miércoles, 16 de marzo de 2016

... y entonces apareció Él.

domingo, 13 de marzo de 2016

AL CRUZAR

Esta semana nos han vuelto a arrancar de las fauces de la tierra a otro compañero caído en desgracia. Esta semana ha muerto A., mi segurata de tantas noches de guardia: la plaga de nuestro tiempo, el cáncer, se lo ha llevado a la otra orilla apenas cumplidos los sesenta años.

No era un vigilante de seguridad al uso. Venía de Barcelona tras una mala experiencia empresarial y llevaba años agachando la cabeza a causa de ello. Le gustaba el buen comer y sabía de la ars culinaria más de lo normal; era frecuente que intercambiáramos ideas sobre platos y lugares de la city donde encontrar un buen filete o la mejor pasta italiana como esperando ir cualquier día de estos a disfrutar de un banquete.

Amaba Barcelona. Era de Les Corts, uno de los barrios con más solera de la Ciudad Condal. En su fuero interno albergaba la ilusión de volver a recorrer sus calles como habitante de la urbe y no como turista, si bien la realidad era otra al salir de la ronda y ver el letrero de MANRESA con Montserrat al fondo como pétrea frontera incapaz de prometer un invierno cálido y hacerle sentir un poquito partícipe de lo de aquí.

En cuanto a la faena, era demasiado impetuoso -ir a destiempo le acarreó más de un problema: yo siempre lo achaqué a esa desubicación que nunca le abandonó. Algunos lo llamaban sheriff pero yo veía más bien a un De Niro fuera de forma. Evidentemente y aunque muchos no lo vieran, tenía una actitud atípica con respecto a su gremio, y uno no podía dejar de sentir cierta lástima viéndole sufrir en situaciones en las que nadie desearía estar envuelto.

Siempre me preguntaba por Luca. No puedo ni imaginar lo que habrá sufrido su mujer, un encanto de persona, tras más de mes y medio de fulgurante caída. Compartimos otras casualidades, como que su hijo fuera amigo de conocidos pasados míos. Chismorreábamos al respecto y, con cierto deleite, pasábamos las horas entre conexiones y balas perdidas en este ambiente tan ajeno a nuestros propósitos iniciales de vida. 

Le apreciaba. La conmoción ante la noticia de su pérdida ha sido tremenda. Y ya van unas cuantas.

Pero ahora A. ya ha cruzado al otro lado.

Vaya en paz.

viernes, 26 de febrero de 2016

EL PREMIO


Hacía días que sabía que los premios se entregarían en el hall de un hotel del pueblo vecino aquí, en el Berguedà.
Llegó el sábado y fui incapaz de dormir siesta como acostumbro, presa de los nervios. Vendimos al niño y nos vestimos de negro pese a que hacía un sol resplandeciente; Laura se estuvo como media hora arreglándose en el baño, ya mismo como la Preysler, niña le oigo decir al teléfono. Yo solo me cuelgo la cadena de mi abuelo y en vez del anillo de compromiso elijo el gótico que nos compramos al principio en aquella feria medieval, aunque dudo entre camisa o jersey. Me preparo un Martini rápido y busco el DNI por si hay que identificarse para recoger el premio.
Llegamos diez minutos antes de la hora al lugar y hay no más de diez personas. 
Después de unos instantes de duda, una mujer de unos cuarenta años y el pelo teñido de violeta se nos acerca para preguntar quiénes éramos: benvingut i felicitats!, dice con sinceridad. Le digo a Laura de ir a la barra del bar que no aguanto más, será un momento. No puedo no pensar en Menos que Cero, el libro que me estoy leyendo de Easton Ellis, y me siento un poco mal pero si no bebo algo voy a ser incapaz de relajarme. Me tomo otro Martini y volvemos al hall a sentarnos en unos sofás color crema muy cómodos. La sala se ha llenado de gente, cuento unos cincuenta. Un grupo de blues o jazz ameniza la velada mientras la señora de violeta va de un lado a otro con desenfreno, preocupada por que todo salga bien.
No hay gente joven pero claro, yo tampoco lo soy. Las manos empiezan a sudarme y localizo rápido al fotógrafo por si me tiene que enfocar: hoy no estoy para salir en el Hola!. Laura está disfrutando mientras yo no sé cómo ponerme. Noto la mirada tan caída que no sé si alguien lo notará pero por suerte la entrega de premios avanza rápidamente y los camareros empiezan a desplegarse con decisión.
Hay tres chicas jóvenes de entre todo el gentío, no reparan en mi presencia. Supongo que el bombo de mi mujer ejerce de paraguas y yo no dudo en cobijarme en él como cada cinco o diez minutos, buscando restarme trascendencia. Una de ellas lleva un abrigo larguísimo y unas zapatillas plateadas brillantes. Luce un tatuaje de un sol o una estrella explotando en su antebrazo izquierdo, convenientemente arremangado. Su melena rojiza y rizada es tan larga que parece un complemento de su estrafalaria vestimenta. No creo que sepa hablar, se pasea con el mismo aire ausente que un fantasma. La otra chica ojea un libro o folleto en la barra de la recepción del hotel y no mueve ni un pelo. Está como disimulando o esperando a alguien, ya que de vez en cuando levanta el mentón para mirar hacia la calle como esperando una señal.
La tercera chica es una ganadora, nos cruzamos un par de veces pero esquiva el contacto. Es un nervio, no para de moverse de un lado a otro y conoce a todo el mundo y habla con todos. Sale a fumar cada poco. Va vestida medio hippy medio fashion, y no puedo no pensar que no se llevaría fenomenal con mi amiga Maria, la que emigra a Costa Rica.
Los viejos pasan de mi. No soy de su círculo. Muchos se conocen, como en un club de lectura. Me llama la atención un hombre con chaqueta de tweed y jersey de cuello alto con pinta de profesor. Le digo a Laura, mira a Walter White, pero antes de ser Heisenberg, eh. La organizadora insiste en que me encuentre cómodo incluso mirando de reojo a Laura, pero yo ya solo pienso en el cóctel y el alcohol que voy a ingerir.
Subo a por el premio como un robot, mi mujer me graba. Hay aplausos, luego un instante de '¿y éste quién es?' y aparecen los camareros justo a tiempo para traerme mi medicina líquida. Hay entrevista de televisión y radio y yo no he preparado nada. Me dice Laura: ¿por qué no has dicho que iba sobre ovnis?, pero yo solo quería salir del paso intentando que el entrevistador, una mezcla de Jabba el Hutt y Watto, no me aplastara contra el banco que tenía detrás. Me sorprendo insistiendo en les relacions humanes y de ahí no salgo. Después nos movemos un poco por la sala y yo me tambaleo, Walter White viene a mi encuentro y me da la enhorabuena, se la devuelvo aunque no sé qué premio ha ganado y Laura, que parece que está a punto de explotar, me dice ¿por qué no le has hablado? Era tu oportunidad de meterte en el rollo, pero ella no sabe que las opciones que nunca se dan no son.
Finalmente, nos despedimos tras dos agradables horas en el hotel Cal Marçal de Puig-Reig más contentos que unas castañuelas y con la sensación parcial -irreal- de querer desaparecer siendo invencible, lo cual es raro de cojones.

martes, 23 de febrero de 2016

LA BUHARDILLA


esta canción dice exactamente cómo me siento estos días

Si tuviese que apostar, me gustaría que fuera por el 15, uno de mis números. Pero por suerte hace tiempo que dejé de pretender que las cosas pasaran según mi voluntad.
Perdí el control justo cuando mi mente dejó de procesar la vida por el filtro de las drogas y el alcohol. Sin ser nunca un depredador nocturno, sí que me sentí depravado demasiadas ocasiones en las que acabar solo no era una decisión voluntaria, y he estado en todos los rincones de la soledad lo suficente como para saber que no quiero volver a pasar por esa mierda.
Conozco la sensación de desamparo tanto que todavía inunda mi pluma las noches como éstas, en las que mirar el cielo estrellado desde mi atalaya me estremece como si me despedazaran lentamente a trocitos, dando paso a un vértigo tan atronador que tengo que calmarme a mi mismo diciéndome estupideces como es redonda pero no se cae o todo sigue una lógica.
Voy a volver a fumar. Estoy a un paso de comprar whisky del bueno. Vosotros no habéis visto mi refugio, en la buhardilla, como donde Íker habla de nada en su nuevo proyecto New Age (Universo Iker, en radioset), todo un género en sí mismo. Me veo de mayor con mis hijos correteando y yo y mi lámpara de aceite y mi calva y mis plumas y mi papel desgastado con mi montaña de libros y muebles por doquier. Sí, y tanto que me veo, aunque de momento es solo un proyecto..
Me han dado un premio secundario por algo que escribí. Mi compañera de viaje sabe que voy a ir bebido y lo acepta sin más. El miedo hace que busque reedios para deshinibirme y recibir una visión de la realidad trastornada pero efectiva para salir del paso. Lo único que me ha pedido es vale, pero no te pongas muy paposo. Le encanta sentir vergüenza ajena conmigo. Iremos sin el niño, por supuesto.
Creo que voy a apostar por el 15, pero seguro que cae en otro día. Falta un mes, joder. Por suerte hace tiempo que dejé de pretender dormir del tirón.

domingo, 31 de enero de 2016

VUELVO A CUMPLIR

Considerar nuestra mayor angustia como un incidente sin importancia, no sólo en la vida del universo, sino en la de nuestra misma alma, es el principio de la sabiduría. Considerar esto en la misma mitad de esa angustia es la sabiduría entera. En el momento en que sufrimos parece que el dolor humano es infinito. Pero ni el dolor humano es infinito, pues nada humano hay que sea infinito, ni nuestro dolor vale más que el ser un dolor que sentimos nosotros.
Estoy vivo y tengo buena salud. Mi mujer y mis hijos tienen buena salud. Doy gracias por ello, y por amarles y que ellos me amen a mi como si no hubiera un mañana.
Quería recordar esta cita de Fernando Pessoa en este día que ya no es tan especial para mi -puesto que hay otro cumple que copa toda mi atención- como tributo a la mutación pasada del verdadero ser que subyace al tipo de treinta y seis años que teclea esta mierda en este mismo instante.
La filosofía siempre fue la misma (como en Tool y el resto de referentes culturales), ya que siempre supimos que la lucha era jodidamente irreal, algo tan abstracto como las divagaciones dedicadas al tiempo ocioso pertinente sobre el que edificamos nuestro modus vivendi.
Nunca existí.
Hoy doy gracias por ello.
(Sobre esto mío ya encontraré la manera de trampearlo).



jueves, 21 de enero de 2016

POSTAPOCALIPSIS

Los restos de un paisaje urbano postapocalíptico en una carretera abandonada me recuerdan lo efímero que es todo.
Luego intento hacer la vieja campiña como antaño y me cuesta, sufro entre el vaho helado y una baja forma que duele y revienta por igual.
Cuando me conecto a la enormidad de la naturaleza y a la actuación del ser humano no puedo más que sentir una gran humillación que me atormenta por las noches, cuando intento actualizar a Pavese y encontrar mi sitio.
No siento la Fuerza. No siento más que el peso de mis piernas que se quejan por unas jornadas tan largas como innecesarias. Y el olvido... si ella supiera... No hay curación. Y para la culpa, ay, amore, para la culpa... No hay medicina que palie semejante desazón.
He pensado en volver a delinquir. Puede que sea la clave que me permita volver a hilvanar aquellas maniobras locas de antaño. Y por qué no, dormir del tirón un montón de horas.
Los restos de un paisaje postapocalíptico -a una semana de los cumpleaños- nos guiarán.

sábado, 9 de enero de 2016

A PAVESE Y LA MALDICIÓN

Una de las cosas que más me está gustando del aparcado Pavese, recuperado para la causa para empezar bien el año, es su absoluta falta de dialéctica trascendente para con los otros. En su afán interior, demasiado poderoso como para poder vivir tranquilo, es imposible no recordar a nuestro amado Pessoa, adalid de una soledad esfereïdora por antonomasia.
Su historia es tan trágica como la propia naturaleza humana, condenada al fracaso de antemano. En esta línea, los problemas de desamor que tuvo el piamontese, a la postre desencadenante de su triste final, no tienen ningún sentido para estos días de aceleración y perversión social. 
El miedo a quedarse solo ha desaparecido entre las causas del dolor mundano y, en cuanto a rapporti sentimentali, está como de moda escupir las relaciones mal cultivadas así de sopetón. En estos casos siempre la entidad más débil es la perjudicada, viendo traspuesto todo su sistema de valores y obligado a cambiar radicalmente de vida (sovint con una mano delante y otra detrás). Lo jodido es que suele haber hijos de por medio, aunque una voz autorizada me dijo hace poco que nuestra generación no notará los efectos de tamaña variable, y eso me temo.
Es cierto que la sociedad ha cambiado sobremanera y lo que antaño era un modo lógico de relacionarse, basado en unos postulados excesivamente marcados por una mojigatería propia de ambientes cerrados y privados de libertad, es hoy un anacronismo que nada tiene que ver con la velocidad a la que se mueven el mundo y la tecnología. Incluso con suerte pronto apartaremos definitivamente la visión de la mujer esclava equiparando los sueldos y las tareas del hogar. 
El origen de estos males está claro: los nuevos adultos somos unos críos. No hemos necesitado subsistir porque, cuando hemos estado al límite en estos años de carestía, una entidad supra familiar ha ejercido de cojín salvador. Es contradictorio con mi modo de ver el mundo, sin duda, algo que en todo este embrollo reconozco que me atemoriza y alerta por igual: yo quiero formar una familia tradicional. De hecho lo estoy haciendo, solo que no sé dónde me deja eso, si en lo anacrónico de antaño o en lo estúpido de la limitación de recursos que supone una crisis eterna como la actual que lo dificulta todo. A este último respecto, hace poco un vecino de mi barrio que no suele prodigarse me dejó una perla con un he vist a la teva dona, ets molt valent, eh!, dejándome así anonadado y sin respuesta. Luego hueles escletxes que te retrotraen a una maldición atávica que no quieres ni visualizar más de un segundo.
Como suelo decir, la soledad, aparte de un estado de ánimo, es necesaria. Yo lucho por reconquistar mi solitudine sin renunciar al amor de un núcleo vertebrador fuerte. Y ahí se tienden puentes entre mis autores preferidos y mi amigo noruego.
Pavese escribe tanto al desamor que es imposible obviar esa tinta que tanto apuré. Es un exiliado, un expatriado de la libertad y su añorada tierra. Sea como fuere, parece estar contento con su aislamiento y lo mismo me pasa a mi, sobretodo cuando, en esos días en que oyes silbar al viento helado fuera como al acecho de algo más perturbador, enciendo el fuego mientras mi hijo toca la batería y jugamos a escondernos en el castillo y mi compañera de viaje reposa con los pies en alto, no sin antes encerrarnos a cal y canto y pensar un momento en que no hay maldición que tanto pueda pesar.