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domingo, 23 de mayo de 2010

DORMIR ACOMPAÑADO

No había bebido ni gota de alcohol y el día había sido de lo más extenuante. Tras una copiosa cena, quinientos cigarrillos y un chupito como digestivo, se acercaba la hora de acostarse: empezaba la odisea.
En estos casos, la mente no se relaja y pide ayudas que el cuerpo no debería aceptar (aunque no haya más remedio). Literatura aparte, tampoco es por falta de querencia ni nada parecido, y ni siquiera es debido a una obligación (excepto la laboral) o por forzar una situación que ninguno quisiera. Estás a gusto, empezando a vivir, creando algo guay, entonces... ¿por qué cuesta tanto dormir con otra persona al lado?
Mi amigo Ventura dice que sólo desde la Revolución Industrial dormimos acompañados. Que el hacinamiento del trabajo desenfrenado tuvo la culpa, que lo ha leído en un estudio reciente. Demasiados pocos años pues.
Cualquier gesto, ruido imperceptible, pedo o respiración cambiante, entra directamente (sin filtrar) por la jodida cocotera. Estás más pendiente de eso que de dormirte, y no sabes por qué, pero no puedes cambiarlo. Y podría ser un problema, créeme, incluso si con la otra persona lo hablas todo, o como mínimo crees hacerlo.
Reconozco que tradicionalmente me ha costado dormir en casa ajena. No al nivel de cagar en un cagadero que no fuera el mío, pero casi. Tampoco soy la voz más autorizada en estos temas, ya que a ese nivel, la experiencia no ha sido mi fuerte ni mi verdadera lid.
Es difícil traspasar la frontera de la confianza desde el subsuelo. Desde lo más bajo de nuestra condición humana. Y aceptar esas pequeñas mierdas que te dan puntos para subir de categoría y acercarte a la escala más alta. No hablo de sexo ni de amor, no dudes de que estos dos elementos comen aparte, aunque puede que sobre el amor no esté tan seguro. Es, simplemente, que no estoy acostumbrado.
¿Volvemos al Tiempo y a la necesidad de costumbre, pues? No hace mucho, alguien también me dijo yo nunca encontré mi lugar en esa cama, textualmente. No me gusta la idea, a mi no me va a pasar. En una cosa de dos como esta, vuelven las teorías del Right in Two que antaño tanto discutimos: ¿la vida está hecha para vivirla con otra persona? ¿Qué pasa con la individualidad, pero no la mal entendida o vilipendiada por el término soledad? Suena limitado, pero sólo creo en lo que ven mis estrábicos ojos y en los espacios que voy dejando a un lado y otro de la cama.
Estos días, esas ayudas de las que hablaba un poco más arriba, han sido vías de escape bastante patéticas, pero necesarias. Al menos uno de los dos tenía que relajarse. Pero no voy a volver a recurrir a ellas siempre. Paso.
¿Podría ser un problema? Podría, ciertamente, pero el podría este podrío, es condicional, lo que significa que puede condicionar, pero no ser tan decisivo como Diego Milito anoche. Creo que la culpa de todo la tienen la Revolución Industrial de los cojones y el puto Henry Ford, como decía mi colega. Pero en este fantástico principio, empiezo a tirarme pedos y a pensar que todo es pasajero, como este amanecer desde mis gafas de sol nuevas en la tumbona de su terraza, tan tempranero como bonito y deseable es seguir a la expectativa y disfrutar con ello.

lunes, 29 de enero de 2007

RIGHT IN TWO?

L'ARTE DEL SOGNO 2
Vean al mariachi de Lyon iluminado por La Herramienta y juzguen ustedes mismos. Yo soy el flipado de fondo, trasquilado, anche subyugado. Magari triste, magari 'asumido'. Quién sabe lo que le pasaría por la cabeza. Lo que sí sé es que casi sin hablarnos -en esta vida falsa que nos ha tocado compartir- podemos meternos en nuestras respectivas pieles. Casi sin palabras, tan de moda últimamente, porque son injustas y la gente no sabe cómo utilizarlas.
Arthur nunca había escuchado al grupo y apenas se lo habían mentado alguna vez, y me acabó diciendo que no le gustaban. Pero el influjo del alma lo atravesó por unos minutos (más de los que marca el vídeo) un domingo cualquiera y aburrido, déjandolo a merced de la libertad más precaria: enfrentarse a sí mismo en el escenario de una destacable soledad. Por eso renegó: ¿quién no lo hace cuando se mira en el espejo por primera vez en la mañana? Es demasiado doloroso.
El gabacho con su zaino y sus pintas de turista occidental avanza por la estepa asiática, hasta toparse con un gran río que separa la tierra. Él sabe que después de las 18h no puede cruzarlo, y le pregunta a un monje del lugar la hora que es. El sabio le dice que puede pasar, que sólo son las 16.20... Lo hace, con la sorpresa de caminar sobre las piedras en el lugar donde debería haber un río profundo. Al llegar al otro lado se encuentra con personajes extrañísimos, casi monstruosos. ¿Cómo el jorobado de Notre-Damme? Me responde: 'Peggiore' (peor). Hay una puerta gigante que le veta el paso, y ahí se acaba la historia. Confluye con el ajetreo típico de una casa (que no era la suya) justo antes de partir. El pequeño Arthur sigue durmiendo, de manera que cuando se levanta ya está todo hecho y sólo tiene que llegar a un acuerdo (creo que con su madre) para ver quién conduce a la ida y quién a la vuelta. Esto le produce un gran placer (lo compruebo en sus gestos), aunque teniendo en cuenta esa experiencia tan traumática en Asia no me extraña...