lunes, 31 de marzo de 2025

MARZO: CRESTA DE CAUDALES (A LAS RICAS)



He oído que en Madrid van a trabajar en canoa y que los pantanos y la conversación están al máximo de su capacidad y que se acabaron las restricciones.
Evviva.

Nadie recuerda un mes de marzo tan lluvioso, el que más desde que se tienen datos, ni con tanta ansia por quitarle protagonismo a las idas y venidas de Donald Trompeta. Por no hablar de lo largo y frío que ha sido, incluso si en sus idus celebramos el aniversario de nuestro pequeño y peregrino hijo y se empieza a ver por entre los márgenes el amarillo chillón de la árgoma.

Nosotros ya buscábamos una excusa para seguir encontrando algunos momentos, quince años después:


Uno nunca es lo suficientemente consciente de la suerte que tiene. Primero, por estar vivo. Segundo, por estar vivo y coleando y, tercero pero no por ello menos valioso, por estar cerca de una mujer maravillosa año tras año, una con la que creo mi voglia y mi pesar.

Siempre he tenido miedo de perderlo todo, incluso lo que no tenía. Por eso, en la cresta del hastío y sabiendo que el tiempo es agotable, fuimos al Mar de invierno. Y de ahí hasta el caudal de días oscuros y lánguidos como un funcionario y esta cuesta interminable que no te asegura absolutamente niente, ni la riqueza invisible.

Por cierto y sin que sirva de precedente, sigo enfrascado en la lectura de Antonio Scurati y su megaproyecto sobre il Duce. Creo que me va a tener ocupado todo este año... Un cuarto ha asomado por el horizonte, como me dijo mi amigo Xavi, y es que Mussolini y el auge de la derecha, tan cíclica como una almorrana, dan para mucho.

¡Suerte que soy rico potrico!

viernes, 28 de febrero de 2025

FEBRERO: SUEÑOS LÚCIDOS (LOS CABEZONES TRAVESTIDOS)

THE 4ht


    Era un tren como el de Indiana Jones, con vagones de madera y hierro forjado a conciencia, largo como una caravana de mercaderes. En un momento dado, observo una curva cerrada, desde una ventana. Nosotros estamos en la parte de atrás y es el fin de todo: cuando lleguemos a esa altura, el tren se caerá por un barranco. Veo, horrorizado, como la gente se precipita; piernas con posturas imposibles, como maniquíes, se deshacen en la cruel danza de un desequilibrio agónico.

La gente está muriendo. Aviso a mis hijos de la situación, nervioso perdido. Mi hijo mayor está hablando con sus amigos y no me hace ni caso. Me dice: sí, sí, papa. Ahora voy. Pero pasa de mí. Así que me vuelvo al pequeño, que es un poco como yo, y se alerta sobremanera. Corre, papi, vamos, me dice. Y yo me afano en romper la ventana desde la que había visto el desastre. Lo hago, y saltamos del vagón en marcha, dando varias vueltas entre el polvo y la tierra hasta que nos detenemos. El lugar parece sacado del Far West americano. Compruebo que estamos de una pieza y nos alegramos, mi hijo pequeño y yo. Pero hay que ir corriendo hacia el punto fatídico. Tenemos que llegar rápido. ¿Qué habrá sido de mi primogénito? ¿Y del resto de pasajeros?

Voy a ahorraros el intríngulis. No hubo ningún muerto. Ni heridos siquiera. De hecho, no pasó absolutamente nada. Cuando llegamos a la estación, que resulta que era el sitio donde en principio estaba la curva mortal, estaban todos los pasajeros sanos y salvos. Y mi hijo mayor, por supuesto. Todos nos miraban a nosotros, que veníamos zarrapastrosos, sudando y con la ropa hecha jirones, sin aliento. Por fin, papi, veo que me dice mi hijo. Y percibo que la gente hace esfuerzos por aguantarse la risa.

    Febrero ha sido un mes accidentado, frío todavía, con los almendros y los cerezos debatiéndose entre brotar como un manantial o guardar un poco más las formas. De hecho, el segundo frame que no me puedo sacar de la cabeza, pertenece a otra historia inverosímil; 

Estábamos en una comitiva de rancheras, como los temporeros en plan Yellowstone y todo el universo Taylor Sheridan. En la de delante, azul como aquel antiguo Ford Raptor teledirigido que tenían mis hijos, había un grupo de niños vestidos con pijamas de rayas. También había otros que estaban desnudos. Mi sensación era que estaban esclavizados o que se dirigían a la esclavitud. 

Llegamos a una ciudad que me recuerda a Delhi (a la imagen que tengo de ella) + la ciudad de Blade Runner + Angkor (los templos). De repente estoy en un local con más gente y, en la barra del bar, tengo la certeza de que mi padre es el cabecilla de la operación. Entablo una conversación con él, que lo niega todo. Mi actitud es agresiva, la suya es de echar pelotas fuera. Yo no sé nada, no tengo nada que ver, jamás estuve implicado, no sé de qué me hablas, y mierdas por el estilo. Le empujo y le reviento la cabeza con un canto mientras todos me miran. Y percibo claramente que van a ir a por mí.
Como si un agujero travestido y poco amigable sobrevolara nuestros lares, un tuerto quiso a bien visitarnos y dejar su impronta, por lo que tuvimos que acudir más de lo deseable al infame lugar que, huelga decir, tanto tiempo nos alimentó. Esta vez, sin embargo, no fueron constipados convencionales o toses de perro desahuciado, lo que nos trajo aquí ーcon este aquí de tanto recorrido y absoluta familiaridad, como la náusea que acompaña al banquete pantagruélico, pero sin la urgencia del velo que lo cubre todo con su velo inquietante.

Como en el caso de Trump y su intento de resort en la franja de Gaza, que uno ya no sabe ni cómo apostarse. Os dejo el vídeo que lanzó la nueva administración estadounidense, quizá lo censuren pronto (o seguramente se la sude todo): 👇👇👇👇

Lo más inquietante, con todo, son los travelos barbudos bailando y pasándoselo en grande en la nueva tierra prometida, tal y como dijo mi amigo Albert. Hemos tenido la suerte de que, otros cabezones ーlos que nos dictan la agenda de sofá semanal una vez al añoー, nos dejaran buenas pelis como La infiltrada o El 47, que me tocó la fibra bien; algo antiguo y primigenio como un dios desconocido hay, que relaciono con el apego y el sentimiento de pertinencia social muy irracional. Sin raíces no hay casilla de salida, y si no hay casilla de salida... Uno no puede jugar. En Los destellos y Donde habite el silencio, en cambio, estuve pendiente de las relaciones interpersonales y todo aquello que teje lo social que digo, pero no consiguieron llevarme tan lejos; al menos, en una última lectura, podemos seguir diciendo aquello de "qué bien está el cine español, que no le tiene nada que envidiar al americano".


Nada que ver con Sanremo, lo que se hace en nuestra tierra bendita, para decidir el representante de Eurovisión. Los que me conocéis sabéis que sigo el festival europeo desde niño, con más o menos frecuencia dependiendo de las circunstancias, así que, ¿por qué no aprovechar para seguir el Benidormfest de los vecinos del Belpaese, ya que lo daban por RTVE? ¿Sabéis que incluso llegué a entrar a la ciudad, en una ocasión, hace ya algunos años? Y que me perdone Isalinux y su fantástica Beni, eh, pero el aroma a ron añejo y pringoso de los restos de azúcar del tapón de la botella y la etiqueta roída de Sanremo es insuperable y arrebatador. Casi como la casilla de salida y el barrio que comentaba con El 47.

Shows aparte, si es que tal cosa puede tenerse en consideración, siempre saco cositas, como el rapero Wille Peyote, domesticado entre lentejuelas y luces de neón, la estupendísima voz y pose de Giorgia (del 71) o las marcas de autor DOC de Lucio Corsi o Brunori Sas. De Corsi diré que no puedo de dejar de pensar en Elliott Smith cuando lo escucho, incluso si cierro los ojos y veo sus pintas de mimo. 
Con Mâneskin fuera de órbita y la constatación de que el rock no está ni se le espera, ni que decir cabe que la música italiana sigue de enhorabuena y con una salud más que aceptable; "graziamo a Dios", que diría el pizzero pugliese de Guardiola de Berguedà.

Ay, señor. Que tu fiel servidor Francesco se debate entre este plano y el otro menos terrenal. Pondrán a uno de derechas, o toca uno italiano, decía mi fra Txema. Y es que las tendencias, una vez puestas en marcha, son muy difíciles de parar. Junto con la de Adrien Brody, de hecho Cónclave es la peli que más me apetecía ver en clave Oscars; Laura siempre me recuerda lo maravilloso de Jude Law en la maravillosa The young Pope de Sorrentino, pero también estaba la de los dos papas con Jonathan Pryce y Hopkins haciendo de Ratzinger Z... Y es que nada ni nadie puede escapar a este show business de cabezones y travestidos del bon faire. Y ahora que escribo "buen hacer" en francés para darle cierta enjundia al texto, no puedo no mencionar lo aborrecida que tengo la maldita canción que no para de sonar estos días en mi casa, 👀algo que me lleva a perder ese buen querer del que quiero hacer gala y también a preguntarme, esta vez más en serio y sin la frivolidad habitual: ¿sería esa una buena forma de tortura?
¿Puede uno salirse de su casilla por causas ajenas, o por causas no tan ajenas? Porque los sueños, la lucidez y la cabezonería rondan que da gusto.


jueves, 30 de enero de 2025

ENERO: LA ANTICIPACIÓN (LOS AÑOS BUENOS)

APERTURA ANNO DOMINI XXV

 Voy a acabar con una reverencia en batín, aviso.

En la serie, Óscar dice («supone») que vive entre la anticipación y el mal fiarse «para protegerse», o algo así. Figura que, si no cedes espacio, no sufres. Y así te ahorras el mal trago porque, ¿quién quiere aprender a base de hostias?

Teorías sobre el origen de la vida y lo que debería ser la existencia las hay a patadas, si es que estamos aquí para aprender, ¿o para qué nos caemos, Bruce?

En verdad, cuesta mucho superar los contratiempos, muchos de ellos convertidos en traumas con los años. A este respecto, la ex de Óscar dice (en la misma serie): «Yo paso de la gente traumada, eh. No salgo con nadie que no vaya a terapia», y se queda tan ancha. O algo así. Recientemente, incluso Deadpool hizo mención a la manera de enfrentarnos a los desafíos del vivir: «(…) La generación Z, con sus traumas mal gestionados, qué pesados. ¿Por qué no los convertís en cáncer o hacéis de tripas corazón como hacemos el resto?», o algo parecido.

los años buenos


En resumen, hay que lanzarse, no podemos vivir en la anticipación. Pensar en cómo van a ser las cosas antes de que sucedan sólo puede ser bueno para los bolsillos de los terapeutas, en ningún otro caso. Una serie irregular, atrevida en su idea original, con espacio para el espectador —se agradece que, de tanto en cuanto, no nos traten de tontos, para variar—, y que tiene en su título lo mejor: LOS AÑOS BUENOS*. (Laura diría que la BSO, por supuesto).

En otra lectura, son los años en que te conviertes en adulto de verdad; años en que la muerte te rodea —el padre de Ana—, en los que orientas tu camino profesional —Ana pasa de una discográfica a tener su propio negocio de comida—, en los que investigas y experimentas; años en los que tienes relaciones sentimentales que te marcan, en los que la enfermedad ronda —el mejor amigo de Óscar, Guille—, etc. Son los acontecimientos de vida, como me gusta llamarlos, o preguntaros en esto: ¿cuántas cosas dirías que te han marcado de por vida?

Suele ser aquello relacionado con el amor, la enfermedad y la muerte. El futuro, con su eterna promesa incumplida —cómo tener la certeza si la misma palabra conlleva una incomodidad abrumadora y un modus vivendi que implícitamente lleva tatuado «descontento» en la frente—, pertenece a otra categoría, no se rige por las mismas leyes. Si anticipamos los riesgos, las consecuencias, de absolutamente todas nuestras acciones, corremos el riesgo de convertirnos en infelices perennes o en lo que en otros círculos se suele tildar comúnmente como «amargados» (o mal follados, con lo mal que suena). Con todo, son acontecimientos que se pueden contar con los dedos de una mano.

Si perdemos la capacidad de sorprendernos, aunque sea en entornos «controlados», perdemos lo que, a mi juicio, conlleva toda esta mierda que nos ocupa estos días. 

La Anticipación

Es muy difícil vivir sin tratar de controlarlo todo en un mundo en el que todo está medido al milímetro: relojes que te avisan si sedentarizas en exceso, las kilocalorías o experiencias a la carta («personalizadas», dicen sobre nuestros datos en estos barrios digitales), por citar algunos ejemplos.

No obstante, el tiempo grita estabilidad, según mi versión light de lo que significa envejecer. Desconfiar, en esas lides, entra dentro de todas las quinielas. Como los dolores de espalda y el sueño interrumpido.

    Hay otro momento en la serie en que, cuando Óscar recoge al nano de Valencia, en que este le suelta: ¿qué ha pasado?, al preguntarle por su edad. Y Óscar responde: pues ha pasado… ¡Lo que tenía que pasar! Que la sociedad machaca al minutero no hay Dios que lo discuta, pero tampoco es nada nuevo; ahora mismo, mientras escribo la vigilia de mi cumpleaños, solo oigo el tic tac del reloj de pared y mañana estrenan La Sustancia en streaming. 

Si intentas mostrar que la edad es sólo un número, prepárate para ocupar tu casilla entre los escombros del desaire, el ghosting y la burla pública que supone una mirada atenta a lo diferente (deseosa de carnaza, evidentemente).

El amor, la muerte y la enfermedad. ¿Quién no ha buscado en Google un diagnóstico basado en un problema de salud «x»? Taquicardia=infarto de miocardio. Y la juventud. Sobre todo para un adulto que se anticipa constantemente y vive en una rendija con la ilusión y el ansia de un pirata que sólo quiere seguir saqueando pese a tener una patente de corso.

Y termino con una reverencia en batín y me quedo tan ancho.


* No es broma, buscando una foto para colgar, he visto que el título de la serie es LOS AÑOS NUEVOS... I was wrong! Cómo es la testa...





martes, 31 de diciembre de 2024

DIFUMINANDO SATURNALES

    CLAUSURA XXIV 


    Siempre he imaginado las Saturnales, la fiesta romana del solsticio de invierno y el maravilloso Sol Invicto —sobre el cual pasé de puntillas—, como un festival de carne y fluidos varios, muy probablemente porque rima con bacanales, o quizás porque cuando vi la serie «Roma», de HBO —hoy MAX—, pude por fin ponerle frames a lo que mi cabeza era incapaz de hacer por sí sola. 

Es más propio, en esta época, sentir una difuminada niebla que nada tiene que ver con el humo de antaño, sino con la pérdida borrosa y poco clara de una alegría desbordante que no es que nunca me caracterizara del todo —ni mucho menos—, pero que, en su momento, se me prometió y arrebató con la misma decisión. 

Los blancos no la saben meter (2024)

Todavía resuenan entre bambalinas aquellas hermosas palabras: «por eso nunca te saco», pronunciadas jocosamente y en tono festivo. Sin embargo, no es una elección mía, esta pérdida de lustre. A veces creo que doy un paso al lado para no molestar. Otras veces, no obstante, no entiendo cómo sigo cayendo en los mismos agujeros una y otra vez. Pero qué te voy a contar, fiel seguidora de esta bitácora, que no hayas leído una y mil veces antes, ya; quizás que cada vez tengo más frío, o que lo que vienen siendo buenamente las fiestas, no van mucho más allá de lo que son los ciclos agrícolas y del sueño y descanso.

Hoy veo que hay algo de generacional: la culpa de todo es de los padres, más hermosas palabras, dichas en el mismo ambiente. Yo no callé del todo, ¿pero qué podía decir? Escuchaba una canción que me diluía, una que me había pasado desapercibida hasta entonces y que te he dejado colgada al principio de este escrito.

Quizá llegue un día en que un hombre viejo y sabio, con su larga barba blanca, tenga a bien instruirme en esto que llamamos vida. Y vuelvan las Saturnales sin Vichy ni Aquarius ni sueño pendiente y con todo el maldito esplendor del Sol Invicto y las energías renovadas.


ADDIO, 2024. ¡ATRÁS TE QUEDAS!

the end of the road

martes, 24 de diciembre de 2024

DISTRITO DISTRUTTO

 

La Casa Batlló

    No seré yo el que diga aquello de
qué rápido ha llegado la Navidad, ¿no?, porque me resulta cansino y agotador y, además, aunque me despierte con ganas de poner la cantarella de los niños de san Ildefonso de fondo cada 22 de diciembre, no suele tocarme nada —como dice mi amigo Ace, pues, hay que asumir que moriremos pobres.

Lo curioso es que estuvimos en Logroño, este verano. ¿Pero cuánta gente de este bendito país nuestro pudo estar, estuvo, pasó por entre sus llanuras y no pensó siquiera en detenerse a comprar un maldito décimo en la famosa calle Laurel? 

Para nosotros, parar un momento en el páramo de la nueva ciudad deportiva del Logroñés, histórico club de fútbol tradicionalmente ligado al Tato Abadía, fue más que suficiente. De hecho, no hicimos ni una foto, ahora que estaba buscando en el carrete alguna para colgar aquí.

Justo antes de estos días tan bonitos, de los niños en casa todo el día, del frío más inmisericorde, de los posibles constipados, me volvió a tocar destino en una comarca nueva, en un distrito de otra época: Terrassa. No seré yo el que diga aquello de ya no sé si se trataba de mí y mi destrucción o es que necesitaba con urgencia volver al ruedo, pero al segundo día ya estaba de excursión y, todavía no sé cómo, acabé solo en una sala inmersiva de esas que están tan de moda, a resguardo de las inclemencias externas como la lluvia y el viento loquísimo que se dio en la ciudad condal el 12 de diciembre.

En pleno solsticio de invierno, casi es hora de hacer balance. Que los días sean más largos y el Sol Invicto renazca con toda su energía, poco a poco, es como una alegoría de un mundo que promete llegar para jolgorio de la humanidad con las curvas de Carlos Sainz:
horquilla tras horquilla. El preteenagerismo, doctrina que se nos viene encima con el mismo vigor que las saturnales y toda esta mierda ancestral, 

hace que el huerto que reclama su cota de protagonismo y atención, entre de lleno y por derecho propio en un dosmil veinticinco en el que los coches todavía no van a volar, pero en una tierra que sí hay que cuidar.

Ay, mi socio JC. Tú solo eres una pequeña parte de lo que celebramos a partir de hoy. En este distrito bendito, alejo mi yo distrutto para darle la bienvenida a la nueva temporada, a lo pagano y lo profano, al mar y a la suerte.



(Efectivamente, todo está ya más que escrito)

¡FELIZ NAVIDAD! 



miércoles, 27 de noviembre de 2024

EL TEMPLO DEL MILLÓN DE AÑOS

ed è subito sera


Una sucesión de días feos, absurdos y muy parecidos entre ellos. En eso vive mientras construye su templo de los mil millones de años, hasta que se presente súbitamente la sera y no haya nada más que pelar. 

Dieciséis días. De cincuenta y dos (lectivos). Un 30% del total hasta ahora. Si os paráis a pensar, cuando tiene la casa más que limpia y empieza a gritarle a los niños y solo piensa en comer y en otros placeres, es ahí, donde es consciente de que no consigue disfrutar ni fluir (habiendo pasado Halloween y con la Navidad a la vuelta de la esquina, me insiste).

¿Acaso falta escribirle a alguien, enviar algún mensaje? ¿Queda algo pendiente? No lo sabe, y además me lo suele preguntar a mí, como si yo manejara los hilos. 

No olvida cosas, es el dolor de cabeza que le martillea las sienes, me dice. Y las sombras, cazadoras ellas, que no cejan en su empeño: es en los sueños, en tres sueños distintos cada noche, que se presentan bajo diversas formas, intereses y paraguas; de hecho, se levanta para ir al baño solo para cambiar de sueño, como en los recreativos cuando se te acaba la moneda y tienes que ir corriendo a buscar a tu madre para que te dé otra. Me cuenta uno que tiene tela:

"Desde la ventana de la cocina veíamos el incendio arriba, en el cerro. Por un momento parecía Calabria o los habituales focos de fuego sicilianos, pero resulta que estaba en la cocina de mi tía del pueblo, cerca de Monzón. Ella iba con un trapo de aquí para allá mientras yo le mostraba mi preocupación; le quitaba hierro al asunto (como los sicilianos y calabreses), cocinaba sus famosos macarrones gratinados, pero yo veía que tenía que hacer algo. La cocina era blanca, los marcos de las ventanas y puertas eran blancos, había un ambiente como bucólico o de bosque. En un momento, sé que tengo que subir montaña arriba, y lo hago. Con gran pesar, por cierto, como si me jugara algo importante. Vuelvo hecho una mierda, tiznado como un rey de Oriente caucásico. Y mi rictus ha cambiado, como si me hubiese desgastado mil yendo a ayudar lassù, aunque nadie mostrase que la situación fuera un desastre de proporciones bíblicas, que es como yo lo sentía. Fuera, la vida transcurría con normalidad".

Maldita autoexigencia. Y es que no quiere perder el progreso, para lo que alterna dos días sin beber alcohol con dos días haciendo algo parecido a lo que vendría ser el puto yoga. Y es que en dos meses cumple cuarenta y cinco años, con todo por decidir aún. Y me pregunta: ¿desde cuándo uno se acostumbra a vivir en el alambre? ¿Es posible que llegue algún día en el que todo fluya y no tenga que de/mostrar nada? Yo sonrío.

Cómo pesa su santuario. No estar ocupado como debería es como una puta losa en una sucesión de días feos, absurdos y fríos (hasta los cincuenta, mínimo). 

En eso vive mientras observa —desde la lejanía los otros templos construidos a su alrededor.
Ellos sí que saben, em diu.



martes, 24 de septiembre de 2024

LA CEREMONIA DE LA CONFUSIÓN, 5

La MODA DE CORRER, II

Escribía hace dos años sobre las bondades de los neurotransmisores y el correr, disciplina que luchaba por mantener su lugar y estatus entre el CrossFit, la Calistenia y demás modernas y abyectas «modalidades deportivas», por llamarlas de alguna manera.

Hace mucho más, concretamente hace doce años, hice un primer intento de hablar sobre el tema a cuenta del libro de Murakami («De qué hablo cuando hablo de correr», 2007) y Raymond Carver —este último cabecera mío de entonces— cuando me mudé a la campiña bergadana y empecé a correr por el bosque en plan Forrest. 

Poco ha llovido desde entonces. Alamedas enteras han desaparecido para dar lugar a más pastos de conreo. La naturaleza se contrae. Y yo sigo en el paro.