miércoles, 8 de junio de 2005
EL SENTIMIENTO TE POSEE
Dice la frase promocional de una película que todo principio tiene un final. Que no hay nada para siempre. En ese caso en particular se trata de una trilogía, eso sí, con múltiples ramificaciones. En el asunto que voy a tratar se verá reflejado en el desencanto de estas líneas, finiquitadoras de toda la tinta y lágrimas vertidas, sin otro próposito mas que el de eludir esas posibles variantes (por ser peligrosas para la salud mental del ser humano).
Para alguien que hace de la vida una continua lucha contra el tiempo es difícil medir la distancia recorrida hasta el día de hoy, las personas con las que se ha ido relacionando. Se me antoja como un ejercicio de puro estilismo y, siendo franco, carezco de esa pluma, así como de los medios necesarios para comprender al mundo que me rodea. Mi vertiente menos aguerrida me advierte de que probablemente el problema lo tenga yo, no ellos. Que no puedo seguir vomitando palabras y frases inconexas sin espacio para respirar. Que, en mi sabiduría, soy incapaz de orientar a mi cerebro hacia cotas más altas, condena perpetua de amargo sabor.
Cada nueva decepción aumenta el dolor de estar vivo. Justo después se me aparece una pregunta: ¿preferirías estar muerto? Esta terrible dualidad hace que cada día tenga que reinventar mis mitos. Esta posibilidad, de hecho, es lo único seguro que me ha sido otorgado para no volver al lugar que jamás quise visitar. Algunos lo llaman experiencia. Yo prefiero llamarlo nomadismo.
El mundo que yo regento está sólidamente construído sobre bases de mucho dolor y sufrimiento. Antes explotábamos todos los recursos naturales y seguíamos nuestro camino. Hoy nada ha cambiado, excepto que eso mismo se ha trasladado al corazón de los seres humanos. La lucha por la supervivencia implica la batalla entre nuestros congéneres, mientras que la guerra por vivir mejor lleva al más oscuro y silencioso olvido de esos corazones que deambulan sin rumbo fijo.
Una vez creí que las cosas cambiarían, pero al final ya no hará falta ninguna profecía mesiánica de viejo o nuevo cuño más, ni otro cuaderno de quejas. Ni siquiera el recuerdo como instrumento para combatir al tiempo aniquilador -oda a la memoria redentora-, ni los momentos buenos, nada. Solamente nos quedará la posibilidad de apostar por una cosa, el sentimiento.
Que el riesgo lleve a la gloria del fracaso en este mundo perecedero y guíe a nuestros desamparados corazones.
escrito sobre las 2 de la madrugada del 7 al 8 de junio
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