lunes, 24 de septiembre de 2012

TIROS DE PORCELANA



Los recién nacidos son tan frágiles como la porcelana china, parece que estén hechos para caerse al suelo y romperse en mil pedazos.
Los niños. Esos estrafalarios mutantes.
A medida que uno va adquiriendo peso y responsabilidades, las ganas de tirarlo todo por la borda aumentan exponencialmente. Es un hecho inevitable, como dos fuerzas que se atraen por su poder intrínseco. La ciencia tiene que decir mucho al respecto, si bien acaba contrayéndose al tratar de explicar su naturaleza en sí misma (de tales hechos, se entiende).
Sea como fuere, entro por derecho propio en el club de los que se preguntan qué esperar cuando se está macerando; chicos, parados, hombres algunos, especimenes todos ellos con una misión concreta, grabada a fuego en sus cabezas: intentar ser útiles. Mi caso, sin ser excepcionalmente anormal, adquiere tintes épicos al tratarse concretamente de mi mismo. ¿Cómo puedo ser útil siendo tan inútil?
Entiéndase la inutilidad como un proceso largo y pesadamente inacabado. En otras palabras, madurar. Como la fruta de temporada y el vino agrio o el sol del tramonto (ocaso), que corre presto a esconderse cada día sin remedio; tras descubrir que con los años nunca llegaré a ser como el padre todo terreno de antaño, me digo a mi mismo que elijo la opción contemporánea de la 'modernidad'.
Ser un padre moderno tendrá sus inconvenientes, por no hablar de la opinión maternal, pero ahora mismo resulta el único camino viable si no quiero acabar arrojando por la borda al pequeño cabroncete a las primeras de cambio. Cuando veo a mi amigo Tognâo con su Junior (2 meses) se me cae la puta baba y me hace ansiar el momento más esperado de la vida mortal: el puto parto.
Me resulta gracioso cuando se me acerca alguien con ganas de aconsejar en estos asuntos. Yo escucho, o hago ver que escucho, para acabar pensando 'eso no me tiene porque pasar a mi'. No lo puedes decir abiertamente porque, para ellos, se trata de verdades universales, ¡o qué me he creído yo!
Es sorprendente que casi nunca se refieran a cosas buenas o agradables, todo es un jodido infierno cuando se trata de recién nacidos y vasijas de porcelana china valiosísimas. Después de clamar al cielo y mentar a la madre del cordero, se oye un 'pero vale la pena, ¿eh? Es lo más grande del mundo'. Sus dudas intentan ser transferidas con la misma velocidad con la que pretenden olvidarse: sabido por todos es que el sufrimiento ajeno ayuda a paliar el propio sobre manera. El dolor del prójimo nunca es suficiente para pensar en las horas de sueño que voy a perder en tanto me pego un par de tiros, según me cuentan, así que a parte de la obviedad de ver crecer a algo 'tuyo-propio', pocas satisfacciones me quedan. Por no recurrir al paso de los años, a las futuras compañías y a la adolescencia y las frustraciones paternas abocadas en un salto al vacío mortal de necesidad. Todo muy simple, todo en un mísero tarro. No esperarás que investigue sobre cualquier otro tema, ¿no?
Visualizar el futuro quisiera. O no lo quisiera, pero es tan inevitable como el hastío de la mañana. Me agota, aunque he mejorado mis tiempos de reacción. Mi hijo va a ser astronauta, le digo a un amigo, pero mientras él baña sus tardes con alcohol ocupándose del huerto, vuelve a despedirme con un 'tío, por cierto, enhorabuena por tu paternidad', un 'vaya marrón' digno de nuestra generación PS. ¿Astronauta? El zagal va a ser lo que él quiera. En mis manos y las de los míos reinará el poder para que no se desvíe del camino y logre colmar sus objetivos vitales.
Qué cómo me siento... Estoy en ello, amigo mío, las palabras me esquivan. Sólo espero que mi amada Laura no sufra. 'Disfruta del embarazo', como si yo gestara el virus, 'piensa que yo lo echo de menos'. Parece ser que hay una serie de máximas que se repiten irremediablemente, pero yo prefiero esperar a verlo con mis propios ojos.
Sólo por esa sensación, por ese estremecimiento indudable, calculo mis próximos tres meses intentando averiguar cómo diablos se coge a un bebé sin depender de la marea ni mirar atrás.
¿O es que no tengo derecho a emocionarme?

miércoles, 29 de agosto de 2012

CAUSA DE FUERZA MAYOR

Érase una vez una señora que solía caminar por los pasillos de los hospitales con tal distracción que dónde veía palpitaciones, sufridas una vez al mes sin tratamiento, creía padecer de lo mismo una vez al año pero con medicamentos; la pobre mujer, después de un par de horas de vaguedades, salió a respirar aire puro y se topó con su vecina favorita al doblar la esquina ('es que esto está muy mal señalizado, me han dicho que fuera a Dinamarca y no hay manera'). Ésta la contó algo sobre unos vértigos que tuvo el martes pasado pero que a día de hoy, jueves, no entendía por qué le habían desaparecido. Al acabar encontrando el bloque 'D', quedaron para jugar al parchís e hincharse a licor de pomelo el sábado.
El pequeño cabroncete, que perseguía las sinrazones como el cazador de tornados pero sin todo el trajín, amaba pasar las noches escuchando diálogos absurdos sobre médicos y hospitales que suelen copar las horas muertas de las gentes ociosas y las señoras de cierta edad (no diagnosticadas, se entiende).
Luego estaba aquel chico joven. Le dolían las plantas de los pies, sobre todo antes de ir a trabajar. Le pitaban los oídos también, y al incorporarse del sofá de repente, unos mareos le importunaban sobre manera. Por eso y no por otras cosas, creía tener un cuadro clínico de diabetes. El doctor, un hombrecillo curioso de procedencia americana, le dijo que su sintomatología no presentaba ese cuadro concreto, a lo que el chico le respondió con un 'hay que hacer pruebas, no es seguro'. Le conminó a visitar una área del servicio de urgencias concreta, a lo que el respondió con un imperativo y tuteándole: 'apúntamelo que luego no me acuerdo'. El pequeñín se enteró que, al cabo de muy poco, aquel chico joven acabó en la planta de psiquiatría de un hospital provincial.
Menudo cabrón estaba hecho. De todas formas, adoraba a la gente mayor. Las historias que le contaba su abuelo eran imprescindibles para su educación católico-románico-apostólica. Aprendió a ser mayor con presteza y a explotar los escasos recursos disponibles. Conoció a un hombre hecho y derecho, un cuarentón. Recio, y diríase de tez bronceada todo el año. Una vez le dijo, en tono solemne, que sudaba demasiado. 'Es por las pastillas que me tomo'. Su cara de asombro fue total: 'pero hoy me sudan las axilas mucho más de lo acostumbrado, puede que esté deshidratado'. Vete a urgencias, le dijo, pero no te sorprendas si te atiende un médico no nativo. 'Hoy en día no hay diferencia ya, es la globalización, chiquitín'. Y luego llamó al 112 para que le enviaran una ambulancia a casa.
No era tan pequeño en realidad. Su baja estatura convidaba a pensar que era un crío, casi al nivel de Tyrion Lannister pero sin su inteligencia. Era más 'furbo', como se dice en italiano, un listillo nato. En el hospital llegaron a tolerarlo e incluso se hizo amigo del recepcionista. Ellos le contaban historias apasionantes, relatos de gente anónima, gente con sus vicisitudes y sus neuras. 'La noche es muy mala', oyó una vez. No había referencia alguna a fiesta o locales nocturnos de moda. Las amigas vecinas, septuagenarias ellas, formaban parte de la clientela asidua del recinto. Con el tiempo también llegaron a apreciar al muchacho, aunque le cambiaran el nombre cada vez que le veían. Otra vez aguantó los lloriqueos de unos ambulancieros (técnico y conductor), hartos ellos, según decían, de funcionar como un simple servicio de taxis: 'El otro día, un tío al que le sudaban los sobacos, y encima nos hizo parar en un bar para comprar tabaco'. 'Es indignante, putos médicos (los que lo autorizan), ¿pero qué se han creído?' El miedo a las represalias físicas puede que fuera definitivo; de sobras es conocido, en los ambientes no tan turbios, que para que te atiendan en cualquier lugar antes que a otro hay que liar un buen pollo. Montar un cristo, vamos; en los centros de salud suele recurrirse al más manido 'yo pago la seguridad social, te estoy pagando yo', a todo grito y sin miedo a quedar en ridículo.
El retaco, aliado de la comunidad árabe, nunca tuvo problemas de ningún tipo en el barrio, gueto salafí. Como acompañante y oyente de lujo, se permitió la licencia de asisitir a una urgencia con su amigo Muhammad. Le rogó que le acompañase al hospital, ya que él no dominaba el idioma. Pensó que eso no era un impedimento pero accedió de todas formas. Una vez dentro, con el truco de la amenaza puesto en marcha, tuvo la ocurrencia de robar material médico, a ver qué pasaba. Había oído tantas historias sobre el mundillo que pensó que quizá podría portagonizar una. Lo que no se imaginó es que acabaría en una camilla hecho trizas; el recepcionista llamó a la policía en cuanto le advirtieron y éstos se emplearon con firmeza para reducirle. ¡Aquel cabroncete estaba hecho un torete! Como se las sabía todas, denunció a los agentes en cuestión y consiguió una paga de por vida y la invalidez permanente. Cuando regresó al hospital, tiempo después, ya nadie le recibía amigablemente y tuvo que conformarse con fumarse sus pitillos en la entrada, al acecho de cualquiera que quisiera conversar.
El mes de agosto es muy malo, pero por suerte ya se acaba...
'¿Me puede llamar a un taxis?' *

*Por cortesía de mi compi David Guitart.

domingo, 19 de agosto de 2012

RECUERDOS AL FUTURO

CARTA ABIERTA A MI VIEJO AMIGO TONI
(ALLÍ DONDE ESTUVIERE)

Hoy hace un año que te fuiste.
Imagino que durante todo este tiempo has recorrido lugares ignotos y lejanos desde allí, desde el futuro. En el viejo presente, tu recuerdo permanece imborrable; aquí, en las trincheras, todo está vacío y carece de sentido por momentos. Tu figura impregna las noches de hastío mientras el asfalto arde detrás nuestro inexorablemente.
El mundo sigue en crisis, Mac. Y la gente ya no llama para decir que está enferma, tenías razón. Están todos acojonados: tienen un miedo atroz a que les echen. Y les entiendo, eh, que la cosa se ha puesto muy chunga, tío. No te rías, ¡te lo digo en serio! La amenaza, esta vez, es muy real. Al punto de comernos el terreno de los derechos conseguidos por nuestros antepasados: gente sometida al arbitrio de vejaciones y humillaciones varias -más propias de tiempos remotos que otra cosa-, sufridas en el más absoluto de los silencios. Se oyen auténticas barbaridades, tío. No entiendo cómo no hay más violencia social.
En el office hay una foto tuya de la noche del cambio, ¿recuerdas? En tu vida terrenal dejaste profunda huella. Hoy, por ejemplo, ha salido una anécdota sobre tí, y te han nombrado como si nada. Como si no te hubieras ido. Si pudiera hacerles entender que en realidad sigues aquí pero en el futuro... pero no me apetece. Me encontraría la mirada por respuesta. Ya sabes. Aquella mirada de incomprensión absoluta, aquella de '¿de dónde coño ha salido este tío?'. Es algo que siempre hemos tenido en común: a ambos nos encanta provocar.
Me hubiese gustado relacionarme con tus niñas. Y hasta hace poco no le envié una solicitud de 'amistad de Facebook' a Ana, y no veas lo que me costó. La culpabilidad me corroe y dejo que me domine sin remedio; me he acobardado demasiado todo este tiempo, me aterraba la idea de un Toni sin el Toni. Hablar de ti pero sin ti. En los próximos tiempos intentaré acercarme a ellas, aunque sólo sea para ver tu imagen reflejada en sus gestos y tu legado al cabo de tan poco.
¿Te gusta la canción que te he puesto al principio? Me acompaña estos días recesivos, días en los que no me puedo quitar de la cabeza ese maldito ataúd. Txema me advirtió que no lo hiciera en vano. Quería cerciorarme, comprobarlo por mi mismo. Para los que no estamos en un estadio superior es duro convivir con ello, pese a que haya estado viajando entre la neblina y la tristeza del más allá desde entonces. No te me puedo quitar de la cabeza visto de esa manera, y no lo soporto. Cuando me calmo, me repito que aquello sólo fue una etapa en el largo camino, una parada corpórea meramente transitoria; fueron casi cincuenta los días que aguantaste el circo del dolor de los tuyos (con estoica madurez y extraño sosiego), ¿o tardaste más tiempo? Ya tendré oportunidad de satisfacer esa curiosidad, pero no ahora. Tengo planes a largo plazo, sigue leyendo.
Este año he vuelto a Italia, ya tocaba. El maravilloso influjo del sur y las islas, nada nuevo para ti. Y estuve en el Perú, mi primer gran viaje transoceánico. Alucinarías con el Macchu Pichu... su belleza sólo es comparable a la epifanía del astronauta errante. He logrado detener el tiempo en multitud de ocasiones más desde que la encontré a ella, ¿recuerdas lo que te alegrabas por mi? A veces pienso en lo espartano de tu penúltima estancia, yo tenía una cena. Hablábamos del futuro y no me pude despedir de ti.
Me he hecho la campiña mía, sabes, pero me queda un poco lejos. Tanto coche me suele amargar e intento desviar la atención hacia otras lides. De todas formas, ésta es una tierra próspera y tranquila para crear una familia porque, agárrate, voy a ser padre. ¿Cómo suena? Puedo ver tu expresión con claridad mientras me dices algo sobre sentar la cabeza y culminar un proyecto por fin. Me das un abrazo y entre lágrimas te espeto su nombre al tiempo que sonríes sobre sus orígenes y la paz del Ser. Ten por seguro que le hablaré de ti.
Hoy, sobre esta hora, seguiste tu camino. Exhalaste tu último aliento sobre este polvo baldío dejando huérfanos a tantos, incluso a los que no te querían. En esta dimensión de carne y huesos, te rendimos homenaje y sincera pleitesía, jurando mantener vivo tu recuerdo hasta que nos volvamos a encontrar como almas descarriadas o en otras esferas del espíritu.
Hasta ese día, amigo mío, disfruta del viaje y manda recuerdos al futuro.

martes, 7 de agosto de 2012

DEL NIDO AL INFINITO


El tipo no era de los que aceptaban un ‘no’ por respuesta. Y la paciencia nunca se impone a la incredulidad.
-¿Te gustan las gafas?
-Sí, claro.
-Mira, escucha, aquí tengo éstas…
-No, gracias, no me interesa, ya tengo unas.
-A ver, ¿me las dejas ver?
De hecho, no esperó a mis pesquisas y se abalanzó sobre ellas arrancándomelas de la cara. Las escudriñó como quien lee las instrucciones de un medicamento de nombre impronunciable y buscó en su zurrón un par de la misma marca. Volví a insistirle -además del lenguaje corporal negativo continuado- en que no estaba interesado en adquirir unas nuevas, pero eso a él parecía no incomodarle; lejos de las estrategias comerciales más burdas, su intrusismo se cimentaba en una convicción abrumadora y una capacidad de autoestima sin límites. Me arrojó las gafas con desprecio y sin mirarme a la cara.
-Escuche, de verdad, gracias pero no…
Hablaba atropelladamente en un dialecto casi ininteligible.
-No, escucha tú. Cuando yo hablo tú callas y escuchas. Estas gafas… ¿De dónde eres?
Y sin mediar otra palabra tras las primeras sílabas de mi origen, torció la vista de repente y siguió con sus andares decididos hacia otra zona más concurrida. Miré a mi novia y luego al tipo, que se afanaba en desaparecer de mi campo visual a toda prisa. Nos quedamos un buen rato entre atónitos y acojonados, no sabría decir. Sobre el papel, Nápoles y sus alrededores no eran precisamente un vergel de gente atenta y buenas intenciones, cosa que prejuzgamos de antemano (echando mano del estereotipo).
Estuve un rato pensando -mientras tomaba el sol y me dejaba llevar por la modorra del sol y la arena- que quizá aquél napolitano fuera un soldado venido a menos, un pobre diablo que sufría una especie de degradación del rango que una vez debió ostentar, como una condena; cuarenta y tantos, moreno, de complexión fuerte y hecho al mar como las perlas a las ostras: algo no cuadraba. Estudié sus prisas a posteriori al plantearle mis hipótesis a Laura, que debió pensar ‘¿todo eso por vender gafas?’, como si sólo pudiese ser un simple buscavidas o un ‘servesa-bier’ de Barcelona más. Rechacé su apunte (mío-mental) y seguí obcecado en mi idea inicial, pese a que aquel tipo de trabajo no era propio para alguien de su edad. ‘Piensa que esta gente envejecen pronto y tienen una vida muy corta’, me decía para mis adentros; había leído tanto preparándome para el papel, que, al final, parecía estar viviendo en una puta película y Stanislavsky ser una broma a mi lado. ¿Se folló a la esposa de algún capo? No, el castigo hubiera sido mayor. ¿Sería igual de pringao toda la vida, como Lefty Ruggiero en Donnie Brasco? Puede. Según ‘Gomorra’, del gran Roberto Saviano, la mayoría de mafiosos aspira a vivir la vida a tope y no piensan en dejar un cadáver bonito.
Hoy, los días de ruta por la costiera amalfitana han quedado atrás. Mi italiano sigue siendo más que decente pero toca volver al inglés y centrarse. Estas noches de agosto -en mi acostumbrada trinchera-, practico las mil maneras de maldecir y soltar tacos partiendo del ‘fuck’ de las nuevas series de televisión made in USA (mientras espero las nuevas temporadas de 'Breaking Bad' y 'Sons of Anarchy'). Y veo los Juegos Olímpicos desde la barrera del entrenador que lleva cuatro años preparando a su pupilo pero acotándolos a nueve (meses), limitando y puliendo los cambios que puedan perjudicar a la corta pero intensa carrera de fondo actual.
Con todo, trato de eliminar del calendario los días que restan para llegar a septiembre, pero soy incapaz. En septiembre, si lo preguntas, el infinito se desencadenará tan precipitadamente como el nido derretido por el calor de este verano. Como síndrome efectivo, dejaré de lado todo lo demás para ocupar el resto de los espacios en blanco, reinventando y redefiniendo una manera de continuar con este pequeño vodevil que nos tiene a todos en vela.
No puedo esperar. El ansia me puede, es superior a mi. Y pasará este 2012, año del demonio burlón, y el gentío seguirá empeñado en autodestruirse. ¿Qué mundo le voy a legar a mi futuro hijo? ¿Quedará algo del pastel? Con las horas que me queden, independientemente del cosmos y su lenta agonía, construiré un fuerte de muros más altos que la muralla de hielo de Invernalia*. Navegaré por los siete mares si hace falta, lo que sea para no someterme a la presión de la decepción. No hay un ‘hasta cuándo’ cerca ni debería importarme, y en eso radica la grandeza del sueño que compartimos desde el palomar. Y controlar esa congoja, mi principal y prácticamente única misión.
La distancia desde el punto ‘M’ al ‘G’ se tendrá que reducir hasta la mínima expresión sin ‘peros’ ni desesperos porque, aunque la paciencia nunca se imponga, mi pequeño cabroncete no creo que acepte un ‘no’ por respuesta.
*Juego de Tronos (Canción de Fuego y Hielo). ¿Empiezo la saga?

sábado, 7 de julio de 2012

A LOS PIES DEL VESUBIO

A los pies del Vesubio me encuentro enterrado, a la espera de ser encontrado por un turista despistado _cámara de fotos y botella de agua en mano.

A los pies del Vesubio he estado impresionado, terriblemente acalorado y he acabado extenuado.

Desde el Vesubio, a sus pies, me he sentido amenazado. Su cónico techo ha saltado y por los aires se ha volatilizado, mientras sus habitantes a Júpiter hemos apelado. Un sacrificio a tiempo bastará tal vez, dado todo lo que nos hemos jugado.

Desde los pies del Vesubio, la manifestación ha mutado y por palabras de Plinio nos hemos enterado; hoy que estuvimos aquí y luego en Herculano: un despiadado estremecimiento que nos ha desolado.

A los pies del Vesubio y no en otro lado, nuestro pequeño ha exclamado '¡Basta ya! Os habéis pasado', pero con tanto calor no nos hemos percatado: he estado subyugado por un soplo volcánico milenario y una civilización que me ha desnudado.

Desde los pies del Vesubio a la eternidad. Como un turista despistado, con su cámara de fotos y su botella de agua que al final ha 'olvidado'.

martes, 3 de julio de 2012

ISCHIA Y LA INSULARIDAD CAUTIVA


*
Llegamos a la isla italiana de Ischia por casualidad y nos cautivó casi desde el principio. Como todas las islas, la paz vive bañada en agua salada esquina a esquina... ¿Qué tendrán las islas, pues, que tanto nos atraen?
Encontramos una buena oferta en un espectacular resort del puerto. Con la Eurocopa en juego y tras confirmarse la final soñada entre España e Italia en territorio enemigo, abandonamos hoy más bien con pena el reducto del gigante Tifón.
Ischia es una isla súper construida; mientras intento escribir en el barco camino de Nápoles, me comentan que tiene 50,000 habitantes fijos, pero parece que vayan a ser el triple si contamos los ladrillos. En un ambiente agradable y trasnochado en exceso, sus gentes no caminan, se deslizan, en el característico modo de las calurosas y lentas tierras del sur. Los rusos y los alemanes, que tomaron la isla tiempo atrás -alargando la hegemonía extranjera insular desde tiempos inmemoriales-, se mezclan sin molestar al sol de sus bolsillos de cuero tan mugrientos como repletos de dinero fresco, e incluso chapurrean el italiano con interés. Los nativos, en especial las mujeres, lucen con orgullo sus horrendas vestiduras, sacadas de una peli de mafiosos de Scorsese, y su altivez se multiplica por mil al palpar la bisutería barata -o directamente falsa- que atiborra sus marchitos y deformes cuerpos; la población, visiblemente envejecida, pretende ocultar la impetuosidad de la juventud reinante y sus haceres típicamente italianos, pero en ningún momento percibes el agobio de las grandes urbes y ese es su principal triunfo: es lo que tiene estar rodeado solamente por agua -cosa que me place admirar con vivacidad. El verdadero encanto de las islas y sus playas y su clima temperado todo el año es decidir ser cutre y calmado y ultrabronceado hasta la arruga por doquier... ¡lo adoro!
De la maravilla del Castello Aragonese, recuerdos de un pasado esplendoroso, recelo en busca de señales que nos conduzcan hacia nuestros antepasados al caminar, errantes, entre el ocaso de su vetusto lungomare (paseo marítimo) y el sol triste de la tarde que se acaba. Y disfruto calada a calada en este refugio del mar, en este lugar de paso en el que raramente te pueden señalar. Es lo que tienen las islas: no existe la patria en ellas. De las miradas, pues, no voy a hablar.
Estuvimos tan bien en la choza hobbitiana que nos prepararon que, la roca en forma de fungo (seta), a la vista de todos quedó. Y los turistas, uno a uno, se detenían apresuradamente para fotografiarla, resultando un tapón y una acumulación humana considerable. Se acercaron en procesión y nosotros con ellos, creyendo que regalaban algo o que algún famoso o tal vez Claudio Bisio estaban por la zona. Tal era nuestro nivel de relajación y empatía.
La espera, tantas veces cautiva de la amarga paciencia, tensó la cuerda en la tanda de penaltis, sólo el gesto del capitán -entre adormecido y concentrado, como decía Laura- delimitaba la certeza del pase a la gran final: no más lloros. Dudas atrás. Somos los mejores, sólo hace falta nombrarnos por aquí (La Spagna... ouuuuuu... troppo forte! Siete i migliori) aunque seamos los únicos y yo lo disfrute tantísimo.
Nos fuimos, nos vamos, de esta poco conocida isla casi por casualidad, en un abrir y cerrar de ojos. Recordaremos su rica pizza y aquella pareja que buscaban nuestra amicizia (amistad, de verano, se entiende). Nápoles espera y, con ella, nuestro viaje se sumerge en el bullicio de la aparente patria de lo turbio y lo falaz...

*Come un Pittore, canción de los Modà en su disco Viva i Romantici (2011). No he encontrado la versión que hacen con Jarabe de Palo, que es la que no hemos parado de escuchar estos días...

domingo, 24 de junio de 2012

EUROCOPA 2012: EL CAMPEON AL RESCATE

La Eurocopa de Polonia y Ucrania ha entrado estos días en su recta final. Alemania y Portugal son las primeras selecciones clasificadas para semifinales, y esta noche de verbena de San Juan lo ha hecho La Roja anulando a una fría Francia con maestría y sin ningún sufrimiento.
Comenté anteayer con mi amigo Xavi un once tipo que hubiera destacado en el torneo, y le solté estos nombres: Casillas, Lahm, Piqué, Hummels, Jordi Alba, Schweinsteiger, Pirlo, Xavi, Iniesta, Cristiano Ronaldo y Mario Gómez. Evidentemente he ido bastante sobre seguro, pero jugadores como De Rossi, Khedira, Fàbregas u Özil, de entre las grandes, tendrían cabida en ese ideal, por no hablar de otros que han dejado huella pese a no clasificarse, tipo el 14 de la República Checa, la banda derecha polaca del Dortmund, Shirokov o los portugueses Moutinho y Joâo Pereira.
Sea como fuere, nos han vendido que la Eurocopa en sí está sirviendo para olvidar. Que el deporte en general y los éxitos de los nuestros es algo positivo como anestésico ante la virulencia de la interminable crisis de los cojones. Rajoy, presidente del gobierno español, después de pactar el histórico rescate financiero con el mismísimo diablo, tomó el primer avión para Polonia ajeno a las consecuencias y con un sentido de la negación evidente y hasta ridículo. Desde las trincheras de la mass media, se ha contribuido a alimentar ese 'bienvenido opio', como escribió Javier Marías, lejos de cualquier pretensión realista sobre la verdadera situación, pero los parches temporales no alivian el foco de tensión del día a día y tienen fecha de caducidad, por lo que muchos seguimos teniendo la sensación de que nos toman el pelo cada vez con más descaro; la osadía de que, con el amparo de la estupidez de las masas y la nula preparación para un más que posible crack del estado del bienestar, un evento así pueda adormecer las conciencias de los que se van a tener que despertar mañana temprano con la nevera vacía, clama al cielo llamando a una revolución que, en este país dividido por resquemores centenarios, sigue sonando a chino mandarín. En realidad, pero, no hace falta engañar al pueblo con enrevesados juegos de palabras (rescate=plan viable de desahogo, por decir algo que suene a esperpento) ni con drogas blandas. La gente, llegados a este punto, sólo pide pan y mantener su modus vivendi intacto, ajeno a las arbitrariedades de los mercados y las malas artes de nuestros políticos.
Si siguen riéndose de nosotros, corremos el riesgo de desarraigarnos y de volver a las calles, haciéndolas más inseguras si cabe, creando nuevas desconfianzas que a la larga podrían desencadenar un desastre de proporciones épicas. Llegados a este punto, la desidia generalizada es inaceptable, pero no dejo de preguntarme qué podríamos hacer para cambiar las cosas o impedir que cambien negativamente para el desarrollo de nuestra superpoblada especie (si la madre Gaia no nos hunde antes).
El fútbol es un espectáculo, la Eurocopa y el Mundial lo son. Cada dos años escribo aquí sobre la ilusión que nos provoca, sobre todo teniendo un equipo campeón allí en la lejanía de lo ficticio: nada que no puedas oler y tocar y saborear es real, pero la percepción de su existencia convierte los destellos de los sueños en sensaciones verídicas de corto recorrido, caducas, como el deseo evaporado en un suspiro. He escrito mucho sobre eso, sobre el sentido verdadero de la existencia, siempre a riesgo de repetirme. Para mí, es la base de mi estadía en este planeta, en esta vida terrenal: soy un cazador de deseos puro, lo que me da el aliento para seguir intentando permanecer. Sobrevivo para captar esa fugacidad en plenitud, con los sentidos en alerta y completamente a su servicio, adaptándome a los cambios y los desafíos que me brinda la muy jodida.
Todas las pasiones del Hombre, por muy barriobajeras que sean, no eximen a las responsabilidades que se le presumen. Su condición es tan antinatural hacia los engaños y las tretas de su progenie que provoca el llanto desconsolado sin remedio. Hoy ha ganado España, pero mañana voy a tener que ir a trabajar o a la puta cola del paro a mendigar. ¿Me voy a dormir más contento? Seguro. Pero no voy a dormir mejor por ello, ya que los verdaderos problemas no desaparecen gracias a ningún juego de mierda -aunque no escatime en loterías por si acaso. Y si quieren que esté alegre mientras dure la andadura del equipo en el torneo, olvidando toda la basura que tengo que aguantar frecuentemente, están apañados. ¿Qué aspiraban, a un mes de paz armada? Yo no necesito ningún oasis para relajarme y luego volver a las trincheras. ¿De qué hablamos, de Orwell en pleno siglo XXI? ¿Sociedad dirigida? ¿Dictadura? ¿Qué pasará cuando acabe el torneo, una vez desenmascarados con todo este asunto y el rescate y Rodrigo Rato y la puta prima de riesgo y los alemanes de Merkel y el politiqueo guarro y los recortes y los impuestos y las constantes amenazas sobre el aumento de la pobreza y el fin de los recursos naturales del planeta?
Vuelta al diván y a los bostezos. El rencor es una arma muy poderosa, a una semana de la final de la Eurocopa desde la 'bota', pero no hay manera de descansar ni de sacar nada en claro: la borrachera del ¡martes! anticipó una necesidad de vacaciones muy evidente.
Yo no olvido, aunque el Belpaese pida calma y disfrute del pequeño microcosmos que voy a defender con uñas y dientes y siempre en guardia.