sitio. ¿Es Hong Kong china o tal vez británica? Pero... ¿Es una ciudad, un protectorado o qué cojones es? ¿Estará llena de luces como esas atiborradas urbes asiáticas? A todo esto... ¿dónde coño está Hong Kong? ¿Es Jackie Chan hongkoniano? Se debe haber roto la crisma rodando o algo, hace mucho que no llega una peli suya...
Era ya muy tarde y Barcelona no quedaría muy lejos. La mirada del revisor decía que el tren estaría dispuesto a despedirse con el reloj de Madrid, mientras yo me sacaba de la chistera un último lingotazo de whisky y la gran ciudad marítima, dormida por sus multitudes domingueras, dejaría así de ser una amenaza,
como en esas diecinueve horas de vaivén por el extraviado bajel (del Ser).
Me hallaba en la gran ciudad marítima, azotado por sus multitudes en sábado; agobiado, profundamente asqueado, sabiéndome mal amigo y oliendo peor agüero, desde luego.
No tenía muchas ganas de ir a ningún lado, pues, y no veía posibilidades reales de moverme hasta el verano, de modo que ya me sentía cansado antes de empezar el viaje.
No pensé mucho en ello porque no era seguro y, llegado el caso, estaba dispuesto a dejarme llevar por las alas de la improvisación. Se trataba de eso, y de dejar las losas del pensamiento libres (o aflojadas) al menos por un día.
Cuatro tíos de verde y dos señoritas se molestaban por mi billete, pero mi barba no era lo suficientemente frondosa como para llamar la atención. Así no íbamos a ningún lado. ¿De dónde iba a sacar yo el ánimo para una razia como esa?
No llevaba equipaje. Siempre me ha molestado cargar con maletas, limitan la capacidad de movimiento sobremanera. Una vez dentro, busqué mi litera en el octavo departamento, pero los números andaban escondidos, agazapados, mientras se me cruzaba un pensamiento tipo Auschwitz; seis camas apiladas, como sardinas envasadas al vacío en previsión. Los pasajeros son plenamente conscientes y por lo tanto permisivos, así que suele reinar la camaradería. En cuanto a los olores ya es otra cosa, situación en la que sólo sirve el 'de tripas corazón', y tal vez rezar para que no te toque un puto apestoso cabrón.
Poco a poco me iba animando: Hong Kong bien vale un visado, uno bello, imberbe y poco utilizado. Pero debía dormir, así que fui directo al grano entre la estupefacción más absoluta y el constante balanceo, para librarme de estúpidas convenciones y otras connotaciones más débiles aún. Después de todo, me esperaba un día duro de cojones y, gracias a la emoción del momento, pude recurrir a la pastilla amarilla que me sumiría silenciosamente en dulces tinieblas, sin ni siquiera quitarme los calcetines.
Había arrasado con el botiquín de sorpresas en apenas veinticuatro horas de capital regia, de modo que para la vuelta sólo disponía de varios teléfonos y un persistente dolor de cabeza. Esta vez me toparía con gentes del norte, hombres recios, hechos y derechos, que glorifican el arte del embuste con absurdas conversaciones cuyo propósito no es otro que el de cumplir como pasatiempo, que como toda palabra que empieza por 'pasa' (aunque deliberadamente de mutuo propio), pasajera deviene:
- Tengo una casa en Villasumil.
- No me digas... ¡¿En Villasumil?!
- Sí, ¿lo conoce?
- Claro hombre, yo soy de ..., el pueblo ...
- ¡De al lado, claro!
- Sí sí, vaya vaya. Esa vieja carretera... ¿Y de qué casa eres?
- De la de Paco. Soy sobrino de ...
- ¡Esther!
- ¡Exacto!
- Vaya vaya, pues yo soy tío segundo de ... ¡Qué cosas!
- ¡Tío segundo de ...! ¡Yo iba a su huerto cada mañana a echarles una mano!
- ¿Su huerto? Ah bueno bueno, no tenían huerto, pero estaba Angelita, la peluquera, que...
- Claro claro...
Y así hasta el infinito, como si fuera una cadena que no tuviera problemas en retroalimentarse. Lo curioso y divertido es que, al entrar en detalles la conversación de dos desconocidos, se descubre al asesino fácilmente (dicen que se coge antes a un mentiroso que a un cojo), pero eso no les inquieta ni molesta lo más mínimo, haya o no espectadores. ¡Demonios! Tengo mi cámara demasiado oxidada...
Dejo escapar un leve gruñido y me retiro a mis austeros aposentos, repasando mentalmente todo lo que había hecho y lo que me había perdido durante la larga jornada dominical, en ese extraño convoy de ida y vuelta, penurias y muerte aparte. Volví a intentar dormirme entre varios episodios, a cada cual más peculiar, pendiente de que no me robaran nada; ¿Cuánto tiempo he estado dormido? Creo que me he dejado algo en algún sitio. ¿Es Hong Kong china o tal vez británica? Pero... ¿Es una ciudad, un protectorado o qué cojones es? ¿Estará llena de luces como esas atiborradas urbes asiáticas? A todo esto... ¿dónde coño está Hong Kong? ¿Es Jackie Chan hongkoniano? Se debe haber roto la crisma rodando o algo, hace mucho que no llega una peli suya...
Era ya muy tarde y Barcelona no quedaría muy lejos. La mirada del revisor decía que el tren estaría dispuesto a despedirse con el reloj de Madrid, mientras yo me sacaba de la chistera un último lingotazo de whisky y la gran ciudad marítima, dormida por sus multitudes domingueras, dejaría así de ser una amenaza,
como en esas diecinueve horas de vaivén por el extraviado bajel (del Ser).
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