viernes, 8 de abril de 2022

LA CONSPIRACIÓN

Pabellón deportivo de Piera (Barcelona)

 Estamos en un mundo en el que conspirar es básico y necesario. 

Estamos en un mundo, feo este, en el que los rumores y le petegolezze están tan a la orden del día que si arriesgas tu ética en pos del bien común puedes salir trasquilado. 

Porque... ¿quién eres tú para decidir el bien común? ¿Cómo sabes que es lo mejor para la gente? Y lo más intrigante... ¿cómo es posible vivir en semejante contexto?

He intentado no meterme en berenjenales durante algún tiempo, pero debo de ser gilipollas o creerme la rencarnación de algún antiguo paladín de la justicia. No deja de ser tedioso acostumbrarse a los volantazos que da esta nuestra sociedad, porque, y digamos que la tendencia se ha estabilizado, sí, lo que parecía se ha acabado asentando, el desastre que venía anunciándose se ha confirmado al fin: tenemos una sociedad de mierda.

¿Y qué hay en una sociedad de mierda? Ciudadanos de mierda. Gente sin las mínimas ganas de unos mínimos de convivencia. Con la actual crisis de valores y la educación en entredicho y superada por esta inmediatez latente de la que tantas veces hablo (siempre Bauman y su sociedad líquida!), estamos abocados al desastre, y lo que es peor, a convivir con el desastre. Si no formas parte de él estás contra él y, por lo tanto, eres un outsider. Alguien a señalar con el dedo, un marginado (del desastre).

Mi almendro llamando a la primavera (primera semana de marzo)
Es la época de la exaltación del sinrazón. No hay humildad que se precie. Todo hoy es un mostrarse a gritos, ya sea con afán de "libertad" o incluso sin tener nada que decir (por supuesto). Es como aquel anuncio del cine: si no te ven, no te conocen.  Da igual lo que vendas.

Las viejas libertades se han quedado tiritando, estremecidas ante la magnitud de esta liberalización*; porque, y por poner un ejemplo que me toca de cerca, tenemos padres jóvenes que no osan levantar la voz (y ya no digo la mano, claro) a sus retoños, unos imbéciles insoportables y consentidos ya que, Dios nos libre, no van a renunciar a su vida por el mero hecho de tenerles y tener que lanzarlos al mundo, no.

*Quindi, entonces, la auténtica conspiración es darnos libertad porque no sabemos qué hacer con ella: pantallas, plataformas de streaming, información y desinformación ilimitada online... medios todos ellos a nuestro alcance para asegurar nuestra absoluta obediencia al sistema. No estamos preparados para razonar, para darle pausa y elegir y decidir con cautela. Y a fe que la actual coyuntura no ayuda: es más, penaliza porque llegas irremediablemente tarde.

La cultura del sacrificio también se ha perdido. ¿Para qué vas a estudiar o trabajar duro si un soplapollas hace unos vídeos de mierda y se convierte en youtuber y cobra un pastizal? Que los niños de hoy en día quieran ser youtubers es inaceptable. Yo sólo quiero cobrar a fin de mes y que no me toquen los cojones, y si puedo trampear, trampeo. Todo lo que puedo. No me vas a venir tú con tu idealismo, tu moral y tu rectitud decimonónica a sermonear... porque te salto a la yugular.

Estamos en ese mundo. Ya estamos en 1984


Yo me piro al campo con mis jabatillos...

martes, 8 de marzo de 2022

LA AMISTAD



El sábado vi a un viejo amigo paseando con su hija por la ciudad. Tuve la tentación de saludarle, de llamarle por su apodo, de tocarle el hombro y conversar unos minutos con él. Pero no lo hice. Me dio pereza. Y eso me hizo reflexionar sobre la amistad: los que fueron, los que son y los que serán. 

Yo no hago esfuerzos cuando sé que el diálogo puede resultar pesado y convertirse en algo abstracto y chocante. No me importa romper y dar un portazo si se tercia porque odio perder el tiempo con gente con la que no he de perder el tiempo (como estoy seguro le sucede a más de uno, ya que no implica violencia en sí, sólo cierta incomodidad). Para qué complicarse la vida.

¿Cuál es la piedra angular del hombre social? Si entendemos que el hombre es un animal social, un lupus socialis, y no creo que haya duda al respecto al ritmo que avanza la población de este bendito planeta nuestro, estamos aquí para compartir vidas, y de estas experiencias muchas las encuadro en lo que, sobre todo antaño, era motivo de máxima importancia: la amistad. 
La piedra angular es la amistad. Y no solo del hombre social, si no del hombrx en general. Lo que tiene a bien llamarse la familia que escogemos. Sería un error, pero, renunciar al eremitismo, al silencio y la soledad; la amistad está en movimiento, evoluciona según los estadios de la existencia, muta. Con el tiempo, entra en contradicción con la familia que uno crea con el afán por permanecer, y con las ansias del individuo: de este choque de mundos muchos se acaban apeando y se originan conflictos, dudas, miedos y la pérdida
Mucho se perdió con el inicio de la pandemia (eso sí que es perder). Menuda falacia... ¡la gente ya estaba chalada antes!  Al coincidir con el auge exacerbado de la tecnología y la conectividad virtual, que parece no tener fin por cierto y no negaré que es algo que me obsesiona, estamos tan pendientes de creer que podemos ser partícipes de la Historia que se nos ha olvidado el resto: vivimos supeditados por el contexto. Creemos que somos protagonistas pero no somos una mierda, apenas una ilusión estéril como un desierto.
Cuesta mucho quedar, y hay ciertas convenciones que cuesta todavía más derribar. Y duele, duele porque amenaza en convertirse en una sombra alargada que impregna el ánimo, en un títere en manos de la nebulosa llamada recuerdo. Las historietas que cansan de tanto que suenan y olvidan el propósito inicial de respeto, amor y admiración. (De las propias decisiones que uno sea capaz de generar, haciéndolas valer por encima de todo e independientemente de lo viral de turno, dependerá tu buena salud mental).

Uno necesita reírse en plan loco; dejarse ir, desencajarse, liberarse de las cadenas del día a día, y qué mejor que hacerlo con un smígol. Lo mejor que se puede decir de ellos es que eres tú mismo en su presencia, que no necesitas ser otro. Y eso te hace sentir bien.

Es lo que apreciamos de un amigo, pero como todo lo bueno, resulta caro. Difícil, poco accesible.
Porque entendiendo que el hombre es un animal social, del futuro depende en parte que queramos seguir aprendiendo y queriendo aprender, para lo cual conocer gentes y lugares nuevos también resultará fundamental y necesario (salir de la famosa zona de confort, vamos).
¡Creemos nuevos recuerdos!

(Eso sí, sin forzar).

¿O qué es para vosotrx la amistad?



viernes, 28 de enero de 2022

LA JUVENTUD

 

Hace un par de días tuve que desandar lo andado al primer golpe de aire helado, nada más salir a la calle. Me había dejado mi braga para el cuello en casa.

Cuando eres joven no tienes ni pizca de frío, no piensas en abrigarte ni en llevarte una rebequita por si acaso; tu percepción del frío, tu nula percepción vaya, va ligada a la filosofía del aquí y ahora. Cuando ojeo las fotos de mi viaje a la Toscana en 2007 y hago lo mismo con nuestra reciente escapada, no puedo no ponerme las manos en la cabeza... ¡cuán insensato era! Llevaba una sudadera con capucha y una cazadora negra del H&M de esas de papel de fumar, y tan fresco (nunca mejor dicho). Y, por supuesto, no recuerdo para nada tener el problema que me acosa desde hace algún tiempo: la vasoconstricción (la contracción de los vasos sanguíneos de mis extremidades, o lo que es lo mismo, el frío en dedos de pies y manos), un problema que han liquidado los magos de Oriente con unas botas carísimas de una afamada marca de zapatos australiana. Para que luego digan los fanáticos de los pantalones tobilleros de hoy en día, que son la envidia de mi maltratada vista y el origen de algunas de mis preguntas todavía.

El aquí, el ahora. No hay espacio para nada más, ni para el peligro ni para su lejana e incomprensible percepción. Ni para el futuro, borroso como la neblina que nos impedía encontrar nuestros rostros deformados por el opio a dos metros de distancia. La necesidad de financiar ese estilo de vida joven nunca es apremiante hasta que lo es, hasta que la importancia de tus responsabilidades pasa de un crescendo constante a un ahogo que te hace contar los días del mes. Para entonces ya no eres joven, si no viejo, o viejoven, si te resistes, y sólo te queda mirar atrás para darte cuenta de lo que dejaste y lo mucho que lo disfrutaste y sufriste, pero que ya no está, eppur si muove, se ha esfumado como una mota de polvo en el aire.


Es este un mundo para jóvenes. Incluso los que todavía se sienten jóvenes aunque no lo sean cuentan con su estrecho margen para circunnavegarlo y hacer vida sin resultar ridículos del todo. Y es que nos hacen sentir mal, a los que sufrimos los signos propios de la edad. Es una debilidad, algo malo a señalar con el dedo; arrugas, calvície, carnes colgantes, Frances McDormand. Pero hay un reto, un modo de vida quizás, una capacidad de elección subyacente bajo las capas de la miseria, también en los márgenes de lo socialmente aceptado y alabado en esta época posterior al posmodernismo: vivir sintiéndose joven. Pese a la edad, los contratiempos y las enfermedades. Como manera de ver las cosas pero pasando de largo del New Age y esas filosofías baratas superficiales; huelga decir que no basta con rascar la superficie, no basta con convertirlo por repetición, pero si no te acompañan tus compañeros de viaje tienes un problema muy grande porque resultaría un choque de civilizaciones tan extremo que el ir a contracorriente no solo estaría penado, si no que comportaría la mayor de las cargas: el aíslamiento (el de verdad, no la mierda esta propia del virus este) y la soledad

Oye, que si eres un estudioso y tal, un lobo solitario, y puedes vivir como un eremita y el dinero y el sexo no es un problema porque has logrado trascender a las mierdas terrenales... pues olé. Pero no creo que haya muchos como tu.

Qué sabrá la juventud de hoy en día. Por qué estamos tan lejos de ellos. Qué les pasa por la cabeza, y por qué no pueden levantarla de las pantallas. Le pregunté ayer a mi primogénito, que hoy cumple nueve años, si se le estaba pasando la vida rápida o lenta. Y me respondió: rapídisima, como si hubiera nacido ayer y hoy ya estuviera aquí. 

Carcajadas.

Y luego me explotó la puta cabeza.




martes, 4 de enero de 2022

LA NATURALEZA

 APERTURA XVIII

Oh, viejo mundo, cómo te echaba de menos, pardiez.
Poder abrirte de nuevo como un melón y meter las fauces con toda la fruición posible y procurarme un banquete pantagruélico, uno de esos en los que acabas cantando vivaelrey. 
Oh, amigos míos, de verdad os lo digo. Qué placer.
Cuánto echaba de menos esta mierda. Publicar mis mierdas, mis crucigramas. Mi tiempo libre del cual ya no dispongo a voluntad: un año y tres meses sin las noches, ¿y sabéis qué? Que no lo echo de menos. No echo de menos esta excesiva paja autoindulgente. El vivir de noche. Las luces de neón. El alcohol fluyendo por mis venas. El humo cubriéndolo todo con su neblina y su manto de bomba de escape ninja. Es una bella contradicción, lo sé. Porque lucho por encontrar mis espacios en este nuevo orden, en este nuevo mundo en el que no me lamo las heridas, no más.

Luce (alla fiorentina)
La naturaleza de los niños es pasárselo bien sin pensar en las consecuencias. A uno le brillan los dedos al comer, mientras que el otro mantiene en todo momento su servilleta cogida con la mano menos hábil. Cada uno con su naturaleza y los detalles que los moldean, ya sea mediante estímulos externos o los internos propios (interesante observarlos). El pequeño es un cabronazo, tiene un buen maestro. Mi naturaleza, en cambio, no responde a ningún estímulo en particular: sigue siendo la misma desde hace años. Bueno, pero ya no me lamo las heridas, eh. Al menos no de manera tan descabellada. Pero no he de evolucionar como un maldito Pokémon. No soy un libro en blanco con todo el futuro por delante ni tampoco voy a volverme loco a estas alturas.

Sé a quién le debo lealtades, descuidad. Y algo me dice que no falta tanto para acabar el trabajo. Todo ha tenido que adaptarse a esta mierda del virus, incluso la manera de relacionarse; hay que cambiar los hábitos, las maneras de pensar sobre ello. Hay un mundo prepandémico que ya no existe. Por suerte no les debo nada a los noticiaros... ¿habéis intentado vivir sin estar conectados?

Ah, cuánto echaba de menos ser libre. Libre para reescribir la misma historia una y mil veces. Más de un año llevo ya con Nurku, mi protagonista juvenil, y no hay manera, no hay manera. Me falta un chasquido para recurrir al noruego, para lanzarme a sus brazos, porque uno no puede renunciar a su naturaleza. Uno es como es y los otros son como son: informados, desgraciados, poderosos, vanidosos, maleducados, perezosos, autoindulgentes, empáticos, italianos, cerdos, cabronazos, melancólicos.
Oh, mundo pospandémico, sé hacia dónde viras. Mantenme alejado de tus miserias compartidas, de tu afán natural por medrar. De la necesidad de descanso, de no estar seguro, de los números rojos. Tu naturaleza y la mía no van a ir de la mano, pero gracias por otorgarme momentos como los de Florencia, la ciudad con peste a tartufo.

Lo echaba de menos.






martes, 28 de diciembre de 2021

TODO SE ACABA...

... como ese instante en el que tumbado en la cama al lado de tu hijo lo acaricias mientras te deleitas observando como lucha por mantenerse despierto, ya sin gritos ni peleas ni persecuciones ni desafíos porque el sueño les está derrotando por fin. 

Todo es efímero, como el tacto de su suave melena recién bañada y el olor a babas incrustado en sus mejillas amadas por unos abuelos que luchan por aferrarse a un presente que ellos no saben ni que existe. 

Todo pasa, incluso las ganas de aferrarse a algo. Incluso los sueños que no alcanzamos y el deseo de alcanzarlos. Incluso la jornada laboral que se alarga esas frías tardes de invierno en que deberías desconectar el teléfono mientras tratas de solucionar en tu cabeza una incidencia tras otra y te dices "para qué, gilipollas".

Todo pasa, hasta el dolor por los seres queridos, esa punzada ingrata que te sacude el alma cuando menos te lo esperas y te juzga declarándote culpable por dejadez, por todo aquello que no hiciste y sin embargo no quisiste hacer (al menos en tu cabeza). 

Todo pasa, como cuando el cuerpo contiene la respiración al vislumbrar suelo sagrado a lo lejos la primera e incluso la segunda vez si tienes suerte; mientras caminas exhaltado, ensimismado, ajeno al mundo y sus penurias, a tus estrecheces, el mismo cuerpo te avisa de que tienes que respirar, de que se ha acabado esa revelación, ese momento epifánico que tanto cuesta lograr. 

Porque todo acaba y la vida también, desde luego. Aunque no lo entendamos y tratemos de alargarlo y de no parecer viejos; porque envejecer está mal visto en este mundo de jóvenes y de inmediatez, es como estar enfermo, ser un leproso, no me dejan ser calvo, vivir una vida que no te pertenece, dónde vas en esa foto con esa barriga.

Todo pasa, sobre todo los años (dos desde que escribí aquí por última vez) e incluso el hecho de subir a un avión y lo que eso conlleva, las dos terroríficas posibilidades (tanto tiempo después); 

todas las penas, las resacas infernales, los sufrimientos, las alegrías, los desamores, los matrimonios, las vergüenzas, los éxtasis sexuales, las maneras de vernos ante nosotros mismos y el mundo, las modas, la soledad, la amistad, el dolor de espalda, los pódcast, el postureo de las RRSS, la infancia… todo pasa y a nadie le importa una mierda, y lo mejor es que eso está bien, es así como debe ser.

Todo termina, absolutamente todo y puede que hasta la estupidez humana y este virus y su exigencia.

Hasta mi blog, oiga.


 

jueves, 31 de enero de 2019

CRÍTICA DESMESURADA Y VORAZ DE LA VIDA, LA MUERTE Y OTROS ENTREMESES


Varón caucásico, sin antecedentes. Paro cardíaco en el día de su sexagésimo segundo cumpleaños, cuatro días después de jubilarse.
(...)

¿Cuántas veces se repite semejante axioma? O semejante putada, más bien.
Luego vienen las típicas frases auto complacientes, que casi duelen más que la propia muerte (el hecho propio de desaparecer de la faz de la tierra): un día estás, y otro de repente pum. Y luego preocupándonos, malgastando tiempo con mierdas del día a día, con el dinero, que si no llegamos a fin de mes y tal. Y las guerras, el cambio climático y la conservación de la fauna; las disputas políticas, el mal humor. Y todo esto para qué. Si podrías pillar un cáncer o desaparecer en este mismo instante.

Qué cojones… ¿y si hubiera algo más, otro mundo donde volver a empezar? Cuesta creer en nuestra civilización ultra tecnificada, ¿verdad? Pero… ¿y si solo fuera la mecha para tener carta blanca y hacer de nuestra experiencia terrenal un carpe diem encendido y ardiente?
Con todos los chismes que tenemos a nuestro alcance, no sé cuántos de nosotros pensamos en la muerte como algo posible sin dejar una bala en la recámara, no quemando todos los cartuchos.

Mi hijo de seis años lleva varios días preguntándome por eso. Papi, ¿qué pasa cuándo nos morimos? El primer día le dije: hijo, cuando nos morimos... ehem... pues nuestro cuerpo físico desaparece y, según algunas culturas...
Me visualicé a mi mismo explicándole los diferentes estadios (Bardos) del deceso según el Budismo, algo que siempre me ha interesado, pero acabé la frase con un … se dice que nos reencarnamos en otro ser vivo esperando darle carpetazo al asunto sin sospechar que asomarían nuevas preguntas, algo obvio por otro lado; Papi, ¿qué significa reencarnarse?, a lo que yo respondería con un lacónico: volver a nacer.
Y ahí se acabaría la conversación del primer día. En su mente de seis años, Luca simplemente torcería el gesto para soltar una sonora carcajada (jo no vull tornar a la panxa de la mamay salir corriendo luego por las habitaciones de la casa.

A medida que nos vamos acercando a los cuarenta, pues, surgen nuevos desafíos a los que hacer frente. Las separaciones, por ejemplo. O los problemas de pareja. No conozco a ningún amigo que no haya pasado — o esté pasando— por alguna de las dos etapas mencionadas. El miedo a quedarse solo, al cambio radical que supondría con niños de por medio, la afectación emocional derivada de semejante trance… el volver a empezar. Como padres jóvenes, puede que algún cónyuge sienta la imperiosa necesidad de saltar del nido, de probar nuevas experiencias. Si la vida se nos escurre, ¿por qué sufrir con las veleidades del día a día? Si no duermo porque mi hijo tose toda la noche, porque me paso las mañanas corriendo con el agua al cuello; que si grito para que los peques me hagan caso, que luego no me comen; que además he de limpiar la casa y no tengo tiempo para mi y cuando llega la noche y ya no puedo más, el bebé se mea en la cama y llora desconsoladamente hasta las cuatro de la mañana con ese sonido infernal que te taladra el cerebellum y se te mete dentro del ánimo y la paciencia hasta dejarla hecha añicos, y luego mi pareja me pide mambo y yo lo único que quiero es dormir y descansar y, qué coño, puestos a elegir, desaparecer, fundirme con la nada.

Mejor llegar a un acuerdo y repartir responsabilidades quince días al mes. Visto así, ¿no os parece hasta lógico que haya separaciones por doquier? ¿Que lo que ayer era imposible hoy sea posible? Yo no estoy aquí para sufrir. Como vivimos en un perpetuo estadio de inmadurez*, donde las decisiones tomadas nunca son irreversibles, tenemos carta blanca para no ser consecuentes y volver a tomar nuevos rumbos que afecten a terceros y a cuartos sin remedio. Y lo mejor es que no pasará nada, porque está bien visto vivir el momento, el carpe diem que comentaba al principio. No tengo peros que manifestar al respecto porque, como humanos que somos, el libre albedrío va ligado a nuestra naturaleza salvaje. Lo que no me gusta, y no quiero ser agorero con esto, es la pérdida del interés en el legado que pretendemos. La clase de persona que queremos ser. Y aquí enlazo con la visión oriental sobre la muerte, ese “desmayo” previo al encuentro con la Gran Luz de la Conciencia. El Renacimiento final va ligado a la propia capacidad para escalar estadios y liberar nuestro ser auténtico. Si has sido un puto cabrón en tu forma de vida terrena lo tendrás mucho más difícil, que es casi lo mismo que decir si no te portas bien irás al infierno. Es en esta mescolanza de tradiciones donde se repiten las mismas ideas una y otra vez, desde el antiguo Egipto hasta la India pasando por nuestro judaísmo, del que somos deudores, cosa que nos lleva a pensar en que hay una raíz sospechosamente plausible y veraz en todo ello.

Ojalá viviéramos en un perpetuo estado de enamoramiento. Quizá es esto lo que buscamos cuando nos separamos o cuando buscamos una aventura. Como dice la publicidad de una conocida agencia de contactos: ponga a una/un amante en su vida, ¡verá como luego en casa está más relajado/a! Todo es tan confuso y relativo que, al final, solo nos queda abalanzarnos sobre la barra libre porque todo tiene cabida en el cajón desastre que somos. Y a tirar p'alante, caiga quien caiga.

Dicho esto, cada uno es libre de hacer lo que quiera, incluso de publicarlo en la red (faltaría más). Pero a mi no me encontraréis ahí, al menos no así (porque meto la cabeza debajo la madriguera y, en caso de hecatombe, no salgo hasta que me sangren los dedos de tanto escribir). No pretendo defender el modelo de familia tradicional porque soy muy consciente de la sociedad líquida en la que vivimos no solo no puede decirte quién eres si no que además no tiene nada que hacer a la hora de crearse cada uno una identidad. Y esto, hoy en día, es un gran avance. 

Lo que pasa después de la muerte, nadie lo sabe. Hay indicios, como decía, sospechas según bagajes. Lo que sí sabemos es lo que hay que hacer con la vida, y es intentar dar ejemplo con nuestros actos. Y luego puede que quede algo en el más allá.
Lejos quedan ya los tiempos en que aspiraba a dejar huella por mi yo. Ahora solo pienso en querer a mi esposa hasta el último aliento y en intentar desarrollar a las dos personitas a mi cargo lo mejor que pueda. Enseñarles a ser respetuosos, a hacerse valer por ellos mismos, y a ser consecuentes con sus actos sin discriminar ni dejar de escuchar a nadie. 
Quiero que sean felices, libres, y, sobre todo, que no se pongan barreras ni fronteras.

Quiero ser una buena persona sin que eso signifique ser dócil. Quiero ser capaz de afrontar con entereza las piedras que me encuentre en el camino, los retos que se me presenten. Quiero aprender a llorar a mis seres queridos; quiero aprender a aceptar el dolor como forma de vida, y también quiero lidiar con todo aquello que me resulte difícil e inevitable, aceptando la derrota con dignidad.
Y quiero querer a mi sobrina.

Y, si tengo que morir, quiero morir sabiendo que ha habido vida.
¿Cuántas veces se repite semejante axioma?


*Como casi millennials, somos hijos del avance tecnológico desmesurado y hemos crecido con todos los medios a nuestro alcance. No pretendo juzgar el grado de maduración de nadie.