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martes, 31 de enero de 2023

BREVÍSIMA VISIÓN JERARQUICOCATÁRTICA SOBRE LA IGNOMINIA DESENTERRADA


APERTURA, ANNO DOMINI XIX 


... es el 31, no el 30.

Aparte de eso, algo recurrente y que antes no me molestaba y ahora cada vez más, c'è sole comunque, de todas formas hay sol.

Yo no iría por ahí preguntándolo. Sorry, ¿es el 30 o el 31? Es que nunca me acuerdo... ¿No es mejor no decir nada? Dejarlo pasar como tantas cosas que transcurren ante nuestros ojos sin intervenir ni decir ni pío porque preferimos no involucrarnos... Sí, eso sí mola. La indiferencia total y absoluta. Que se jodan todos. Si fueras mi smígol seguro que no dudarías.

No obstante, no me tengo por un infame (en el sentido más mediterráneo del término): he decidido no ser indiferente. Cada año que pasa pulo aspectos de mi carácter en busca de una mejoría que me permita estar y sentirme en consonancia con el cosmos, y es que no quiero ser de los que pasen de puntillas por la existencia (algo que creo querer demostrar de sobras en estos posts, tantos años después). Y he descubierto una nueva manera de intervenir y sentirme útil al respecto: guiando a la chavalería (o inténtandolo, más bien).

En alguna parte de mi ser había una extraña reticencia enterrada bajo un peso atávico que me impedía tomar ese paso natural en mi educación, en mi existencia. Pero eso se acabó con el nuevo año y con la oportunidad que esta vez sí se me presentó. No dudé. Había llegado la hora.

Siempre he llegado tarde a los sitios, pero cada vez más estoy seguro de que las cosas pasan cuando tienen que pasar. Menuda montaña de mierda para un neoestoico como yo, lo sé. De lo que puedo controlar, empiezo a saber cuándo descartar lo que puedo permitir que ocupe un espacio precioso en cuanto a tiempo y en cuanto a recursos y a elegir mejor lo que no.

Aparte de eso y de algunas estupideces que me siguen molestando y que no hay más cojones que tolerar como las conversaciones de ascensor y un Google Worspace desorbitadamente diabólico, no tengo jefe físico al que rendir cuentas por primera vez en mi vida y me siento jodidamente ultramotivado.

C'è sole, sí señor. Un sol que empieza a coger fuerza.

jueves, 28 de julio de 2022

EL VERANO


Oh, el verano, esa estación del año que suele empezar una o dos semanas antes de que los niños terminen el colegio y acabar ahora a finales de julio... qué gran época. O momento, porque tras dos olas de calor la primera de las cuales estalló justo antes de nuestro viaje, la segunda semana de junio, incendios y restricciones de agua justo ahora que riego el huerto dos veces al día para acelerar el tema de los tomates, no tengo muy claro qué es lo que está pasando: ¿es este un mal momento? ¿Hablamos, quizás, de una mala época? ¿De una tendencia peligrosa y una sociedad atroz, ya que estamos y que no paran de sucederse los vídeos de agresiones y chalados en mi ciudad de nacimiento y dapertutto?

De los temas de siempre, vamos. Porque siempre volvemos a la misma mierda. No sé qué pensará mi futura psiquiatra de todo esto, porque está claro de que son mis mierdas y es mi percepción del tema, la historia, así que os dejo con esta canción de Colapesce i Dimartino que escucho en bucle estos días, y luego seguimos.

No sé qué pensáis. Si está todo perdido o lo mejor es pasar, tomárselo todo a risa y con sentido del humor, algo de lo que carezco por cierto —soy conocido por ello, de hecho—, como este dueto con el que acabo de toparme. Y no precisamente gracias a mi viaje por el sur, tan lejano en el tiempo ya, del cual os dejo otro vídeo que ahora os comentaré también. 


¿Qué os parece Francis en este momento, en esta época, así tan al alcance? Pues así de cerca estuve, casi a tocar; bueno, en realidad fue Laura con mi hijo pequeño, yo estaba por la zona, en Taormina, no tan bien situado como ellos; perseguí al papamóvil en el que llegó y me quedé rezagado, aunque podía haberle dado una torta al anciano sin problemas. Diez años atrás le hubiese gritado "¡Nunca he visto La Conversación, mamón!", o "¡Háblame de lo que hiciste con Dennis en Filipinas en los 70, cuéntamelo todo!", pero ahora, en esta época, en este momento, no sentí nada. Me refiero a nada de lo que hubiera sentido tiempo atrás, en la época en la que la mafia y todo lo que significaba ese término ocupaba casi todo mi tiempo intelectual.


Fue un día genial, más allá de eso, una bella giornata en un pueblo magnífico y por suerte poco trillado —seguro que la época en la que fuimos tiene que ver—, y la guinda de ver El Padrino en el antico teatro greco de Taormina, con el Etna humeante al fondo y los niños en posición horizontal a la que el tramonto se impuso, es un recuerdo de esos de vida; fotogramas como llevar a mi pequeño dormido, cargado como un pesado fardo camino a casa de madrugada, y mirar entre los arcos del teatro cómo se desenvuelve Michael Corleone (Al Pacino) en Alcamo, el pueblo encaramado en lo alto de una colina que todavía y tras cincuenta años sigue viviendo de ello, se quedan en la retina para siempre y pese al desempeño que suposo una empresa de tal calibre (seguro que podéis haceros una idea).

Oh, el verano. Ese periodo que a la que asoma agosto ya se puede ir a la mierda y en el que solemos pasarnos el día a remojo, como en la Riserva dello Zingaro, ese enclave mágico del noroeste de la isla y sobre el cual os dejo una muestra que hará las delicias de todo amante de los guijarros y las amables aguas del Tirreno (ese mar que queda entre medio de varias de mis zonas favoritas del mundo).


No sé qué pensáis. ¿Preferís las playas de arena, tan tórridas, menos frescas? ¿Todavía queda verano? Me refiero al estado de ánimo, al término, a la situación. Sé que hay esperanza porque casi cada semana me topo con gente excepcional que hace cosas impropias para los tiempos en los que estamos (época o momento actual, lo que queráis); el último caso, ardiendo todo el país y con nosotros rezongándonos en la piscina municipal día sí, día también, me hizo llevarlo a mi terreno. Mi esposa me dice que siempre lo hago (a ver qué dice mi futura psiquiatra de eso); era el caso de un chico de veintiún años que cuidaba de su novia, igual de joven, tras un accidente horrible y muy jodido. La cuidaba, la cuida de hecho, como si fuera un jarrón de porcelana china, y tiene a todo el personal sanitario del lugar en cuestión en shock: el chaval es un jodido sol y se deshace en atenciones hacia ella sin importar una mierda consecuencias, contexto o necesidades propias. Y no es que sea de alabar, es que debería ser lo normal. ¿No? ¿Acaso yo no lo haría?
Luce (alla palermitana)

Hay mucho trabajo por hacer ahí, pobrecita. Quizá debería haberle dado una torta al viejo Francis, no sé por qué pensé que podía hacerlo. Le dieron las llaves de la ciudad, lo agasajaron al pobre (dijo I have too many awards in my life, os lo juro)... y volvieron a preguntarle por Megalopolis, su utopía. Él sólo quería repetir una y otra vez los buenos tiempos, hablar de lo bonito, destacarlo y ponerlo en el altar que se merece. Como la granita al limone (granizado), la cual consumía con avidez en su estadía siciliana mientras yo, así mismo y la friolera de cincuenta años después —sí, joder, ya sé que lo he dicho antes, pero es que es casi una vida, hostia, hacía de este delicioso brebaje mi bandera en esas mismas benditas tierras, en este momento, en esta época, tan llena de cigarras que no cejan en su empeño pase lo que pase.

martes, 4 de enero de 2022

LA NATURALEZA

 APERTURA XVIII

Oh, viejo mundo, cómo te echaba de menos, pardiez.
Poder abrirte de nuevo como un melón y meter las fauces con toda la fruición posible y procurarme un banquete pantagruélico, uno de esos en los que acabas cantando vivaelrey. 
Oh, amigos míos, de verdad os lo digo. Qué placer.
Cuánto echaba de menos esta mierda. Publicar mis mierdas, mis crucigramas. Mi tiempo libre del cual ya no dispongo a voluntad: un año y tres meses sin las noches, ¿y sabéis qué? Que no lo echo de menos. No echo de menos esta excesiva paja autoindulgente. El vivir de noche. Las luces de neón. El alcohol fluyendo por mis venas. El humo cubriéndolo todo con su neblina y su manto de bomba de escape ninja. Es una bella contradicción, lo sé. Porque lucho por encontrar mis espacios en este nuevo orden, en este nuevo mundo en el que no me lamo las heridas, no más.

Luce (alla fiorentina)
La naturaleza de los niños es pasárselo bien sin pensar en las consecuencias. A uno le brillan los dedos al comer, mientras que el otro mantiene en todo momento su servilleta cogida con la mano menos hábil. Cada uno con su naturaleza y los detalles que los moldean, ya sea mediante estímulos externos o los internos propios (interesante observarlos). El pequeño es un cabronazo, tiene un buen maestro. Mi naturaleza, en cambio, no responde a ningún estímulo en particular: sigue siendo la misma desde hace años. Bueno, pero ya no me lamo las heridas, eh. Al menos no de manera tan descabellada. Pero no he de evolucionar como un maldito Pokémon. No soy un libro en blanco con todo el futuro por delante ni tampoco voy a volverme loco a estas alturas.

Sé a quién le debo lealtades, descuidad. Y algo me dice que no falta tanto para acabar el trabajo. Todo ha tenido que adaptarse a esta mierda del virus, incluso la manera de relacionarse; hay que cambiar los hábitos, las maneras de pensar sobre ello. Hay un mundo prepandémico que ya no existe. Por suerte no les debo nada a los noticiaros... ¿habéis intentado vivir sin estar conectados?

Ah, cuánto echaba de menos ser libre. Libre para reescribir la misma historia una y mil veces. Más de un año llevo ya con Nurku, mi protagonista juvenil, y no hay manera, no hay manera. Me falta un chasquido para recurrir al noruego, para lanzarme a sus brazos, porque uno no puede renunciar a su naturaleza. Uno es como es y los otros son como son: informados, desgraciados, poderosos, vanidosos, maleducados, perezosos, autoindulgentes, empáticos, italianos, cerdos, cabronazos, melancólicos.
Oh, mundo pospandémico, sé hacia dónde viras. Mantenme alejado de tus miserias compartidas, de tu afán natural por medrar. De la necesidad de descanso, de no estar seguro, de los números rojos. Tu naturaleza y la mía no van a ir de la mano, pero gracias por otorgarme momentos como los de Florencia, la ciudad con peste a tartufo.

Lo echaba de menos.