miércoles, 10 de agosto de 2022

LA ADRENALINA


Hablaba hace diez años de la moda de correr; el salir a correr de toda la vida se convirtió en Running, y de ahí, en todo este tiempo, hemos llegado al Crossfit, pasando por la Calistenia y el Paleotraining, entre otras disciplinas y modas diferentes que han intentado usurpar viejos hábitos con argucias y tácticas nuevas propias de esta época de los social que nos ha tocado vivir.

Adoro el gatopardismo. No me gusta decir que no me gusta esta época. So it goes, que diría Kurt Vonnegut una vez más; a propósito de estos pensieros así a vuela pluma, no sé que me pasó al ver el último episodio de The Boys (season 3) que me quedé un pelín atrapado en una conversación entre Frenchie y Kimiko, "nuestro pasado no es quién somos, no nos define", pero nada importante en comparación con el arrastre que hay que remediar los niveles de serotonina que hay que regular y que no tiene nada que ver con la liberación de esta bendita hormona que me empeño en conservar en un frasco de formol: la puta adrenalina.

Sí, joder, esa mierda que estimula el cerebellum y que cuando segrega dopamina, ese famoso neurotransmisor, todo es jauja y éxtasis puro. ¿Conocéis esa sensación? Y quién no; cómo renunciar a ello si forma parte de la vida si es como aquello del deseo por realizar, como la posibilidad del escritor Antonio Tocornal*, o como la búsqueda de la felicidad mejor que la felicidad en sí, evidentemente. 

He vivido en esa nube, de hecho sigo en ella, el último mes. Desde el 7 de julio he corrido 114'5 kilómetros repartidos en 16 salidas y a un ritmo de 5,2 minutos. El punto de inflexión fue, sin duda, la carrera de Sant Jaume de Gironella del 29 de julio, en la que corrí 5 kilómetros a 4,39 minutos el kilómetro sufriendo como un perro, mi récord personal de lejos y que ha servido como aliciente para confirmar una tendencia que parecía una quimera no hace mucho: ya bajo fácilmente de los 5:30 el kilómetro. 

Estoy, me mantengo por la campiña, en 5,09, 5,12. Nada de asfalto. Jamás, repito jamás, había bajado de los 5:15. Jamás había participado en una carrera. No me gustan las carreras. No me gusta que me vean correr. Sé que corro raro, sé que camino raro, pero y qué: sigo en esa nube de pura adrenalina, y la competición en sí ha activado en mi unos resortes desconocidos u olvidados, como si un gen dormido se hubiera activado de repente.

Así mismo, debo decir mis hijos ganaron en sus respectivas categorías, incluso y como se ve en la foto, me acompañaron hasta la meta, pero estaba tan hecho polvo, tan concentrado en mi supervivencia, que no pude disfrutarlo como se merecía. Mi esposa me dijo: ¡no les has hecho ni caso!, pero yo iba con la lengua fuera, medio muerto; luego les agasajé a besos y pensé en que debería haberme centrado en disfrutar y no tanto en competir contra mi mismo, huelga decir—, y entonces recordé que nada más volver de las vacaciones surgió un 3x3 de baloncesto de la nada en el pueblo vecino y empecé a atar cabos.

En mi descargo y antes de proseguir, diré dos cosas: tengo una hernia discal diagnosticada desde 2015 y ese viernes trabajé hasta las 20h, cuando la carrera empezaba a las 20:30 y la de los niños a las 20h también: imaginaos el panorama. O no, da igual. La cuestión era hablar de baloncesto, del 3x3, todo el mundo tiene sus historias, pero... ¿quién no se acuerda de la famosa diatriba de Pepu Hernández, seleccionador español tras ganar el Mundial de 2006? BA-LON-CES-TO. Pues ahí empezó todo. Bueno, no en 2006, ya me entendéis. Bueno sí, ¡qué cojones y qué casualidad! ¡Ese fue el puto año que me cambió la vida! Rebusquen en mi archivo aquí mismo, en esta bitácora. Cómo es la joya... Me refiero al torneíllo de street básquet; yo acababa de volver de vacaciones con cuatro kilos menos y, excepto una tarde en canoa surcando el Mediterráneo, no había hecho nada de deporte en quince días: sin entrar en detalles, estaba hecho una auténtica boñiga. Pero el torneo empezaba en una semana y un amigo del pueblo me animó a apuntarme con ellos, con cuatro padres cuarentones, deportistas (aunque no todos) sin formación baloncestística de base, una tarde que vinieron a mi barrio a entrenar

En principio le dije que no recordad que acababa de llegar de vacaciones hecho una mierda, le expliqué mi situación y lo entendió así sin más. Pero saqué la cabeza por la ventana después de cenar y allí estaban, en mi pista, todavía con luz natural: cuatro bandoleros botando la pelota sin miedo al crepúsculo y fallando un tiro tras otro. 

Para no cansar, lo resumo en un me flipé: no solo bajé al parque ese día, si no que me apunté, me animé a diseñar tácticas y todo y me impliqué a fondo; en un partido, ya en pleno torneo, metí tres triples, en el último de ellos me salí de la pista levantando los brazos con el balón en juego como si fuera Stephen Curry, y hasta le hice un bloqueo con mala leche a un chaval del equipo ganador —los que nos echaron en cuartos de final— que se picó... ¡con un viejo que no ha pisado un parqué en su vida!**

Llevo muchos años corriendo por la campiña y mentiría si no dijera que trato de añadir a mis rutinas cosas de estas nuevas disciplinas y modas diferentes que han surgido en esta era. Porque quiero estar en forma, quiero sentirme bien, quiero y veo que puede ser posible mantener y alargar en el tiempo esa estadía en esta nube, seguir segregando dopamina, seguir flipándome. Pero necesitaré tomármelo con más calma y aprender a disfrutar si no quiero quedarme en el intento; es lo que hay, que diría míster Vonnegut (¿suena mejor en castellano o es cosa mía?) sobre todo ahora que, cuando liquide a Camilleri si es que lo consigo porque fuera de Sicilia ya no le veo ningún sentido dejaré de leer narrativa. 

La puta adrenalina, joder. 


*Me he quedado atrapado en esa botella con el mensaje.

**He de señalar que, como en el caso del correr, llevo muchos años lanzando a canasta. Desde mi infancia en la pista de La Font dels Capellans hasta mis tiempos de Cagliari (bendito 2006), en los que solíamos ir con Míkel a un colegio que teníamos cerca del piso de Vía Logudoro presidido por una enorme antena televisiva de la Rai— a pasar las tardes; y, como no, mucho más desde que me trasladé a vivir a la campiña bergadana en 2011, donde una maltrecha cancha, reformada solo una vez en todo este tiempo, ve pasar mis días (y los de mis hijos).

jueves, 28 de julio de 2022

EL VERANO


Oh, el verano, esa estación del año que suele empezar una o dos semanas antes de que los niños terminen el colegio y acabar ahora a finales de julio... qué gran época. O momento, porque tras dos olas de calor la primera de las cuales estalló justo antes de nuestro viaje, la segunda semana de junio, incendios y restricciones de agua justo ahora que riego el huerto dos veces al día para acelerar el tema de los tomates, no tengo muy claro qué es lo que está pasando: ¿es este un mal momento? ¿Hablamos, quizás, de una mala época? ¿De una tendencia peligrosa y una sociedad atroz, ya que estamos y que no paran de sucederse los vídeos de agresiones y chalados en mi ciudad de nacimiento y dapertutto?

De los temas de siempre, vamos. Porque siempre volvemos a la misma mierda. No sé qué pensará mi futura psiquiatra de todo esto, porque está claro de que son mis mierdas y es mi percepción del tema, la historia, así que os dejo con esta canción de Colapesce i Dimartino que escucho en bucle estos días, y luego seguimos.

No sé qué pensáis. Si está todo perdido o lo mejor es pasar, tomárselo todo a risa y con sentido del humor, algo de lo que carezco por cierto —soy conocido por ello, de hecho—, como este dueto con el que acabo de toparme. Y no precisamente gracias a mi viaje por el sur, tan lejano en el tiempo ya, del cual os dejo otro vídeo que ahora os comentaré también. 


¿Qué os parece Francis en este momento, en esta época, así tan al alcance? Pues así de cerca estuve, casi a tocar; bueno, en realidad fue Laura con mi hijo pequeño, yo estaba por la zona, en Taormina, no tan bien situado como ellos; perseguí al papamóvil en el que llegó y me quedé rezagado, aunque podía haberle dado una torta al anciano sin problemas. Diez años atrás le hubiese gritado "¡Nunca he visto La Conversación, mamón!", o "¡Háblame de lo que hiciste con Dennis en Filipinas en los 70, cuéntamelo todo!", pero ahora, en esta época, en este momento, no sentí nada. Me refiero a nada de lo que hubiera sentido tiempo atrás, en la época en la que la mafia y todo lo que significaba ese término ocupaba casi todo mi tiempo intelectual.


Fue un día genial, más allá de eso, una bella giornata en un pueblo magnífico y por suerte poco trillado —seguro que la época en la que fuimos tiene que ver—, y la guinda de ver El Padrino en el antico teatro greco de Taormina, con el Etna humeante al fondo y los niños en posición horizontal a la que el tramonto se impuso, es un recuerdo de esos de vida; fotogramas como llevar a mi pequeño dormido, cargado como un pesado fardo camino a casa de madrugada, y mirar entre los arcos del teatro cómo se desenvuelve Michael Corleone (Al Pacino) en Alcamo, el pueblo encaramado en lo alto de una colina que todavía y tras cincuenta años sigue viviendo de ello, se quedan en la retina para siempre y pese al desempeño que suposo una empresa de tal calibre (seguro que podéis haceros una idea).

Oh, el verano. Ese periodo que a la que asoma agosto ya se puede ir a la mierda y en el que solemos pasarnos el día a remojo, como en la Riserva dello Zingaro, ese enclave mágico del noroeste de la isla y sobre el cual os dejo una muestra que hará las delicias de todo amante de los guijarros y las amables aguas del Tirreno (ese mar que queda entre medio de varias de mis zonas favoritas del mundo).


No sé qué pensáis. ¿Preferís las playas de arena, tan tórridas, menos frescas? ¿Todavía queda verano? Me refiero al estado de ánimo, al término, a la situación. Sé que hay esperanza porque casi cada semana me topo con gente excepcional que hace cosas impropias para los tiempos en los que estamos (época o momento actual, lo que queráis); el último caso, ardiendo todo el país y con nosotros rezongándonos en la piscina municipal día sí, día también, me hizo llevarlo a mi terreno. Mi esposa me dice que siempre lo hago (a ver qué dice mi futura psiquiatra de eso); era el caso de un chico de veintiún años que cuidaba de su novia, igual de joven, tras un accidente horrible y muy jodido. La cuidaba, la cuida de hecho, como si fuera un jarrón de porcelana china, y tiene a todo el personal sanitario del lugar en cuestión en shock: el chaval es un jodido sol y se deshace en atenciones hacia ella sin importar una mierda consecuencias, contexto o necesidades propias. Y no es que sea de alabar, es que debería ser lo normal. ¿No? ¿Acaso yo no lo haría?
Luce (alla palermitana)

Hay mucho trabajo por hacer ahí, pobrecita. Quizá debería haberle dado una torta al viejo Francis, no sé por qué pensé que podía hacerlo. Le dieron las llaves de la ciudad, lo agasajaron al pobre (dijo I have too many awards in my life, os lo juro)... y volvieron a preguntarle por Megalopolis, su utopía. Él sólo quería repetir una y otra vez los buenos tiempos, hablar de lo bonito, destacarlo y ponerlo en el altar que se merece. Como la granita al limone (granizado), la cual consumía con avidez en su estadía siciliana mientras yo, así mismo y la friolera de cincuenta años después —sí, joder, ya sé que lo he dicho antes, pero es que es casi una vida, hostia, hacía de este delicioso brebaje mi bandera en esas mismas benditas tierras, en este momento, en esta época, tan llena de cigarras que no cejan en su empeño pase lo que pase.

martes, 7 de junio de 2022

LA ESPERA

Tarraco

 

    Siempre me hizo una especial ilusión el término dolce attesa, la dulce espera. Asociado al estado de buena esperanza, delimitaba el tiempo que tenía que pasar para gozar del fruto esperado, en este caso un hijo.

Esa ilusión, no obstante, no era una alegría completa por los términos a los que solemos referirnos cuando hablamos o nos enzarzamos sobre el tiempo (la letra pequeña del mismo); es decir, a la lucha por el deseo mantenido y porque no se evapore rápido después de conseguirlo. Vivir es una ilusión, como dice la canción de Hamlet y que solíamos gritar como un mantra. Es esa dualidad, que nos remite a la sempiterna e inútil guerra entre la luz y la oscuridad, la que hace que el ansia se imponga en épocas en las que uno no encuentra el aliciente suficiente para levantarse entre dolores varios y tener que fichar cada día en el curro. 

Retorcer palabras no se me daba mal. Pero con este puto calor hoy me devaneo entre recetas de Thermomix y charlas con los abuelos del barrio; una frase recurrente en conversaciones de las colas del súper, a parte del tema de la salud, es qué rápido pasa el tiempo. Luego sigue: ¿Cuánto tienen los tuyos, ya? Nueve y seis, respondo. Y, en vez de enseñar las fotos de carné de la cartera, saco el móvil y busco una en la que salgan ambos sin hacer el mongolo. Ostras, Mateo es un mini tú, qué fuerte, suelen decir. Si supieran lo cabrón que es, si por un momento la vida que no se ve en Instagram, la que nos afanamos en ocultar, saliera a la superficie con todo su candor y esplendor... seguro que sería más fácil aceptar que el hecho de criar, o el hecho de no hacerlo, no es algo baladí.

La espera no es lo mío. Sigo teniendo una excesiva conciencia de mí mismo y de mis mierdas, incluso cuando me adelanto y viajo al futuro como Billy Pilgrim, a voluntad propia. Utilizo un método, bueno dos, que me suelen funcionar: la lectura y el deporte. Con la lectura estos días disfruto de Antonio Tocornal y su brillante prosa, que en Bajamares te deja tiritando con su percepción temporal (del no-tiempo, más bien) y con la posibilidad de abrir la botella que la marea baja le acerca una mañana al farero; el ejercicio que supone tener un mensaje en una botella arrastrada por la mar y no abrirlo es de un autocontrol envidiable, casi onírico. 

    Así pues, el hecho de ver tan cerca las vacaciones hace que no pueda disfrutarlas en todo su espectro, al menos no de momento. Intento darlo todo por los campos de la campiña (otra estrategia que me suele funcionar) pero me agota pensar en ellas por si algo sale mal, por si los niños no responden, por si seré capaz de relajarme y coger el momento, como diría mi amigo Gnöit (el de la barca de Noé). Desde el cambio laboral, hace ya un año y ocho meses, no había tenido problemas para dormir hasta ahora, que todo se precipita, que todo sigue precipitándose; si el peque se despierta con las sábanas mojadas, acudo raudo a hacer una boñiga con la ropa y a envolverlo con la primera mierda que encuentre mientras la arrojo escaleras abajo y dejo ir un par de ladridos que dejen claro que no voy a entablar una conversación a esas horas de la noche. 


    No sé desde cuándo soy así de impaciente. Veía a mi amigo Tognâo casi corriendo por las calles de Toledo buscando yo que sé qué y, mientras le perseguíamos, intentábamos expulsarnos esa sensación igual que cuando nos zancallideaban en un campo de fútbol de tierra, a manotazo limpio. Que yo, con toda esa mierda por canalizar, no haya hecho nada al respecto, es casi sangrante. Y ya son cuarenta y dos años en los que parece que me siga persiguiendo el colombre de Dino Buzzati.

    Pese a todo, siempre me hace una especial ilusión la espera porque supone un reto para seguir intentándolo, un estímulo para continuar esforzándome pero no en plan Timba, de Los Compas*—, si no como una nueva posibilidad que en este caso me devuelve a la casilla de salida, al influjo cautivo de mi insularidad olvidada. 


*Saga de libros infantiles de aventuras protagonizadas por Mikecrack, El Trollino y Timba Vk y editadas por Martínez Roca (sello de Planeta), de las cuales mi hijo Luca es un ávido lector. Cuando Timba hace referencia a esforzarse se refiere en realidad a dormir, algo que le supera (imposible no sentir cierta simpatía hacia él) y no puede evitar.

jueves, 12 de mayo de 2022

EL DRAMA


Pedret


    Cuando sobrevuela la pérdida solo cabe esperar una cosa: que vuelva a salir el sol al día siguiente.

¿Cómo te preparas para afrontarlo? ¿Es posible desmitificar el drama ante sus múltiples ramificaciones, ante la inabarcable magnitud de sus tentáculos?

Quitarle hierro a una imagen que te atormenta a diario, no olvidarla. Ponerla a buen recaudo, meterla en un rinconcito de tu cabeza donde no moleste, me dijo mi esposa. Pero... ¿cómo carajo se consigue eso?
No solo sobre la muerte hablo hoy aquí. La enfermedad es un drama según cómo lo enfoques, y como no hay manuales efectivos para sobrellevarlo pues aquí estamos, dándole vueltas. Llevo toda la vida en ello.

No me gusta hablar de las mierdas malas que nos pasan, de nuestros contratiempos. Creo que solo sirven para alimentar las conversaciones de ascensor: no hay preocupación verdadera, solo ganas de rumore-rumore y petegolezze (chismes), carne fresca. La información otorga poder, y tener información que compartir en el momento justo otorga más poder todavía. 

Deberías hablar de ello con normalidad, como si nada. Si no, parece que estés guardando un secreto, le das más importancia cuando lo que conviene es procesarlo rápido. Palabras sabias de mi bella esposa, una vez más, pero es que odio ver la reacción de la gente cuando hay que ponerse serio: hoy en día cuesta mucho dejar de mirarse el ombligo, y yo lo que no quiero es ver esos putos rostros con esas putas expresiones de personas que en realidad no quieren hablar de estas mierdas. No es que no sea sincera no ya la preocupación, no, si no el mero hecho de escupir letras y palabras y frases con sus intentos de ideas y sus percepciones de la realidad, que es cuando sus caras se deforman con muecas surrealistas y aprietan los dientes y yo acabo aborreciéndome porque odio percatarme de ello.

Luego están los que lo saben pero no te dicen nada. Como si no hubiera pasado nada. No quieren saber nada de los problemas de los otros, evitan los contratiempos pase lo que pase -es su manera de restarle importancia, se entiende-, y si les sacas el tema en plan: oye, que me ha pasado esto y no me dices nada, te salen con sí, ya, pero como te he visto bien he supuesto que no hacía falta... Todo bien, supongo. ¿Cómo puedo tener una relación normal con alguien así? Sabiendo que lo obvian deliberadamente¿qué dice eso de ellos como personas? En realidad no importa tanto como tenerles cerca en la vida, eso seguro.

La conclusión es abrumadora. Y dolorosa. Pero todavía seguimos aquí. Y de una pieza. Por eso solo espero que, al día siguiente, vuelva a salir el sol y consiga reconocer que mi nula ascendencia sobre el destino no debería ser un puto drama.


miércoles, 13 de abril de 2022

LA SERVIDUMBRE

Escapatoria
Me he pasado la vida sirviendo al albur de mis pensamientos, que volaban, vuelan y volarán muy por encima de las decisiones que tomé en su día.

Al cumplir los cuarenta me di cuenta de que no podía seguir haciendo lo que hacía, y eso que tenía libertad 〰dentro de ciertas posibilidades. Me di cuenta de que no podía seguir siendo dirigido por algunos tipos de  personas que me hacían sentir ridículo, sucio y marginal, como si viviera en la periferia de unas convenciones, sobre todo sociales, que no era capaz de comprender. 

Escribo esto con muchísima cautela, y tampoco es que los cuarenta fueran una frontera con una luz roja activada de repente, ahora que me releo. Pero supongo que el cumplir años en plenitud, sin grandes contratiempos, hace que te replantees tantas cosas como espinas pude clavarme. Es seguro que tuve que hacerlo de otra manera, pero entonces no supe cómo. Y estoy pagando las consecuencias de mis excesos en forma de servidumbre. Esa es mi penitencia por tonto-listo: servir a mi señor.

La Muntanya de Sorra
La Muntanya de Sorra clama libertad   
¿Hasta cuándo? Esa es la gran pregunta desde hace años. Puto Trivial, para qué me sirve; siento el desencanto y la desidia recorrer mi cuerpo como si el paso que di sólo hubiera rascado la superficie, como si ahora me fuera del todo imposible parar 〰una vez me he puesto en marcha, con lo que me ha costado. Porque al final del día uno se da cuenta de hasta dónde puede aguantar, puesto que hay dos tipos de personas... y yo no quiero ser de las que sirven.

Temen por dónde cogerme, y les entiendo porque ni yo mismo sé exactamente hacia dónde voy, como si el movimiento fuera una necesidad a perpetuar, con la inseguridad y precariedad que eso conlleva 〰sobre todo a mi edad, si es que hay edad para dejar de moverse. Tengo responsabilidades, pensamientos y debilidades que transpiran a cuentagotas para no alertar más de lo necesario a la población local.

He sido un gran sedentario estúpido, y todo por pasarme la vida al albur de mis pensamientos, que planean y disfrutan como un ave rapaz en racha de vientos peligrosos para el tupé.


viernes, 8 de abril de 2022

LA CONSPIRACIÓN

Pabellón deportivo de Piera (Barcelona)

 Estamos en un mundo en el que conspirar es básico y necesario. 

Estamos en un mundo, feo este, en el que los rumores y le petegolezze están tan a la orden del día que si arriesgas tu ética en pos del bien común puedes salir trasquilado. 

Porque... ¿quién eres tú para decidir el bien común? ¿Cómo sabes que es lo mejor para la gente? Y lo más intrigante... ¿cómo es posible vivir en semejante contexto?

He intentado no meterme en berenjenales durante algún tiempo, pero debo de ser gilipollas o creerme la rencarnación de algún antiguo paladín de la justicia. No deja de ser tedioso acostumbrarse a los volantazos que da esta nuestra sociedad, porque, y digamos que la tendencia se ha estabilizado, sí, lo que parecía se ha acabado asentando, el desastre que venía anunciándose se ha confirmado al fin: tenemos una sociedad de mierda.

¿Y qué hay en una sociedad de mierda? Ciudadanos de mierda. Gente sin las mínimas ganas de unos mínimos de convivencia. Con la actual crisis de valores y la educación en entredicho y superada por esta inmediatez latente de la que tantas veces hablo (siempre Bauman y su sociedad líquida!), estamos abocados al desastre, y lo que es peor, a convivir con el desastre. Si no formas parte de él estás contra él y, por lo tanto, eres un outsider. Alguien a señalar con el dedo, un marginado (del desastre).

Mi almendro llamando a la primavera (primera semana de marzo)
Es la época de la exaltación del sinrazón. No hay humildad que se precie. Todo hoy es un mostrarse a gritos, ya sea con afán de "libertad" o incluso sin tener nada que decir (por supuesto). Es como aquel anuncio del cine: si no te ven, no te conocen.  Da igual lo que vendas.

Las viejas libertades se han quedado tiritando, estremecidas ante la magnitud de esta liberalización*; porque, y por poner un ejemplo que me toca de cerca, tenemos padres jóvenes que no osan levantar la voz (y ya no digo la mano, claro) a sus retoños, unos imbéciles insoportables y consentidos ya que, Dios nos libre, no van a renunciar a su vida por el mero hecho de tenerles y tener que lanzarlos al mundo, no.

*Quindi, entonces, la auténtica conspiración es darnos libertad porque no sabemos qué hacer con ella: pantallas, plataformas de streaming, información y desinformación ilimitada online... medios todos ellos a nuestro alcance para asegurar nuestra absoluta obediencia al sistema. No estamos preparados para razonar, para darle pausa y elegir y decidir con cautela. Y a fe que la actual coyuntura no ayuda: es más, penaliza porque llegas irremediablemente tarde.

La cultura del sacrificio también se ha perdido. ¿Para qué vas a estudiar o trabajar duro si un soplapollas hace unos vídeos de mierda y se convierte en youtuber y cobra un pastizal? Que los niños de hoy en día quieran ser youtubers es inaceptable. Yo sólo quiero cobrar a fin de mes y que no me toquen los cojones, y si puedo trampear, trampeo. Todo lo que puedo. No me vas a venir tú con tu idealismo, tu moral y tu rectitud decimonónica a sermonear... porque te salto a la yugular.

Estamos en ese mundo. Ya estamos en 1984


Yo me piro al campo con mis jabatillos...

martes, 8 de marzo de 2022

LA AMISTAD



El sábado vi a un viejo amigo paseando con su hija por la ciudad. Tuve la tentación de saludarle, de llamarle por su apodo, de tocarle el hombro y conversar unos minutos con él. Pero no lo hice. Me dio pereza. Y eso me hizo reflexionar sobre la amistad: los que fueron, los que son y los que serán. 

Yo no hago esfuerzos cuando sé que el diálogo puede resultar pesado y convertirse en algo abstracto y chocante. No me importa romper y dar un portazo si se tercia porque odio perder el tiempo con gente con la que no he de perder el tiempo (como estoy seguro le sucede a más de uno, ya que no implica violencia en sí, sólo cierta incomodidad). Para qué complicarse la vida.

¿Cuál es la piedra angular del hombre social? Si entendemos que el hombre es un animal social, un lupus socialis, y no creo que haya duda al respecto al ritmo que avanza la población de este bendito planeta nuestro, estamos aquí para compartir vidas, y de estas experiencias muchas las encuadro en lo que, sobre todo antaño, era motivo de máxima importancia: la amistad. 
La piedra angular es la amistad. Y no solo del hombre social, si no del hombrx en general. Lo que tiene a bien llamarse la familia que escogemos. Sería un error, pero, renunciar al eremitismo, al silencio y la soledad; la amistad está en movimiento, evoluciona según los estadios de la existencia, muta. Con el tiempo, entra en contradicción con la familia que uno crea con el afán por permanecer, y con las ansias del individuo: de este choque de mundos muchos se acaban apeando y se originan conflictos, dudas, miedos y la pérdida
Mucho se perdió con el inicio de la pandemia (eso sí que es perder). Menuda falacia... ¡la gente ya estaba chalada antes!  Al coincidir con el auge exacerbado de la tecnología y la conectividad virtual, que parece no tener fin por cierto y no negaré que es algo que me obsesiona, estamos tan pendientes de creer que podemos ser partícipes de la Historia que se nos ha olvidado el resto: vivimos supeditados por el contexto. Creemos que somos protagonistas pero no somos una mierda, apenas una ilusión estéril como un desierto.
Cuesta mucho quedar, y hay ciertas convenciones que cuesta todavía más derribar. Y duele, duele porque amenaza en convertirse en una sombra alargada que impregna el ánimo, en un títere en manos de la nebulosa llamada recuerdo. Las historietas que cansan de tanto que suenan y olvidan el propósito inicial de respeto, amor y admiración. (De las propias decisiones que uno sea capaz de generar, haciéndolas valer por encima de todo e independientemente de lo viral de turno, dependerá tu buena salud mental).

Uno necesita reírse en plan loco; dejarse ir, desencajarse, liberarse de las cadenas del día a día, y qué mejor que hacerlo con un smígol. Lo mejor que se puede decir de ellos es que eres tú mismo en su presencia, que no necesitas ser otro. Y eso te hace sentir bien.

Es lo que apreciamos de un amigo, pero como todo lo bueno, resulta caro. Difícil, poco accesible.
Porque entendiendo que el hombre es un animal social, del futuro depende en parte que queramos seguir aprendiendo y queriendo aprender, para lo cual conocer gentes y lugares nuevos también resultará fundamental y necesario (salir de la famosa zona de confort, vamos).
¡Creemos nuevos recuerdos!

(Eso sí, sin forzar).

¿O qué es para vosotrx la amistad?