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jueves, 31 de julio de 2025

JULIO: FUEGO PEREGRINO (VERANO II)


"... entonces, piensa que se despertaban tarde, supongo que cuando el cuerpo les decía basta, y luego desayunaban café y unos bollos de bolsa, cualquier cosa, sabes. Metían en el macuto una botella de agua congelada y algo de fruta, unas patatulis y un par de botellines de cerveza sin mirar el reloj, independientemente de la hora que fuera; se ve que, un día, incluso salieron de casa más tarde del mediodía,y que, según se dice, solían levantarse no antes de las diez... ¡con dos niños a su cargo!. Luego parece que se iban a la playa a pasar el día sin más".

"Dicen, porque eso no lo colgaban en las redes sociales tampoco, que compartían cierta preocupación en buscar un lugar cómodo —a una distancia prudencial de vecinos y otros moradores molestos, imagino—, pero que una vez establecido el campamento base, era como si el constante vaivén de las olas y su rumore ejerciera sobre ellos una especie de trance y todo lo demás dejara de importar —y, por extensión, de existir".

 La vida es como un espeto, ensartada y abundantemente salada. 

Hemos perdido la comunicación con nuestro entorno; somos una civilización alejada de la naturaleza, que huye de la conexión con bosques, ríos, montañas y desiertos, algo que nos definió como especie hace milenios. 

Ya los antiguos egipcios construían según las estrellas y su historia no se explica sin el Nilo, su verdadero dios; llamaban tierra negra o khemet a su país, no «Egipto» (se lo pusieron los griegos); de hecho, la diferenciaban de la tierra roja o deshret, al otro lado del río. La tierra negra era fértil debido a las crecidas del Nilo, mientras que, en efecto, la tierra roja era un páramo yermo, era deshrieto.

  ¿Adivináis en qué ribera florecieron sus dinastías y en cuál enterraban a sus muertos?

Perdonad la broma. No obstante, es de justicia reconocer que hay grandes cantidades de descontrol y azar en este asunto: no es todo culpa del calentamiento global y del COVID. Aunque podría, es decir, define estos últimos años, nos marca, limita y previene; para la adolescencia, el nuevo fútbol y las crisis de fe no abren hasta septiembre. 

    Antes del trenecillo en el que transcurren nuestros días, me gusta pensar que todavía tenemos todos los dientes y no hay daños irremediables, con lo que me aterroriza eso —ya os dije lo mucho que me estoy acercando a las tietas, en el post anterior. Nuestro tren, decía, lo dirigía un señor de unos cuarenta años, pero unos cuarenta años del sur, curtidos; de tez morena, moldeada por el sol, con la línea de la barba muy alta, por encima de los mofletes (casi tocando el párpado). Tiene una cinta, pero no duda en poner el pause cada vez que considera que tiene que intervenir: "… Estas montañas son todas huecas...", "... Fíjense en aquella cueva, debajo de aquel cerro...", "... Nerja está justo al otro lado de esas paredes...". 


Y podríamos contemplar los restos de una alcazaba musulmana y pensar en el siguiente castillo que nos encontraríamos por aquí desde la última fila, lejos de las familias emocionadas por hacer turismo ecosostenible, aunque ruidoso. ¿Es que por aquí no han oído hablar de la contaminación sonora?


Qué suerte tenemos, que somos peregrinos de los arrecifes. Incluso cuando el agua está jodidamente helada por culpa de una mezcla de corrientes poco habitual, aquí en el Mar de Alborán. La naturaleza es sabia, y por sus ciclos la conocerás; mejor que no nos alcance un Tunguska o otra edad de hielo, pero qué podríamos hacer. No sé si daríamos lo mejor de nosotros mismos, si podríamos acabar el crucigrama, 👈o seguiríamos en nuestras burbujas de seguridad, viendo pasar el mundo desde la atalaya (¡a salvo de tsunamis!) en la que nos alojamos.

"Dicen que los niños se lo pasaban en grande saltando las olas, jugando a pelota, raquetas y lanzando el disco. Y que sus padres eran partícipes".

lunes, 30 de junio de 2025

JUNIO: FUEGO DISEMINADO (VERANO I)

"De las fiestas que marcan el calendario, San Juan es sin duda una de mis favoritas. Pero eso ya lo sabéis; el cuerpo de Cristo, dos meses después de verse diseminado por los efectos de una obligada misión, nos abre las puertas del verano y una promesa tan potente como un trueno desbocado, uno que suena justo aquí al lado (¡no hubo que lamentar daños!). Y un juramento de amor inquebrantable que nos hace sentir hijos de un tiempo especial y único: el que dicta el futuro cercano de la edad que se nos escurre entre los dedos y las malas decisiones".


 Del cierre de etapa poco me queda, excepto la sensación de que sigo sin poder enfrentarme a lo inevitable. Soy tan celoso que me es de lo más difícil asumir el cambio sin decir aquello de it's too late; y, sin embargo, que se siga moviendo. Pero yo no puedo ser una zia y desayunar dragones si no quiero acabar mal, sometido por las malas decisiones y los miedos invisibles.

Esto fue lo que me dijo un amigo: 
De lo que me ronda, tengo la certeza de que algún cable puede dejar de funcionar en cualquier momento. Como si fuera posible desconectarme, o desconectar algo del aparatejo, algo vital; una mirada estrábica que haga clic y deje de regar, un olvido respiro, un paso fuera de lugar sobre un escalón de fondo, una palabra balbuceada con apuros. Si cierro los ojos y repito un mantra mío en soledad, sin restricciones de ningún tipo, y dejo de hacer concesiones, solo entonces es cuando sé que siempre es menos de lo que parece cent per cent, como diría mi primogénito.
Arcane



Las despedidas corren el tupido velo de una huella insondable que marca los límites del espacio vital. Hacen que me pregunte: ¿he estado a la altura? ¿Es de mí, de quién hablan? ¿Si vuelvo a verles, tendrá sentido? Para cuando cierre la puerta de mi casa y deba aprender a lidiar con mis estrecheces.

"Luego está la parte de luz y naturaleza salvaje que marca nuestro fortín de la Costa Brava. Me hubiera quedado allí todo el mes, casi solos en las calas de peñascos y arrecifes que nos afanamos en explorar como hijos bastardos de un dios marítimo antiguo. Y es que el mar, bucear, tiene algo de hipnótico y ancestral; el miedo a descubrir nuevas especies al interactuar con la fauna local (y que te pique algún bicho raro, de paso), la profundidad de lo oscuro, apta para lanzarse al vacío y desfogarse con un grito tribal; las corrientes cambiantes y su breve escalofrío recorriendo la espina dorsal, el canto de las cigarras, escondidas en los pinares, a salvo del sol inmisericorde; la quietud del pecio que yace en silencio sin esperar nada de nadie... Es como en aquella vieja canción".

Quizá sea esa la clave: no esperar nada. Volver al estoicismo puro y clásico. Y no convertirme en mi padre, un ser atemorizado por las inseguridades y las risas mistéricas del que hurga en una tradición generacional, ligada a un contexto espacial, castizo e inalcanzable que marca mi propia incapacidad en este presente que vuela como las hojas arrastradas por un levante otoñal. Así que voy a esparcir las cenizas de esta etapa, quemadas con el ahínco y ritual del solsticio, y, simplemente, voy a buscar un lugar para tener buena vista y hacer mis respiraciones diarias.


sábado, 5 de agosto de 2023

EL TERCIO DEL ACCITANO (VERANO II)

El antiguo rumor que hizo correr don Geraldo desde Yegen, en la profunda Alpujarra granadina, nos hizo querer descubrir por nosotros mismos qué de cierto había en aquello mientras paseábamos por sus empinadas calles.

Y decía: "... por aquí los senderos son más escarpados y están flanqueados por olivos de gran envergadura. Se vuelven abruptos rápidamente. Al dejar las acequias (...), bordeadas por lirios púrpuras y azules vincapervincas, se penetra en una región donde los violentos peñascos rojos se precipitan sobre las hondonadas (...)"

No es difícil entender por qué la resistencia morisca contra la monarquía, a mediados del XVI, se hizo fuerte aquí arriba. 

Al volver por Válor, el pueblo del efímero caudillo Abén Humeya, nos paramos en el Mesón de Ceci a degustar unas viandas típicas antes de volver curva arriba, curva abajo, a nuestro reducto del Marquesado del Zenete, con el hipnótico castillo de la Calahorra pendiente de todo, majestuoso equilibrio en un desequilibrio añejo, harto fotografiado y visitado por una obsesión que me tiene loco desde hace años.


Rodeado de almendros, las casas blancas de planta baja y las fuentes que lo circundan le reconcilian con su pasado arabesco y hacen que el reloj no quiera avanzar demasiado deprisa. Es Aldeire, son las raíces.

Paso las horas hojeando un libro de Lorca muy chulo, una edición ilustrada de Lumen que compró mi suegra, y haciendo algún que otro garabato en mi libreta. No hay mucho más que hacer, en el pueblo. Al menos no hasta las ocho de la tarde; el silencio solo viene roto por los aullidos de algún matulo (zorro) despistado y las ráfagas irregulares de viento que agitan con su cálido tacto las hojas de las frondosas parras y sus frutos tan verdes como toda la falda de esta bendita sierra.

Al norte, en lo alto de una colina pelada y repleta de pizarra, sobresale un Cristo redentor rehecho con los cuatro duros de la Junta de Andalucía, insuficiente a juzgar por su aire eccehomesco en algunos detalles. Justo al lado, y tras veinte minutos de subida luchando por mantener el oxígeno dentro del pecho (a 1.297 metros de altura), todavía se yergue La Caba, o los restos de lo que otrora fue una fortaleza, con sus aljibes bien visibles y sus trabajos de introspección y excavación a medias.

Y luego están los castaños de la Rosandrá, el paseo que bordea el río Benéjar, anchos como torres y que no invitan a querer abrazarlos: su contemplación ya es de por sí gran empresa. 

Es entre los chorizos y morcillas de Los blanquitos, los roscos y los churros de Guadix que transcurren los días, pues, con los niños felices y Laura como en casa, con su bata alpujarreña paquí y pallá, contenta de estar con los suyos. 

Para cuando me aprendí lo de las tapas, partíamos hacia la provincia de Cádiz por la A92, una autovía que nada tiene que envidiar a las de doble carril sicilianas con sus baches, subidas y bajadas y conducciones abigarradas; sobre las tapas, quizá haga falta una aclaración. La gente de aquí pregunta "qué tenéis", y ya se entiende que se refieren a ello. Pides un tercio (una mediana en Catalunya), después otro, una tercera ronda... y ya has cenado, prácticamente "a la carta" (evidentemente, dependes de lo que cocinen ese día en concreto). Suben un pelín el precio de las bebidas y ya está, ni lo notas, pero si tú no dices nada ellos hacen la suya, no sé si me entiendes. 

Tienes que ser uno más, vivir entre ellos. Ser "ellos".

Como Gerald Brenan en "Al sur de Granada" (1957). Como un aldeireño, un calahorreño o un accitano más.

Chus os quiere

lunes, 14 de agosto de 2017

LA LOGÍSTICA DEL TIEMPO

¿Crees que quiero perder el tiempo pensando en la logística y en los tejemanejes que tenemos que soportar si queremos hacer algo? ¿Que quiero sufrirlo ni siquiera un segundo? Mientras lo estoy viviendo, en ese mismo instante, soy capaz de darme cuenta pero no puedo cambiar esa oleada de negatividad. Justo al explotar, siempre demasiado tarde, me llevo las manos a la cabeza y pienso: mierda, me ha vuelto a pasar.

La vida verdadera, esa sobre la que pocas veces nos paramos a pensar, la que apenas entendemos ni valoramos, es demasiado valiosa. Pero... ¿cómo aprovecharla? ¿Cómo llevar a la práctica aquello de vive cada instante como si fuera el último? Estamos tan encadenados a nuestra mierda diaria que las señales que nos harían despertar para poder vivir con plena conciencia la suerte que nos ha tocado en gracia se nos escatiman, están veladas. Mejor dejar de tratarla como si fuera un tesoro, pues, y asumir que, en realidad, la vida es solo un mero trámite. Nuestros niños no tendrán por qué ser los grandes damnificados.

Aquellos convencionalismos sociales de antaño que yo nunca asumí me persiguen hoy. ¡Y no paro de crearme nuevos enemigos! ¿Crees que quiero perder el tiempo relacionándome con gente que aborrezco? Prefiero no fingir y ser honesto conmigo mismo. Incluso si son legión los que no me tragan. El otro día estuve con mis amigos, nada, una hora y media mientras los peques jugaban, bebiéndonos un par de cervezas: no me reía tanto desde nuestro último encuentro en aquella cena ya mítica en que la policía nos detuvo. Lloraba, joder, se me desencajaba todo. La gran mentira de todo el embrollo, de ese contrato social que yo no firmé, está a una distancia insalvable.

He estado hablando largo y tendido con mi amigo Gnöit estos días. Bueno, hablando, no, ese es el tema también; parece que he estado a punto de quedarme aislado y con el móvil luego solo hay equívocos. Él no entiende mis arrinconamiento voluntario y me pide descargos con razón. Pese a todo lo que ha vivido, tiene una envidiable visión positiva del asunto. Él sabe lo que me bulle dentro y trata de quitarme presión de encima, justo como siempre ha hecho.

Viendo The Leftovers he recordado una conclusión a la que me hicieron llegar hace algún tiempo: no todo tiene que ser trascendente.
No puedo aspirar a entender todo lo que se cuece a mi alrededor, pero necesito que ellos hagan lo mismo y no me obliguen a estar todo el rato pendiente o no quedará títere sin cabeza.

jueves, 9 de julio de 2015

DEL ESPOLÓN DEL DRAGÓN A LA CASA DE LOS MIAUS Y LOS GUAUS-GUAUS

Aquí abajo tutto è molto più affollatto, crowded de verdad. Las playas son demasiado bonitas como para estar tan solos y tranquilos como en el querido Gargano que nos recordaba tanto a Ischia.
Quiero hablar sobre los ombrelloni y los sdrai y los lettini, insistir en su exclusividad. En Torre dell'Orso vimos un gran espacio desocupado, unos metros entre las tumbonas y la orilla. Desembarcamos allí y a los 30 segundos un chico muy amable nos emplazó a irnos con un scusi ma non si può... Ni siquiera delante del tinglado privado, por mucho espacio que haya, puedes plantar tu bandera. Esto los italianos sí lo respetan; la suciedad por doquier, con los márgenes de las carreteras llenos de mierda y los bosques llenos de botellas de alcohol que podrían provocar un incendio en cualquier momento, ni de coña. Lo raro es que oigo poco sobre incendios forestales por aquí, no lo entiendo muy bien. En España ves un par de botellines tirados cerca de matojos de hierbas secas y te pones las manos a la cabeza.
Benvenuti al sud. No sé si es cosa de las adjudicaciones de las basuras en clave mafiosa. Nos miran como si fuéramos del norte, y es en parte culpa por el acento milanese de Laura. En la ciudad de los árboles bellos, una tendera me preguntó si era argentino, yo le dije: peggio. Spagnolo, lo cual pretendía sonar a broma pero al decirlo me di cuenta de que estaba fuera de lugar.
Disfruto de los olivos y de este maravilloso paisaje mediterráneo, con sus higos chumbos y sus pinos que acarician las costas adriática y jónica, mientras recorremos las maltrechas carreteras secundarias que a las playas nos han de llevar. Oímos un zumbido, mira papa, un avión, y miro, dos súper cazas haciendo piruetas como locos bien cerquita de nuestras cabezas. Aquí el ejército convive con la población civil y nadie se pone las manos en la cabeza.
Italia tiene sus cosas, desde luego, puede que sea ese aroma añejo, el recuerdo de una dolce vita que en España no existiría por culpa de la transición, lo que me hechiza de esta tierra. Su gastronomía, como la nuestra, es tan excelente que la boca nos hace agua solo al repasar el listino. Anoche en Brindisi, una vez más sin oír ni gota de castellano, disfrutamos de una buena mesa en el paseo marítimo mientras L. jugaba con el gatito del local, de nombre Gaetano.
No lo sé, Puglia es la gran desconocida. No hay turismo de fuera, apenas hay estructuras para explorarlo... resulta curioso. Por eso lo recomendaría a todo el mundo. Vivir una experiencia 100% italiana.
Después de tantos días, tantas Peroni y tantos zanzare, toca recoger los bártulos y volver a casa, no sin cierta pena. Aquí nos sentimos como allí, y duele no saber cuándo volveremos. Tenemos un proyecto demasiado grande como para pensarlo y, en la casa de los miaus y de los guaus-guaus, ya no van a limpiar la piscina (con el tute 13-8, gran derrotado en el verano de, en eso sí de acuerdo, el joven Marco Mengoni).

jueves, 2 de julio de 2015

LA CADENCIA DEL MEZZOGIORNO


Siempre vuelvo a las playas del sur, siempre disfrutando con la cadencia del Mezzogiorno italiano y ese Mediterráneo que nos baña.
Me gustan algunas pequeñas diferencias, cosas que aquí nunca cambian y que en España puede que cambiaran, como por ejemplo las playas privadas. Aquí cada chiringo tiene su espacio con sus ombrelloni y su porción de mar.
Las playas de acceso público están debidamente señalizadas, separadas de la ostentación del que posee y no muestra ningún reparo en dividir. O puede que sea lo normal. Para los rusos sí que será normal, protagonistas del auge del este de Europa en nuestras costas, poco enemigos de los excesos. Muy poco español y tengo que escribir que a Dios gracias, estamos en un lugar muy poco publicitado (porque parece que el dinero, si bien puede entrar por estos lares, poco tarda en salir hacia otros destinos). Y me viene Saviano a la cabeza porque soy igual de apátrida que él (quizá yo por elección).
El rollo católico. Bueno, la religión, quiero decir. Está por doquier, si bien no debería sorprenderme en un país en el que convive encajonado nuestro amigo Francesco; en la entrada de nuestro camping, la madre de todas las madres gobierna desde un lugar de privilegio, con su altar ornamentado y su brillo nocturno incluido. Hay que decir que este villaggio lleva el nombre de un santo también, y que la hipocresía de la separación de lo público y lo privado aquí es más que notoria. El Papa y Roma sigue teniendo mucho poder, y está tratando de validar ese impulso que el sucesor de Pietro insufló con su llegada al Vaticano. Personalmente, más que un baño de moralidad es educación lo que necesitamos, y no tanto móvil ni tanta mierda tecnológica.
El italiano es un hombre que vive de las apariencias. Hablo de generalidades, como las poses y los aires de las mujeres desepocadas que no tienen ningún pudor en mostrar sus chichas al aire, con esa actitud casi arrogante propia de las familias patricias del Imperio. Como diría Tony S. a la pregunta de dónde está el antiguo esplendor romano, de dónde están los romanos, 'los tienes delante, gilipollas'. Qué puede decirse de las gentes que provienen de semejante imperio... Comunque me gusta esa grandeza decadente, me recuerda a la nuestra española y los constantes recuerdos a lo preCuba1898 y el señorío y toda esa mierda que nos impide avanzar.
Hoy estábamos en la playa tranquilamente, y entre todos los vendedores ambulantes, aquí no tan presentes debido a la escasez de estructuras y el olor a otra época, un señor in his fifties pretendía vendernos un artilugio para hacer mejor el agujero de la sombrilla, con su certificado de invención y todo. Mi italiano, perdido entre los albores de una isla a la deriva, daba como para congratularle por ello y decirle que en Barcelona no lo necesitaríamos, 'nunca he estado en Barcelona pero supongo que es lo mismo, es como con los griegos, somos lo mismo, mediterráneos lo stesso'. Joder, yo pensaba, los putos griegos no, pero bueno, amén a eso. Se ha ido con una sonrisa el tío, con su aspecto de Tony Bennett desvencijado a otra parte, a venderle su dentifrico a otro.
Me encanta la amabilidad de los italianos. O puede que sea el lenguaje, su manera de expresarse. Es sumamente pulcro, sofisticado, bello. El 'podría decirme cortésmente' suena fatal al lado del empalagoso 'scusi signore, mi farebbe la cortesia di...', por ejemplo. Laura me corrige con un 'se è cosí gentile mi potrebbe dire...', y así hasta el infinito. En el sur puede que haya demasiado terrone, sonrío, y los clichés aparecen de nuevo con toda su fuerza. Yo me siento más cerca de lo de abajo que de lo de arriba pero qué puedo decir, si vivo en el interior catalán. Supongo que es cosa de cada uno.
Este espolón me recuerda a Ischia. En mucho, en su poca oferta, en su tranquilidad, en su color de otrora. Me siento en mi ambiente, y esto solo acaba de empezar.

Oigo un karaoke a lo lejos, alguien canturrea Cuore ingrato como puede. Mierda, pienso, es como cuando fumaba en esos lugares mágicos de antaño. Esos momentos que hacían único el mero hecho de vivir esa conciencia cósmica, joder. Algo de aquí debí de ser en otra vida, no sé. Es esta cadencia, es este sabor de siempre.