miércoles, 6 de mayo de 2015

AHORA QUE NADIE ME LEE...

... voy a escribir que me encanta beber.
Soy un puto borracho y un sociópata convencido. Ya no fumo ni me drogo y no te pienses que no lo echo de menos, no.
Odio a la gente y la gente me odia a mi. Ahora que nadie me lee, voy a explayarme.
Me importa una mierda no permanecer. Desde que me metí en el rollo de la astronomía, todo me importa una puta mierda.
La gente no tiene ni puta idea de nada. Suelo mentir diciendo que todo el mundo tiene algo que decir cuando en realidad no lo pienso así ni de coña. Lo paso mal en los conciertos, doy gracias a que no tengo ninguno a la vista. Ni bodas, gracias a Dios. Luego me emborracho y la lío y le hago pasar una vergüenza de la leche a L.
Ahora que me lee menos gente que nunca -total, para qué, y además me importan todos ellos un carajo-, solo quiero decir que no tengo nada que decir y que no leo una mierda. Nunca he sido un hombre cultivado y ya ni siquiera tengo memoria para intentar volver al sendero de los libros.
Ahora que nadie me lee, quiero que sepáis que he perdido la fe en la amistad. La exclusión social que la nueva familia provoca es una mierda, una puta jodienda. La pérdida de fe en mi mismo cabalga al mismo ritmo que el deterioro físico no tan propio de la edad. No puede ser que mis amigos, mi círculo, sufran por ello.
No puedo hacer deporte por culpa de la puta hernia. Estoy hasta las cojones de vivir con dolor, un dolor que vive al amparo de enfermedades mortíferas y casualidades e imprevistos varios. Tiene guasa la cosa, con la de mierdas que hay por ahí. Podría tocarme a mi, joder.
Ahora que nadie me lee, sabes qué, que a la puta mierda todo. Yo solo quiero escribir, pero escribir con calidad. Y encontrar la paz. Y ver desaparecer a mi padre, joder, ¡sueño con esa mierda! Sueño con su puto entierro oscense ahí, rodeado por paletos, con mis gafas de sol y mi postura más hierática.
Ahora que nadie nos ve, quiero decir que no necesito a nadie fuera de mi núcleo. Iros todos a tomar por saco, ya me dirás qué cojones hago yo escuchando a los putos Mumford and Sons.
Total, nadie te lee, tío, ¿qué más te da?
¿He dicho ya que me encanta beber?

lunes, 4 de mayo de 2015

CRIADEROS

Sufro de ataques de nostalgia. Son unos ataques que no puedo controlar, unos ataques que a veces atentan contra lo que es real y lo que no.
Algunas veces siento nostalgia por lugares de mi pasado que, a ojos actuales, no significan gran cosa. Cuando pienso en tatuajes nuevos enseguida me turba el sosiego de aquellos criaderos de antaño, aquellos parques con sus plazas y sus mayores jugando a petanca con el ambiente estancado en un fresco de tramonto irrespirable.
Volver a la noche es volver a criar a mi prole. Es traspasar toda esa melancolía a algo palpable, a algo provechoso. La noche y sus criaturas son mi mundo, siempre lo fueron. Mi barrio, no obstante, desapareció. Como Cagliari, mi ciudad, presa de una postal que no sé cómo sobrevive en los recovecos del deseo voraz.
El pasado, al criar, es como una puta losa. Acarrean con el desengaño de toda una generación, pobrecitos ellos. La negación es peso. Knausgård es toneladas de peso. Tanta realidad abruma mientras intento que el 'no, no!' acabe por no influenciar su vida adulta demasiado (¡qué gran temor tan constante y pesado, joder!)
En mi pueblo actual, Gironella, voy a montar auténticos criaderos. ¿Y qué pasa si el presente, en cuanto a ciudades o lugares dónde vivir, no me satisface? No significa nada para mi este lugar. Intento alcanzar la parte práctica de la existencia sin salpicar al prójimo, eso es todo. Si tengo que bajar al parque me hago con una cobertura de protección previa. Gironella también se irá y sólo quedará una imagen que no creo que idealice con el tiempo. Esa foto, junto con otra en la que estoy sentado con mi chupa de imitación de cuero, esa visión. Solo espero no salir trastabillado.
Luego está mi pequeña Amélie. Ella no sufre de saudade. Ella solo 'sufre'.
Adiós a la etapa de nuestra isla, después de ocho años. No voy a explicar aquí el por qué, ni lo que le espera por delante. Pero todo aquello se acabó. Espero que lo veas, vieja amiga, joven mujer.
No siento tristeza por ella, sí por mis espacios de tiempo detenido en los que ganarse el pan no importaba.
Mi lista, la de Exit Music for a Birth, está puesta al día. Estoy listo para seguir criando.
Tengo ganas de seguir leyendo a mi amigo noruego, si bien voy a hacer un paréntesis con Delizia!, de John Dickie, y luego me sumerjo ya en Camilleri, promesso. Hay ganas de verano y de playas del sur.
Sé que puedo controlar esos ataques, aunque me turbe la imagen de un pasado que olvida la noción ciclíca de la existencia.


jueves, 23 de abril de 2015

DELICIA (SANT JORDI 2015)

Adoro este día. Un año más, ya lo sabes. Lejos de la ciudad.
La gente camina por la calle con una sonrisa y, si trabajo, me pido fiesta siempre.
Los libreros dependen en parte de este día, cosa que en parte me apena, si bien la tendencia es lastimosamente negativa. No sé en otros países, pero aquí no lee ni el tato. Leer está pasado de moda, no está bien visto. Nadie sabe para qué sirve leer hoy, con lo que aburre.
Hay que leer. En los libros está la clave de todo. El verdadero y único viaje posible, como dijo Pérez-Reverte, es a la biblioteca. Lean, por favor. 
Verán como nos hace más libres, verán como tendrán más herramientas para contrarrestar la injusticia. Leed... lo digo en serio! Aunque nunca te cruces conmigo, aunque me importe un carajo que nos hundamos todos juntos. Olvidaos de la televisión y el puto móvil, qué cansinos con el puto móvil. Aunque sean el Marca o el Sport, el Pronto o cualquier mierda del New Age... lee, en serio. Nos va la vida en ello.
Adoro este día. No acostumbro a pedir nada, será porque me desespera tanta idiotez y falta de educación y siento miedo y un vértigo de la hostia. Las jodidas calles huelen a pétalos frescos y el sol inunda las paraditas y los rostros de los transeúntes con inusitada calidez primaveral.
Qué delicia.



viernes, 17 de abril de 2015

MI MANTRA (GETTING OLD SUCKS)

Vuelve a haber un muro entre mi mundo laboral y mi yo saludable, esta vez en forma de cortina blanca.
Son apenas las ocho y diez, acabo de salir de guardia. 'Ya sabes, cuando venga el médico', la espera dice. Habla la voz de la experiencia, una mujer que, casualidades de la vida, me acunó entre sus brazos durante mis primeras horas de vida.
Empiezas y acabas en un hospital, aunque en mi caso parece que voy a tirarme toda la puta vida entre batas blancas.
Veo gente de prácticas, rostros imberbes que deberían ansiar el pinchar y sin embargo solo bostezan; por eso me sorprendo al verla entrar en mi box, el número 12, con aire decidido. Está algo regordeta, es morena y tiene el pelo mal recogido cayéndole por los rechonchos hombros. Sé por donde va a ir:
'De dónde eres, Javier?', y en esa voz resolutiva, sin mirarme a la cara, incluye una suerte que me hace extranjero sin saber muy bien por qué, como si estuviera en algún lugar de paso tipo Ibiza o hubiera vuelto a alguno de mis exilios.
'Has visto mi apellido y no te has podido estar de preguntar, verdad?' Se gira abruptamente, como si descubriese un gran secreto:
'Soy de aquí, mi padre es oscense, de un pueblucho de Monzón. Y tú, de qué parte eres?'
La verdad es que estoy acojonado. Por suerte, mi sueño y el cansancio acumulado mitigan esa horrible sensación de estar a merced de alguien, esa vulnerabilidad. Incluso en esas me permito el lujo de ir de listo.
Como últimamente en mis rutinas, solo hay ancianos aquí. Todos hablan de lo mismo. En las casillas que mi estudiante rellenaba había espacio para el Sintrom, la diabetes y otras bondades propias de la edad. Yo respondo que NO a todo, cosa que por cierto no atenúa la insularidad que me provoca este lugar. Bizqueo amablemente y me deja en paz, qué respiro. Su acento la delata.
Hacerse viejo no es muy recomendable; en temas de salud, todo me retrae a ese estadio futuro e irreversible. En cierto sentido, los abueletes que ya no son autónomos no se diferencian mucho de los primeros problemas de fin de juventud que puedas tener: entrar en el círculo vicioso de pruebas, visitas, médicos insolentes, enfermeros novatos, dolor. Conversaciones de supermercado, esperas interminables, los recortes en sanidad. Y todo el mundo con los nervios a flor de piel. Y, en esos espacios, todos somos iguales, conejillos que se disponen a donar su integridad en espera de una vida más placentera, en espera de una vida sin dolor.
Luego está el parque. Ay, el jodido parque. No tengo bastante con soportar miradas que señalan mi lejanía provinciana, no. Nadie quiere sufrir. Es el mantra de la humanidad: sí, pero sin sufrir. Sí, pero desde el sofá. Cuando bajo solo con el niño lo paso mal. No sé cómo moverme, mi cuerpo debe ser rígido como una puta mole de cemento, no encuentro el modo de no parecer fingido. L., mi bebé,  está en constante movimiento, así que yo le ando detrás mientras intento que el ridículo de un pelotazo no me sobrevenga, quedando así expuesto a mis vergüenzas. Puede que levante el mentón saludando con algún sonido gutural de añadido como mucho, no intervengo demasiado. L., que es el jodido único niño de dos años que quiere jugar con los de diez y roba las pelotas de todos, se lo pasa en grande, ajeno a mi incomodidad permanente.
La veo venir de lejos, con el rictus más que serio, es una madre que viene directa hacia mi, hacia nosotros. No me da tiempo a pensar mierda, préparate:
(...)
Que li dona la pilota al meu nen? Me dice, enfadada. Como yo solo observo, noto que no me suena de nada y que puede que le molesten cosas que no vienen a cuento. Parece realmente irritada.
Sí, clar, tot i que bueno, és difícil, y suelto una carcajada.
Ah si bueno difícil... recriminando.
Me quedo atónito. Coge la pelota, al niño, se da la vuelta y se marchan del parque. Yo como un tonto, pensando que los niños cogen los juguetes del resto de niños, sobre todo los de los demás. ¿Qué tienen que decir los padres a eso? ¿No es algo natural, algo como para no intervenir, como genitores? Que haya visto de todo no significa que no siga sorprendiéndome. Y cuando escribo esto pienso en los gemelos que van al parque con sendas gorras y gafas de sol. Me los imagino ahora en verano con la cara embadurnada de crema, protección cincuenta. Pero no les juzgo, eh, solo que yo no quiero ser así.
Le cojo la matrícula y rabio por dentro. Cada padre es un jodido mundo, me digo, no vale la pena intervenir. Luego soy capaz de rebuscar entre mi mierda el mantra que tengo que interiorizar para intentar invertir la tendencia: deixo enrere el passat i estic en pau ara i aquí. Deixo enrere la ràbia, el dolor i el neguit del passat i estic en pau ara i aquí.
Dejar atrás el pasado. Olvidar toda la ira y rabia acumulada, encajonar estos sentimientos negativos en algún rincón de mi ser y tirar la puta llave a tomar por culo.
Decisiones como no volver al puto parque yo solo, hablar menos. Escuchar sin desconectarme, eliminar esos malditos muros blancos y esperar al segundo grado sin que mi yo saludable se resienta.
Ya son casi las diez. Me voy a desayunar a la granja que está justo al lado del bar donde empezó todo. Como rápido, ya no soporto estar solo, ni siquiera me acabo el batido. Esta noche tengo que volver. 
Ya es primavera y llevo una semana tosiendo (mi quinto constipado).
Y es que hacerse viejo apesta, joder.

martes, 24 de marzo de 2015

LOS RETRETES DE LA IRA

Cuando me miro tras la ventana de otro en esas nuevas cámaras que nada ocultan me disgusto profundamente y se acentúa en mi esa sensación de disminución física que tanto me atormenta.
Cuando me miro hay vergüenza, pienso, hostia, pero qué mal.
A veces me pregunto que vio en mi. Estaba destinado a acabar solo y apareció de repente entre la mediocridad de una vida burguesa. Odiaba el desorden, usaba en exceso un perfume de los caros. Irradiaba feminidad. Llevaba unos tacones demasiado altos para su envergadura, los lucía con orgullo.
A veces solo un par de respuestas que no encajan, un día feo en el trabajo, y todo se vuelve cuesta arriba. No sabes por qué, si será la puta primavera, el fin del frío con lo bien que llevo mi chaquetón, una mala semana sin más. Todo se ve envuelto por una aura oscura y tendenciosa, con lo que la salida rápida y natural se convierte también en la más eficaz.
La ira. Estar enojado constantemente como modo de vida, no solo tras un mal trago. He tratado de ser consecuente con los años, bajar el nivel de irritación. El problema es que fui una estrella precoz, un chico popular; el verano pasado tuvimos una boda de la prima de L. en E. B., cerca de mi territorio. Allí, tras un primer análisis no muy exhaustivo, distinguí una presencia familiar que asociaba a ese pasado 'triunfal' que comentaba. Era una chica, conocida de vista, puede que amiga de alguna a la que rozamos o vilipendiamos, qué sé yo. El caso es que tras un par de copas y problemas para mantener la compostura, se oyó un comentario sobre mi salido de su boca. Dijo mi apellido, exclamó, es bastante gilipollas, todo un 'sobrao'. 
Desde luego, para L. es como si le hubiera ocultado parte de mi, y no pude si no dejar escapar una carcajada y mirarle con expresión 'fue hace veinte años, reina, era un crío', por no decir que el testigo no era para nada fiable y que, qué cojones, no venía a cuento dar explicaciones sobre semejente chorrada.
No tuve que esforzarme demasiado pero me molestó la escena, como si nunca entendiera por qué la gente es incapaz de comportarse con normalidad o, simplemente, como se espera de alguien educado. 
La gente nos conoce. Mi hice un nombre justo antes de tener que seguir demostrando mi valía constantemente aunque todavía quedaran reválidas. La presión que me autoinfrinjo es tan dañina que algunos han llegado a creer que se trataba de otra persona, como si en vez de ser yo fuera alguien nuevo, como si existieran dos de mi. Entonces lucharía con la identidad y sonreiría al recordar los heterónimos del gran Fernando Pessoa, adalid de los problemas interiorizados y las esponjas de almacén.
Siempre he pensado que el mejor psicólogo es aquel que puede beberse.
Cuando paro un momento, me miro y observo las gotas caer al lavarme la cara con agua helada, se acentúa en mi esa sensación de estar por encima del bien y del mal; dudo de la medicina occidental y hasta me permito entrar a discutir las bondades del karma y el camino del samurái. Reconociendo estar al borde del abismo, psicológicamente estoy tan perdido que ojalá pudiera abrirme y dejar de pensar en chorradas como no me gusta su aspecto o si no eres castellano parlante mejor lo dejamos; al poner trabas a mi salud mental, lo único que estoy transmitiendo es pocas ganas de salir de este trago que ni siquiera me afecta a mi directamente.
Odio ver esta mierda, odio mirarme en los retretes de medio mundo y no ver nada más que puta ira estallando a cada paso, esquina tras esquina.



viernes, 6 de marzo de 2015

MI CANTANTESSA



Carmen Consoli es mi cantantessa.

La descubrí buscando música para mi exilio italiano en 2006, año en que publicó Eva contro Eva. Su voz y sus melodías eran claramente diferentes al pastel italiano típico según la Pausini o lo folclórico de la Carrà y, en un año de decepciones tras las esperas de Tool y Deftones, Carmen encajó en mi mundo a la perfección.
Antes de nada debo reconocer algo: las buenas voces femeninas, a ser posible con pocos instrumentos (léase, guitarra o piano), me ponen. Me llegan a los adentros como pocas cosas. Por eso tengo en un altar a la Pérez Cruz también.
Mi relación con la Consoli empezó con buen pie, pues. Escuché ese disco hasta la saciedad y luego conseguí los otros; Confusa e Felice, Mediamente Isterica, Stato di Necessità L'Eccezione. El primero no lo tengo y al que vino después en 2009 (Elettra), apenas le presté atención.
La sensación de cercanía para con ella era debido a una mezcla de su folkpoprockero con su aire de señorita frágil y muñeca de porcelana. Evidentemente, el eco mediático que me llega aquí no es ni un cuarto del que hay en el Belpaese pese a la globalización y la cercanía de las redes sociales; pienso en el festival de San Remo, en el sentido de que hay años que me llegan muchas cosas y otros en los que apenas me entero aunque intente seguirlo de alguna manera. Me refiero a que aquí pongo la radio o la tele y te amorran las novedades del panorama musical español. No tengo una vida social virtual tan activa como para saber lo que se cuece en Italia a cada instante porque me gusta tocar de pies en el suelo y es algo que suelo reservar para cuando visitamos el país transalpino y nos empapamos del momento en el lugar (y Radio Italia no es fiable porque aburre con sus clásicos). Vamos, que no es lo mismo que estar allí.
Carmen es siciliana, de Trapani. Recuerdo cuando estuve en Palermo haber mantenido una conversación en un café con un nativo sobre ella, sobre como cultivaba una imagen de diva sexualmente ambigua. Según él, era una estrategia puramente comercial. Yo le replicaba que era lo que se llevaba (en España se había aprobado recientemente el matrimonio homosexual) y que no me parecía mal si su objetivo era ampliar su público, respondiendo a criterios artísticos. Al final de todo, una cantautora o grupo puede dedicarse  a sacar un disco cada 2 años siguiendo una línea recta sin salirse del patrón; la catanesa en ese sentido es más una artista, ya que cada nuevo trabajo refleja unas ideas o estados de ánimo, englobándolos en un bien mayor: un bloque temático único, muy al estilo del rock progresivo de los 70.
Yo lo veo así y así entiendo también el proceso de creación artística. La vida son ciclos, etapas que se van quemando irremediablemente.
Diría que la cantantessa mezcla estilos, música popular con rock, pero que sobretodo es esa cotidianidad lo que la hace diferente, lo que le define. Como decía antes, la imagen que yo me he creado de ella puede estar alterada o sujeta a arbitrariedades, lo asumo. Y, justo ahora que presenta su octavo disco, L'Abitudine di Tornare, vuelvo a ella entregándome a su dulce voz, escrutando cada uno de sus movimientos cuando, por ejemplo, acude a la redacción de La Repubblica en Florencia y las veintipico personas que la reciben (periodistas, supongo) la observan igual de atentos que yo.
Carmen ha sido recientemente madre y eso se nota. La maternidad te cambia y parece que la canción Questa Piccola Magia es la que homenajea ese vaivén vital aunque todo el disco tenga ese aroma. Los años pasan y sus cuarenta son como mis 35 y mi pequeño príncipe: la llegada de la jodida madurez. Cuando la veo llegar con sus pantalones entallados de pinzas, sus taconazos y su camiseta de marinera con el pelo recogido no puedo más que sentir un puto escalofrío que me revuelve las entrañas mientras pienso, 'mierda, sé de alguien que está pasando por un momento similar, fijísimo'. Y es esa identificación, esa asimilación, lo que te da cuerda y anima y hace el camino más llevadero (el comprobar que no andas solo). Puede que definiera el arte o la creación artística externa así. La interna tiene que ver más con el vómito o con el boxeo.
No es que los discos sean muy diferentes entre ellos pero, si tuviera que elegir uno, sería el directo de L'Amfiteatro e la Bambina Impertinente, un greatest hits grabado en Taormina en 2001. Puedo sentir la magia de esa noche, me traspasa cada vez que lo escucho.

Carmen Consoli, mi cantantessa... nueve años después (versión 2015).