jueves, 3 de noviembre de 2022

EL CONCIERTO


Luciano '22
El concierto de hace unas noches de Luciano Ligabue en Razzmatazz, la mítica sala de Barcelona, tras dos años y medio de espera, parecía venir algo gafado. Y no lo digo por el virus.

En su momento, fue un regalo de los Reyes Magos de Oriente largamente celebrado. Y es que casi puedo decir que yo aprendí italiano con él, joder. Solo que dejé de necesitarlo

Apenas lo escuchábamos en casa y ni siquiera sé si había sacado algo nuevo decente. Con Ho perso le parole Certe Notti en una playlist tenía mi cuota de Ligabue más que cubierta, así que, evidentemente y llegado el día del concierto, no nos sabíamos ni una puta letra de ninguna puta canción porque todo eran greatest hits antiquísimos. Fue muy divertido.

La sala estaba llena de italianos. Si tuviera que apostar, diría un 90-10. Y es que Barcelona es una de las ciudades donde la comunidad italiana es más prolífica: 41.759 censados según datos del año pasado (una cifra que, prácticamente, dobla a la siguiente nacionalidad presente en la Ciudad Condal). Es agotador.

También fue muy rápido, no sé, enseguida tuve la sensación de que sería muy rápido. Se comportaron, o quizá yo estaba cómodo, como cuando te pinchan y para distraerte lanzan la cuenta atrás y antes de llegar al número acordado te clavan la banderilla.

Decía que Razz era un lugar mítico para mi. Pero también para Elisa, la amiga lombarda de Laura con la que habíamos quedado en un bar cercano. Me cayó bien de inmediato, con su pose despreocupada y su camisa de cuadros abierta. Miraba enderredor con la tranquilidad de alguien que no tiene ideaciones autolíticas; además, uno diría (en otro tiempo) que sus tatuajes le añadían un toque canallesco muy de querer andar a su lado. También me fijé en un pendiente que le perforaba el lóbulo de lado a lado con un alfiler grueso, pero no en sus zapatillas (si tuviera que apostar, diría que llevaba unas Vans). Venía con otra Laura, una robusta y parlanchina friuliana fanática de la cerveza y la montaña que amenazaba con babearme la oreja a cada segundo. 

¡La de veces que tú y yo nos habremos cruzado por aquí!, me dijo sin acento alguno. Y es que por lo visto ambos pasamos gran parte de nuestros años mozos con los pies enganchándose a cada paso, aguantando columnas de hormigón (casi le hago una foto a la segunda de la entrada por la emoción) y recorriendo las calles depauperadas de alrededor con la borrachera, cantando al cielo, a Dios y a la virgen.

Hice un montón de viajes al baño. Siempre me pasa en los conciertos (creo que es algo mental), aunque recordaba que durante las 2:45 de The Mars Volta sólo sudaba. Nos reímos mucho con mi Laura tarareando las canciones entre sorbos; Elisa nos decía el estribillo y cuándo gritarlo (Marlon Brando è sempre lui), mientras que a la friuliana los ojos le hacían chirivitas y era incapaz de fijar la mirada. En cuanto a Luciano... era semplicemente lui. Con chaleco y todo (recuérdame que si llegamos a viejos no me ponga uno de esos).

Aunque el otrora conocido como nuevo Vasco Rossi (razonablemente viejoven) no cantara Ho perso le parole, la única canción que esperábamos de verdad y que nos sabíamos (porque nos habíamos hartado de cantarla en el coche con los niños).

Aunque fuera miércoles noche y el concierto se pospusiera dos veces.

martes, 4 de octubre de 2022

LA OPORTUNIDAD

¿Y si no necesito una oportunidad, y el otoño no es más que un estadio en el que se me alejan todas las opciones y entro en barbecho y de ahí no consigo salir e indefectiblemente acabo conformándome como he hecho toda la vida?

Per tenir bona vellesa, un s'ha de morir jove.

Es un mundo precario, y es en él en el que hay que desenvolver una crisis perenne, haciendo como que no se ve pero sin ocultarla del todo, como diría el hilo musical. 

Qué buena frase soltó el anciano. Me dejó hecho polvo. Casi tanto como cuando, a más de dos mil metros de altura, en los Pirineos, no podía respirar bien y recordamos nuestro viaje al Perú y toda la coca legal que pude meterme entre pecho y espalda. Al cabo de unos días otro señor me dijo: val més aprendre vell que morir tonto. No echo de menos la ciudad.

Y si no llego a viejo, a tener estas conversaciones con la juventud. Y si no merezco una oportunidad, a mis cuarenta y dos años. Mis amigos siempre me han tildado de cabezón enfurruñao, qué cosas (mi verdad solía ser la verdad). Pero yo no quiero morir en vida, eso seguro. 

Puto otoño. Si todavía me salen tomates, joder. Lo cierto es que son demasiados los días en que cogería una escopeta recortada y atajaría, pero luego me dejo ir y no consigo tener esa constancia que marca la diferencia. Es lo que tiene la mediocridad: a tiempo corrido te convierte en uraño.

A estas alturas, y aunque me considero un ser afortunado, necesito que las cosas sean sencillas. No hacerme preguntas. Que no haya saltos temporales inexplicables, que el Barça cambie de esquema de vez en cuando, que empiece la NBA y que la cuenta atrás para el Mundial de fútbol no signifique el fin de un modelo de juego y de una era. Que los Mars Volta no saquen un disco que no me encaje ahora, en este momento en el que hay calabazas por doquier (¡y eso que todavía faltan unos días!). Que no me agiten las conversaciones intrascendentes.

Que no tenga que forzar la máquina para sobrevivir al día a día ahora que tengo un objetivo, con un horizonte claro y meridiano como el cielo de estos días.

Que pueda tener una oportunidad. 

viernes, 9 de septiembre de 2022

EL RISCO

 Crónica viajera publicada en el blog de mi amigo @muchohache. 

Échale un ojo, no tiene desperdicio (al proyecto de mi amigo y a mi crónica, por supuesto).

Y aquí el momento emocionante en el risco blanco:


Así fue hace catorce años:


No sé si sería de recibo decir que mucho ha llovido, pero es imposible no sentir el apego al lugar (como diría Yi-Fu Tuan). El tiempo se va...

miércoles, 10 de agosto de 2022

LA ADRENALINA


Hablaba hace diez años de la moda de correr; el salir a correr de toda la vida se convirtió en Running, y de ahí, en todo este tiempo, hemos llegado al Crossfit, pasando por la Calistenia y el Paleotraining, entre otras disciplinas y modas diferentes que han intentado usurpar viejos hábitos con argucias y tácticas nuevas propias de esta época de los social que nos ha tocado vivir.

Adoro el gatopardismo. No me gusta decir que no me gusta esta época. So it goes, que diría Kurt Vonnegut una vez más; a propósito de estos pensieros así a vuela pluma, no sé que me pasó al ver el último episodio de The Boys (season 3) que me quedé un pelín atrapado en una conversación entre Frenchie y Kimiko, "nuestro pasado no es quién somos, no nos define", pero nada importante en comparación con el arrastre que hay que remediar los niveles de serotonina que hay que regular y que no tiene nada que ver con la liberación de esta bendita hormona que me empeño en conservar en un frasco de formol: la puta adrenalina.

Sí, joder, esa mierda que estimula el cerebellum y que cuando segrega dopamina, ese famoso neurotransmisor, todo es jauja y éxtasis puro. ¿Conocéis esa sensación? Y quién no; cómo renunciar a ello si forma parte de la vida si es como aquello del deseo por realizar, como la posibilidad del escritor Antonio Tocornal*, o como la búsqueda de la felicidad mejor que la felicidad en sí, evidentemente. 

He vivido en esa nube, de hecho sigo en ella, el último mes. Desde el 7 de julio he corrido 114'5 kilómetros repartidos en 16 salidas y a un ritmo de 5,2 minutos. El punto de inflexión fue, sin duda, la carrera de Sant Jaume de Gironella del 29 de julio, en la que corrí 5 kilómetros a 4,39 minutos el kilómetro sufriendo como un perro, mi récord personal de lejos y que ha servido como aliciente para confirmar una tendencia que parecía una quimera no hace mucho: ya bajo fácilmente de los 5:30 el kilómetro. 

Estoy, me mantengo por la campiña, en 5,09, 5,12. Nada de asfalto. Jamás, repito jamás, había bajado de los 5:15. Jamás había participado en una carrera. No me gustan las carreras. No me gusta que me vean correr. Sé que corro raro, sé que camino raro, pero y qué: sigo en esa nube de pura adrenalina, y la competición en sí ha activado en mi unos resortes desconocidos u olvidados, como si un gen dormido se hubiera activado de repente.

Así mismo, debo decir mis hijos ganaron en sus respectivas categorías, incluso y como se ve en la foto, me acompañaron hasta la meta, pero estaba tan hecho polvo, tan concentrado en mi supervivencia, que no pude disfrutarlo como se merecía. Mi esposa me dijo: ¡no les has hecho ni caso!, pero yo iba con la lengua fuera, medio muerto; luego les agasajé a besos y pensé en que debería haberme centrado en disfrutar y no tanto en competir contra mi mismo, huelga decir—, y entonces recordé que nada más volver de las vacaciones surgió un 3x3 de baloncesto de la nada en el pueblo vecino y empecé a atar cabos.

En mi descargo y antes de proseguir, diré dos cosas: tengo una hernia discal diagnosticada desde 2015 y ese viernes trabajé hasta las 20h, cuando la carrera empezaba a las 20:30 y la de los niños a las 20h también: imaginaos el panorama. O no, da igual. La cuestión era hablar de baloncesto, del 3x3, todo el mundo tiene sus historias, pero... ¿quién no se acuerda de la famosa diatriba de Pepu Hernández, seleccionador español tras ganar el Mundial de 2006? BA-LON-CES-TO. Pues ahí empezó todo. Bueno, no en 2006, ya me entendéis. Bueno sí, ¡qué cojones y qué casualidad! ¡Ese fue el puto año que me cambió la vida! Rebusquen en mi archivo aquí mismo, en esta bitácora. Cómo es la joya... Me refiero al torneíllo de street básquet; yo acababa de volver de vacaciones con cuatro kilos menos y, excepto una tarde en canoa surcando el Mediterráneo, no había hecho nada de deporte en quince días: sin entrar en detalles, estaba hecho una auténtica boñiga. Pero el torneo empezaba en una semana y un amigo del pueblo me animó a apuntarme con ellos, con cuatro padres cuarentones, deportistas (aunque no todos) sin formación baloncestística de base, una tarde que vinieron a mi barrio a entrenar

En principio le dije que no recordad que acababa de llegar de vacaciones hecho una mierda, le expliqué mi situación y lo entendió así sin más. Pero saqué la cabeza por la ventana después de cenar y allí estaban, en mi pista, todavía con luz natural: cuatro bandoleros botando la pelota sin miedo al crepúsculo y fallando un tiro tras otro. 

Para no cansar, lo resumo en un me flipé: no solo bajé al parque ese día, si no que me apunté, me animé a diseñar tácticas y todo y me impliqué a fondo; en un partido, ya en pleno torneo, metí tres triples, en el último de ellos me salí de la pista levantando los brazos con el balón en juego como si fuera Stephen Curry, y hasta le hice un bloqueo con mala leche a un chaval del equipo ganador —los que nos echaron en cuartos de final— que se picó... ¡con un viejo que no ha pisado un parqué en su vida!**

Llevo muchos años corriendo por la campiña y mentiría si no dijera que trato de añadir a mis rutinas cosas de estas nuevas disciplinas y modas diferentes que han surgido en esta era. Porque quiero estar en forma, quiero sentirme bien, quiero y veo que puede ser posible mantener y alargar en el tiempo esa estadía en esta nube, seguir segregando dopamina, seguir flipándome. Pero necesitaré tomármelo con más calma y aprender a disfrutar si no quiero quedarme en el intento; es lo que hay, que diría míster Vonnegut (¿suena mejor en castellano o es cosa mía?) sobre todo ahora que, cuando liquide a Camilleri si es que lo consigo porque fuera de Sicilia ya no le veo ningún sentido dejaré de leer narrativa. 

La puta adrenalina, joder. 


*Me he quedado atrapado en esa botella con el mensaje.

**He de señalar que, como en el caso del correr, llevo muchos años lanzando a canasta. Desde mi infancia en la pista de La Font dels Capellans hasta mis tiempos de Cagliari (bendito 2006), en los que solíamos ir con Míkel a un colegio que teníamos cerca del piso de Vía Logudoro presidido por una enorme antena televisiva de la Rai— a pasar las tardes; y, como no, mucho más desde que me trasladé a vivir a la campiña bergadana en 2011, donde una maltrecha cancha, reformada solo una vez en todo este tiempo, ve pasar mis días (y los de mis hijos).

jueves, 28 de julio de 2022

EL VERANO


Oh, el verano, esa estación del año que suele empezar una o dos semanas antes de que los niños terminen el colegio y acabar ahora a finales de julio... qué gran época. O momento, porque tras dos olas de calor la primera de las cuales estalló justo antes de nuestro viaje, la segunda semana de junio, incendios y restricciones de agua justo ahora que riego el huerto dos veces al día para acelerar el tema de los tomates, no tengo muy claro qué es lo que está pasando: ¿es este un mal momento? ¿Hablamos, quizás, de una mala época? ¿De una tendencia peligrosa y una sociedad atroz, ya que estamos y que no paran de sucederse los vídeos de agresiones y chalados en mi ciudad de nacimiento y dapertutto?

De los temas de siempre, vamos. Porque siempre volvemos a la misma mierda. No sé qué pensará mi futura psiquiatra de todo esto, porque está claro de que son mis mierdas y es mi percepción del tema, la historia, así que os dejo con esta canción de Colapesce i Dimartino que escucho en bucle estos días, y luego seguimos.

No sé qué pensáis. Si está todo perdido o lo mejor es pasar, tomárselo todo a risa y con sentido del humor, algo de lo que carezco por cierto —soy conocido por ello, de hecho—, como este dueto con el que acabo de toparme. Y no precisamente gracias a mi viaje por el sur, tan lejano en el tiempo ya, del cual os dejo otro vídeo que ahora os comentaré también. 


¿Qué os parece Francis en este momento, en esta época, así tan al alcance? Pues así de cerca estuve, casi a tocar; bueno, en realidad fue Laura con mi hijo pequeño, yo estaba por la zona, en Taormina, no tan bien situado como ellos; perseguí al papamóvil en el que llegó y me quedé rezagado, aunque podía haberle dado una torta al anciano sin problemas. Diez años atrás le hubiese gritado "¡Nunca he visto La Conversación, mamón!", o "¡Háblame de lo que hiciste con Dennis en Filipinas en los 70, cuéntamelo todo!", pero ahora, en esta época, en este momento, no sentí nada. Me refiero a nada de lo que hubiera sentido tiempo atrás, en la época en la que la mafia y todo lo que significaba ese término ocupaba casi todo mi tiempo intelectual.


Fue un día genial, más allá de eso, una bella giornata en un pueblo magnífico y por suerte poco trillado —seguro que la época en la que fuimos tiene que ver—, y la guinda de ver El Padrino en el antico teatro greco de Taormina, con el Etna humeante al fondo y los niños en posición horizontal a la que el tramonto se impuso, es un recuerdo de esos de vida; fotogramas como llevar a mi pequeño dormido, cargado como un pesado fardo camino a casa de madrugada, y mirar entre los arcos del teatro cómo se desenvuelve Michael Corleone (Al Pacino) en Alcamo, el pueblo encaramado en lo alto de una colina que todavía y tras cincuenta años sigue viviendo de ello, se quedan en la retina para siempre y pese al desempeño que suposo una empresa de tal calibre (seguro que podéis haceros una idea).

Oh, el verano. Ese periodo que a la que asoma agosto ya se puede ir a la mierda y en el que solemos pasarnos el día a remojo, como en la Riserva dello Zingaro, ese enclave mágico del noroeste de la isla y sobre el cual os dejo una muestra que hará las delicias de todo amante de los guijarros y las amables aguas del Tirreno (ese mar que queda entre medio de varias de mis zonas favoritas del mundo).


No sé qué pensáis. ¿Preferís las playas de arena, tan tórridas, menos frescas? ¿Todavía queda verano? Me refiero al estado de ánimo, al término, a la situación. Sé que hay esperanza porque casi cada semana me topo con gente excepcional que hace cosas impropias para los tiempos en los que estamos (época o momento actual, lo que queráis); el último caso, ardiendo todo el país y con nosotros rezongándonos en la piscina municipal día sí, día también, me hizo llevarlo a mi terreno. Mi esposa me dice que siempre lo hago (a ver qué dice mi futura psiquiatra de eso); era el caso de un chico de veintiún años que cuidaba de su novia, igual de joven, tras un accidente horrible y muy jodido. La cuidaba, la cuida de hecho, como si fuera un jarrón de porcelana china, y tiene a todo el personal sanitario del lugar en cuestión en shock: el chaval es un jodido sol y se deshace en atenciones hacia ella sin importar una mierda consecuencias, contexto o necesidades propias. Y no es que sea de alabar, es que debería ser lo normal. ¿No? ¿Acaso yo no lo haría?
Luce (alla palermitana)

Hay mucho trabajo por hacer ahí, pobrecita. Quizá debería haberle dado una torta al viejo Francis, no sé por qué pensé que podía hacerlo. Le dieron las llaves de la ciudad, lo agasajaron al pobre (dijo I have too many awards in my life, os lo juro)... y volvieron a preguntarle por Megalopolis, su utopía. Él sólo quería repetir una y otra vez los buenos tiempos, hablar de lo bonito, destacarlo y ponerlo en el altar que se merece. Como la granita al limone (granizado), la cual consumía con avidez en su estadía siciliana mientras yo, así mismo y la friolera de cincuenta años después —sí, joder, ya sé que lo he dicho antes, pero es que es casi una vida, hostia, hacía de este delicioso brebaje mi bandera en esas mismas benditas tierras, en este momento, en esta época, tan llena de cigarras que no cejan en su empeño pase lo que pase.

martes, 7 de junio de 2022

LA ESPERA

Tarraco

 

    Siempre me hizo una especial ilusión el término dolce attesa, la dulce espera. Asociado al estado de buena esperanza, delimitaba el tiempo que tenía que pasar para gozar del fruto esperado, en este caso un hijo.

Esa ilusión, no obstante, no era una alegría completa por los términos a los que solemos referirnos cuando hablamos o nos enzarzamos sobre el tiempo (la letra pequeña del mismo); es decir, a la lucha por el deseo mantenido y porque no se evapore rápido después de conseguirlo. Vivir es una ilusión, como dice la canción de Hamlet y que solíamos gritar como un mantra. Es esa dualidad, que nos remite a la sempiterna e inútil guerra entre la luz y la oscuridad, la que hace que el ansia se imponga en épocas en las que uno no encuentra el aliciente suficiente para levantarse entre dolores varios y tener que fichar cada día en el curro. 

Retorcer palabras no se me daba mal. Pero con este puto calor hoy me devaneo entre recetas de Thermomix y charlas con los abuelos del barrio; una frase recurrente en conversaciones de las colas del súper, a parte del tema de la salud, es qué rápido pasa el tiempo. Luego sigue: ¿Cuánto tienen los tuyos, ya? Nueve y seis, respondo. Y, en vez de enseñar las fotos de carné de la cartera, saco el móvil y busco una en la que salgan ambos sin hacer el mongolo. Ostras, Mateo es un mini tú, qué fuerte, suelen decir. Si supieran lo cabrón que es, si por un momento la vida que no se ve en Instagram, la que nos afanamos en ocultar, saliera a la superficie con todo su candor y esplendor... seguro que sería más fácil aceptar que el hecho de criar, o el hecho de no hacerlo, no es algo baladí.

La espera no es lo mío. Sigo teniendo una excesiva conciencia de mí mismo y de mis mierdas, incluso cuando me adelanto y viajo al futuro como Billy Pilgrim, a voluntad propia. Utilizo un método, bueno dos, que me suelen funcionar: la lectura y el deporte. Con la lectura estos días disfruto de Antonio Tocornal y su brillante prosa, que en Bajamares te deja tiritando con su percepción temporal (del no-tiempo, más bien) y con la posibilidad de abrir la botella que la marea baja le acerca una mañana al farero; el ejercicio que supone tener un mensaje en una botella arrastrada por la mar y no abrirlo es de un autocontrol envidiable, casi onírico. 

    Así pues, el hecho de ver tan cerca las vacaciones hace que no pueda disfrutarlas en todo su espectro, al menos no de momento. Intento darlo todo por los campos de la campiña (otra estrategia que me suele funcionar) pero me agota pensar en ellas por si algo sale mal, por si los niños no responden, por si seré capaz de relajarme y coger el momento, como diría mi amigo Gnöit (el de la barca de Noé). Desde el cambio laboral, hace ya un año y ocho meses, no había tenido problemas para dormir hasta ahora, que todo se precipita, que todo sigue precipitándose; si el peque se despierta con las sábanas mojadas, acudo raudo a hacer una boñiga con la ropa y a envolverlo con la primera mierda que encuentre mientras la arrojo escaleras abajo y dejo ir un par de ladridos que dejen claro que no voy a entablar una conversación a esas horas de la noche. 


    No sé desde cuándo soy así de impaciente. Veía a mi amigo Tognâo casi corriendo por las calles de Toledo buscando yo que sé qué y, mientras le perseguíamos, intentábamos expulsarnos esa sensación igual que cuando nos zancallideaban en un campo de fútbol de tierra, a manotazo limpio. Que yo, con toda esa mierda por canalizar, no haya hecho nada al respecto, es casi sangrante. Y ya son cuarenta y dos años en los que parece que me siga persiguiendo el colombre de Dino Buzzati.

    Pese a todo, siempre me hace una especial ilusión la espera porque supone un reto para seguir intentándolo, un estímulo para continuar esforzándome pero no en plan Timba, de Los Compas*—, si no como una nueva posibilidad que en este caso me devuelve a la casilla de salida, al influjo cautivo de mi insularidad olvidada. 


*Saga de libros infantiles de aventuras protagonizadas por Mikecrack, El Trollino y Timba Vk y editadas por Martínez Roca (sello de Planeta), de las cuales mi hijo Luca es un ávido lector. Cuando Timba hace referencia a esforzarse se refiere en realidad a dormir, algo que le supera (imposible no sentir cierta simpatía hacia él) y no puede evitar.

jueves, 12 de mayo de 2022

EL DRAMA


Pedret


    Cuando sobrevuela la pérdida solo cabe esperar una cosa: que vuelva a salir el sol al día siguiente.

¿Cómo te preparas para afrontarlo? ¿Es posible desmitificar el drama ante sus múltiples ramificaciones, ante la inabarcable magnitud de sus tentáculos?

Quitarle hierro a una imagen que te atormenta a diario, no olvidarla. Ponerla a buen recaudo, meterla en un rinconcito de tu cabeza donde no moleste, me dijo mi esposa. Pero... ¿cómo carajo se consigue eso?
No solo sobre la muerte hablo hoy aquí. La enfermedad es un drama según cómo lo enfoques, y como no hay manuales efectivos para sobrellevarlo pues aquí estamos, dándole vueltas. Llevo toda la vida en ello.

No me gusta hablar de las mierdas malas que nos pasan, de nuestros contratiempos. Creo que solo sirven para alimentar las conversaciones de ascensor: no hay preocupación verdadera, solo ganas de rumore-rumore y petegolezze (chismes), carne fresca. La información otorga poder, y tener información que compartir en el momento justo otorga más poder todavía. 

Deberías hablar de ello con normalidad, como si nada. Si no, parece que estés guardando un secreto, le das más importancia cuando lo que conviene es procesarlo rápido. Palabras sabias de mi bella esposa, una vez más, pero es que odio ver la reacción de la gente cuando hay que ponerse serio: hoy en día cuesta mucho dejar de mirarse el ombligo, y yo lo que no quiero es ver esos putos rostros con esas putas expresiones de personas que en realidad no quieren hablar de estas mierdas. No es que no sea sincera no ya la preocupación, no, si no el mero hecho de escupir letras y palabras y frases con sus intentos de ideas y sus percepciones de la realidad, que es cuando sus caras se deforman con muecas surrealistas y aprietan los dientes y yo acabo aborreciéndome porque odio percatarme de ello.

Luego están los que lo saben pero no te dicen nada. Como si no hubiera pasado nada. No quieren saber nada de los problemas de los otros, evitan los contratiempos pase lo que pase -es su manera de restarle importancia, se entiende-, y si les sacas el tema en plan: oye, que me ha pasado esto y no me dices nada, te salen con sí, ya, pero como te he visto bien he supuesto que no hacía falta... Todo bien, supongo. ¿Cómo puedo tener una relación normal con alguien así? Sabiendo que lo obvian deliberadamente¿qué dice eso de ellos como personas? En realidad no importa tanto como tenerles cerca en la vida, eso seguro.

La conclusión es abrumadora. Y dolorosa. Pero todavía seguimos aquí. Y de una pieza. Por eso solo espero que, al día siguiente, vuelva a salir el sol y consiga reconocer que mi nula ascendencia sobre el destino no debería ser un puto drama.