lunes, 24 de septiembre de 2012

TIROS DE PORCELANA



Los recién nacidos son tan frágiles como la porcelana china, parece que estén hechos para caerse al suelo y romperse en mil pedazos.
Los niños. Esos estrafalarios mutantes.
A medida que uno va adquiriendo peso y responsabilidades, las ganas de tirarlo todo por la borda aumentan exponencialmente. Es un hecho inevitable, como dos fuerzas que se atraen por su poder intrínseco. La ciencia tiene que decir mucho al respecto, si bien acaba contrayéndose al tratar de explicar su naturaleza en sí misma (de tales hechos, se entiende).
Sea como fuere, entro por derecho propio en el club de los que se preguntan qué esperar cuando se está macerando; chicos, parados, hombres algunos, especimenes todos ellos con una misión concreta, grabada a fuego en sus cabezas: intentar ser útiles. Mi caso, sin ser excepcionalmente anormal, adquiere tintes épicos al tratarse concretamente de mi mismo. ¿Cómo puedo ser útil siendo tan inútil?
Entiéndase la inutilidad como un proceso largo y pesadamente inacabado. En otras palabras, madurar. Como la fruta de temporada y el vino agrio o el sol del tramonto (ocaso), que corre presto a esconderse cada día sin remedio; tras descubrir que con los años nunca llegaré a ser como el padre todo terreno de antaño, me digo a mi mismo que elijo la opción contemporánea de la 'modernidad'.
Ser un padre moderno tendrá sus inconvenientes, por no hablar de la opinión maternal, pero ahora mismo resulta el único camino viable si no quiero acabar arrojando por la borda al pequeño cabroncete a las primeras de cambio. Cuando veo a mi amigo Tognâo con su Junior (2 meses) se me cae la puta baba y me hace ansiar el momento más esperado de la vida mortal: el puto parto.
Me resulta gracioso cuando se me acerca alguien con ganas de aconsejar en estos asuntos. Yo escucho, o hago ver que escucho, para acabar pensando 'eso no me tiene porque pasar a mi'. No lo puedes decir abiertamente porque, para ellos, se trata de verdades universales, ¡o qué me he creído yo!
Es sorprendente que casi nunca se refieran a cosas buenas o agradables, todo es un jodido infierno cuando se trata de recién nacidos y vasijas de porcelana china valiosísimas. Después de clamar al cielo y mentar a la madre del cordero, se oye un 'pero vale la pena, ¿eh? Es lo más grande del mundo'. Sus dudas intentan ser transferidas con la misma velocidad con la que pretenden olvidarse: sabido por todos es que el sufrimiento ajeno ayuda a paliar el propio sobre manera. El dolor del prójimo nunca es suficiente para pensar en las horas de sueño que voy a perder en tanto me pego un par de tiros, según me cuentan, así que a parte de la obviedad de ver crecer a algo 'tuyo-propio', pocas satisfacciones me quedan. Por no recurrir al paso de los años, a las futuras compañías y a la adolescencia y las frustraciones paternas abocadas en un salto al vacío mortal de necesidad. Todo muy simple, todo en un mísero tarro. No esperarás que investigue sobre cualquier otro tema, ¿no?
Visualizar el futuro quisiera. O no lo quisiera, pero es tan inevitable como el hastío de la mañana. Me agota, aunque he mejorado mis tiempos de reacción. Mi hijo va a ser astronauta, le digo a un amigo, pero mientras él baña sus tardes con alcohol ocupándose del huerto, vuelve a despedirme con un 'tío, por cierto, enhorabuena por tu paternidad', un 'vaya marrón' digno de nuestra generación PS. ¿Astronauta? El zagal va a ser lo que él quiera. En mis manos y las de los míos reinará el poder para que no se desvíe del camino y logre colmar sus objetivos vitales.
Qué cómo me siento... Estoy en ello, amigo mío, las palabras me esquivan. Sólo espero que mi amada Laura no sufra. 'Disfruta del embarazo', como si yo gestara el virus, 'piensa que yo lo echo de menos'. Parece ser que hay una serie de máximas que se repiten irremediablemente, pero yo prefiero esperar a verlo con mis propios ojos.
Sólo por esa sensación, por ese estremecimiento indudable, calculo mis próximos tres meses intentando averiguar cómo diablos se coge a un bebé sin depender de la marea ni mirar atrás.
¿O es que no tengo derecho a emocionarme?