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martes, 2 de junio de 2015

BARNEHAGE* SIN BANDERAS



Cuando veo a mi amigo K., noruego de Oslo, hijo de exiliado republicano barcelonés, siento una ternura casi familiar.
En los últimos 18 años nos habremos encontrado no más de 10 o 12 veces. Al despedirnos en la flor de nuestra juventud más bizarra, nos dijimos: amigos para siempre, eh, no lo olvides.
Éramos inseparables. Nos unen lazos difíciles de explicar; aunque por sus venas corra sangre española, él es un puto vikingo, un hijo de Ragnar Lodbrok. Y allí arriba son fríos, hace un frío del carajo, y beben como putos cosacos. 
Lo primero que aprendí en noruego fue drekka mer (bebe más). Luego deseé fervientemente ser noruego al entender las motivaciones del jodido Edvard Munch mientras paseaba ensimismado por el parque de Vigeland a menos 18 putos grados. 'Allí he tenido muchas citas', recuerdo que me dijo una vez. Voy a obviar lo de las 8 semanas de permiso de paternidad y otras bondades del sistema escandinavo para centrarme en la épica sentimental sin más.
Hemos bebido mucho juntos. Borracheras de calidad, espaciadas en el tiempo. Cada nuevo encuentro era como si lo retomáramos de la vez anterior, como si no hubiera pasado el tiempo. ¿Hay acaso mejor sensación? En una relación, eso es algo impagable.
K. me vio en mis épocas afligidas y, desde la distancia, supo entenderme. Recuerdo una comida en casa de mi madre, en la que ella le mostraba su preocupación ante mi futuro mientras él le decía que no se preocupara, que yo saldría adelante porque era inteligente y capaz. Ese día comimos arroz blanco con tomate y un huevo frito.
No era un problema de idioma. A la mística pertenece ya la pregunta que le hizo un profesor, sobre si había aprendido alguna cosa en su estancia en Manresa, sobre todo porque no solo dominó el castellano, si no que también chapurreó y utilizó con cierta soltura el catalán.
Aquello me ofendió. Yo siempre iba con él, me estaban tildando como una bad influence. Él siempre lo recuerda con rencor. Nuestra imagen de borrachuzos, por aquel entonces, era ya legendaria, y eso no gustaba demasiado en el instituto.
Han pasado 18 años desde entonces. K. ha perdido toda su cabellera pero mantiene la misma actitud física. Tiene dos hijos, una Sigrid de Thule de casi 3 años, C., y un pequeño troll balbuceante de 10 meses, A. Con niños era la segunda vez que quedábamos, allá en el apartamento familiar en Platja d'Aro (Girona). Yo, que siempre estoy atento a lo que acontece en su tierra, esperaba ansioso el momento. Quería sacarle a Knausgård, el tema de la inmigración y el petimetre de Ødegaard. Quería beber codo a codo con él y volver a oír aquel brindis una vez más: skål! 
Al final del día, todo se traduce en vitamina para el alma, acaba desembocando en una inmensa plenitud. El esfuerzo de hablar inglés con C., la madre de sus hijos, y la espina por no hacerlo mejor, son el único pero en unas jornadas breves pero magníficas; siempre nos quedamos con ganas de más mientras observamos a nuestra progenie relacionarse libremente pese a la diferencia cultural. Cada uno con su idioma, L. le decía a C., 'vine, vine' (ven, ven) , y le hacía gestos con la mano. C. acudía rauda y veloz y luego se ponían a correr riéndose uno detrás del otro. Yo pensé: mierda, esto es plenitud. Fue un momento de esos que recuerdas.
No critico a mi tierra, no pienso en emigrar. No es mejor el norte que el sur, ni nuestro modo de vida mediterráneo, sin apenas ayudas y con el sueldo congelado. Es un tema de educación, como no; ¿no es mejor incluir y no excluir? Cuando veo a dos niños entenderse así vuelvo a aquello de l'home és un llop per l'home. El hombre está sometido y no hay herramientas para superar semejante obstáculo, al menos no a grande escala. En nuestro microcosmos, miro hacia afuera con orgullo por una vida no limitada a las pequeñas enclosures, aceptando concesiones a la tradición como La Patum de estos días y sonrío al pensar en la etiqueta #bolquersoff y me digo ¡mierda!, como para cohibirse con las putas miradas ajenas.
Cada vez que veo a mi amigo K. pienso: que se jodan. No tengo por que ser de aquí si esto sigue así**.

*jardín de infancia

**si entras en el enlace, verás un canal de Youtube ('saber y potar') donde se retrata  a la juventud actual.

jueves, 11 de julio de 2013

EL VALHALLA


El destierro.
Cuando se confirma, un halo de luz acude a ti con estruendosa claridad y las puertas del Valhalla se abren de par en par; mi mundo se estaba desmoronando, ya no aguantaba más. Los motivos surgen como churros, por doquier: estaba al límite de mi capacidad de aguante, no había por donde cogerme.
Necesito urgentemente un cambio.
¿Te suena familiar?
Súmale un par de fiestas con drogas y desfases horarios y estarás listo; hay que mantenerse dentro de la luz, aunque por cierto lo nuevo de Standstill no me apasione (excepto 'Adiós, Madre, Cuídate' y 'Tocar El Cielo'). Al cargarte de energía negativa, los días no pasan, son eternas condenas a galeras. Torturas poco piadosas que te minan lentamente y destruyen tu capacidad de regeneración en un contexto de supervivencia como el actual, que para algunos es una losa de peor digestión (por ficticia, se entiende). Los cambios siempre vienen bien, pero algún día hay que parar (¿al encontrar tu salón ideal?) y no dinamitar constantemente lo construido como excusa o modus operandi cíclico. Si te vas, que sea porque puedes, no con una mano delante y otra detrás, como suele decirse. Ya tendrás tiempo para volver y decidir si nunca es tarde o si la vida es demasiado breve.
Así solía ser yo; hoy, en mi garita, siento que 'Vikings' colma mis necesidades mientras -como diría Alaska- miro la vida pasar y disfruto del momento. Tengo quebraderos pendientes, nada grave, si bien no dejo de pensar en el drakkar de Oseberg que me deslumbró en Oslo y en las buenas nuevas de este esplendoroso julio. Con mi amigo noruego por la zona, me pregunto de dónde sacaron esa fiereza que les permitió asolar y aterrorizar a media Europa (para luego desaparecer en apenas tres siglos). K., medio vikingo, me fue devuelto como reverberación del camarada del Capitán Trueno, el leal Gunnar, tierna obsesión que nunca me abandonó (incluso quise llamar así a mi hijo). Desde entonces, siempre miro hacia allá arriba con interés y cierta nostalgia, sobre todo con los casos de Breivik y la baja maternal de 9 meses de su compañera, C. No me olvido de Vigeland ni de Munch (la aplicación de TV3 para Apple reza,'no es un sueño, son tus vacaciones', o algo así), al que fui respetuosamente a saludar, ni de esa capacidad guerrera -escondida, hoy- para afrontar los problemas de la vida; el Valhalla es el Paraíso de los vikingos, pero allí no hay ningún vergel ni una felicidad bucólica que se preste a una versión dionisiana del más allá (frívola, digo). El Valhalla es un salón donde los guerreros caídos elegidos por Odín se preparan para la lucha final y el inexorable apocalipsis, el Ragnarök.
Cosas de la paciencia y los descontentos propios de nuestra era: no todos nos conformamos y luego pasa lo que pasa. A. debe de ser un soldado de los dioses, ya que ha decidido no detenerse y probar suerte. No es un destierro, es una huída hacia adelante. Hasta cierto punto, tú haces tu propio destino. De momento vive con el nervio y la adrenalina de la antesala, veremos qué opinan los hijos de Utah; 
por lo pronto, en este jodido calor de julio ahora sí (¿qué hago yo aquí en estas fechas?), los paseos con los cochecitos son de lo más agradable y no hay sombra de lamento en mi corazón cuando se estremece al observar la sonrisa desdentada de mi retoño mientras busco cómo convertirla en carcajada y me deshago entre promesas de un futuro bañado por el amor y las travesuras del príncipe de mi Valhalla -en vida, dentro de la luz- particular.*
* Felicidades, Junior!