![]() |
Pedret |
¿Cómo te preparas para afrontarlo? ¿Es posible desmitificar el drama ante sus múltiples ramificaciones, ante la inabarcable magnitud de sus tentáculos?
![]() |
Pedret |
¿Cómo te preparas para afrontarlo? ¿Es posible desmitificar el drama ante sus múltiples ramificaciones, ante la inabarcable magnitud de sus tentáculos?
![]() |
Escapatoria |
Al cumplir los cuarenta me di cuenta de que no podía seguir haciendo lo que hacía, y eso que tenía libertad 〰dentro de ciertas posibilidades. Me di cuenta de que no podía seguir siendo dirigido por algunos tipos de personas que me hacían sentir ridículo, sucio y marginal, como si viviera en la periferia de unas convenciones, sobre todo sociales, que no era capaz de comprender.
Escribo esto con muchísima cautela, y tampoco es que los cuarenta fueran una frontera con una luz roja activada de repente, ahora que me releo. Pero supongo que el cumplir años en plenitud, sin grandes contratiempos, hace que te replantees tantas cosas como espinas pude clavarme. Es seguro que tuve que hacerlo de otra manera, pero entonces no supe cómo. Y estoy pagando las consecuencias de mis excesos en forma de servidumbre. Esa es mi penitencia por tonto-listo: servir a mi señor.
![]() |
La Muntanya de Sorra clama libertad |
Temen por dónde cogerme, y les entiendo porque ni yo mismo sé exactamente hacia dónde voy, como si el movimiento fuera una necesidad a perpetuar, con la inseguridad y precariedad que eso conlleva 〰sobre todo a mi edad, si es que hay edad para dejar de moverse. Tengo responsabilidades, pensamientos y debilidades que transpiran a cuentagotas para no alertar más de lo necesario a la población local.
He sido un gran sedentario estúpido, y todo por pasarme la vida al albur de mis pensamientos, que planean y disfrutan como un ave rapaz en racha de vientos peligrosos para el tupé.
![]() |
Pabellón deportivo de Piera (Barcelona) |
Estamos en un mundo en el que conspirar es básico y necesario.
Estamos en un mundo, feo este, en el que los rumores y le petegolezze están tan a la orden del día que si arriesgas tu ética en pos del bien común puedes salir trasquilado.
Porque... ¿quién eres tú para decidir el bien común? ¿Cómo sabes que es lo mejor para la gente? Y lo más intrigante... ¿cómo es posible vivir en semejante contexto?
He intentado no meterme en berenjenales durante algún tiempo, pero debo de ser gilipollas o creerme la rencarnación de algún antiguo paladín de la justicia. No deja de ser tedioso acostumbrarse a los volantazos que da esta nuestra sociedad, porque, y digamos que la tendencia se ha estabilizado, sí, lo que parecía se ha acabado asentando, el desastre que venía anunciándose se ha confirmado al fin: tenemos una sociedad de mierda.
¿Y qué hay en una sociedad de mierda? Ciudadanos de mierda. Gente sin las mínimas ganas de unos mínimos de convivencia. Con la actual crisis de valores y la educación en entredicho y superada por esta inmediatez latente de la que tantas veces hablo (siempre Bauman y su sociedad líquida!), estamos abocados al desastre, y lo que es peor, a convivir con el desastre. Si no formas parte de él estás contra él y, por lo tanto, eres un outsider. Alguien a señalar con el dedo, un marginado (del desastre).
![]() |
Mi almendro llamando a la primavera (primera semana de marzo) |
Las viejas libertades se han quedado tiritando, estremecidas ante la magnitud de esta liberalización*; porque, y por poner un ejemplo que me toca de cerca, tenemos padres jóvenes que no osan levantar la voz (y ya no digo la mano, claro) a sus retoños, unos imbéciles insoportables y consentidos ya que, Dios nos libre, no van a renunciar a su vida por el mero hecho de tenerles y tener que lanzarlos al mundo, no.
*Quindi, entonces, la auténtica conspiración es darnos libertad porque no sabemos qué hacer con ella: pantallas, plataformas de streaming, información y desinformación ilimitada online... medios todos ellos a nuestro alcance para asegurar nuestra absoluta obediencia al sistema. No estamos preparados para razonar, para darle pausa y elegir y decidir con cautela. Y a fe que la actual coyuntura no ayuda: es más, penaliza porque llegas irremediablemente tarde.
La cultura del sacrificio también se ha perdido. ¿Para qué vas a estudiar o trabajar duro si un soplapollas hace unos vídeos de mierda y se convierte en youtuber y cobra un pastizal? Que los niños de hoy en día quieran ser youtubers es inaceptable. Yo sólo quiero cobrar a fin de mes y que no me toquen los cojones, y si puedo trampear, trampeo. Todo lo que puedo. No me vas a venir tú con tu idealismo, tu moral y tu rectitud decimonónica a sermonear... porque te salto a la yugular.
Estamos en ese mundo. Ya estamos en 1984.
Hace un par de días tuve que desandar lo andado al primer golpe de aire helado, nada más salir a la calle. Me había dejado mi braga para el cuello en casa.
Cuando eres joven no tienes ni pizca de frío, no piensas en abrigarte ni en llevarte una rebequita por si acaso; tu percepción del frío, tu nula percepción vaya, va ligada a la filosofía del aquí y ahora. Cuando ojeo las fotos de mi viaje a la Toscana en 2007 y hago lo mismo con nuestra reciente escapada, no puedo no ponerme las manos en la cabeza... ¡cuán insensato era! Llevaba una sudadera con capucha y una cazadora negra del H&M de esas de papel de fumar, y tan fresco (nunca mejor dicho). Y, por supuesto, no recuerdo para nada tener el problema que me acosa desde hace algún tiempo: la vasoconstricción (la contracción de los vasos sanguíneos de mis extremidades, o lo que es lo mismo, el frío en dedos de pies y manos), un problema que han liquidado los magos de Oriente con unas botas carísimas de una afamada marca de zapatos australiana. Para que luego digan los fanáticos de los pantalones tobilleros de hoy en día, que son la envidia de mi maltratada vista y el origen de algunas de mis preguntas todavía.
El aquí, el ahora. No hay espacio para nada más, ni para el peligro ni para su lejana e incomprensible percepción. Ni para el futuro, borroso como la neblina que nos impedía encontrar nuestros rostros deformados por el opio a dos metros de distancia. La necesidad de financiar ese estilo de vida joven nunca es apremiante hasta que lo es, hasta que la importancia de tus responsabilidades pasa de un crescendo constante a un ahogo que te hace contar los días del mes. Para entonces ya no eres joven, si no viejo, o viejoven, si te resistes, y sólo te queda mirar atrás para darte cuenta de lo que dejaste y lo mucho que lo disfrutaste y sufriste, pero que ya no está, eppur si muove, se ha esfumado como una mota de polvo en el aire.
Es este un mundo para jóvenes. Incluso los que todavía se sienten jóvenes aunque no lo sean cuentan con su estrecho margen para circunnavegarlo y hacer vida sin resultar ridículos del todo. Y es que nos hacen sentir mal, a los que sufrimos los signos propios de la edad. Es una debilidad, algo malo a señalar con el dedo; arrugas, calvície, carnes colgantes, Frances McDormand. Pero hay un reto, un modo de vida quizás, una capacidad de elección subyacente bajo las capas de la miseria, también en los márgenes de lo socialmente aceptado y alabado en esta época posterior al posmodernismo: vivir sintiéndose joven. Pese a la edad, los contratiempos y las enfermedades. Como manera de ver las cosas pero pasando de largo del New Age y esas filosofías baratas superficiales; huelga decir que no basta con rascar la superficie, no basta con convertirlo por repetición, pero si no te acompañan tus compañeros de viaje tienes un problema muy grande porque resultaría un choque de civilizaciones tan extremo que el ir a contracorriente no solo estaría penado, si no que comportaría la mayor de las cargas: el aíslamiento (el de verdad, no la mierda esta propia del virus este) y la soledad.
Oye, que si eres un estudioso y tal, un lobo solitario, y puedes vivir como un eremita y el dinero y el sexo no es un problema porque has logrado trascender a las mierdas terrenales... pues olé. Pero no creo que haya muchos como tu.
Qué sabrá la juventud de hoy en día. Por qué estamos tan lejos de ellos. Qué les pasa por la cabeza, y por qué no pueden levantarla de las pantallas. Le pregunté ayer a mi primogénito, que hoy cumple nueve años, si se le estaba pasando la vida rápida o lenta. Y me respondió: rapídisima, como si hubiera nacido ayer y hoy ya estuviera aquí.
Carcajadas.
Y luego me explotó la puta cabeza.
APERTURA XVIII
![]() |
Luce (alla fiorentina) |
... como ese instante en el que tumbado en la cama al lado de tu hijo lo acaricias mientras te deleitas observando como lucha por mantenerse despierto, ya sin gritos ni peleas ni persecuciones ni desafíos porque el sueño les está derrotando por fin.
Todo es efímero, como el tacto de su suave melena recién bañada y el olor a babas incrustado en sus mejillas amadas por unos abuelos que luchan por aferrarse a un presente que ellos no saben ni que existe.
Todo pasa, incluso las ganas de aferrarse a algo. Incluso los sueños que no alcanzamos y el deseo de alcanzarlos. Incluso la jornada laboral que se alarga esas frías tardes de invierno en que deberías desconectar el teléfono mientras tratas de solucionar en tu cabeza una incidencia tras otra y te dices "para qué, gilipollas".
Todo pasa, hasta el dolor por los seres queridos, esa punzada ingrata que te sacude el alma cuando menos te lo esperas y te juzga declarándote culpable por dejadez, por todo aquello que no hiciste y sin embargo no quisiste hacer (al menos en tu cabeza).
Todo pasa, como cuando el cuerpo contiene la respiración al vislumbrar suelo sagrado a lo lejos la primera e incluso la segunda vez si tienes suerte; mientras caminas exhaltado, ensimismado, ajeno al mundo y sus penurias, a tus estrecheces, el mismo cuerpo te avisa de que tienes que respirar, de que se ha acabado esa revelación, ese momento epifánico que tanto cuesta lograr.
Porque todo acaba y la vida también, desde luego. Aunque no lo entendamos y tratemos de alargarlo y de no parecer viejos; porque envejecer está mal visto en este mundo de jóvenes y de inmediatez, es como estar enfermo, ser un leproso, no me dejan ser calvo, vivir una vida que no te pertenece, dónde vas en esa foto con esa barriga.
Todo pasa, sobre todo los años (dos desde que escribí aquí por última vez) e incluso el hecho de subir a un avión y lo que eso conlleva, las dos terroríficas posibilidades (tanto tiempo después);
todas las penas, las resacas infernales, los sufrimientos, las alegrías, los desamores, los matrimonios, las vergüenzas, los éxtasis sexuales, las maneras de vernos ante nosotros mismos y el mundo, las modas, la soledad, la amistad, el dolor de espalda, los pódcast, el postureo de las RRSS, la infancia… todo pasa y a nadie le importa una mierda, y lo mejor es que eso está bien, es así como debe ser.
Todo termina, absolutamente todo y puede que hasta la estupidez humana y este virus y su exigencia.
Hasta mi blog, oiga.