jueves, 8 de septiembre de 2016

MENSAJE PARA LOS PADRES DEL MUNDO

No! No quiero hacerme amigo vuestro! No quiero compartir vuestra mierda! No quiero comparar el nivel de estrés que llevamos encima!
Que nuestros hijos se relacionen, no lo puedo controlar. Vale, lo asumo. PERO NADA MÁS! No quiero nada de vosotros! Me suda la polla que penséis que soy un puto rancio! Que os den, joder. Preocuparos por lo vuestro.
No os necesito.

ALGUNAS PEQUEÑAS CONSIDERACIONES A TENER EN CUENTA PARA PADRES DE DOS HIJOS QUE LLEGUEN MUERTOS A LAS PUTAS ONCE DE LA NOCHE TRAS UNA CENA COPIOSA Y UN INTERMINABLE DÍA EN DANZA CON UN LINGOTAZO DE JÄGERMEISTER COMO COLOFÓN

Joder, tengo dos hijos. Mi mujer va con uno, normalmente el pequeño, y yo persigo al otro, un puto salvaje de tres años y medio. Buscamos el equilibrio.
Hoy cenábamos aquí en Tossa, y solamente os pongo un ejemplo: la pareja de al lado, jóvenes, italianos -con lo que alguna expresión dejamos ir por cercanía, porque nos mola-, tras un salto loco de Luca al irnos:
-(no puedo reproducirlo con una palabra, pensad en el emoticono ese que somiglia pánico según la momia de Munch).
Es difícil ser un equipo, sobre todo cuando estás agotado. Nosotros nos damos cuenta rápido e intentamos cambiar la tendencia al momento. Hoy he visto una bronca de órdago de una mujer embarazada a su marido por no controlar al niño de tres años al tirarse al agua y tal. Es podria ofegar! Decía.
Sé que no somos así y eso me alegra. En un juego que me recuerda a Jóvenes Prodigiosos, diría que el hombre debe de ser comercial o viajante, la mujer con los cojones cuadrados funcionaria o profe de inglés. Él todavía conserva intacto su grasiento pelo negro pero su cuerpo no moldeado y sus tatus de hace veinte años lo delatan: solo piensa en beber y pasárselo bien. No sabe lo que le espera con el segundo, con Olivia...
Sí, porque hablamos. Los padres de otros niños y nosotros. Te relacionas, aunque no quieras o seas yo. Tengo suerte de que Laura sea como yo. Odio hablar con otros, relacionarme en vacaciones. Parece que es lo habitual comunque. Laura tiene un problema añadido: le encanta. Tiene don de gentes, if you know what I mean. A veces me pregunto qué coño pensarán de mis tatus...
Joder, tengo dos niños. Cómo coño voy a estar de luna de miel... Quiero a mi familia. Sobre todo porque les importa un carajo cómo me deje. Lo viejo que me vuelva o si mis ojos son los de Andy Garcia.
Lo importante es el equipo. Brindo por ello, no por sentirse mierda como tantas putas otras veces. Ponme otro, anda, que hoy, con suerte, voy a llegar a las once y media...



martes, 23 de agosto de 2016

RECARGADO


Empiezo la semana de fiesta mayor recargado, como nuevo, y todo gracias a recuperar la confianza respecto a lo que criticaba la semana pasada: la amistad.
El viernes me levanté de currar antes de las 4 p.m. Comí con la calma, me duché... y al salir del baño me encontré con mis amigos en el terrao de casa. Me quedé ipso facto.
En un primer momento pensé que algo malo pasaba. Una mala noticia, no sé. No me chillaron '¡sorpresa!' ni nada al verme, hicieron como si nada, jugando con mis hijos y charlando con mi mujer, conspiradora por antonomasia. Tras unos instantes de duda, fue mi amigo Gnöit, el ancla, el que tuvo que decir: 'bueno qué, espabila, que esto es una despedida'. ¿Cómo? Le dije yo. 'Que nos vamos, tío'. Yo todavía llevaba la toalla puesta en la cintura.
Se ve que costó organizarlo. Es difícil unirnos a todos para una mañana o una tarde, imagínense para pernoctar una noche. Me trataron sin aspavientos, como fue mi deseo -de hecho yo no quería hacer nada-, y acabó siendo memorable. La excusa de que uno de los nuestros se casara sirvió para liar una de nuestras salidas nocturnas locas: de eso se trataba. Y a fe que, sin entrar en detalles, fue brutal. Solo diré que me siento yo mismo cuando estoy con esos tíos, y eso no tiene precio.
Me siento algo culpable por haberme desconectado de ellos. Mentalmente, me refiero.
Es indudable que los devenires del día a día absorben a uno y los límites no siempre quedan claros, ya que el tiempo, cuando creas una familia, es más relativo que nunca; pensad que a mis amigos Tognâo y Pakâo no los veía desde la cena que hicimos en Navidad... Y luego mis charlas con Gnöit, en las que ambos anhelábamos los tiempos en que no existía nada más, habían dejado crecer una desconfianza tan impropia como vergonzosa. Solo puedo dar gracias por haber podido invertir esa tendenciosa tendencia, reconociendo además que estaba equivocado: la Ælacena no puede morir. Pero ya no por autoconvencimiento o por falsas creencias cimentadas en mitologías de antaño, no, si no por convicción real basada en hechos concretos.
Me siento recargado y agradecido.

jueves, 18 de agosto de 2016

LA HUIDA

Siempre estamos huyendo. Huir p'alante o por los recovecos, escaparse: no hay otra manera de vivir.
El pasado ya no existe y el presente choca con el ansia por descubrir el futuro, un desasosiego que parece no tener fin.
Lo único que cuenta es anticiparse, llegar antes que los demás para salir indemne y que nada te sorprenda tanto como para que tus vergüenzas destruyan todo aquello que te identifica.

He estado pensando mucho estos días en que he vuelto a recuperar cierta rutina física deportiva; he corrido por los caminos que desde hace cinco años he hecho míos, siguiendo la moda de correr que empecé entonces, y he hecho sprints como un loco sudando tanto que no recordaba que mi cuerpo pudiera supurar tanto.
Las vacas han vuelto a pastar por estos campos míos y he visto más animales que nunca: una ardilla que subía por un árbol, como en Alvin y las ardillas, y muchos conejos, por lo menos cinco o seis. Uno incluso lo vi perfectamente delante mío, hasta que no menos de a dos metros retrocedió y se escapó a toda leche por una frondosa arboleda. Parecía que me esperaba, el jodido. No tuvo miedo a mi llegada -no es que sea Usain Bolt, entiéndanme- y me aguantó la mirada unos segundos y todo, con esos profundos ojos negros. El hombre y la naturaleza en comunión, pensé. Luego me sobrevino un escalofrío que me ha costado abandonar, un brivido cercano a la conspiranoia gracias a los amigos de Stranger Things, la serie del momento.
Sea como fuere, después de un año en el dique seco por culpa de mi espalda, recuperar el empeño en conseguir una buena forma física -quizás también con el agravio de la boda de septiembre- me ayudado a ver las cosas con un poquito más de claridad. Es como si el ejercicio físico extenuante aclarara mis pensamientos, consiguiendo perspectiva donde antes solo había oscuridad o bloqueo. O puede que solo me ponga contento y de buen humor volver al ruedo, no sé.

Tengo a mis endorfinas revolucionadas. Es que también tengo ganas de casarme, joder. No por el día, porque sé que lo voy a pasar mal aunque insista en que no hay nada tradicional como pastel o baile o regalos o esas gilipolleces de salón. No me gusta no pasar desapercibido pero tampoco puedo beber esta vez, así que no sé cómo diablos voy a hacerlo. ¿Conocéis algo que mi organismo pueda segregar artificialmente y no me deje muy paposo?
Es en estos acontecimientos cuando no se abre la boca solo para comer: todo son contratiempos, para los que organizamos, todo son demandas y caras largas. Siempre hay algún familiar o amigo despechado que siente la necesidad de hacerse notar, como la invitada que acude de blanco al convite, pretendiendo así eclipsar a la novia.
Siempre estoy huyendo, sobre todo cuando llega mi hora en el curro. A veces no saludo, seguro que algunos piensan que soy un borde. Solo cuando me atrinchero en mi palomar, con los míos, me siento seguro, ya que mis costras no me hacen sentir mal por mierdas sociales o convenciones creadas con bases de barro; la amistad pierde escalafones a medida que pasan los años, pierde fuelle,  hablábamos esta noche con mi colega Raúl: las decepciones son cada vez menos frustrantes porque es demasiado fácil acostumbrarse a ellas. Te tomas con naturalidad un desaire que antaño te hubiera parecido la ofensa del siglo porque, qué cojones, ya somos grandecitos y tampoco pretendes poner en apuros a nadie. En cuanto a mi, cada vez siento menos aquella necesidad imperiosa de dar explicaciones y acabar imponiendo mi punto de vista. Intento simplificar mis relaciones para centrarme en lo verdaderamente importante: la familia. No es una cuestión de vida o muerte, la amistad y el sociopatismo digo, con el paso de los años.
Quédense con esa bonita idea ahora que aun hace calor.


lunes, 1 de agosto de 2016

CARTA ABIERTA A LOS PADRES TREINTAÑEROS*

Queridos padres treintañeros:

No os veo en el supermercado porque normalmente, en una familia nuclear, uno de los miembros se queda en casa pringando y esperando con ansia el regreso del otro, que hará lo que sea para dilatar esa 'escapada' aunque en casa haya un incendio y arda Roma entera.
Os veo, pues, empujando un carrito con aire distraído, disfrutando de uno de esos momentos de soledad perdidos y, cuando nos cruzamos en el pasillo de los productos de limpieza, nos miramos con una mezcla de picardía y orgullo secreto, como si ambos fuéramos cómplices de una misma ofensa inofensiva, valga la redundancia.

He pasado casi todo el mes de julio en la piscina pública de mi pueblo y, si hay un espejo de lo que es ser padre ahora en verano -con este jodido calor-, es una piscina pública con unos lifeguards deseosos de usar su silbato y suplantar nuestra autoridad. Ahí vamos: saltando de la pequeña a la grande y a la mediana indistintamente y según vayan apareciendo estímulos para nuestros pequeños, sin tiempo para maravillarnos con sus payasadas porque estamos demasiado estresados concentrándonos en evitar leñazos y males mayores. No estamos distraídos, estamos pendientes y agradecidos si podemos turnarnos la vigilancia y los juegos para nadar unos largos y conseguir así unos minutillos extra de tranquilidad.

Es cierto, estamos cansados. Nuestro cuerpo no es el que solía ser pero no es solo debido a nuestros hijos, ya que el paso de los años y la pereza de algunos hábitos adquiridos -nocivos, se entiende- han hecho mella en nuestros torsos antaño tonificados.

No pasa nada. No voy a ofenderme porque me llamen gordo (¿fofisanos, dirían?) o porque se ensañen con mi blanco nuclear o mi progresiva pérdida de pelo. No son heridas de guerra. No le voy a echar la culpa al hecho de haber querido formar una familia, al hecho de haberlo ELEGIDO.

Puede que los veinteañeros estén cerca o al otro lado, yo qué sé. Yo no los veo. No creo que ojeen revistas, más bien deben estar pegados a las pantallas de sus smartphones buscando algún Pokémon o de postureo con los dichosos selfis, eso sí. No creo que piensen en el mañana ni en lo que se van a convertir.

Hemos dejado de pensar en nosotros mismos, desde luego, pero no por eso mi mujer o yo mismo vamos a dejar de lavarnos el pelo cuando toque. Ellos son la prioridad, está claro, y lo de perder horas limpiando, cocinando o contando cuentos no puede suponer una tortura. Nosotros lo asumimos como parte del proceso con una naturalidad fingida aceptada sin resquemores.

Aquí ya somos bilingües por nacimiento y podemos llegar hasta ser trilingües si hace falta. Los niños no son solo esponjas, sino que son como una tienda de esponjas con almacén y todo, como diría Fernando Pessoa. Los dibujos animados como Peppa Pig o La Patrulla Canina, todo un fenómeno global en este mundillo de padres, servirán como estupefaciente y como preludio para las aventuras que sean capaces de imaginar en sus brillantes e inocentes cabecitas. ¿Negociar con terroristas? Jamás. Si cedes o te comen la tostada, estás muerto. No pueden salirse con la suya: es una lucha que, por nuestro bien, no nos pueden ganar. Nos va nuestra capacidad de ejercer cierta autoridad y disciplina cuando sea necesario.

Así es nuestra vida. Claro que no es fácil... ¿y qué?
No creo que estén relajadamente leyendo un libro, tumbados al sol que más caliente, los cuarentones. Yo alargo mis intervalos en el baño con el libro que esté leyendo en ese momento, y así voy trampeando; en vez de cagar en diez minutos, lo hago en veinte y nadie se queja (ni a nadie le importa).

Ser padres forma parte de un proceso inextricable que, dentro de la propia existencia, asume unos condicionantes propios que requieren cierta adaptación; cosa que, así mismo, precisa TIEMPO.

Los cuarentones, en realidad, están aburridos, eso es lo que les pasa. Los cuarenta son como el invierno: aunque se acerquen y sean inevitables, yo los quiero lejos.

¿Cómo iba a dejar de pensar en mi durante toda una década? La paternidad no puede ser para nada excluyente.

Queridos padres treintañeros:

Disfrutar de vuestros peques. Vivir la vida. Y dejad los putos móviles de lado, por favor, que parecéis unos simples veinteañeros...

Con cariño,

Javi.


*una respuesta simpática al artículo de Catherine Dietrich, del mismo título, publicado en El Huffington Post.

domingo, 31 de julio de 2016

UN PRETEXTO PARA LAS RAZIAS VIKINGAS


¿Habéis oído hablar sobre las andanzas de los vikingos? ¿Sobre la fiereza de sus incursiones, los pillajes?
Os voy a dar una exclusiva: es todo real. Creo que incluso llegaron incluso hasta América, fíjate.
{...}
Nosotros tenemos al Capitán Trueno, y aquí en el vídeo de más arriba lo vemos luchando con Sigrid de Thule...
Ya sabéis de mi predilección por Noruega, los asiduos a este blog, y estos días asistimos a una nueva entrega de los encuentros interculturales que vienen sucediéndose desde hace 19 años, esta vez en mi casa, en mi territorio.
Es un privilegio ser amigo de K. Y ver crecer a sus hijos mezclándose con los míos en el idioma universal, todo un orgullo.
Nuestros encuentros son dichosos y divertidos, aunque esta vez había el riesgo de que A., con casi 2 años, podría ser un bicho de mucho cuidado; mi hijo, L., tan desafiante que no ha habido más remedio que empezar a poner límites en su educación, no le iba a ir a la zaga: mi casa iba a ser un jodido campo de batalla, y así ha acabado siendo. Días después, todavía hoy he encontrado una foto enmarcada mía y de Laura ¡en una rejilla detrás de un calefactor! en la buhardilla, manchas en el suelo de la escalera de la entrada que no se van con ningún producto de limpieza conocido y la sensación de que una horda de salvajes vikingos había arrasado con todo cuanto había hallado a su paso...
No, en serio, les adoro. Escribo esto con una gran sonrisa. Me gusta ese caos tan auténtico que les caracteriza -y les produce 0 preocupaciones por cierto- y me siguen sorprendiendo esas 'pequeñas diferencias' culturales respecto a nosotros; el tema horarios, por ejemplo, incluso con la chicharra que ha caído estos días. Ese 'dejar hacer, dejar pasar' me tiene alucinado, porque luego cuando hay que ponerse en plan poli malo lo hacen sin dudar ni un segundo.
Verles juntos de aquí 10 o 12 años en plena adolescencia (en 2026 o 2027, hay que joderse), relacionándose, siendo amigos, me emociona. Porque sus padres establecieron un vínculo que se perpetua en el tiempo y la distancia y, al final, la vida no es mucho más que eso. K. y yo lo sabemos y por eso precisamente seguimos ahí, en la brecha. Aunque luego esté pendiente de sus meetings por roaming (¿cómo lo harían antes?) para 'tratar unos precios' cuando nuestras preocupaciones son mucho más terrenales y haya esos momentos en que se pueda compartir un silencio que no huela a desaire o a una convicción excluyente sobre la familia y la existencia en general.