Mostrando entradas con la etiqueta Estate. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Estate. Mostrar todas las entradas

lunes, 14 de agosto de 2017

LA LOGÍSTICA DEL TIEMPO

¿Crees que quiero perder el tiempo pensando en la logística y en los tejemanejes que tenemos que soportar si queremos hacer algo? ¿Que quiero sufrirlo ni siquiera un segundo? Mientras lo estoy viviendo, en ese mismo instante, soy capaz de darme cuenta pero no puedo cambiar esa oleada de negatividad. Justo al explotar, siempre demasiado tarde, me llevo las manos a la cabeza y pienso: mierda, me ha vuelto a pasar.

La vida verdadera, esa sobre la que pocas veces nos paramos a pensar, la que apenas entendemos ni valoramos, es demasiado valiosa. Pero... ¿cómo aprovecharla? ¿Cómo llevar a la práctica aquello de vive cada instante como si fuera el último? Estamos tan encadenados a nuestra mierda diaria que las señales que nos harían despertar para poder vivir con plena conciencia la suerte que nos ha tocado en gracia se nos escatiman, están veladas. Mejor dejar de tratarla como si fuera un tesoro, pues, y asumir que, en realidad, la vida es solo un mero trámite. Nuestros niños no tendrán por qué ser los grandes damnificados.

Aquellos convencionalismos sociales de antaño que yo nunca asumí me persiguen hoy. ¡Y no paro de crearme nuevos enemigos! ¿Crees que quiero perder el tiempo relacionándome con gente que aborrezco? Prefiero no fingir y ser honesto conmigo mismo. Incluso si son legión los que no me tragan. El otro día estuve con mis amigos, nada, una hora y media mientras los peques jugaban, bebiéndonos un par de cervezas: no me reía tanto desde nuestro último encuentro en aquella cena ya mítica en que la policía nos detuvo. Lloraba, joder, se me desencajaba todo. La gran mentira de todo el embrollo, de ese contrato social que yo no firmé, está a una distancia insalvable.

He estado hablando largo y tendido con mi amigo Gnöit estos días. Bueno, hablando, no, ese es el tema también; parece que he estado a punto de quedarme aislado y con el móvil luego solo hay equívocos. Él no entiende mis arrinconamiento voluntario y me pide descargos con razón. Pese a todo lo que ha vivido, tiene una envidiable visión positiva del asunto. Él sabe lo que me bulle dentro y trata de quitarme presión de encima, justo como siempre ha hecho.

Viendo The Leftovers he recordado una conclusión a la que me hicieron llegar hace algún tiempo: no todo tiene que ser trascendente.
No puedo aspirar a entender todo lo que se cuece a mi alrededor, pero necesito que ellos hagan lo mismo y no me obliguen a estar todo el rato pendiente o no quedará títere sin cabeza.

viernes, 16 de junio de 2017

GRACIAS, KARL OVE, TAKK

Cuando leo a Karl Ove es como si volviera de golpe a recuperar la fe perdida.
Me transporta a la época de las primeras y más grandes aperturas, ese lugar en el que creí hibernar para siempre y al que suelo recurrir últimamente como si ya hubiera cerrado la compuerta.
Entonces todo era nuevo y esponjoso y yo anhelaba esa sabiduría por encima de todas las cosas. Ellas, las chicas,  quedarían en un rincón, apartadas en espera de mi abrupta y deslumbrante aparición. Así de iluso era yo.
En el fondo sigo pensando como entonces, solo que ahora todo ha cambiado; esta máxima encierra una verdad tan atronadora que ha de tenerse en cuenta sí o sí. No puedo obviarlo, y eso es algo que mi testigo de boda no alcanza a entender. En contradicción con mi yo social -que no familiar-, son muchos los días en que no salgo para acallar las voces ni el runrún, y lo mejor es que no me importa una mierda. No necesito que me vean como soy en realidad.
Lo que me asusta es saber que yo soy así. Bueno, que puedo llegar a serlo. La cuestión es el cuándo, la única cuestión, infatti (de hecho). El mientras tanto, pues, se convierte en una pesadilla interminable, en un culebrón donde casi todo es baladí (lo que podríamos denominar existencia, vamos). Equilibrismo puro, cuando yo solo querría leer libros y criar a mis hijos un poco a lo Capitán Fantástico.
Luego está el hecho de mi amistad con Kristian, compatriota de K. O., y los lugares comunes. Me veo en las veces que he estado allá arriba con ese puto frío, emborrachándome, siguiendo las huellas de un mundo ya no tan extraño. Yo podría, joder. Y tanto. 
Qué hacía Kevin Durant celebrando el anillo, qué esperábamos, yo no iba a celebrarlo. Sentí el picorcito, lo reconozco, pero no fue suficiente para aliviar el tema galáctico del acaparar y no dejar ni las migajas.
Son estos putos últimos días, tan calurosos ya, en que todo me molesta. La compuerta se resiste a agrietarse. Suerte de Karl Ove y mi cantantessa, a la que pronto voy a conocer. Y mis islas... ah, las muy jodidas, ¡no se me fueran a mover!

P. S.: Un recuerdo especial para nuestro amigo Chris Cornell, que nos dejó en estas fechas y todavía seguimos traspuestos. Una voz para el estremecimiento. DEP.

miércoles, 20 de julio de 2016

EL (FALSO) VERANO DE DOS MIL DIECISÉIS

El falso verano de dos mil dieciséis, marcado por otro ingreso no deseado, la ausencia del ser querido y los viajes a los mares meridionales; la boda, la masia de septiembre y mi pequeño bimbo, lo recordaré por ser más largo de lo esperado.
Está siendo un verano atípico, este. Tampoco he visto a Albert, muy poco a mis amigos y la necesidad loca de antaño que muta por momentos. Ésta va a ser la cuarta semana de calor intensa sin apenas lluvia. Como dije, me recuerda mucho a aquel verano de dos mil seis -hace ya diez años-, con nuestro bañito en Villasimius el 31 de octubre.
Un verano, este de dos mil dieciséis, sin viaje. Perdón, creo que ya lo he dicho. Una auténtica locura, en este año de locos valga la redundancia, más si cabe por no poder recuperar ni un centavo al final del día. En realidad, desde luego, sí que pensamos en el jodido dinero. De hecho veo el sobre y la mano extendida, unas breves palabras al oído tipo una ayudita para empezar, que Dios os bendiga. Y por qué no.
Mi hijo L. empieza a desobedecer sin ningún pudor. Me desafía a situarme en la disyuntiva de tener que elegir qué clase de padre quiero ser. Si descarto ser el padre-amigo, que es lo más probable, ¿cuán cerca me hallo de convertirme en un padre como el que yo tuve? Necesito unas vacaciones de L., desintoxicarme de él. O me desapego o me la pego, como me dijo mi vecino.
Tengo calor. Todavía toso. El puto antibiótico me va a reventar por dentro. Vuelvo el 29 y, francamente, ya que no nos vamos, pues no me importa currar. Un verano a base de escapadas puntuales a la playa y la piscina, a base de poco aire nocturno mientras me despido siempre entre el OVNI que sigue desplazándose hacia el oeste -basura espacial, leí- y los chavales que juegan en la plaza hasta tarde, no es un real summer: son unas fakelidays, carajo; en espera de los noruegos, con el tembleque de tener que rebuscar nuestro mejor inglés entre los restos del reciclaje, ya habremos cumplido con la primera parte con creces. Agosto ya no es lo mismo, nunca es lo mismo.
Este falso verano, marcado por una aceleración histórica evidente, más largo de lo esperado, sufrimos esta canícula sin apenas salir de casa y conectados a la red, calculando ese día de septiembre para escribir unos votos. Qué cojones... ¿y por qué no? Ya veréis mi traje. Una auténtica locura.