martes, 18 de septiembre de 2007

EL ESPEJO DE LA EXTRAÑA PAREJA

EXTRAÑO EN TIERRA EXTRAÑA.
- Ponme un pelotazo anda, que me quiero ir riendo a mi casa...
Despertarse un domingo antes de las 10 ya era de por sí extraño.
¿Jugaría una vez más a ser mitómano? Habían muerto todos ya.
Echaba de menos las series de triples que se marcaba en la pista de la RAI. Consiguó dejar el récord en 14 minutos. En realidad echaba de menos muchas cosas, tantas que se sentía constantemente extraño en tierra extraña, una variante comedida de su amigo el cineasta.
Ya no temblaba ni se emocionaba, ¿dónde demonios habían escondido esas cualidades tan básicas e imprescindibles para sobrevivir?
Enzo llegaba a un punto hasta ahora desconocido para él. Se preguntaba si serían capaces de seguirle y hasta cuando duraría esa sensación. Había perdido el apetito pero ansiaba devorar a alguien.
Era consciente de que agotó toda su credibilidad en aquella partida de cartas clandestina, pero ya no le daba ningún miedo volver a apostar. ¿Qué más le podía pasar? Había sufrido mucho para llegar a aquél espacio (as/esc)éptico inhumano -como si no fuera suficientemente ridículo- y se sentía fuerte para aceptar lo que viniera a cambio. Es cierto que no se puede ir por ahí soltando lastre sin especificar ni esperar nada a cambio, una bofeteda tras el espejo, muchas veces lo más justo. También era cierto que, aunque contra su voluntad, sabía con certeza que no pertenecía a este mundo, ya que en verdad se dedicaba a mirar por la cerradura reflejado a ver qué pasaba. Pero esta cobardía -sabida mal entendida- pretendía molestar más bien poco, y ese era su maldito error en esta historia.
Serían los últimos restos de una incapaz llamada de socorro, una especie de oda a esa especie de calles vacías tantas veces recorridas por la muchedumbre. Podría vivir en ese estado eternamente, pero, ¿cómo podía tener miedo y no temblar? ¿Era así como quería vivir?
Esa seguridad aparente -por desconocida- llena de palabras contradictorias el discurso del que se ve a sí mismo como un discípulo de la experiencia. Seguía hirviéndole la cabeza, pero no era nadie y era irremediable. La respuesta andaba cerca...
Hacía calor aún. Parecía julio. No corría ni una brizna de aire y el tiempo parecía haberse detenido. Distinguió claramente un foco de energía arrebatadora que casi vuelve a sacarle del jodido mundo. Había vuelto y enterrado una existencia llena de relojes y reproches.
¿Se habría ella dado cuenta?

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