APERTURA XVIII
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| Luce (alla fiorentina) |
APERTURA XVIII
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| Luce (alla fiorentina) |
... como ese instante en el que tumbado en la cama al lado de tu hijo lo acaricias mientras te deleitas observando como lucha por mantenerse despierto, ya sin gritos ni peleas ni persecuciones ni desafíos porque el sueño les está derrotando por fin.
Todo es efímero, como el tacto de su suave melena recién bañada y el olor a babas incrustado en sus mejillas amadas por unos abuelos que luchan por aferrarse a un presente que ellos no saben ni que existe.
Todo pasa, incluso las ganas de aferrarse a algo. Incluso los sueños que no alcanzamos y el deseo de alcanzarlos. Incluso la jornada laboral que se alarga esas frías tardes de invierno en que deberías desconectar el teléfono mientras tratas de solucionar en tu cabeza una incidencia tras otra y te dices "para qué, gilipollas".
Todo pasa, hasta el dolor por los seres queridos, esa punzada ingrata que te sacude el alma cuando menos te lo esperas y te juzga declarándote culpable por dejadez, por todo aquello que no hiciste y sin embargo no quisiste hacer (al menos en tu cabeza).
Todo pasa, como cuando el cuerpo contiene la respiración al vislumbrar suelo sagrado a lo lejos la primera e incluso la segunda vez si tienes suerte; mientras caminas exhaltado, ensimismado, ajeno al mundo y sus penurias, a tus estrecheces, el mismo cuerpo te avisa de que tienes que respirar, de que se ha acabado esa revelación, ese momento epifánico que tanto cuesta lograr.
Porque todo acaba y la vida también, desde luego. Aunque no lo entendamos y tratemos de alargarlo y de no parecer viejos; porque envejecer está mal visto en este mundo de jóvenes y de inmediatez, es como estar enfermo, ser un leproso, no me dejan ser calvo, vivir una vida que no te pertenece, dónde vas en esa foto con esa barriga.
Todo pasa, sobre todo los años (dos desde que escribí aquí por última vez) e incluso el hecho de subir a un avión y lo que eso conlleva, las dos terroríficas posibilidades (tanto tiempo después);
todas las penas, las resacas infernales, los sufrimientos, las alegrías, los desamores, los matrimonios, las vergüenzas, los éxtasis sexuales, las maneras de vernos ante nosotros mismos y el mundo, las modas, la soledad, la amistad, el dolor de espalda, los pódcast, el postureo de las RRSS, la infancia… todo pasa y a nadie le importa una mierda, y lo mejor es que eso está bien, es así como debe ser.
Todo termina, absolutamente todo y puede que hasta la estupidez humana y este virus y su exigencia.
Hasta mi blog, oiga.
Lo que pasa después de la muerte, nadie lo sabe. Hay indicios, como decía, sospechas según bagajes. Lo que sí sabemos es lo que hay que hacer con la vida, y es intentar dar ejemplo con nuestros actos. Y luego puede que quede algo en el más allá.
Entré en un bar del pueblo, en el que por cierto hacen un café buenísimo, a hacer un cortado rápido y el autómata trajeado de la tele sufría ante la impasible audiencia lo absurdo de las noticias, como el profesor que no consigue captar la atención de sus jóvenes alumnos. Seguí mi camino hasta el supermercado, a ver si allí sabían algo del tema, ¡a ver si estaban desesperados por oír al nuevo Maynard!, pero nada: las abuelas no recibían llamadas de sus nietos ("¿Maina? ¿Y ese quién es?"), los empleados no se escaqueaban al office a escuchar el disco y los repartidores sí que iban y venían a toda hostia, pero no por conseguir el cedé, no, sino más bien por alargar la hora del bocata y el descanso...(Creo que la masificación de la utilización de las RRSS, internet y otros medios como los tradicionales hacen que la información no se corrobore y sea más fácil manipular a la gente ya que se puede escribir y decir lo que a cada uno le salga buenamente de los güevos y claro, si no tienes un poquito de cabecita te conviertes en un blanco fácil, alguien susceptible de ser engañado y dirigido hacia... hacia donde le convenga al grupo de poder de turno, por supuesto. Estoy harto del 'todo vale', qué asco joder...)