martes, 19 de abril de 2016

ENEMIGO ESPACIAL HUSMEANDO

El otro día fue el cumpleaños de mi madre.
Lleva veintitantos días alejada del mundo, a resguardo de pérfidas influencias y una realidad obsoleta; yo ya vuelvo a estar como si nada si no fuera por lo agotadas que me resultan las noches. 
Hay tres factores que me han hecho pensar, volver atrás: la película Enemy, la canción de Bowie Space Oddity y las cajas y recuerdos que quedaron en el piso de mi madre.
No suelo regresar al pasado para regodearme. Me gusta volver porque intento encajar las piezas del puzzle que soy; a través de cartas, escritos u objetos de todo tipo, mi personalidad se ha ido formando a lo largo de los años con absoluta sensación de continuidad, como si adquiriera conciencia de necesitar toda esa mierda inútil para más adelante. Lo jodido es que, tantos años después -tanto Diógenes adquirido, pregúntenle a mi mujer-, no tengo respuestas para explicar quién soy; sin embargo, la buena noticia es la claridad con la que vislumbro los acontecimientos de mi pasado. Me he reído con la mierda que sufrí entonces hasta el punto de preguntarme ¿en serio? ¿Eso hice? ¿De veras fui tan gilipollas? y cosas por el estilo. Luego hay cartas que esperan pacientemente ser releídas, misivas que sonrojarían hoy a más de uno... Es mi vida, y me gusta verla a través de la mierda que conservo.
Decía que la peli Enemy me dio que pensar también. Está claro que el director de Prisioneros tiene algo que decir. Y Jake Gyllenhaal, un actor brutal que si no fuera por su constante cara de osito sería uno de los grandes. La jodida araña y los recovecos de la mente... 
Aunque me dejó una sensación agridulce, me pilló desprevenido y me impactó; en términos artísticos, tiene todo lo que le puedo pedir a un film: una dirección brillante (con una fotografía sepia muy atrevida), una historia original e interpretaciones geniales.
El tercer factor que quería destacar, así en este desorden como si reinara el caos este que no anda tan lejos, es la canción de Bowie, pero lo es más Bowie si cabe en general: nunca he explorado su universo, y tenía el disco Space Oddity muerto de risa apartado en alguna esquina. El hecho es que el videoclip de Blackstar, título de su último disco también, junto con el de Lazarus, me tocaron la fibra en su momento; al estar repletos de referencias ocultistas y cierto oscurantismo, era cuestión de tiempo que, aunque ajeno al fenómeno universal del artista, me interesara puntualmente por el genio neoyorquino recientemente fallecido. Y lo hago poco a poco porque, después de todo, reconozco que su música me resulta difícil de digerir. No obstante, la absoluta veneración que mi amigo Albert le profesa -se casó en Las Vegas con su célebre rayo maquillado o lo que sea eso rojo y su peluca-, ayudó a que, en un mix de temazos para las travesías que nos pegamos en coche, no dudara en incluir el tema homónimo del disco que comentaba al principio. Y la sorpresa es que, sin comerlo ni beberlo, ¡mi hijo va y la canta y se sabe la puta letra! Y me la acabo aprendiendo también y resulta que el tío es un náufrago espacial y que podría relacionarse el rollo con su último disco pero no sé si con toda su discografía o su arte en general, y a mi que me hace un tilín que no sé yo...
En esas circunstancias pienso estos días. Todavía me quedan cajas por abrir. Estoy centrado en los #playoffs. Y mi madre estará bien porque amar es querer sentirse vulnerable, si no fuera porque estoy tan agotado que la jodida primavera y todo su circo -después de la nieve de Ensija y sus buitres al acecho- podría irse tranquilamente al carajo mientras intento no caerme.


lunes, 11 de abril de 2016

25 DÍAS DESPUÉS

Veinticinco días después, vuelvo al tajo. Y lo hago con amargura, pero no con la amargura del tipo que os imagináis: sé que voy a descansar más que ahora.
Mi compañera de viaje, a la que debo lealtad y por la que siento auténtica devoción, se está tirando de los pelos en alguna esquina de la casa. Y es porque sabe que esto empieza de verdad.
Hoy fuimos de boda por si acaso, y es gracioso porque me viene el tiburón robot mordedor, con toda su terminología no sé de dónde sacada, y me pregunta la juez si siento algún tipo de coacción; a la hora de tomar la decisión tan importante, se entiende, pero yo no pude no soltar una carcajada aturdida mientras miraba de reojo esos viejos archivos y trataba de no pensar en primeras ediciones de William Shakespeare.
Siento un amor profundo. Los residentes, pobres ellos, pocos incentivos tienen para tirar p'alante con cada día nuevo que se les plante. Son como ese tiburón, que solo se mueve por los desplantes de mi hijo, resortes como los muelles de las colchonetas de las ferias. No tienen un objetivo, solo tienen que ESTAR. Ser y estar, como la jodida gran miseria del ser humano y su puta conciencia...
Veinticinco días después, y ya estoy harto aunque en principio todo esté donde tiene que estar. Lo de SER ya no está en mis manos -que no son las de Curry-, y si la primavera empieza a afectar a la peña pues allá ellos.

domingo, 3 de abril de 2016

UNA HORA TARDE

Esta semana he ido una hora tarde a todos lados. El cambio horario me ha sentado fatal, con una sensación de que voy mal y no remonto ni aunque quiera. No había pensado en ello hasta que Xavi lo soltó ayer volviendo del restaurante, en esa carreterucha tan especial de los Rasos, tras una comida de lo más pantagruélica. Disfruté del día junto a mi amigo, su pareja y mis hermanos y luego el clásico lo estropeó todo.
Estoy leyendo a Raymond Carver, ese punto en que puedo ser productivo y pasar de el ataúd -un microrrelato basado en la muerte de mi compañero A. y la peli Enter the void que publicaré en su momento- a otras cotas; en mi última semana de permiso, siento que la libertad y la presión de querer ser algo y un buen padre al mismo tiempo pueden ser compatibles. 
Esta semana ingresamos en la casa de campo los restos del olvido y, joder, no necesito tantas emociones. No voy a negar que es duro y que hay desencuentros que debilitan, incluso si no sé cambiar la puta hora del coche una semana después y voy una hora tarde a todos lados -con influencias e influjos de miei bimbi.

jueves, 31 de marzo de 2016

LOS CEREZOS DE MARZO

Ya es primavera, fíjate. Los cerezos están en su apogeo y los bichos sobrevuelan la campiña buscando flores nuevas a las que aferrarse.
Va a empezar a hacer calor, aunque es cierto que este año no ha hecho mucho frío. Me cuesta respirar con el calor mortífero del interior catalán, y me temo que este año será aún peor.
Hay otro ser vivo en casa. De momento solo llora. Espero que no piensen en jubilarme. Yo sé que me quieren pero no sé si van a poder con todo; cuando apareció el rubio ni yo misma creí que fuera a crecer tanto. Era una amenaza, ahora nos queremos un montón y de vez en cuando jugamos a perseguirnos.
Ya tengo cinco años. No estoy preoccupata. Son bonitos los cerezos. Tendré que ir con cuidado, es época de alergias y la campiña va a engalanarse, fíjate.

sábado, 19 de marzo de 2016

LOS IDUS DE MARZO

En verdad os digo que si el cielo se cayera como lo está haciendo estos días en el corazón de Europa, yo solo pediría que me dejaran cerrar los ojos rodeado de mi familia en espera del catacrash final.
No tengo miedo, pero no pongo la tele. No quiero saber nada de lo que pase fuera. Estoy ignorando al puto Twitter, apenas entro en internet y, desde luego, no sé qué mierdas es el Periscope. Bastante tengo con dar el callo en casa como para pensar en lo de fuera. Si nos hundimos, pues a la mierda, pueden los conjurados empezar a afilar sus cuchillos.
César pensaba que la República estaba obsoleta y que la única manera de mantener un estado fuerte era aglutinando poderes. Más de dos mil años después, vamos para atrás; volvemos a caer en la misma piedra una y otra vez, así que, como raza, solo nos queda esperar.
Ni los más poderosos pueden salvarse.
En verdad os digo que me importa tres cojones.

domingo, 13 de marzo de 2016

AL CRUZAR

Esta semana nos han vuelto a arrancar de las fauces de la tierra a otro compañero caído en desgracia. Esta semana ha muerto A., mi segurata de tantas noches de guardia: la plaga de nuestro tiempo, el cáncer, se lo ha llevado a la otra orilla apenas cumplidos los sesenta años.

No era un vigilante de seguridad al uso. Venía de Barcelona tras una mala experiencia empresarial y llevaba años agachando la cabeza a causa de ello. Le gustaba el buen comer y sabía de la ars culinaria más de lo normal; era frecuente que intercambiáramos ideas sobre platos y lugares de la city donde encontrar un buen filete o la mejor pasta italiana como esperando ir cualquier día de estos a disfrutar de un banquete.

Amaba Barcelona. Era de Les Corts, uno de los barrios con más solera de la Ciudad Condal. En su fuero interno albergaba la ilusión de volver a recorrer sus calles como habitante de la urbe y no como turista, si bien la realidad era otra al salir de la ronda y ver el letrero de MANRESA con Montserrat al fondo como pétrea frontera incapaz de prometer un invierno cálido y hacerle sentir un poquito partícipe de lo de aquí.

En cuanto a la faena, era demasiado impetuoso -ir a destiempo le acarreó más de un problema: yo siempre lo achaqué a esa desubicación que nunca le abandonó. Algunos lo llamaban sheriff pero yo veía más bien a un De Niro fuera de forma. Evidentemente y aunque muchos no lo vieran, tenía una actitud atípica con respecto a su gremio, y uno no podía dejar de sentir cierta lástima viéndole sufrir en situaciones en las que nadie desearía estar envuelto.

Siempre me preguntaba por Luca. No puedo ni imaginar lo que habrá sufrido su mujer, un encanto de persona, tras más de mes y medio de fulgurante caída. Compartimos otras casualidades, como que su hijo fuera amigo de conocidos pasados míos. Chismorreábamos al respecto y, con cierto deleite, pasábamos las horas entre conexiones y balas perdidas en este ambiente tan ajeno a nuestros propósitos iniciales de vida. 

Le apreciaba. La conmoción ante la noticia de su pérdida ha sido tremenda. Y ya van unas cuantas.

Pero ahora A. ya ha cruzado al otro lado.

Vaya en paz.