viernes, 11 de mayo de 2012

NACER CON AURA

Veníamos de la luna más grande vista en la tierra en lo que iba a ser 2012 y las lluvias queríanse retirar por fin. Un ligero rocío anunciaba una primavera tardía, después de todo, pero llegando ya a la séptima jornada del mes de mayo era así como debiera ser al despertarme antes de hora, aún de noche; sobresaltado, un instinto primario me llevó a abrazar a mi compañera que, yaciendo en el lado derecho de la cama, parecía preguntarme en algún lugar de su inconsciencia si pasaba algo o a qué venía tanto jaleo. Esperé unos instantes y en otro impulso me encaminé hacia la nevera con la presteza que mi boca seca requería. No tardé en volver a dormirme, pero mi sorpresa fue mayúscula al despertarme de manera natural al cabo de muy poco. Era joven el día, inusitadamente joven para mi gusto, incluso la pequeña Chloe seguía inmóvil en su refugio sin responder a mis inquirimientos; me sentía renovado, ágil y vigoroso, así que programé el día partiendo de un desayuno copioso y excepcional.
Con la agenda en mano, decidí enviarle un mensaje a mi amigo Oscar, pese a que todavía faltaban un par de semanas para que su esposa diese a luz. Me ofrecía por si necesitaba algo, dentro de mis posibilidades, indicándole mis horarios y los próximos acontecimientos de mi rutina. Salimos a pasear en un ambiente esplendoroso, largamente deseado. Tenía en mente alargarlo todo lo que pudiera hasta que fuera al gimnasio, pero sin ninguna prisa. No caí en que llevaba el teléfono encima hasta que sonó casi como efecto de un amerizaje forzoso: era mi amigo, salía para el hospital a toda prisa, su compañera había roto aguas. ¿Cómo? ¿No faltaban dos semanas? Escupía las palabras al ritmo atropellado de una metralleta de fabricación germana al volante, y le dije: voy para allá. No tengo nada que hacer y así estoy contigo. Pero me dijo: mejor no-tranquilo-espera-creo que va para largo-no está muy dilatada-ya te diré algo-, trasladándome los nervios de ese modo hacia mi. Con desgana, dejé de insistir pese a la emoción del momento, y, cuando quise darme cuenta, mi novia hizo correr un tupido velo justo antes de irse a trabajar. Sentía como esa ansia de padre primerizo me envolvía por doquier y tenía la necesidad de aplacarla inmediatamente; salí a correr como un poseso y me cansé como nunca, pero la cabeza no paraba de darme vueltas. Entendía que mi amigo -si pudiesen caberme en una mano él estaría, ya le conoces- quisiese estar sólo, así que cedí todo el protagonismo a la pareja en cuestión, apartándome a un lado, no pudiendo evitar cierto sentimiento de menosprecio que resultaba -por otra parte- bastante más que absurdo.
Desde entonces, llevo un par de días en constante tensión y con los nervios a flor de piel. Ese mismo día fiché por Boston Celtics, añadiendo a mi idealizada facha unos colores de San Patricio que no he abandonado hasta hoy. Tengo interés en seguir jugando al juego de baloncesto, me lo paso bien e intento aprender nuevos movimientos, pero estas noches trabajo en exceso y no paro de oír llantos desesperados con pañales enmohecidos y adoquines resbaladizos. Respiro intranquilidad y trato de contener un estado de excitación que pretende preceder a una repentina aceleración de los acontecimientos que se han ido gestando a lo largo de este maldito año. Como si el resorte que accionara el botón del pánico ardiese por dentro, como si hubiesen asesinado de nuevo al archiduque aquél austríaco y las causas subyacentes del verdadero conflicto, nueve milímetros de silenciador casero después, salieran a relucir en este verano de mayo en ciernes.
Ser parte de un acontecimiento tan íntimo, a no ser que estés directamente implicado, está de más. Sobra pero no excluye, ya que el futuro de esa personita en concreto está irremediablemente ligado al tuyo. En un ambiente tan cerrado como el nuestro, más propio de la mafia del sur de Italia que de cualquier otro grupo social estándar, resulta más que evidente; después de los gemelos y las noticias de los dos, digo ¡tres! últimos embarazos, esta pequeña princesa es la prueba fehaciente de que la sorpresa deviene realidad palpable en un abrir y cerrar de ojos. La percepción temporal puede llegar a variar tanto como la de un astronauta orbitando el globo: la sensación de epifanía, de estar por encima de lo terrestre, te acerca a lo divino sin pasar por la casilla de salida pero, llegado el momento, hay que saber apartarse y no acercarse al tendido.
Era así como debiera ser al despertarme hoy en mi crepuscular olfato, y es así como se nace con una aura que ilumina la vida y la existencia de una pareja feliz.

Dedicado a la memoria y el recuerdo futuro de la pequeña Aura, nacida a las 19,38 del 7 de mayo de 2012 en el feliz y dichoso seno de sus amorosos padres, Cristina y Oscar (Gnöit, Número 7).


miércoles, 25 de abril de 2012

GUARDIOLA DEL BARÇA Y DE ESPAÑA

Esta noche ha caído eliminado de la Champions League el Barça de Guardiola, y yo me pongo a escribir este post sobre fútbol por fin.
Los blaugrana han perdido los dos principales títulos en apenas cuatro días, mientras que su eterno rival capitalino tiene uno a tocar y muchas posibilidades de llegar a la final del otro. Quizá esa es la comparación que hace más daño, no lo voy a negar. Soy seguidor del F. C. Barcelona, pero por encima de todo amo el fútbol como deporte en sí; de pequeño, me forraba la carpeta del cole con fotos de las estrellas del momento, y la que recuerdo con más cariño es la del Mundial 94, con Romario, Roberto Baggio y compañía. Mucho ha cambiado desde entonces: el fútbol es un deporte más físico, y la Ley Bosman abrió las puertas a la libre circulación de jugadores por Europa.
Tácticamente, poco que reseñar. Está todo inventado, como en las ideas y los libros. El Milan de Sacchi cerró el círculo; existen los que defienden y luego los que atacan, con sus variaciones correspondientes. Mourinho defiende. Variación: Cristiano Ronaldo. Guardiola ataca. Sin variaciones pero sí con una dependencia leomessiana evidente (Barcelona y Madrid como ejes indiscutibles del mundo balompédico). A nivel de selecciones, ámbito que verdaderamente me apasiona, igual patrón. Italia, defiende. Variación: el 10 de turno (Baggio, Del Piero, Totti). Brasil, ataca. Variación: la samba y la fiesta. Alemania, ataca y defiende. Variación: altura y fuerza física. España, ataca. Variación: centrocampismo y no tener a Messi. Esperemos que eso no nos pase factura este verano…
Guardiola ha ganado mucho en los cuatro años que lleva como entrenador del primer equipo, tanto que, si quisiera, podría vivir de rentas el resto de su vida (igual que el actual seleccionador catalán). Con el tiempo, será considerado una leyenda y puede que llegue a presidente si se lo propone. En cuanto a selecciones, la actual España le debe mucho, puesto que no sólo por Aragonés se hizo la luz en el cambio de estilo que nos hizo campeones de Europa y del Mundo hace ya cuatro años (casualmente, los mismos que lleva Pep dirigiendo al primer equipo). Lo que sí es indudable es el apoyo a la cantera y a la formación de jóvenes talentos y a una innegociable forma de jugar, factores que nos definen y caracterizan hacia el resto del mundo. Una hornada de jugadores única ha hecho el resto; con esa apuesta marcada llegaron los títulos, tanto a nivel de clubes como de selección (sigo hablando de mis dos equipos), pese a que el juego bonito o tiqui-taca, como se le llama aquí, parecía tradicionalmente reñido con los resultados.
Sobre el Barça no hay mucho que decir. La falta de alternativas en ataque ha sido el detonante del fracaso -en minúsculas- de este año. El equipo ha demostrado pocos recursos para derribar el muro de las pobladas defensas rivales, y la excesiva dependencia de Messi ha acabado siendo de lo más desalentadora. Dicho esto, destacar que lo conseguido es mucho más importante y, a la postre, lo que te acaba haciendo pasar a la historia. El modelo, afianzado tanto en el Barça como en la Roja, causa envidia allende los mares, consiguiendo dominar el panorama del fútbol mundial con cierta autoridad. La estabilidad siempre da sus frutos.
Los deberes: el Barça, para empezar, tiene que hacer autocrítica. Lo demás queda dicho y se repetirá hasta la saciedad en días venideros. Sobre España: Del Bosque, seleccionador campeonísimo, probó hace unos meses sin 9, pero acabó desechando la idea. Más que nada porque no tenemos a Messi y, también, porque sin una referencia arriba es muy difícil romper las defensas contrarias. Puntualmente, sus deberes serán definir ese 9 y si jugamos mucho o poco por las bandas.
La derrota es necesaria para volver a ganar. Crea el estímulo necesario para provocar el espíritu de superación y de competición en deportistas de élite y ayuda a valorar logros anteriores. No creo en los ciclos. Creo en el trabajo bien hecho, en el rigor y en el profesionalismo. Pero el contrario también juega, y el afán por destronar al rey mueve montañas. Y, al fin y al cabo, es sólo un juego -tomen nota-, ganar o perder no siempre depende de los méritos que uno acumule.
Todos los indicios, pues, apuntan a un fiasco de nuestra nacional en la Eurocopa de Polonia y Ucrania; si la teoría se cumple, la selección española se acomodará y será incapaz de revalidar el título. El reto para el seleccionador será evitar ese fiasco, porque como me dijo un amigo ‘tenemos equipo para ganar cuatro Mundiales seguidos como mínimo’.
El arte del centrocampismo. Es decir, basar el juego casi en su totalidad según lo que se cueza en la parte central del campo. No en atrás ni arriba, si no en medio, por dentro. El fútbol se genera en esa parte del campo, y en este país tenemos peloteros por doquier y les rendimos pleitesía incondicional. La diferencia existe, la diferencia define. ¿Seguirá siendo así los próximos años? Curiosamente, los dos jugadores más decisivos de los últimos años son delanteros, aunque no puros: Leo Messi y Cristiano Ronaldo. Dos extraterrestres que están marcando una época, como así lo atestiguan sus marcas goleadoras de este año sobre todo. Uno se asocia muy bien, como diría Guardiola, y el otro no necesita a nadie para destacar. Ambos, en la actual coyuntura futbolística, son la excepción que confirma la regla, siendo La Pulga el jugador más parecido a Maradona que ha habido jamás (otro que con el tiempo ocupará el rango de leyenda). Y mientras eso ocurra, la primacía del centrocampismo, del tiqui-taca y del juego especulativo, está en peligro.
Respecto a las derrotas, no comparto la idea de la importancia otorgada al 'cómo'. Bueno, al menos parcialmente. Puedes caer con tu estilo, pero hacer bandera de ello denota unas limitaciones que un profesional no se puede permitir. Sería justificar lo injustificable, un ‘cayó con las botas puestas’ que otorga honra pero poca astucia. Y quizá es lo mejor que tiene Mourinho, sin entrar en nada más acerca de este personaje. Como entrenador, demuestra ser un estudioso nato, un competidor de lujo que sólo piensa en ganar. Por eso discrepo del monoteísmo azulgrana y la estrechez de miras de sus aficionados más acérrimos: defender un estilo no debería estar reñido con las vías para conseguir los objetivos, ya que hay muchos modos de jugar al fútbol y todos son perfectamente válidos. Evidentemente, yo prefiero la estética, pero no desarrollaría ningún complejo de inferioridad si tuviera que traicionar mis principios en un momento dado, al menos si así conseguía evitar un contraataque mortífero. ¿Nadie se pregunta cómo ha pasado el Chelsea si sólo han tenido un porcentaje ínfimo de posesión de balón tanto en la ida como en la vuelta? Quizá ése sea nuestro principal hándicap, o puede que el lugar en el que reside toda nuestra fuerza.
Esta noche caía el Barça en la Champions, y yo ya pensaba en la Eurocopa y en sus riesgos. En resumen, en fútbol (por fin).

domingo, 22 de abril de 2012

NATURALEZA OBLICUA


Hay cientos de miles como yo. 
Si algo he aprendido es que he tenido que enterrarme como una larva para poder sobrevivir. Hacerlo conscientemente ha sido mi gran victoria, y estoy muy orgulloso de ello.
Nunca he tenido desatinos suficientes como para sentirme tan mal al despertar. En realidad, anhelaba las mismas cosas que hacen felices a los demás; una PS3, un coche rojo de poca cilindrada, estar tirado todo el día en el sofá, observar como duerme la mujer que amo, tener un perrito... nada yermo, en fin.
La culpa, en realidad, es de la sonda Kepler. Si sigue descubriendo planetas, ensanchando el universo, los de aquí no vamos a saber cómo movernos. Tenemos una visita pendiente al observatorio de Lleida para acabar de sentirnos pequeños del todo y cerrar el círculo.
Mañana es Sant Jordi. Un día especial, coronado por la simple idea de que un libro de Carl Sagan tiene que decorar las estanterías del estudio. El existencialismo... ¿es un humanismo? Yo no puedo seguir esa línea, la he obviado. No pretendo con ello acallar a mi pasajero históricamente más tenaz, que conste, pero sí vivir un poquito más feliz. Agarro con fuerza el momento y suspiro al recordar al ser que salía a respirar con demasiada poca frecuencia a flote.
Menudo domingo. ¿Qué eran los domingos, sin un pollo a l'ast? Mi madre se olvidó las patatas, pero probablemente las pagó. Cuando pienso en el 9 de abril y en la cima de la Gallina Pelada... corro el riesgo de padecer un infarto. O un ictus. La foto de más abajo atestigua el filo de lo imposible, y centra las miradas en lo cruel que puede llegar a ser la naturaleza. Decían: a lo mejor ese fósil que encuentras en medio de un camino lleva ahí millones de años, y vas tú y te lo llevas. Es algo antinatural. Alteramos el orden cósmico a cada paso, nos desarrollamos demasiado rápido para la poca responsabilidad que manifestamos. En mi caso, en la actual coyuntura, sólo puedo buscar el mejor asiento posible y esperar que no me arrastre.
Sé que hay cientos de miles como yo. Siempre lo he sabido.
Si algo he aprendido es que nada tiene importancia. Todo se puede ir a la mierda o implosionarme en las narices, me la suda. No vivo para que los demás me vean, no pretendo otro tipo de exhibicionismo que el que se solapa en esta jodida bitácora. Créeme, no es baladí, todavía no sé por qué lo hago (y con las pausas, puede que ya haga más de 6 año que publico), pero funciona. Y los que quieran o quiénes sean, que me hagan la campaña de publicidad. Total, hace la hostia que no escribo nada decente... ¡Ay, los riesgos de la felicidad, penitencia para las jornadas nubladas, alegría para la esperanza de los días soleados que están por venir!
Puede que haya muchos como yo, pero ninguno con mi vida. Y a los que la quieran, que se calcen unas buenas botas y se preparen, porque no pienso dar mi brazo a torcer. Así que medusas, pichones y otros insectos de alquiler, lárguense... ¡no me quieran ver enfadado! No me importa ceder terreno si, llegado el caso, tuviese que volver a recuperarlo. Sé que podría. Sé que podría reengancharme sin problemas, al menos no al que escape de las garras del miserable dios del tiempo, un archienemigo más terco que el sistema capitalista que nos postra sin rechistar.
No sé cuántos hubo cómo yo a bordo del Titanic, ¿pero de veras importa? ¿Y en el infinito universo? ¿Acaso soy un existencialista? 
¿Lo fui alguna vez?


sábado, 7 de abril de 2012

SIMULAR IMPAVIDEZ

Sonrojarse no es un acto voluntario ni destila ningún tipo de glamour. Es un acto que refiere vergüenza la mayor parte de las veces, provocando una desagradable sensación de desnudez. Nadie quiere quedarse al descubierto, a merced de los elementos. Si te ruborizas pierdes el último tren y gastas tu último cartucho. No obstante, sentir vergüenza de vez en cuando es algo positivo, y sacarle las vergüenzas a alguien que se lo merezca, algo muy recomendable para la autoestima. En este blog suelo hablar de ello.
Hoy en día, pero, dentro de la anestesia generalizada inyectada principalmente desde nuestras modernas pantallas LED, a duras penas se pueden llegar a cotejar las verdaderas metas; la gente, en sus flamantes e hipotecadas guaridas, tiene tendencia a resguardarse bajo el manto de la hipócrita seguridad que ofrece una sociedad sexualizada hasta el aburrimiento.
Me acuesto por las noches con la ilusión de ver un nuevo día, aunque luego me lo quiera pasar tumbado en el sofá pendiente de enchufar la PS3. Dexter ha vuelto, pero ni consiguiendo descubrir las malas artes del vecino éste se da por vencido. El derecho de estar pasando una constante reválida impide que me despierte más tarde de las 9, así lo reclama mi nueva vida. Cuando no duermo por las noches y sí por las mañanas, mi perrita me insufla la energía con la que decido no rechistar tras cinco segundos, una fea costumbre que intento erradicar (de la misma manera que se oscurecieron otras vidas que jamás existieron). Después, consigo dormir plácidamente.
Soy un hijo de mi tiempo. Pero el resto de los hijos de mi tiempo me producen náuseas. ¿Se puede vivir con un sonrojo constante? ¿Qué hace falta para cambiar la mentalidad de toda una generación? La fustigación es necesaria. Puedes adaptarte a las circunstancias, al medio, pero nada impide que te alejes de los estereotipos dictados por alguien que no te representa. O sea, que será mejor que construyas un fuerte y empieces a hervir aceite por si acaso; no es difícil que te descubran si habitualmente muestras tu inseguridad sin ningún pudor -enfrentándote a tumba abierta con los poderes ocultos que nos rodean-, la expresión de tu cara puede acabar haciendo todo el trabajo sucio sin problemas. Pero no me gusta no poder verme 30 años en adelante, llevando camisas de cuadros y coleccionando sombreros de copa (volverán, créeme)…
Traidora impavidez. Mercenaria ensimismada, vetusto vodevil que vive de las triquiñuelas de unos pocos artistas del pecado, virtuosos de la arquitectura vital más corrompida.
Las callejuelas de Granada se mofaban de nuestros pasos. Pude disfrutar de la lección sin pensar que teníamos que volver en un avión con billete cerrado, ya que normalmente no me gusta llegar a ningún sitio sabiendo que luego tengo que volver. Resulta engorroso estar pendiente de la cuenta atrás, del puto reloj, impide disfrutarlo plenamente. Es como estar de paso, o como tener la sensación de estarlo: la excusa perfecta para no comprometerse, porque mirar a los ojos de individuos que caminan sin rumbo empieza a ser insoportable. ¿Es que no va a dejar de llover nunca?
No soy tan desconfiado porque sí. Tengo mis motivos. No es una cuestión de sensibilidad, ¡rezumo sensibilidad por doquier! Son principios. Adquiridos a distancia o en consonancia con un modelo, pero principios al fin y al cabo. Yo no puedo simular impavidez en las grandes áreas. Me vine al campo a vivir para que mi ID llevara una vida tranquila, reservando los tiros y las misiones suicidas para John Marston. La magnífica herencia de una raza que perdió el norte en las ruinas de su último reducto, tanto monta, monta tanto, dejó espacio para compartir un principio de alegría incluso sin poder llegar a tolerar bien las sorpresas.
Nadie quiere quedarse al descubierto ni sentirse desamparado. ¿Para qué cambiar? Puedo sentir vergüenza por muy poco, pero me importa una mierda lo que me digan desde fuera. Dentro, la desnudez es tan agradable que me tumbo sosegadamente en mi cama por las noches, liberado de esa extraña presión que tanto me incomoda, de esa batería de despropósitos que encuentro nada más cruzar la puerta.

lunes, 26 de marzo de 2012

HOY HACE DOS AÑOS

Hoy hace dos años empezó una historia de amor sin final.

Hoy hace dos años me acosté tarde, recuerdo, pasado mediodía. La emoción era tanta que no cabía en mi. Estaba sobrepasado, me sentía completamente embriagado; venía de un desayuno insólito y revelador. Cuando finalmente concilié el sueño, creí no haber descansado ni gota, pero no importaba: tenía el tiempo dominado, el inconcebible poder de malearlo a mi antojo y, lo más importante, me sentía capaz de todo. El resto de la noche me dedicaría a gozarlo activando los sentidos y el ímpetu al máximo.

Hoy hace dos años, quién lo diría, empecé a enterrar los mitos de mi eterna juventud; cerré la puerta de mi vida anterior de un golpetazo, utilizando las mismas vías que lo cimentaron, mostrando mis dulces garras. Pese a lo atropellado de la situación –el cortejo se gestó en un torrente-, no había lugar para la confusión: todo se debía a ella, ella era el patrón.

Hoy hace dos años vislumbramos la ventana más grande jamás abierta y nos situamos ante momentos parecidos, libres de culpa y pecado. Agotados por pesadas cargas concebibles en seres que bordean la treintena, alejados de las teorías más rocambolescas. El amor, la vida, nuestra miserable existencia humana… dejan de tener sentido si no estoy con ella. Sin ella, todo me parece vacuo e inútil. Mi antiguo yo ha mutado hasta parecer una sombra de lo que una vez equivocadamente sospeché me reconocía por doquier.

Hoy, desde hace dos años y como cada día, celebro con entusiasmo intacto el haberla conocido. Venero el suelo que pisa -como futura madre de mis hijos, a parte- sin sofocos ni dramas inocuos, observando cada uno de sus movimientos con reverencial pleitesía.

Hoy es un día especial. Hoy renovamos nuestros votos, hoy te escribo estas líneas sólo para decirte que te quiero, sólo para mostrarte mi alegría.

Hoy, mañana y siempre a tu lado, princesa. Porque el tiempo vive entre nosotros sin influencia ni deterioro, porque sé que sabes de lo que hablo y porque, juntos… ¡poremos!

lunes, 19 de marzo de 2012

LA MODA DE CORRER

Correr está de moda. Correr como Forrest Gump, sin ningún sentido ni destino.
Ahora que ha llegado la primavera, ahora que el sol ya no esconde ni tan siquiera sus poderosas tormentas, es justo ahora, que existe esa moda. Antes del Gran Apagón y después de que la pulga Messi continúe cimentando su leyenda.

De momento no oso superar los seis kilómetros. Estoy empezando y no pretendo forzar la máquina. En mi rutina semanal, aeróbicamente hablando, tengo entre ceja y ceja la idea de sumar, más que nada: sumar minutos y kilómetros, acostumbrando así a los músculos de mis extremidades (históricamente sumidos en un largo desuso). Me gustó la visión de Murakami al respecto, pese a que él como escritor me desalienta a menudo; en su libro De qué hablo cuando hablo de correr, proponía una especie de diálogo fengshuista 'a lo occidental' con su cuerpo, un 'tú no me jodas y yo te cuidaré hasta los límites' bastante curioso. Lo que ya no me gustó tanto fue que dejara de fumar en seco, siendo algo evidentemente beneficioso (no por ello más fácil de llevar a cabo): el tabaco, como hábito más antiguo adquirido, suele aparecer de improviso cuando el pensamiento se da por vencido.

34 minutos. Es el tiempo que raramente puedo reducir en esos 6 kilómetros acostumbrados. Una vez los hice en treinta y tres y poco, pero fue como una estrella fugaz en el cielo de invierno en un día que debí despertarme realmente bien. Porque, como dice mi hermano, hay días en que no sabes por qué pero el cuerpo no te responde, las piernas no te van y te pesa el culo.

Cuando hablo con otros que suelen salir a correr me desespero y ellos se tiran de los pelos: ¿'Treinta y cuánto?' 'Lo harás a un ritmo trotón-cochinero, ¿no?' No, pero ojalá fuera así, callo. Lo normal sería hacer 10 kilómetros en 50 minutos, unos 27 o 28 para mis seis, lo que vendría a equivaler a pérdidas de hasta ¡siete minutos! Al menos eso es lo que dicen.
No creo que mi forma de correr sea muy ortodoxa. A veces me miro en los espejos del gimnasio, como aquellos aprendices de culturismo sin abuela, intentando ponerme derecho para no balancear demasiado mis arqueadas piernas. Es como si flotara, como si tuviera la necesidad de aprender a volver a caminar o ir en bicicleta de nuevo. Gatear para subsanar el terrible error de haber empezado a respirar atropelladamente, haciendo sufrir con ello al delicado diafragma. ¿Cómo podría cambiar eso? Aunque me preocupa, tengo la vaga esperanza de aprender por repetición, como casi siempre que el talento no cubre todos los gastos.

Los 2 primeros kilómetros son en subida, por lo que saco el hígado maldiciendo las malas artes de la madre del ternero. Son 14 minutos de sufrimiento, que uso para comunicarme con mi cuerpo con la mayor rapidez posible; es mi calentamiento particular, en el que trato de conectarme con mi ser carnal susurrándole que todo irá bien, que el padecimiento pronto pasará, pero que él no me puede dejar tirado justo en ese momento. En este caso coincide con el llano -esa comunión entre el atleta y el entorno-, pero es regla habitual citarse con ritmo a partir del minuto quince. Si logras superar esa barrera te conviertes en invencible e irías corriendo hasta los confines del mundo.
Un insulso trayecto completamente plano precede una larga bajada en gravilla allá sobre el minuto veinte. Una masia imponente domina el vasto territorio y ejerce de anfitrión de las causas perdidas mientras la rodeo y recupero el equilibrio para el rush final (el último kilómetro y medio). Normalmente tendría que apretar los dientes y dar lo mejor de mi mismo, con el final tan cerca y las ganas de acabar con semejante dolor, pero yo no aguanto y me vengo abajo. Por la propia dinámica del hecho de correr en sí puede que mejore mis parciales –en esta parte final, me refiero-, pero, indudablemente, me puede más el cansancio acumulado y arrastro mis doloridas piernas miserablemente hacia la imaginaria meta.

Una de las cosas que más daño hace es el alcohol. Odio cualquier repecho, cierto es, pero odio más todavía no poder cortar con algunos malos hábitos. Habiendo pasado por encima del tabaco y sin ánimo de profesionalismos ilusorios, Dios sabe que la alimentación y los abrevaderos contaminados son decisivos. Engañar a tu traicionera mente se convierte en un ejercicio de puro circo romano; esta vida terrenal, tan exigua como perentoria, no ofrece recompensas que puedan contrarrestar un ánimo mayor tras la llamada de la madre Gea, de eso no hay duda. Exceptuando hechos incontrolables o de fuerza mayor, es así como lo veo, por lo que no voy a perder el tiempo en convertirme en un jodido iron man. Por suerte no he llegado a ese punto, aunque respeto a los de semejante calaña y les admiro tanto como a los que corren en bicicleta 225 kilómetros en pleno mes de julio (mientras yo les asisto desde el sofá cerveza en mano).

No me gusta competir. Competir significa comparar, y no me gusta compararme con nadie. Sin embargo, con la edad, he llegado a desarrollar interés por deportes que de más joven aborrecía, y algunos no pueden practicarse a solas. El tenis y el running -no lo voy a llamar atletismo porque no pretendo menospreciar al colectivo-, son dos ejemplos claros (con Ivan Lendl siempre en la memoria), y la intensidad con la que afronto ambas especialidades aumenta inexorablemente. Calcular el ímpetu para no agotar el repertorio a las primeras de cambio, junto con estrategias para dilapidar toda una herencia sedentaria sin tener la sensación de perder nada, son dos de mis objetivos. Eso sí, la línea que les separe del placer deberá ser lo más sutil posible, sobre todo para que los dos mundos, una vez presentados, no discutan ni piensen en aniquilarse entre ellos.

Correr está de moda. No necesitas nada, sólo un par de zapatillas y ganas de empezar. Creo que he vuelto a Murakami; es evidente que es muy saludable y que regula el sistema cardiorespiratorio y la flora intestinal, entre otras cosas. Yo no aspiro a grandes resultados pero sí a acostumbrarme y a ir subiendo peldaños poco a poco. Como no me gusta competir, dado mi mal perder y mi afán por la soledad en espacios abiertos (todo se acaba destapando, incluso mi forma rara de correr), yo soy mi único rival.

Sumar minutos y quilómetros para atreverme luego con más, pero… ¿por qué lo hago? Y, lo más importante…
¿en qué diablos pienso mientras corro?

lunes, 20 de febrero de 2012

VEINTE AÑOS SIN LUZ

Hoy hace veinte años hubo un apagón. Como antes, según la leyenda, la misma consiguió filtrarse por la iglesia que tanto he contemplado, no muy lejos de un San Ignacio desconocido, el enfermo.
La montaña mágica que hizo resoplar de admiración a mi impertérrito amigo francés, el origen de muchos de los misterios que tanto nos seducen, fue la encargada de canalizar semejante milagro. Siempre en veintiuno de febrero, nunca en otra fecha.
Si hoy hace veinte años se apagó la luz, todavía cuando alcanzamos a vislumbrar el recuerdo de un pasado legendario oigo el retumbar de la nada, inerte, en el suelo. Tirado en un charco de sangre y cemento recién inaugurado, dicen que mi padre saltó como un resorte desde aquel banco.
He tratado de imaginarme la situación algunas veces, visualizando el momento exacto en el que debió levantarme del suelo, con mis brazos caídos al espacio sideral y las caras poco acostumbradas de los otros niños. Calculando el tiempo que pasó entre una cosa y la otra, mi llegada al hospital, la oscuridad volcada en un repentino hachazo de la diosa negra, y el amargo vaivén entre la vida y la muerte, sin luz al final del túnel ni ningún rayo de esperanza cercano.
Hoy hace veinte años hubo un apagón. Mi visión sobre el mundo iba a cambiar poco a poco y con apenas doce años. La huella del accidente sigue muy presente en mi y hoy, veintiuno de febrero -veinte años después- no voy a salir de casa por si acaso. Como un rito extraño, como una tradición adherida a mi carrusel de manías y otras deidades menores, la vacuidad del ser adquiere todo su sentido e irresponsabilidad. La imposibilidad de permanecer en esta miserable vida terrenal, tal y como Morfeo se ha encargado de recordarme esta noche, la primera después de seis noches de esclavitud tras una semana de locura.