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martes, 7 de junio de 2022

LA ESPERA

Tarraco

 

    Siempre me hizo una especial ilusión el término dolce attesa, la dulce espera. Asociado al estado de buena esperanza, delimitaba el tiempo que tenía que pasar para gozar del fruto esperado, en este caso un hijo.

Esa ilusión, no obstante, no era una alegría completa por los términos a los que solemos referirnos cuando hablamos o nos enzarzamos sobre el tiempo (la letra pequeña del mismo); es decir, a la lucha por el deseo mantenido y porque no se evapore rápido después de conseguirlo. Vivir es una ilusión, como dice la canción de Hamlet y que solíamos gritar como un mantra. Es esa dualidad, que nos remite a la sempiterna e inútil guerra entre la luz y la oscuridad, la que hace que el ansia se imponga en épocas en las que uno no encuentra el aliciente suficiente para levantarse entre dolores varios y tener que fichar cada día en el curro. 

Retorcer palabras no se me daba mal. Pero con este puto calor hoy me devaneo entre recetas de Thermomix y charlas con los abuelos del barrio; una frase recurrente en conversaciones de las colas del súper, a parte del tema de la salud, es qué rápido pasa el tiempo. Luego sigue: ¿Cuánto tienen los tuyos, ya? Nueve y seis, respondo. Y, en vez de enseñar las fotos de carné de la cartera, saco el móvil y busco una en la que salgan ambos sin hacer el mongolo. Ostras, Mateo es un mini tú, qué fuerte, suelen decir. Si supieran lo cabrón que es, si por un momento la vida que no se ve en Instagram, la que nos afanamos en ocultar, saliera a la superficie con todo su candor y esplendor... seguro que sería más fácil aceptar que el hecho de criar, o el hecho de no hacerlo, no es algo baladí.

La espera no es lo mío. Sigo teniendo una excesiva conciencia de mí mismo y de mis mierdas, incluso cuando me adelanto y viajo al futuro como Billy Pilgrim, a voluntad propia. Utilizo un método, bueno dos, que me suelen funcionar: la lectura y el deporte. Con la lectura estos días disfruto de Antonio Tocornal y su brillante prosa, que en Bajamares te deja tiritando con su percepción temporal (del no-tiempo, más bien) y con la posibilidad de abrir la botella que la marea baja le acerca una mañana al farero; el ejercicio que supone tener un mensaje en una botella arrastrada por la mar y no abrirlo es de un autocontrol envidiable, casi onírico. 

    Así pues, el hecho de ver tan cerca las vacaciones hace que no pueda disfrutarlas en todo su espectro, al menos no de momento. Intento darlo todo por los campos de la campiña (otra estrategia que me suele funcionar) pero me agota pensar en ellas por si algo sale mal, por si los niños no responden, por si seré capaz de relajarme y coger el momento, como diría mi amigo Gnöit (el de la barca de Noé). Desde el cambio laboral, hace ya un año y ocho meses, no había tenido problemas para dormir hasta ahora, que todo se precipita, que todo sigue precipitándose; si el peque se despierta con las sábanas mojadas, acudo raudo a hacer una boñiga con la ropa y a envolverlo con la primera mierda que encuentre mientras la arrojo escaleras abajo y dejo ir un par de ladridos que dejen claro que no voy a entablar una conversación a esas horas de la noche. 


    No sé desde cuándo soy así de impaciente. Veía a mi amigo Tognâo casi corriendo por las calles de Toledo buscando yo que sé qué y, mientras le perseguíamos, intentábamos expulsarnos esa sensación igual que cuando nos zancallideaban en un campo de fútbol de tierra, a manotazo limpio. Que yo, con toda esa mierda por canalizar, no haya hecho nada al respecto, es casi sangrante. Y ya son cuarenta y dos años en los que parece que me siga persiguiendo el colombre de Dino Buzzati.

    Pese a todo, siempre me hace una especial ilusión la espera porque supone un reto para seguir intentándolo, un estímulo para continuar esforzándome pero no en plan Timba, de Los Compas*—, si no como una nueva posibilidad que en este caso me devuelve a la casilla de salida, al influjo cautivo de mi insularidad olvidada. 


*Saga de libros infantiles de aventuras protagonizadas por Mikecrack, El Trollino y Timba Vk y editadas por Martínez Roca (sello de Planeta), de las cuales mi hijo Luca es un ávido lector. Cuando Timba hace referencia a esforzarse se refiere en realidad a dormir, algo que le supera (imposible no sentir cierta simpatía hacia él) y no puede evitar.

viernes, 24 de julio de 2015

DIGERIR LO EXCLUSIVO

La familia tradicional se desmorona. Mientras no decaen los veraneantes que se pasean con sus camisetas grotescamente grandes, souvenirs de sus vacaciones en algún lugar exótico -hoy vi a uno con una de Veracruz, MX, con motivos aztecas por doquier-, este caloret parece que es más llevadero con algo de sexo ajeno, con gotas de infidelidades que cuestan matrimonios y parejas de hecho demasiado jóvenes. De los libros del verano no queda ni rastro.
La vida es corta, tenga una aventura y, si es en verano, mejor (que las hormonas andan peligrosamente sueltas). Vi el anuncio como si nada, nadie se hizo eco de lo absurdo que es crear agencias que vayan a joder la estabilidad de la existencia. En el mundo del todo vale, el ego es el principal escollo a superar si quieres trascender, si quieres triunfar; yo no me opongo, eso es muy cierto y todos lo saben, pero el tema eslóganes hay que intentar cuidarlo un poco más.
Hoy acabé de ver Birdman y apenas me inspiró. No hay control contra el exceso de comunicación. Sin embargo, el choque que tuvo mi compañera R. aquí en el trabajo, en un principio dentro de lo banal, acabó por despertar en mi ciertas fuerzas ocultas, rabiosas por combatir estas putas obscenidades con las que nos bombardean a diario.
Tiene gracia que yo no sea un tío para nada tradicional. Tampoco soy el paladín de la justicia o del orden social, joder. Vivo indignado porque no sé digerir que siga habiendo tanta desigualdad entre unos y otros, porque no soporto que me tomen gato por liebre. Malauradament, creo que a medida que te haces mayor y las responsabilidades aumentan, es imposible librarse del listo de turno. Del hijoputa que no paga a sus acreedores -un caso de unos pobres marmolistas, conocidos míos, a los que deben 40.000€ por un trabajo de 2012- hasta el que no cumple las normas básicas del baño en nuestras costas y hace ir de culo al pobre socorrista que no cobra ni mil euros y que sudó tinta para conseguir el curro tras el concurso de la administración local.
Lo mejor es ser rico. Mirar por encima del hombro, desconocer las más básicas reglas de educación y respeto, no tener que rendir cuentas ante nadie. O ser puto médico y estar en la cúspide de la pirámide hospitalaria, y llevar una horrenda corbata con la bata abierta y la tarjeta identificativa en el bolsillo. Dios, qué derroche. ¿Te acuerdas de ese momento en Brindisi, perdidos por la bacanal de la amargura, en que nos paramos a hacer esta foto? Tuvimos dos minutos iguales en Ibiza, la misma puesta de sol metálica, gris industrial. Y me pregunto quién cojones se detiene un momento, aunque solo sea a posteriori, y reflexiona desde la casilla de salida. Por eso me hizo ilusión que, en la entrevista de trabajo definitiva, mi amigo G. utilizara el texto que le envié para acabar su redacción final tras horas de testos psicotécnicos farragosos. Lo tenía guardado en una foto del Whatsapp y, como tenía el teléfono encima de la mesa y no era un examen del cole, pudo hacer uso de mis artes escénicas y salir airoso.
il tramonto
¿Lo ves? Al final la peli sí que me ha influenciado. Vivimos en un mundo exclusivo, con sus playas privadas, sus doctores incultos que no diferencian una v de una b, sus putos nuevos ricos, sin jodidas reglas. Sin amistad más allá de un pasado que no conviene remover desde la comodidad del sofá, sin estabilidad emocional. Es más, se premia el dongiovannismo. Al ser hijos, en muchos casos, de familias enteritas pero desestructuradas en su privacidad sesentera, no estamos capacitados para aguantar a alguien más allá de nosotros mismos; cómo coño voy a aguantar las mierdas de una pareja, aunque tenga dos hijos con ella, si mi yo vive enterrado, adormilado, como si estuviera esperando el momento de salir y estallar y aprovechar las bondades del sistema pantagruélico que nos domina. Puedo perfectamente compaginarlo todo, incluso la educación y el bienestar de mi estirpe. El futuro de mis hijos, dos mujeres y todo el dinero que necesite. ¿Asusta la falta de perspectiva, verdad?
A la mierda. Yo no necesito volver atrás. La noche me importa una mierda: las copas, las drogas, las chicas, el paliqueo, unos dancings 'pasaísimo', cruzar la ciudad al salir el sol como en las pelis de Ben Affleck y El Indomable Will H. mientras ésta se despereza y tú vuelves de fiesta.
Podría hacerlo, pero no tengo ganas. Puede que lo haga una o dos veces al año porque, al fin y al cabo, no estoy muerto ni soy de cera.
Sobre lo demás y la oscuridad latente, sin tocar el constitucionalismo y la cuestión catalana nada más que para decir que yo solo quiero vivir tranquilo y hacer uso del seny, necesito tiempo para digerir todo eso circo. Temo quedarme atrás, temo no entender bien lo exclusivo y este agobio por no envejecer.
Ya no hay libros que leer en verano, así que, amigo mío,no se corte, ¡tenga una aventura!

domingo, 19 de julio de 2015

COMISARIO MUNDANO


Montalbano, sabe que le digo... ¡me voy a tirar!
¡Que siga el verano, por favor, dottore!


(Vuelta al trabajo en un contexto de necesitar más espacio futuro para la pared o, en su defecto, aprovechar de otra manera el que haya. Con ilusión).

viernes, 6 de marzo de 2015

MI CANTANTESSA



Carmen Consoli es mi cantantessa.

La descubrí buscando música para mi exilio italiano en 2006, año en que publicó Eva contro Eva. Su voz y sus melodías eran claramente diferentes al pastel italiano típico según la Pausini o lo folclórico de la Carrà y, en un año de decepciones tras las esperas de Tool y Deftones, Carmen encajó en mi mundo a la perfección.
Antes de nada debo reconocer algo: las buenas voces femeninas, a ser posible con pocos instrumentos (léase, guitarra o piano), me ponen. Me llegan a los adentros como pocas cosas. Por eso tengo en un altar a la Pérez Cruz también.
Mi relación con la Consoli empezó con buen pie, pues. Escuché ese disco hasta la saciedad y luego conseguí los otros; Confusa e Felice, Mediamente Isterica, Stato di Necessità L'Eccezione. El primero no lo tengo y al que vino después en 2009 (Elettra), apenas le presté atención.
La sensación de cercanía para con ella era debido a una mezcla de su folkpoprockero con su aire de señorita frágil y muñeca de porcelana. Evidentemente, el eco mediático que me llega aquí no es ni un cuarto del que hay en el Belpaese pese a la globalización y la cercanía de las redes sociales; pienso en el festival de San Remo, en el sentido de que hay años que me llegan muchas cosas y otros en los que apenas me entero aunque intente seguirlo de alguna manera. Me refiero a que aquí pongo la radio o la tele y te amorran las novedades del panorama musical español. No tengo una vida social virtual tan activa como para saber lo que se cuece en Italia a cada instante porque me gusta tocar de pies en el suelo y es algo que suelo reservar para cuando visitamos el país transalpino y nos empapamos del momento en el lugar (y Radio Italia no es fiable porque aburre con sus clásicos). Vamos, que no es lo mismo que estar allí.
Carmen es siciliana, de Trapani. Recuerdo cuando estuve en Palermo haber mantenido una conversación en un café con un nativo sobre ella, sobre como cultivaba una imagen de diva sexualmente ambigua. Según él, era una estrategia puramente comercial. Yo le replicaba que era lo que se llevaba (en España se había aprobado recientemente el matrimonio homosexual) y que no me parecía mal si su objetivo era ampliar su público, respondiendo a criterios artísticos. Al final de todo, una cantautora o grupo puede dedicarse  a sacar un disco cada 2 años siguiendo una línea recta sin salirse del patrón; la catanesa en ese sentido es más una artista, ya que cada nuevo trabajo refleja unas ideas o estados de ánimo, englobándolos en un bien mayor: un bloque temático único, muy al estilo del rock progresivo de los 70.
Yo lo veo así y así entiendo también el proceso de creación artística. La vida son ciclos, etapas que se van quemando irremediablemente.
Diría que la cantantessa mezcla estilos, música popular con rock, pero que sobretodo es esa cotidianidad lo que la hace diferente, lo que le define. Como decía antes, la imagen que yo me he creado de ella puede estar alterada o sujeta a arbitrariedades, lo asumo. Y, justo ahora que presenta su octavo disco, L'Abitudine di Tornare, vuelvo a ella entregándome a su dulce voz, escrutando cada uno de sus movimientos cuando, por ejemplo, acude a la redacción de La Repubblica en Florencia y las veintipico personas que la reciben (periodistas, supongo) la observan igual de atentos que yo.
Carmen ha sido recientemente madre y eso se nota. La maternidad te cambia y parece que la canción Questa Piccola Magia es la que homenajea ese vaivén vital aunque todo el disco tenga ese aroma. Los años pasan y sus cuarenta son como mis 35 y mi pequeño príncipe: la llegada de la jodida madurez. Cuando la veo llegar con sus pantalones entallados de pinzas, sus taconazos y su camiseta de marinera con el pelo recogido no puedo más que sentir un puto escalofrío que me revuelve las entrañas mientras pienso, 'mierda, sé de alguien que está pasando por un momento similar, fijísimo'. Y es esa identificación, esa asimilación, lo que te da cuerda y anima y hace el camino más llevadero (el comprobar que no andas solo). Puede que definiera el arte o la creación artística externa así. La interna tiene que ver más con el vómito o con el boxeo.
No es que los discos sean muy diferentes entre ellos pero, si tuviera que elegir uno, sería el directo de L'Amfiteatro e la Bambina Impertinente, un greatest hits grabado en Taormina en 2001. Puedo sentir la magia de esa noche, me traspasa cada vez que lo escucho.

Carmen Consoli, mi cantantessa... nueve años después (versión 2015).

domingo, 21 de diciembre de 2014

SAN BARTOLOMÉ Y EL SEÑORÍO DE LA NIEBLA

No es que no me gustara Milano, no.

La encontré fría y señorial, como si sus propios habitantes negasen el hecho de ser italianos y les diera vergüenza.
Las costumbres hacen al hombre, y el hombre, como tal, les es fiel: me compré la Gazzetta, bebí su cerveza (¡tenían Ichnusa!), comí sus dulces (cannoli... mmmh...), busqué callejeando tiendas Diadora sin parar, charlé con extraños para comprobar que mi nivel de italiano seguía por los suelos en comparación con el de L., miré su televisión y, me pregunto a los niveles de show en los que estamos: ¿puede que La Grande Magia llegue pronto aquí y sea la siguiente atracción?

En términos de respeto, era un viaje sentimental que deseaba hacer. Y no hablo de San Siro, ni de la marca de ropa anterior. Mi compañera de viaje no prejuzga el presente anteponiéndolo al pasado por miedo al futuro, como leí en la pizarra de más arriba y no pude dejar de hacer la foto. Eso la convierte en inmortal, en mi única y auténtica musa.

Sobre su gastronomía, del Belpaese: arancini, pizze, pasta, limoncello como digestivo y mirto según donde esté. Sus monumentos, aunque miren al norte: pensad en su Duomo y en la tortura de San Bartolomé. Su ingeniería militar, Leonardo y, por qué no, en su jodida sofisticación.

No es que me gustara el frío y la niebla lombarda, no. Hablamos de un año y medio sin pisar territorio alpino, demasiado para mi idealización del país del arte, el Imperio y sus bravuconadas con rastro de lupara. 
Como una toma de contacto para una chincheta más en el mapa. Y reconozco que pensaba bastante en Ludovico Sforza (el moro), más que en cualquier otro. Sobre el cómo rebaja la tensión y su afán práctico mezclado con mi naturaleza y el final de Sons of Anarchy, citas a cuervos visitantes en la oscura noche y al no duden que amé de Shakespeare incluidos, otro rato volveremos, que vienen las campanadas.

Como si las viejas costumbres no importasen un carajo.
 

sábado, 7 de julio de 2012

A LOS PIES DEL VESUBIO

A los pies del Vesubio me encuentro enterrado, a la espera de ser encontrado por un turista despistado _cámara de fotos y botella de agua en mano.

A los pies del Vesubio he estado impresionado, terriblemente acalorado y he acabado extenuado.

Desde el Vesubio, a sus pies, me he sentido amenazado. Su cónico techo ha saltado y por los aires se ha volatilizado, mientras sus habitantes a Júpiter hemos apelado. Un sacrificio a tiempo bastará tal vez, dado todo lo que nos hemos jugado.

Desde los pies del Vesubio, la manifestación ha mutado y por palabras de Plinio nos hemos enterado; hoy que estuvimos aquí y luego en Herculano: un despiadado estremecimiento que nos ha desolado.

A los pies del Vesubio y no en otro lado, nuestro pequeño ha exclamado '¡Basta ya! Os habéis pasado', pero con tanto calor no nos hemos percatado: he estado subyugado por un soplo volcánico milenario y una civilización que me ha desnudado.

Desde los pies del Vesubio a la eternidad. Como un turista despistado, con su cámara de fotos y su botella de agua que al final ha 'olvidado'.

martes, 3 de julio de 2012

ISCHIA Y LA INSULARIDAD CAUTIVA


*
Llegamos a la isla italiana de Ischia por casualidad y nos cautivó casi desde el principio. Como todas las islas, la paz vive bañada en agua salada esquina a esquina... ¿Qué tendrán las islas, pues, que tanto nos atraen?
Encontramos una buena oferta en un espectacular resort del puerto. Con la Eurocopa en juego y tras confirmarse la final soñada entre España e Italia en territorio enemigo, abandonamos hoy más bien con pena el reducto del gigante Tifón.
Ischia es una isla súper construida; mientras intento escribir en el barco camino de Nápoles, me comentan que tiene 50,000 habitantes fijos, pero parece que vayan a ser el triple si contamos los ladrillos. En un ambiente agradable y trasnochado en exceso, sus gentes no caminan, se deslizan, en el característico modo de las calurosas y lentas tierras del sur. Los rusos y los alemanes, que tomaron la isla tiempo atrás -alargando la hegemonía extranjera insular desde tiempos inmemoriales-, se mezclan sin molestar al sol de sus bolsillos de cuero tan mugrientos como repletos de dinero fresco, e incluso chapurrean el italiano con interés. Los nativos, en especial las mujeres, lucen con orgullo sus horrendas vestiduras, sacadas de una peli de mafiosos de Scorsese, y su altivez se multiplica por mil al palpar la bisutería barata -o directamente falsa- que atiborra sus marchitos y deformes cuerpos; la población, visiblemente envejecida, pretende ocultar la impetuosidad de la juventud reinante y sus haceres típicamente italianos, pero en ningún momento percibes el agobio de las grandes urbes y ese es su principal triunfo: es lo que tiene estar rodeado solamente por agua -cosa que me place admirar con vivacidad. El verdadero encanto de las islas y sus playas y su clima temperado todo el año es decidir ser cutre y calmado y ultrabronceado hasta la arruga por doquier... ¡lo adoro!
De la maravilla del Castello Aragonese, recuerdos de un pasado esplendoroso, recelo en busca de señales que nos conduzcan hacia nuestros antepasados al caminar, errantes, entre el ocaso de su vetusto lungomare (paseo marítimo) y el sol triste de la tarde que se acaba. Y disfruto calada a calada en este refugio del mar, en este lugar de paso en el que raramente te pueden señalar. Es lo que tienen las islas: no existe la patria en ellas. De las miradas, pues, no voy a hablar.
Estuvimos tan bien en la choza hobbitiana que nos prepararon que, la roca en forma de fungo (seta), a la vista de todos quedó. Y los turistas, uno a uno, se detenían apresuradamente para fotografiarla, resultando un tapón y una acumulación humana considerable. Se acercaron en procesión y nosotros con ellos, creyendo que regalaban algo o que algún famoso o tal vez Claudio Bisio estaban por la zona. Tal era nuestro nivel de relajación y empatía.
La espera, tantas veces cautiva de la amarga paciencia, tensó la cuerda en la tanda de penaltis, sólo el gesto del capitán -entre adormecido y concentrado, como decía Laura- delimitaba la certeza del pase a la gran final: no más lloros. Dudas atrás. Somos los mejores, sólo hace falta nombrarnos por aquí (La Spagna... ouuuuuu... troppo forte! Siete i migliori) aunque seamos los únicos y yo lo disfrute tantísimo.
Nos fuimos, nos vamos, de esta poco conocida isla casi por casualidad, en un abrir y cerrar de ojos. Recordaremos su rica pizza y aquella pareja que buscaban nuestra amicizia (amistad, de verano, se entiende). Nápoles espera y, con ella, nuestro viaje se sumerge en el bullicio de la aparente patria de lo turbio y lo falaz...

*Come un Pittore, canción de los Modà en su disco Viva i Romantici (2011). No he encontrado la versión que hacen con Jarabe de Palo, que es la que no hemos parado de escuchar estos días...