jueves, 30 de mayo de 2024

TESTIGO PASIVO


 Era testigo de su propia rúbrica, hereje y custodio de la semilla que definía no solo una manera de ser, sino un mismo vaivén nacido de las entrañas del oleaje eterno.

Esa agitación interna, que hacía que se despertara por las mañanas con la carga de un borrico siciliano de los sesenta, somatizaba todos los peligros del mundo y los convertía en elementos pasivos para el teatrillo diario. 

Ay, cuando salga mi tercer año se decía a sí mismo... ¿Qué me deparará el destino? ¿Tendrá playa, ese lugar soñado, y unos acantilados a los que asomarse? ¿O serán sus inviernos largos y duros como un día sin pan? ¿Encajaré entre sus dulces gentes?

O tal vez le mirarán como a un extraño, señalándole con el dedo índice y riéndose a sus espaldas mientras camina empapado y perdido por unas angostas y empedradas calles de alabastro al buscar un colmado en el que comprar un sobre de sopa precocinada para calentarse por las noches y un alféizar que le cobije.

Al fin y al cabo, como testigo voluntario y jugador empedernido que era, el enorme tablero era como una especie de reto para él. Incluso si no entendía las reglas del juego en sí; veía el sufrimiento de propios y la desidia de extraños como un aliciente para reafirmar su fe. Entendía el peaje que había que pagar como una especie de viacrucis y, pese a todo, pensaba en sacar algún rédito de todo aquello: solo tenía que aguantar un poquito más.

Como todo testigo de su propia rúbrica y hereje tardío del vaivén que no cesa que se precie.