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jueves, 28 de julio de 2022

EL VERANO


Oh, el verano, esa estación del año que suele empezar una o dos semanas antes de que los niños terminen el colegio y acabar ahora a finales de julio... qué gran época. O momento, porque tras dos olas de calor la primera de las cuales estalló justo antes de nuestro viaje, la segunda semana de junio, incendios y restricciones de agua justo ahora que riego el huerto dos veces al día para acelerar el tema de los tomates, no tengo muy claro qué es lo que está pasando: ¿es este un mal momento? ¿Hablamos, quizás, de una mala época? ¿De una tendencia peligrosa y una sociedad atroz, ya que estamos y que no paran de sucederse los vídeos de agresiones y chalados en mi ciudad de nacimiento y dapertutto?

De los temas de siempre, vamos. Porque siempre volvemos a la misma mierda. No sé qué pensará mi futura psiquiatra de todo esto, porque está claro de que son mis mierdas y es mi percepción del tema, la historia, así que os dejo con esta canción de Colapesce i Dimartino que escucho en bucle estos días, y luego seguimos.

No sé qué pensáis. Si está todo perdido o lo mejor es pasar, tomárselo todo a risa y con sentido del humor, algo de lo que carezco por cierto —soy conocido por ello, de hecho—, como este dueto con el que acabo de toparme. Y no precisamente gracias a mi viaje por el sur, tan lejano en el tiempo ya, del cual os dejo otro vídeo que ahora os comentaré también. 


¿Qué os parece Francis en este momento, en esta época, así tan al alcance? Pues así de cerca estuve, casi a tocar; bueno, en realidad fue Laura con mi hijo pequeño, yo estaba por la zona, en Taormina, no tan bien situado como ellos; perseguí al papamóvil en el que llegó y me quedé rezagado, aunque podía haberle dado una torta al anciano sin problemas. Diez años atrás le hubiese gritado "¡Nunca he visto La Conversación, mamón!", o "¡Háblame de lo que hiciste con Dennis en Filipinas en los 70, cuéntamelo todo!", pero ahora, en esta época, en este momento, no sentí nada. Me refiero a nada de lo que hubiera sentido tiempo atrás, en la época en la que la mafia y todo lo que significaba ese término ocupaba casi todo mi tiempo intelectual.


Fue un día genial, más allá de eso, una bella giornata en un pueblo magnífico y por suerte poco trillado —seguro que la época en la que fuimos tiene que ver—, y la guinda de ver El Padrino en el antico teatro greco de Taormina, con el Etna humeante al fondo y los niños en posición horizontal a la que el tramonto se impuso, es un recuerdo de esos de vida; fotogramas como llevar a mi pequeño dormido, cargado como un pesado fardo camino a casa de madrugada, y mirar entre los arcos del teatro cómo se desenvuelve Michael Corleone (Al Pacino) en Alcamo, el pueblo encaramado en lo alto de una colina que todavía y tras cincuenta años sigue viviendo de ello, se quedan en la retina para siempre y pese al desempeño que suposo una empresa de tal calibre (seguro que podéis haceros una idea).

Oh, el verano. Ese periodo que a la que asoma agosto ya se puede ir a la mierda y en el que solemos pasarnos el día a remojo, como en la Riserva dello Zingaro, ese enclave mágico del noroeste de la isla y sobre el cual os dejo una muestra que hará las delicias de todo amante de los guijarros y las amables aguas del Tirreno (ese mar que queda entre medio de varias de mis zonas favoritas del mundo).


No sé qué pensáis. ¿Preferís las playas de arena, tan tórridas, menos frescas? ¿Todavía queda verano? Me refiero al estado de ánimo, al término, a la situación. Sé que hay esperanza porque casi cada semana me topo con gente excepcional que hace cosas impropias para los tiempos en los que estamos (época o momento actual, lo que queráis); el último caso, ardiendo todo el país y con nosotros rezongándonos en la piscina municipal día sí, día también, me hizo llevarlo a mi terreno. Mi esposa me dice que siempre lo hago (a ver qué dice mi futura psiquiatra de eso); era el caso de un chico de veintiún años que cuidaba de su novia, igual de joven, tras un accidente horrible y muy jodido. La cuidaba, la cuida de hecho, como si fuera un jarrón de porcelana china, y tiene a todo el personal sanitario del lugar en cuestión en shock: el chaval es un jodido sol y se deshace en atenciones hacia ella sin importar una mierda consecuencias, contexto o necesidades propias. Y no es que sea de alabar, es que debería ser lo normal. ¿No? ¿Acaso yo no lo haría?
Luce (alla palermitana)

Hay mucho trabajo por hacer ahí, pobrecita. Quizá debería haberle dado una torta al viejo Francis, no sé por qué pensé que podía hacerlo. Le dieron las llaves de la ciudad, lo agasajaron al pobre (dijo I have too many awards in my life, os lo juro)... y volvieron a preguntarle por Megalopolis, su utopía. Él sólo quería repetir una y otra vez los buenos tiempos, hablar de lo bonito, destacarlo y ponerlo en el altar que se merece. Como la granita al limone (granizado), la cual consumía con avidez en su estadía siciliana mientras yo, así mismo y la friolera de cincuenta años después —sí, joder, ya sé que lo he dicho antes, pero es que es casi una vida, hostia, hacía de este delicioso brebaje mi bandera en esas mismas benditas tierras, en este momento, en esta época, tan llena de cigarras que no cejan en su empeño pase lo que pase.

miércoles, 20 de julio de 2016

EL (FALSO) VERANO DE DOS MIL DIECISÉIS

El falso verano de dos mil dieciséis, marcado por otro ingreso no deseado, la ausencia del ser querido y los viajes a los mares meridionales; la boda, la masia de septiembre y mi pequeño bimbo, lo recordaré por ser más largo de lo esperado.
Está siendo un verano atípico, este. Tampoco he visto a Albert, muy poco a mis amigos y la necesidad loca de antaño que muta por momentos. Ésta va a ser la cuarta semana de calor intensa sin apenas lluvia. Como dije, me recuerda mucho a aquel verano de dos mil seis -hace ya diez años-, con nuestro bañito en Villasimius el 31 de octubre.
Un verano, este de dos mil dieciséis, sin viaje. Perdón, creo que ya lo he dicho. Una auténtica locura, en este año de locos valga la redundancia, más si cabe por no poder recuperar ni un centavo al final del día. En realidad, desde luego, sí que pensamos en el jodido dinero. De hecho veo el sobre y la mano extendida, unas breves palabras al oído tipo una ayudita para empezar, que Dios os bendiga. Y por qué no.
Mi hijo L. empieza a desobedecer sin ningún pudor. Me desafía a situarme en la disyuntiva de tener que elegir qué clase de padre quiero ser. Si descarto ser el padre-amigo, que es lo más probable, ¿cuán cerca me hallo de convertirme en un padre como el que yo tuve? Necesito unas vacaciones de L., desintoxicarme de él. O me desapego o me la pego, como me dijo mi vecino.
Tengo calor. Todavía toso. El puto antibiótico me va a reventar por dentro. Vuelvo el 29 y, francamente, ya que no nos vamos, pues no me importa currar. Un verano a base de escapadas puntuales a la playa y la piscina, a base de poco aire nocturno mientras me despido siempre entre el OVNI que sigue desplazándose hacia el oeste -basura espacial, leí- y los chavales que juegan en la plaza hasta tarde, no es un real summer: son unas fakelidays, carajo; en espera de los noruegos, con el tembleque de tener que rebuscar nuestro mejor inglés entre los restos del reciclaje, ya habremos cumplido con la primera parte con creces. Agosto ya no es lo mismo, nunca es lo mismo.
Este falso verano, marcado por una aceleración histórica evidente, más largo de lo esperado, sufrimos esta canícula sin apenas salir de casa y conectados a la red, calculando ese día de septiembre para escribir unos votos. Qué cojones... ¿y por qué no? Ya veréis mi traje. Una auténtica locura.