"De las fiestas que marcan el calendario, San Juan es sin duda una de mis favoritas. Pero eso ya lo sabéis; el cuerpo de Cristo, dos meses después de verse diseminado por los efectos de una obligada misión, nos abre las puertas del verano y una promesa tan potente como un trueno desbocado, uno que suena justo aquí al lado (¡no hubo que lamentar daños!). Y un juramento de amor inquebrantable que nos hace sentir hijos de un tiempo especial y único: el que dicta el futuro cercano de la edad que se nos escurre entre los dedos y las malas decisiones".
Del cierre de etapa poco me queda, excepto la sensación de que sigo sin poder enfrentarme a lo inevitable. Soy tan celoso que me es de lo más difícil asumir el cambio sin decir aquello de it's too late; y, sin embargo, que se siga moviendo. Pero yo no puedo ser una zia y desayunar dragones si no quiero acabar mal, sometido por las malas decisiones y los miedos invisibles.
Esto fue lo que me dijo un amigo:
De lo que me ronda, tengo la certeza de que algún cable puede dejar de funcionar en cualquier momento. Como si fuera posible desconectarme, o desconectar algo del aparatejo, algo vital; una mirada estrábica que haga clic y deje de regar, un olvido respiro, un paso fuera de lugar sobre un escalón de fondo, una palabra balbuceada con apuros. Si cierro los ojos y repito un mantra mío en soledad, sin restricciones de ningún tipo, y dejo de hacer concesiones, solo entonces es cuando sé que siempre es menos de lo que parececent per cent, como diría mi primogénito.
Arcane
Las despedidas corren el tupido velo de una huella insondable que marca los límites del espacio vital. Hacen que me pregunte: ¿he estado a la altura? ¿Es de mí, de quién hablan? ¿Si vuelvo a verles, tendrá sentido? Para cuando cierre la puerta de mi casa y deba aprender a lidiar con mis estrecheces.
"Luego está la parte de luz y naturaleza salvaje que marca nuestro fortín de la Costa Brava. Me hubiera quedado allí todo el mes, casi solos en las calas de peñascos y arrecifes que nos afanamos en explorar como hijos bastardos de un dios marítimo antiguo. Y es que el mar, bucear, tiene algo de hipnótico y ancestral; el miedo a descubrir nuevas especies al interactuar con la fauna local (y que te pique algún bicho raro, de paso), la profundidad de lo oscuro, apta para lanzarse al vacío y desfogarse con un grito tribal; las corrientes cambiantes y su breve escalofrío recorriendo la espina dorsal, el canto de las cigarras, escondidas en los pinares, a salvo del sol inmisericorde; la quietud del pecio que yace en silencio sin esperar nada de nadie... Es como en aquella vieja canción".
Quizá sea esa la clave: no esperar nada. Volver al estoicismo puro y clásico. Y no convertirme en mi padre, un ser atemorizado por las inseguridades y las risas mistéricas del que hurga en una tradición generacional, ligada a un contexto espacial, castizo e inalcanzable que marca mi propia incapacidad en este presente que vuela como las hojas arrastradas por un levante otoñal. Así que voy a esparcir las cenizas de esta etapa, quemadas con el ahínco y ritual del solsticio, y, simplemente, voy a buscar un lugar para tener buena vista y hacer mis respiraciones diarias.
Si pudiera ser como un león sólo una vez, sin tener que malvivir entre derrelictos reluctantes tan altisonantes como pendencieros, estaría un poco más relajado. Si más no, no con la amarga sensación de que todo le molesta; y disfrutaría de los momentos de paz y efervescencia como las llamaradas de una estrella tan lejana y necesaria que bullen y salen a relucir de vez en cuando.
Y que esperan a ser recogidas para aprovechar toda su energía siguiendo el plan de Dyson (¡no la escoba, el físico!). Pero le faltan herramientas y el calor aprieta de lo lindo. Se pregunta cuánto tiempo tardaremos en olvidar todo lo que ha llovido, y cuáles son los límites y los capitales de que disponemos. Como el nuevo pope y la adaptación a su “new job”, la gavina que se posaba una y otra vez en ese tejado cochambroso que tanto le recuerda al pueblo de su padre.
Mayo ha sido mes bisagra, promesa de delirios de luz que obligan a tener que sacar la cabeza del caparazón, aunque uno prefiera seguir hibernando. Y es que, con todo, la amistad fraguada durante tantas noches de humo y palabras lanzadas a los cuatro vientos como torpedos poseídos por el espíritu de la desdicha, les dio como para surcar parte de los siete mares; respetando su espacio vital, sus necesidades alargadas desde la sombra de aquellos pinares de Santa Maria Navarrese y cediendo a la liturgia
-hecha jirones, desde luego-, hubo mucho bueno en el reencuentro: la ternura. Y es que no hay nada como aceptar que cierta realidad sirva como para mantenerse a flote.
Después de las concesiones que percibió como propias, el que se tenía por viajero indomable cerraba otro capítulo, en este caso el quinto, de su nueva andadura por las aulas catalanas. Terrassa cerraba el breve círculo de adultos que empezó en Hospitalet, lejos de casa, pero todavía le quedaba más de un mes de curso por rellenar. Esta maldita precariedad laboral, mal tatuada, empezaba a molestarle y a hacerle saber sin ningún tipo de rubor que la culpa era siempre suya, por llegar demasiado tarde a todas partes. Solía bromear conque incluso sería capaz de llegar tarde a su propio funeral, pero luego recordaba que esa era una frase película.
Como un farsante. Los premios eran de otro. Del que hablaban no era de él. Su yo reluctaba a gritos entre las cuatro paredes de su casa, no en Instagram. No podía ni llevar manga corta. Si pudiera ser un león sólo una vez... Por suerte el verano estaba a la vuelta de la esquina con sus vientos atorbellinados y sus pelucas en riesgo.
Aparte del histórico apagón del lunes 28 de abril, este cuarto mes del año nos ha dejado la primera matrícula "N" (dato a tener en cuenta); la final de Copa que ganó el Barça en La Cartuja contra el eterno rival, la diada de Sant Jordi (uno de mis días preferidos del año), los intentos arancelarios de nuestro amigo Donald Trompeta (que sigue a lo suyo) y la muerte del pontífice, el Papa Francisco. En cuanto a música, sigo anclado en Sanremo (solo escucho a Willie Peyote y mis pódcast habituales), sobre cine y series... la gran revelación: Adolescence.
Cuando leí que uno de los creadores era Stephen Graham, el amigo santurrón de Jason Statham hace 25 años en Snatch, me vino de repente aquella pequeña joyita del catálogo de Filmin llamada Boiling Point. Y es que esta serie, factura británica working class como diría mi tía Rosa, está rodada íntegramente en planos secuencia acojonantes.
La idea y la polémica que se ha ido teniendo en cuenta, no obstante, dista mucho de la técnica; como todos sabemos, uno de los temas que está al cabo de la calle y del que todo el mundo opina libremente, es la educación (algo ampliamente tratado en esta bitácora). Concretamente, esta serie se ha utilizado para criticar el estado de la educación actual, o al menos ponerlo en solfa. Y está bien, es de buena ley, aunque para mí solo es punto de partida. Quizá porque trabajo en el mundillo y cuesta separar el trigo de la cizaña o, dicho de otra manera si fuera inteligente, puede que porque nunca cagaría donde como —como diría Tony Soprano—, son varios los frentes que se nos abren, no solo el más evidente: la relación entre padres e hijos, o entre adultos y teenagers, por ejemplo, me parece mucho más emocionante.Criticar la educación, o la sanidad, son deporte nacional en este país, casi tanto como hacerlo de los árbitros de fútbol y el alpechín, un gran olvidado siempre a punto de salir a calentar.
En la última escena del primer episodio, cuando padre detective e hijo descifrador de los códigos de instituto y redes sociales, se van a comer algo juntos (de milagro), ese diálogo entre ellos, entre las patatulis del chino que le gustan al chaval, y las que entiende su padre que deberían ser las buenas, las de toda la vida, ese momento en que al final el padre desiste y pone la marcha —haciéndole callar, así—, resulta revelador a más no poder.
SEDE VACANTIS.
RIP
¿Cómo saber si Francisco ha sido un Papa "reformador"? La muerte del obispo de Roma ha abierto varias vías interesantes. Una de ellas, el intentar ver su pontificado con ojos de historiador y periodista; revisando el diario que hice para los niños, la llegada de Bergoglio respondía a la necesidad imperiosa del anterior Papa, el teólogo alemán Ratzinger (que, como es bien sabido, renunció), de limpiar de "cuervos" el Vaticano. Para mí, que justo un mes antes había nacido mi primogénito ("la luz"), este asunto era algo irrenunciable, un caramelito.
¿Se ha acabado la corrupción en la Santa Sede? O mejor: ¿cómo demonios saber semejante cosa?
El Vaticano es una de las instituciones más herméticas y antiguas del mundo. Los ritmos del papado, pues, no suelen converger con los nuestros, occidentales y de urgencia constante. ¿Ha sido Bergoglio un papa reformador, pues? Si a lo dicho no le siguen los hechos, no. Pero... ¿y si a lo dicho se abren rendijas y con eso ya es suficiente, visto lo visto?
Sea como fuere, el Cónclave del próximo 7 de mayo se antoja apasionante, porque y como se dice con ojos de historiador y periodista (y tertuliano de tres al cuarto, si se me permite), los cardenales más intransigentes y tradicionales "parece" que se están alineando para confluir alrededor de un candidato más acorde con los tiempos actuales, en los que la derecha pulula por doquier...
Ay, la primavera. Está tan loca como el más ufano de los mortales y sus redes. Escribía anteayer:
Son las 16:34 y todavía no ha vuelto la luz. Estaba en clase, en Terrassa, cuando ha saltado. Eran poco más de las 12:30 e intentaba explicar algo de prehistoria a mis alumnos. "Seguimos, ya volverá", he dicho, confiado.
Al acabar sobre las 13:30, la escuela estaba casi desierta. Un alumno me ha dicho, móvil en mano: "Ha sido en toda Europa, es general". Lo tenía que haber cargado. Tengo un 27% de batería. Corro a la sala de profes a cargarlo en el portátil y me dispongo a comer el arroz frío, las sobras de ayer domingo. Me pongo la radio online y la cabeza empieza a elucubrar y a disparar en todas direcciones, contemplando todos los escenarios posibles. ¿Debería coger el coche? A Laura y los míos les salta el buzón, pero el Whatsapp funciona. Sólo tengo dos mensajes; del grupo de mis amigos: "El día 0" (...), "Empieza el Club de la Lucha por fin", (...), "Qué ha paxao", y un audio de Txema flipándolo en plan conspiranoia.
Mientras chateo y me echo unas risas, oigo que la carretera hacia arriba está descongestionada, por lo que no espero más, recojo a toda prisa y bajo las escaleras hacia el vestíbulo. Los de Fomento están escuchando el transistor a oscuras. Les pregunto sobre el cancelo, pero solo sueltan risas entre nerviosas y preocupadas y casi como de "qué me está contando éste", en esta situación, right now. Me quedo a ciegas, he perdido la cobertura yendo por la autopista. Apenas hay coches y solo me queda la radio mientras conduzco, camino a casa, dejando la ciudad atrás. I drive, pienso.
Nos han apagado. ¿Cuándo empezarán los saqueos? Pienso en el Covid y en todo lo que podría estar pasando, en todo lo que nos podrían ocultar. ¿O es porque no sé, porque no estamos acostumbrados a estar sin información?¡Es sólo un maldito apagón!
Por cierto, ya estoy en el supermercado del pueblo. Hemos visto que la gente está cargando el móvil, y a la que había un sitio libre, hemos puesto los nuestros; el Bonpreu está abierto y tienen luz, eso sí, no parece muy estable... ¿cuánto durará el generador? Hacemos coña con el kit del fin del mundo mientras esperamos que sea la hora de recoger a los niños y yo miro a todas y cada una de las personas del lugar. Me quedo solo: Laura se va al cole a buscar a los niños. Mis sentidos se agudizan. ¿Cómo será en las ciudades? En la radio hablaban de evitar los desplazamientos estricamente innecesarios; fuera, nubes amenazantes avanzan y tiñen de oscuridad aún más este extraño día. Temo a los griegos hasta cuando traen regalos.
Dos chicas hablan en voz alta. Se han quedado tiradas. Son de Jerez pero viven en Madrid. Han venido a dar una charla sobre machismo al instituto, mañana van a Berga y se alojan aquí. Han comprado agua, chuches, patatas, frutos secos, una linterna y velas. Lo llevan bien. Me explican que a medio monólogo se ha ido la luz, pero que ellas han seguido igual. Como yo, les digo. Un hombre vocifera justo al lado. Yo soy un tío tranquilo, pero si las cosas se complican tengo una barra de hierro. Un bate, sabes.Dice en un catalán ininteligible y que me niego a reproducir aquí. El super empieza a ser un hervidero, como un centro de operaciones en plena crisis. 78% de batería, me voy. Mucha suerte. Mejor aquí que en la ciudad, digo. Si necesitáis algo, solo salid al parque.
19:36 en casa. Empezamos a encencender velas y a pensar que no tendremos luz esta noche. En la radio han dicho que pueden pasar hasta 10 horas. Llevamos 7 offline. Sigo con el transistor. El cónclave será el 7 de mayo. Pedro Sánchez ha utilizado un tecnicismo para explicar el fenómeno que ha causado el apagón, suena a meme. No tienen ni puta idea de lo que ha pasado. Descorro la cortina y observo a pequeños grupos de vecinos hablando, como reunidos. La temperatura ha bajado hasta los 13 grados después del chapuzón que ha caído.
20:37, un minuto después de que comparezca Yilla, President de la Generalitat, se oye un "vamos" y gritos de alegría en casa: ha vuelto la luz. Un 41% de la red eléctrica está restablecida. 0 peninsular, 1 transistor, nada que lamentar.
He oído que en Madrid van a trabajar en canoa y que los pantanos y la conversación están al máximo de su capacidad y que se acabaron las restricciones. Evviva.
Nadie recuerda un mes de marzo tan lluvioso, el que más desde que se tienen datos, ni con tanta ansia por quitarle protagonismo a las idas y venidas de Donald Trompeta. Por no hablar de lo largo y frío que ha sido, incluso si en sus idus celebramos el aniversario de nuestro pequeño y peregrino hijo y se empieza a ver por entre los márgenes el amarillo chillón de la árgoma.
Nosotros ya buscábamos una excusa para seguir encontrando algunos momentos, quince años después:
Uno nunca es lo suficientemente consciente de la suerte que tiene. Primero, por estar vivo. Segundo, por estar vivo y coleando y, tercero pero no por ello menos valioso, por estar cerca de una mujer maravillosa año tras año, una con la que creo mi voglia ymi pesar.
Siempre he tenido miedo de perderlo todo, incluso lo que no tenía. Por eso, en la cresta del hastío y sabiendo que el tiempo es agotable, fuimos al Mar de invierno. Y de ahí hasta el caudal de días oscuros y lánguidos como un funcionario y esta cuesta interminable que no te asegura absolutamente niente, ni la riqueza invisible.
Por cierto y sin que sirva de precedente, sigo enfrascado en la lectura de Antonio Scurati y su megaproyecto sobre il Duce. Creo que me va a tener ocupado todo este año... Un cuarto ha asomado por el horizonte, como me dijo mi amigo Xavi, y es que Mussolini y el auge de la derecha, tan cíclica como una almorrana, dan para mucho.
Era un tren como el de Indiana Jones, con vagones de madera y hierro forjado a conciencia, largo como una caravana de mercaderes. En un momento dado, observo una curva cerrada, desde una ventana. Nosotros estamos en la parte de atrás y es el fin de todo: cuando lleguemos a esa altura, el tren se caerá por un barranco. Veo, horrorizado, como la gente se precipita; piernas con posturas imposibles, como maniquíes, se deshacen en la cruel danza de un desequilibrio agónico.
La gente está muriendo. Aviso a mis hijos de la situación, nervioso perdido. Mi hijo mayor está hablando con sus amigos y no me hace ni caso. Me dice: sí, sí, papa. Ahora voy. Pero pasa de mí. Así que me vuelvo al pequeño, que es un poco como yo, y se alerta sobremanera. Corre, papi, vamos, me dice. Y yo me afano en romper la ventana desde la que había visto el desastre. Lo hago, y saltamos del vagón en marcha, dando varias vueltas entre el polvo y la tierra hasta que nos detenemos. El lugar parece sacado del Far West americano. Compruebo que estamos de una pieza y nos alegramos, mi hijo pequeño y yo. Pero hay que ir corriendo hacia el punto fatídico. Tenemos que llegar rápido. ¿Qué habrá sido de mi primogénito? ¿Y del resto de pasajeros?
Voy a ahorraros el intríngulis. No hubo ningún muerto. Ni heridos siquiera. De hecho, no pasó absolutamente nada. Cuando llegamos a la estación, que resulta que era el sitio donde en principio estaba la curva mortal, estaban todos los pasajeros sanos y salvos. Y mi hijo mayor, por supuesto. Todos nos miraban a nosotros, que veníamos zarrapastrosos, sudando y con la ropa hecha jirones, sin aliento. Por fin, papi, veo que me dice mi hijo. Y percibo que la gente hace esfuerzos por aguantarse la risa.
Febrero ha sido un mes accidentado, frío todavía, con los almendros y los cerezos debatiéndose entre brotar como un manantial o guardar un poco más las formas. De hecho, el segundo frame que no me puedo sacar de la cabeza, pertenece a otra historia inverosímil;
Estábamos en una comitiva de rancheras, como los temporeros en plan Yellowstone y todo el universo Taylor Sheridan. En la de delante, azul como aquel antiguo Ford Raptor teledirigido que tenían mis hijos, había un grupo de niños vestidos con pijamas de rayas. También había otros que estaban desnudos. Mi sensación era que estaban esclavizados o que se dirigían a la esclavitud.
Llegamos a una ciudad que me recuerda a Delhi (a la imagen que tengo de ella) + la ciudad de Blade Runner + Angkor (los templos).De repente estoy en un local con más gente y, en la barra del bar, tengo la certeza de que mi padre es el cabecilla de la operación. Entablo una conversación con él, que lo niega todo. Mi actitud es agresiva, la suya es de echar pelotas fuera. Yo no sé nada, no tengo nada que ver, jamás estuve implicado, no sé de qué me hablas, y mierdas por el estilo. Le empujo y le reviento la cabeza con un canto mientras todos me miran. Y percibo claramente que van a ir a por mí.
Como si un agujero travestido y poco amigable sobrevolara nuestros lares, un tuerto quiso a bien visitarnos y dejar su impronta, por lo que tuvimos que acudir más de lo deseable al infame lugar que, huelga decir, tanto tiempo nos alimentó. Esta vez, sin embargo, no fueron constipados convencionales o toses de perro desahuciado, lo que nos trajo aquí ーcon este aquí de tanto recorrido y absoluta familiaridad, como la náusea que acompaña al banquete pantagruélico, pero sin la urgencia del velo que lo cubre todo con su velo inquietante.
Como en el caso de Trump y su intento de resort en la franja de Gaza, que uno ya no sabe ni cómo apostarse. Os dejo el vídeo que lanzó la nueva administración estadounidense, quizá lo censuren pronto (o seguramente se la sude todo): 👇👇👇👇
Lo más inquietante, con todo, son los travelos barbudos bailando y pasándoselo en grande en la nueva tierra prometida, tal y como dijo mi amigo Albert. Hemos tenido la suerte de que, otros cabezones ーlos que nos dictan la agenda de sofá semanal una vez al añoー, nos dejaran buenas pelis como La infiltrada o El 47, que me tocó la fibra bien; algo antiguo y primigenio como un dios desconocido hay, que relaciono con el apego y el sentimiento de pertinencia social muy irracional. Sin raíces no hay casilla de salida, y si no hay casilla de salida... Uno no puede jugar. En Los destellos y Donde habite el silencio, en cambio, estuve pendiente de las relaciones interpersonales y todo aquello que teje lo social que digo, pero no consiguieron llevarme tan lejos; al menos, en una última lectura, podemos seguir diciendo aquello de "qué bien está el cine español, que no le tiene nada que envidiar al americano".
Nada que ver con Sanremo, lo que se hace en nuestra tierra bendita, para decidir el representante de Eurovisión. Los que me conocéis sabéis que sigo el festival europeo desde niño, con más o menos frecuencia dependiendo de las circunstancias, así que, ¿por qué no aprovechar para seguir el Benidormfest de los vecinos delBelpaese, ya que lo daban por RTVE? ¿Sabéis que incluso llegué a entrar a la ciudad, en una ocasión, hace ya algunos años? Y que me perdone Isalinux y su fantástica Beni, eh, pero el aroma a ron añejo y pringoso de los restos de azúcar del tapón de la botella y la etiqueta roída de Sanremo es insuperable y arrebatador. Casi como la casilla de salida y el barrio que comentaba con El 47.
Shows aparte, si es que tal cosa puede tenerse en consideración, siempre saco cositas, como el rapero Wille Peyote, domesticado entre lentejuelas y luces de neón, la estupendísima voz y pose de Giorgia (del 71) o las marcas de autor DOC de Lucio Corsi o Brunori Sas. De Corsi diré que no puedo de dejar de pensar en Elliott Smith cuando lo escucho, incluso si cierro los ojos y veo sus pintas de mimo.
Con Mâneskin fuera de órbita y la constatación de que el rock no está ni se le espera, ni que decir cabe que la música italiana sigue de enhorabuena y con una salud más que aceptable; "graziamo a Dios", que diría el pizzero pugliese de Guardiola de Berguedà.
Ay, señor. Que tu fiel servidor Francesco se debate entre este plano y el otro menos terrenal. Pondrán a uno de derechas, o toca uno italiano, decía mi fra Txema. Y es que las tendencias, una vez puestas en marcha, son muy difíciles de parar. Junto con la de Adrien Brody, de hecho Cónclave es la peli que más me apetecía ver en clave Oscars; Laura siempre me recuerda lo maravilloso de Jude Law en la maravillosa The young Pope de Sorrentino, pero también estaba la de los dos papas con Jonathan Pryce y Hopkins haciendo de Ratzinger Z... Y es que nada ni nadie puede escapar a este show business de cabezones y travestidos del bon faire. Y ahora que escribo "buen hacer" en francés para darle cierta enjundia al texto, no puedo no mencionar lo aborrecida que tengo la maldita canción que no para de sonar estos días en mi casa, 👀algo que me lleva a perder ese buen querer del que quiero hacer gala y también a preguntarme, esta vez más en serio y sin la frivolidad habitual: ¿sería esa una buena forma de tortura?
¿Puede uno salirse de su casilla por causas ajenas, o por causas no tan ajenas? Porque los sueños, la lucidez y la cabezonería rondan que da gusto.
En la serie, Óscar dice («supone») que vive entre la anticipación y el mal fiarse «para protegerse», o algo así. Figura que, si no cedes espacio, no sufres. Y así te ahorras el mal trago porque, ¿quién quiere aprender a base de hostias?
Teorías sobre el origen de la vida y lo que debería ser la existencia las hay a patadas, si es que estamos aquí para aprender, ¿o para qué nos caemos, Bruce?
En verdad, cuesta mucho superar los contratiempos, muchos de ellos convertidos en traumas con los años. A este respecto, la ex de Óscar dice (en la misma serie): «Yo paso de la gente traumada, eh. No salgo con nadie que no vaya a terapia», y se queda tan ancha. O algo así. Recientemente, incluso Deadpool hizo mención a la manera de enfrentarnos a los desafíos del vivir: «(…) La generación Z, con sus traumas mal gestionados, qué pesados. ¿Por qué no los convertís en cáncer o hacéis de tripas corazón como hacemos el resto?», o algo parecido.
los años buenos
En resumen, hay que lanzarse, no podemos vivir en la anticipación. Pensar en cómo van a ser las cosas antes de que sucedan sólo puede ser bueno para los bolsillos de los terapeutas, en ningún otro caso. Una serie irregular, atrevida en su idea original, con espacio para el espectador —se agradece que, de tanto en cuanto, no nos traten de tontos, para variar—, y que tiene en su título lo mejor: LOS AÑOS BUENOS*. (Laura diría que la BSO, por supuesto).
En otra lectura, son los años en que te conviertes en adulto de verdad; años en que la muerte te rodea —el padre de Ana—, en los que orientas tu camino profesional —Ana pasa de una discográfica a tener su propio negocio de comida—, en los que investigas y experimentas; años en los que tienes relaciones sentimentales que te marcan, en los que la enfermedad ronda —el mejor amigo de Óscar, Guille—, etc. Son los acontecimientos de vida, como me gusta llamarlos, o preguntaros en esto: ¿cuántas cosas dirías que te han marcado de por vida?
Suele ser aquello relacionado con el amor, la enfermedad y la muerte. El futuro, con su eterna promesa incumplida —cómo tener la certeza si la misma palabra conlleva una incomodidad abrumadora y un modus vivendi que implícitamente lleva tatuado «descontento» en la frente—, pertenece a otra categoría, no se rige por las mismas leyes. Si anticipamos los riesgos, las consecuencias, de absolutamente todas nuestras acciones, corremos el riesgo de convertirnos en infelices perennes o en lo que en otros círculos se suele tildar comúnmente como «amargados» (o mal follados, con lo mal que suena). Con todo, son acontecimientos que se pueden contar con los dedos de una mano.
Si perdemos la capacidad de sorprendernos, aunque sea en entornos «controlados», perdemos lo que, a mi juicio, conlleva toda esta mierda que nos ocupa estos días.
La Anticipación
Es muy difícil vivir sin tratar de controlarlo todo en un mundo en el que todo está medido al milímetro: relojes que te avisan si sedentarizas en exceso, las kilocalorías o experiencias a la carta («personalizadas», dicen sobre nuestros datos en estos barrios digitales), por citar algunos ejemplos.
No obstante, el tiempo grita estabilidad, según mi versión light de lo que significa envejecer. Desconfiar, en esas lides, entra dentro de todas las quinielas. Como los dolores de espalda y el sueño interrumpido.
Hay otro momento en la serie en que, cuando Óscar recoge al nano de Valencia, en que este le suelta: ¿qué ha pasado?, al preguntarle por su edad. Y Óscar responde: pues ha pasado… ¡Lo que tenía que pasar! Que la sociedad machaca al minutero no hay Dios que lo discuta, pero tampoco es nada nuevo; ahora mismo, mientras escribo la vigilia de mi cumpleaños, solo oigo el tic tac del reloj de pared y mañana estrenan La Sustancia en streaming.
Si intentas mostrar que la edad es sólo un número, prepárate para ocupar tu casilla entre los escombros del desaire, el ghosting y la burla pública que supone una mirada atenta a lo diferente (deseosa de carnaza, evidentemente).
El amor, la muerte y la enfermedad. ¿Quién no ha buscado en Google un diagnóstico basado en un problema de salud «x»? Taquicardia=infarto de miocardio. Y la juventud. Sobre todo para un adulto que se anticipa constantemente y vive en una rendija con la ilusión y el ansia de un pirata que sólo quiere seguir saqueando pese a tener una patente de corso.
Y termino con una reverencia en batín y me quedo tan ancho.
* No es broma, buscando una foto para colgar, he visto que el título de la serie es LOS AÑOS NUEVOS... I was wrong! Cómo es la testa...