martes, 7 de agosto de 2012

DEL NIDO AL INFINITO


El tipo no era de los que aceptaban un ‘no’ por respuesta. Y la paciencia nunca se impone a la incredulidad.
-¿Te gustan las gafas?
-Sí, claro.
-Mira, escucha, aquí tengo éstas…
-No, gracias, no me interesa, ya tengo unas.
-A ver, ¿me las dejas ver?
De hecho, no esperó a mis pesquisas y se abalanzó sobre ellas arrancándomelas de la cara. Las escudriñó como quien lee las instrucciones de un medicamento de nombre impronunciable y buscó en su zurrón un par de la misma marca. Volví a insistirle -además del lenguaje corporal negativo continuado- en que no estaba interesado en adquirir unas nuevas, pero eso a él parecía no incomodarle; lejos de las estrategias comerciales más burdas, su intrusismo se cimentaba en una convicción abrumadora y una capacidad de autoestima sin límites. Me arrojó las gafas con desprecio y sin mirarme a la cara.
-Escuche, de verdad, gracias pero no…
Hablaba atropelladamente en un dialecto casi ininteligible.
-No, escucha tú. Cuando yo hablo tú callas y escuchas. Estas gafas… ¿De dónde eres?
Y sin mediar otra palabra tras las primeras sílabas de mi origen, torció la vista de repente y siguió con sus andares decididos hacia otra zona más concurrida. Miré a mi novia y luego al tipo, que se afanaba en desaparecer de mi campo visual a toda prisa. Nos quedamos un buen rato entre atónitos y acojonados, no sabría decir. Sobre el papel, Nápoles y sus alrededores no eran precisamente un vergel de gente atenta y buenas intenciones, cosa que prejuzgamos de antemano (echando mano del estereotipo).
Estuve un rato pensando -mientras tomaba el sol y me dejaba llevar por la modorra del sol y la arena- que quizá aquél napolitano fuera un soldado venido a menos, un pobre diablo que sufría una especie de degradación del rango que una vez debió ostentar, como una condena; cuarenta y tantos, moreno, de complexión fuerte y hecho al mar como las perlas a las ostras: algo no cuadraba. Estudié sus prisas a posteriori al plantearle mis hipótesis a Laura, que debió pensar ‘¿todo eso por vender gafas?’, como si sólo pudiese ser un simple buscavidas o un ‘servesa-bier’ de Barcelona más. Rechacé su apunte (mío-mental) y seguí obcecado en mi idea inicial, pese a que aquel tipo de trabajo no era propio para alguien de su edad. ‘Piensa que esta gente envejecen pronto y tienen una vida muy corta’, me decía para mis adentros; había leído tanto preparándome para el papel, que, al final, parecía estar viviendo en una puta película y Stanislavsky ser una broma a mi lado. ¿Se folló a la esposa de algún capo? No, el castigo hubiera sido mayor. ¿Sería igual de pringao toda la vida, como Lefty Ruggiero en Donnie Brasco? Puede. Según ‘Gomorra’, del gran Roberto Saviano, la mayoría de mafiosos aspira a vivir la vida a tope y no piensan en dejar un cadáver bonito.
Hoy, los días de ruta por la costiera amalfitana han quedado atrás. Mi italiano sigue siendo más que decente pero toca volver al inglés y centrarse. Estas noches de agosto -en mi acostumbrada trinchera-, practico las mil maneras de maldecir y soltar tacos partiendo del ‘fuck’ de las nuevas series de televisión made in USA (mientras espero las nuevas temporadas de 'Breaking Bad' y 'Sons of Anarchy'). Y veo los Juegos Olímpicos desde la barrera del entrenador que lleva cuatro años preparando a su pupilo pero acotándolos a nueve (meses), limitando y puliendo los cambios que puedan perjudicar a la corta pero intensa carrera de fondo actual.
Con todo, trato de eliminar del calendario los días que restan para llegar a septiembre, pero soy incapaz. En septiembre, si lo preguntas, el infinito se desencadenará tan precipitadamente como el nido derretido por el calor de este verano. Como síndrome efectivo, dejaré de lado todo lo demás para ocupar el resto de los espacios en blanco, reinventando y redefiniendo una manera de continuar con este pequeño vodevil que nos tiene a todos en vela.
No puedo esperar. El ansia me puede, es superior a mi. Y pasará este 2012, año del demonio burlón, y el gentío seguirá empeñado en autodestruirse. ¿Qué mundo le voy a legar a mi futuro hijo? ¿Quedará algo del pastel? Con las horas que me queden, independientemente del cosmos y su lenta agonía, construiré un fuerte de muros más altos que la muralla de hielo de Invernalia*. Navegaré por los siete mares si hace falta, lo que sea para no someterme a la presión de la decepción. No hay un ‘hasta cuándo’ cerca ni debería importarme, y en eso radica la grandeza del sueño que compartimos desde el palomar. Y controlar esa congoja, mi principal y prácticamente única misión.
La distancia desde el punto ‘M’ al ‘G’ se tendrá que reducir hasta la mínima expresión sin ‘peros’ ni desesperos porque, aunque la paciencia nunca se imponga, mi pequeño cabroncete no creo que acepte un ‘no’ por respuesta.
*Juego de Tronos (Canción de Fuego y Hielo). ¿Empiezo la saga?

sábado, 7 de julio de 2012

A LOS PIES DEL VESUBIO

A los pies del Vesubio me encuentro enterrado, a la espera de ser encontrado por un turista despistado _cámara de fotos y botella de agua en mano.

A los pies del Vesubio he estado impresionado, terriblemente acalorado y he acabado extenuado.

Desde el Vesubio, a sus pies, me he sentido amenazado. Su cónico techo ha saltado y por los aires se ha volatilizado, mientras sus habitantes a Júpiter hemos apelado. Un sacrificio a tiempo bastará tal vez, dado todo lo que nos hemos jugado.

Desde los pies del Vesubio, la manifestación ha mutado y por palabras de Plinio nos hemos enterado; hoy que estuvimos aquí y luego en Herculano: un despiadado estremecimiento que nos ha desolado.

A los pies del Vesubio y no en otro lado, nuestro pequeño ha exclamado '¡Basta ya! Os habéis pasado', pero con tanto calor no nos hemos percatado: he estado subyugado por un soplo volcánico milenario y una civilización que me ha desnudado.

Desde los pies del Vesubio a la eternidad. Como un turista despistado, con su cámara de fotos y su botella de agua que al final ha 'olvidado'.

martes, 3 de julio de 2012

ISCHIA Y LA INSULARIDAD CAUTIVA


*
Llegamos a la isla italiana de Ischia por casualidad y nos cautivó casi desde el principio. Como todas las islas, la paz vive bañada en agua salada esquina a esquina... ¿Qué tendrán las islas, pues, que tanto nos atraen?
Encontramos una buena oferta en un espectacular resort del puerto. Con la Eurocopa en juego y tras confirmarse la final soñada entre España e Italia en territorio enemigo, abandonamos hoy más bien con pena el reducto del gigante Tifón.
Ischia es una isla súper construida; mientras intento escribir en el barco camino de Nápoles, me comentan que tiene 50,000 habitantes fijos, pero parece que vayan a ser el triple si contamos los ladrillos. En un ambiente agradable y trasnochado en exceso, sus gentes no caminan, se deslizan, en el característico modo de las calurosas y lentas tierras del sur. Los rusos y los alemanes, que tomaron la isla tiempo atrás -alargando la hegemonía extranjera insular desde tiempos inmemoriales-, se mezclan sin molestar al sol de sus bolsillos de cuero tan mugrientos como repletos de dinero fresco, e incluso chapurrean el italiano con interés. Los nativos, en especial las mujeres, lucen con orgullo sus horrendas vestiduras, sacadas de una peli de mafiosos de Scorsese, y su altivez se multiplica por mil al palpar la bisutería barata -o directamente falsa- que atiborra sus marchitos y deformes cuerpos; la población, visiblemente envejecida, pretende ocultar la impetuosidad de la juventud reinante y sus haceres típicamente italianos, pero en ningún momento percibes el agobio de las grandes urbes y ese es su principal triunfo: es lo que tiene estar rodeado solamente por agua -cosa que me place admirar con vivacidad. El verdadero encanto de las islas y sus playas y su clima temperado todo el año es decidir ser cutre y calmado y ultrabronceado hasta la arruga por doquier... ¡lo adoro!
De la maravilla del Castello Aragonese, recuerdos de un pasado esplendoroso, recelo en busca de señales que nos conduzcan hacia nuestros antepasados al caminar, errantes, entre el ocaso de su vetusto lungomare (paseo marítimo) y el sol triste de la tarde que se acaba. Y disfruto calada a calada en este refugio del mar, en este lugar de paso en el que raramente te pueden señalar. Es lo que tienen las islas: no existe la patria en ellas. De las miradas, pues, no voy a hablar.
Estuvimos tan bien en la choza hobbitiana que nos prepararon que, la roca en forma de fungo (seta), a la vista de todos quedó. Y los turistas, uno a uno, se detenían apresuradamente para fotografiarla, resultando un tapón y una acumulación humana considerable. Se acercaron en procesión y nosotros con ellos, creyendo que regalaban algo o que algún famoso o tal vez Claudio Bisio estaban por la zona. Tal era nuestro nivel de relajación y empatía.
La espera, tantas veces cautiva de la amarga paciencia, tensó la cuerda en la tanda de penaltis, sólo el gesto del capitán -entre adormecido y concentrado, como decía Laura- delimitaba la certeza del pase a la gran final: no más lloros. Dudas atrás. Somos los mejores, sólo hace falta nombrarnos por aquí (La Spagna... ouuuuuu... troppo forte! Siete i migliori) aunque seamos los únicos y yo lo disfrute tantísimo.
Nos fuimos, nos vamos, de esta poco conocida isla casi por casualidad, en un abrir y cerrar de ojos. Recordaremos su rica pizza y aquella pareja que buscaban nuestra amicizia (amistad, de verano, se entiende). Nápoles espera y, con ella, nuestro viaje se sumerge en el bullicio de la aparente patria de lo turbio y lo falaz...

*Come un Pittore, canción de los Modà en su disco Viva i Romantici (2011). No he encontrado la versión que hacen con Jarabe de Palo, que es la que no hemos parado de escuchar estos días...

domingo, 24 de junio de 2012

EUROCOPA 2012: EL CAMPEON AL RESCATE

La Eurocopa de Polonia y Ucrania ha entrado estos días en su recta final. Alemania y Portugal son las primeras selecciones clasificadas para semifinales, y esta noche de verbena de San Juan lo ha hecho La Roja anulando a una fría Francia con maestría y sin ningún sufrimiento.
Comenté anteayer con mi amigo Xavi un once tipo que hubiera destacado en el torneo, y le solté estos nombres: Casillas, Lahm, Piqué, Hummels, Jordi Alba, Schweinsteiger, Pirlo, Xavi, Iniesta, Cristiano Ronaldo y Mario Gómez. Evidentemente he ido bastante sobre seguro, pero jugadores como De Rossi, Khedira, Fàbregas u Özil, de entre las grandes, tendrían cabida en ese ideal, por no hablar de otros que han dejado huella pese a no clasificarse, tipo el 14 de la República Checa, la banda derecha polaca del Dortmund, Shirokov o los portugueses Moutinho y Joâo Pereira.
Sea como fuere, nos han vendido que la Eurocopa en sí está sirviendo para olvidar. Que el deporte en general y los éxitos de los nuestros es algo positivo como anestésico ante la virulencia de la interminable crisis de los cojones. Rajoy, presidente del gobierno español, después de pactar el histórico rescate financiero con el mismísimo diablo, tomó el primer avión para Polonia ajeno a las consecuencias y con un sentido de la negación evidente y hasta ridículo. Desde las trincheras de la mass media, se ha contribuido a alimentar ese 'bienvenido opio', como escribió Javier Marías, lejos de cualquier pretensión realista sobre la verdadera situación, pero los parches temporales no alivian el foco de tensión del día a día y tienen fecha de caducidad, por lo que muchos seguimos teniendo la sensación de que nos toman el pelo cada vez con más descaro; la osadía de que, con el amparo de la estupidez de las masas y la nula preparación para un más que posible crack del estado del bienestar, un evento así pueda adormecer las conciencias de los que se van a tener que despertar mañana temprano con la nevera vacía, clama al cielo llamando a una revolución que, en este país dividido por resquemores centenarios, sigue sonando a chino mandarín. En realidad, pero, no hace falta engañar al pueblo con enrevesados juegos de palabras (rescate=plan viable de desahogo, por decir algo que suene a esperpento) ni con drogas blandas. La gente, llegados a este punto, sólo pide pan y mantener su modus vivendi intacto, ajeno a las arbitrariedades de los mercados y las malas artes de nuestros políticos.
Si siguen riéndose de nosotros, corremos el riesgo de desarraigarnos y de volver a las calles, haciéndolas más inseguras si cabe, creando nuevas desconfianzas que a la larga podrían desencadenar un desastre de proporciones épicas. Llegados a este punto, la desidia generalizada es inaceptable, pero no dejo de preguntarme qué podríamos hacer para cambiar las cosas o impedir que cambien negativamente para el desarrollo de nuestra superpoblada especie (si la madre Gaia no nos hunde antes).
El fútbol es un espectáculo, la Eurocopa y el Mundial lo son. Cada dos años escribo aquí sobre la ilusión que nos provoca, sobre todo teniendo un equipo campeón allí en la lejanía de lo ficticio: nada que no puedas oler y tocar y saborear es real, pero la percepción de su existencia convierte los destellos de los sueños en sensaciones verídicas de corto recorrido, caducas, como el deseo evaporado en un suspiro. He escrito mucho sobre eso, sobre el sentido verdadero de la existencia, siempre a riesgo de repetirme. Para mí, es la base de mi estadía en este planeta, en esta vida terrenal: soy un cazador de deseos puro, lo que me da el aliento para seguir intentando permanecer. Sobrevivo para captar esa fugacidad en plenitud, con los sentidos en alerta y completamente a su servicio, adaptándome a los cambios y los desafíos que me brinda la muy jodida.
Todas las pasiones del Hombre, por muy barriobajeras que sean, no eximen a las responsabilidades que se le presumen. Su condición es tan antinatural hacia los engaños y las tretas de su progenie que provoca el llanto desconsolado sin remedio. Hoy ha ganado España, pero mañana voy a tener que ir a trabajar o a la puta cola del paro a mendigar. ¿Me voy a dormir más contento? Seguro. Pero no voy a dormir mejor por ello, ya que los verdaderos problemas no desaparecen gracias a ningún juego de mierda -aunque no escatime en loterías por si acaso. Y si quieren que esté alegre mientras dure la andadura del equipo en el torneo, olvidando toda la basura que tengo que aguantar frecuentemente, están apañados. ¿Qué aspiraban, a un mes de paz armada? Yo no necesito ningún oasis para relajarme y luego volver a las trincheras. ¿De qué hablamos, de Orwell en pleno siglo XXI? ¿Sociedad dirigida? ¿Dictadura? ¿Qué pasará cuando acabe el torneo, una vez desenmascarados con todo este asunto y el rescate y Rodrigo Rato y la puta prima de riesgo y los alemanes de Merkel y el politiqueo guarro y los recortes y los impuestos y las constantes amenazas sobre el aumento de la pobreza y el fin de los recursos naturales del planeta?
Vuelta al diván y a los bostezos. El rencor es una arma muy poderosa, a una semana de la final de la Eurocopa desde la 'bota', pero no hay manera de descansar ni de sacar nada en claro: la borrachera del ¡martes! anticipó una necesidad de vacaciones muy evidente.
Yo no olvido, aunque el Belpaese pida calma y disfrute del pequeño microcosmos que voy a defender con uñas y dientes y siempre en guardia.

viernes, 8 de junio de 2012

LOS DÍAS ABSORTOS


No era excesivamente tarde, pero con lo pronto que se levantaba últimamente, esas horas de la noche le producían un profundo malestar en el lóbulo frontal, como si forzase una tardía voluntad de acostarse.
La maratón de El Padrino del sábado acabaría antes de hora, pues, pero no importaba demasiado; pensaba, mientras escribía unas líneas al llegar Michael a una Cuba pre-revolucionaria –burdel estadounidense-, que, en cuanto a figura, su nuevo guardaespaldas le recordaba vagamente a Luca Brasi, ejecutor primigenio de la familia.
Eran veintidós los días que llevaba completamente absorto, y esta vez no fue por causa de ninguna muerte. La vida, aunque breve, es mucho más divertida, así que decidió hacer una lista de las cosas que cambiarían desde entonces. Le encantaba utilizar balanzas, averiguar qué pesaba más a cada instante. ¿Tal vez su juventud? Sería muy ingenuo si pensase en esos términos. A menudo se preguntaba qué significaba juventud, la implicación real del término en sí: hacía mucho tiempo que había dejado de ser joven, sobre todo según los actuales cánones. Él ya no tenía nada que ver con toda esa mierda.
En la semana de la que debería ser su tercera Patum, en Berga, las noticias que llegaban del Belpaese seguían siendo preocupantes. Primero con el atentado de Génova y el del colegio en Brindisi, luego los terremotos del norte y ahora con las calcio scommesse. Y todo a pocas horas de que empiece la Eurocopa de Polonia y Ucrania, el evento que iba a paralizarlo todo. Se estaba haciendo público y tendría que afrontarlo de la mejor manera. ¿Estaría preparado? Porque seguramente Nápoles no iba a tener tantos escrúpulos.
Luca, ese era el nombre al que respondía sin dormir entre los peces, era un chico muy sufrido. Empezó a empinar el codo tan pronto como se fue de casa, huyendo de las acostumbradas contrariedades familiares. Raro era el día en que no se tomaba una copita o una cerveza bien fría: para él era como un trofeo conquistado por el sudor de las privaciones de la infancia, un logro vital. No obstante, ahora las cosas eran bien distintas; había abierto un nuevo concesionario en la campiña y se sentía aliviado y dichoso. Los viejos fantasmas del pasado eran sólo eso, mierda del pasado, por lo que no tenía motivos para ofrecer resistencia y, después de todo, no llegó a necesitar asistir a reuniones de alcohólicos anónimos y la ciudad quedaba muy lejos.
Joder, la noticia iba a hacer correr ríos de tinta. No es que no se lo creyera, ni que renegase hasta poder verlo con sus propios ojos; no era, tampoco, debido a los cambios fisiológicos a las que remitirse, pocas semanas más allá. Lo que estaba tratando, lo que tenía entre manos, iba a trascender al resto de sus días. Era algo irremediablemente perenne, algo para siempre. Su pobre carlino jamás llegaría a entender semejante cuestión, pero le sirvió como banco de pruebas lo mismo que para un simple soldado raso el ser admitido en el seno de su familia tras soportar el santo fuego entre sus manos (y alguna que otra prueba anterior más): la responsabilidad hecha un nombre, pura formalidad al servicio de su majestad.
Comodidad. Con el tiempo te acomodas y aferras por igual a momentos que acaban siendo del todo prescindibles. Pocas veces se había manchado de sangre las manos hasta que llegó el día de la buena nueva: iba a dejar de fumar y volvería a lavarse los dientes tres veces al día, se reía, menudencias al lado de la que le iba a caer encima. Sin embargo, sólo admitía pensamientos positivos -dado que ya no había vuelta atrás-, nada que le incomodara lo más mínimo. Igual no podría salir a correr con la misma frecuencia, puede que dejase de dormir tanto e incluso dejase de brillar en los actos sociales del barrio. Dietario de los los pequeños placeres inútiles: al final, ya no importaba lo más mínimo, el detonador acababa de activar la cuenta atrás y el proceso se aceleraría irremediablemente. Asumiría las consecuencias con honrada dedicación y saludaría a los malos hábitos sin perder su delicada juventud, territorio vedado por las políticas austeras del pensamiento cada vez que se calzaba sus Salomon y acababa perdiéndose entre la maleza.
A los veintiocho días seguía dándole vueltas al asunto. Las noches de playoffs aliviaban obligaciones remuneradas y ya casi volvía a ser sábado, uno de los que seguiría alejado de los cánones actuales, que dictan cómo ser joven y cuándo. Los motivos y las circunstancias flotaban por doquier como el polen dos semanas atrás, al alcance de la mano que quisiera agarrar y el oído que estuviera dispuesto a escuchar: ¿y por qué no? Un desarrollo de los hechos consciente, no precipitado -las apariencias no engañan, avisan-, como hábito de una posición agradable y sorprendente quizás, entendiendo algún posible desaire temporal al que prestarle la misma atención retórica que la pregunta anterior. Pero Luca no tiene alergias, sólo tuvo manías y deidades menores que le sonríen cuando se despierta de malas por la mañana, obligándole a recapacitar por un instante, apenas un segundo que usa su lóbulo temporal para activar los sensores que ha estado cultivando desde que viajó por primera vez en avión.
Tiempo suficiente para desterrar las horas absortas de los días felices.

lunes, 14 de mayo de 2012

NUBES DE BANDERA y LA DESESPERA

Publico hoy los dos relatos breves que envié para el concurso de infermería de Manresa (y comarca creo) del 10 de mayo. Lo hice pensando en el tercer premio (vino del Pla del Bages), ya que los dos primeros eran de risa y no me interesaban. Huelga decir que no he ganado...

NUBES DE BANDERA
Aquella mañana de primavera se despertó tarde, tocadas las once. Había pasado una muy mala noche y no conseguía reponerse del maldito constipado _propio de la inestabilidad atmosférica estacional. Raro era el día que amanecía sin nubes, cosa que le sumía en un permanente y desconcertador estado de aletargamiento.
Llevaba varios días padeciendo la misma pesadilla, un mal sueño que regresaba con puntualidad británica al acostarse. En él, aparecía siempre conduciendo un coche rojo de gran cilindrada. Tomaba las curvas con precisión milimétrica hasta llegar a una interminable recta en la que ponía al límite las capacidades de la máquina italiana. En un momento dado, a lo lejos, un hombre vestido con un uniforme blanco ondeaba una bandera que no acertaba a distinguir, puesto que era incapaz de apartar la mirada de semejante rostro. Antes de poder frenar y evitar atropellarlo -ya que se hallaba en medio de la carretera-, el individuo se puso a correr hacia él, atravesándole justo en el momento de la inevitable colisión. Luego, se despertaba súbitamente bañado en un pegajoso sudor, con el gesto impertérrito del tipo clavado en la retina.
Tras varios días encerrado en casa, pero, aquella mañana de primavera tenía cita con su nuevo psicólogo. En la carretera que habitualmente recorría todo parecía normal: las curvas acostumbradas, la recta de entrada a la ciudad y, por fortuna, ni rastro de uniformes en la calzada. Aparcó en batería y subió raudo las escaleras de la consulta. Al abrir la puerta, un fino hilo de sudor frío le recorrió la espina dorsal de repente. Su nuevo psiquiatra era aquel extraño personaje que ondeaba la bandera en su sueño, una bandera que recordaba ahora con total nitidez y que le remitía inexorablemente a un desagradable lugar.

LA DESESPERA
No le quedaban más cigarrillos. Llevaba más de una hora esperándola en aquella vieja estación de tren sin porche. Uno a uno, todos los convoyes programados del día habían ido llegando sin novedad, pero su amada no aparecía. Era noche cerrada y hacía un frío de mil demonios y, para colmo, llovía a cántaros. Ambos elementos se filtraban por su vetusta gabardina hasta calarle los huesos sin piedad.
Su desesperación era proporcional al profundo vínculo que creía les unía, e iba en aumento con el paso del minutero. Ella había conseguido que dejara el alcohol, ella era su vida, no podía fallarle. ¡Ahora no!, pensaba para sus adentros. Cuando quiso percatarse, el último revisor, un anciano con rostro afable y facciones suaves, le conminó a abandonar el lugar de inmediato: ya no quedaba nadie. Salió de su ensimismamiento de golpe, echando un vistazo rápido por doquier, y acabó dándose por vencido.
De camino a casa, la frustración de creerse solo le acompañó varios metros mientras cavilaba. Nunca más volvería a confiar en una mujer, ¡nunca más! Al doblar la esquina, el demonio del alcohol volvió a aparecérsele, personificado en un bar con un letrero de neón muy llamativo. Qué diablos, pensó, ya no me queda nada. Antes de abrir la puerta, una mano le agarró con fuerza el brazo por detrás, apartándole del mal camino e impidiendo su particular descenso a los infiernos. Era su dulce amada que, en un abrazo sentido, parecía pedirle perdón por todo, augurando una vida juntos lejos de los demonios de la noche y los fantasmas del amor no correspondido.

viernes, 11 de mayo de 2012

NACER CON AURA

Veníamos de la luna más grande vista en la tierra en lo que iba a ser 2012 y las lluvias queríanse retirar por fin. Un ligero rocío anunciaba una primavera tardía, después de todo, pero llegando ya a la séptima jornada del mes de mayo era así como debiera ser al despertarme antes de hora, aún de noche; sobresaltado, un instinto primario me llevó a abrazar a mi compañera que, yaciendo en el lado derecho de la cama, parecía preguntarme en algún lugar de su inconsciencia si pasaba algo o a qué venía tanto jaleo. Esperé unos instantes y en otro impulso me encaminé hacia la nevera con la presteza que mi boca seca requería. No tardé en volver a dormirme, pero mi sorpresa fue mayúscula al despertarme de manera natural al cabo de muy poco. Era joven el día, inusitadamente joven para mi gusto, incluso la pequeña Chloe seguía inmóvil en su refugio sin responder a mis inquirimientos; me sentía renovado, ágil y vigoroso, así que programé el día partiendo de un desayuno copioso y excepcional.
Con la agenda en mano, decidí enviarle un mensaje a mi amigo Oscar, pese a que todavía faltaban un par de semanas para que su esposa diese a luz. Me ofrecía por si necesitaba algo, dentro de mis posibilidades, indicándole mis horarios y los próximos acontecimientos de mi rutina. Salimos a pasear en un ambiente esplendoroso, largamente deseado. Tenía en mente alargarlo todo lo que pudiera hasta que fuera al gimnasio, pero sin ninguna prisa. No caí en que llevaba el teléfono encima hasta que sonó casi como efecto de un amerizaje forzoso: era mi amigo, salía para el hospital a toda prisa, su compañera había roto aguas. ¿Cómo? ¿No faltaban dos semanas? Escupía las palabras al ritmo atropellado de una metralleta de fabricación germana al volante, y le dije: voy para allá. No tengo nada que hacer y así estoy contigo. Pero me dijo: mejor no-tranquilo-espera-creo que va para largo-no está muy dilatada-ya te diré algo-, trasladándome los nervios de ese modo hacia mi. Con desgana, dejé de insistir pese a la emoción del momento, y, cuando quise darme cuenta, mi novia hizo correr un tupido velo justo antes de irse a trabajar. Sentía como esa ansia de padre primerizo me envolvía por doquier y tenía la necesidad de aplacarla inmediatamente; salí a correr como un poseso y me cansé como nunca, pero la cabeza no paraba de darme vueltas. Entendía que mi amigo -si pudiesen caberme en una mano él estaría, ya le conoces- quisiese estar sólo, así que cedí todo el protagonismo a la pareja en cuestión, apartándome a un lado, no pudiendo evitar cierto sentimiento de menosprecio que resultaba -por otra parte- bastante más que absurdo.
Desde entonces, llevo un par de días en constante tensión y con los nervios a flor de piel. Ese mismo día fiché por Boston Celtics, añadiendo a mi idealizada facha unos colores de San Patricio que no he abandonado hasta hoy. Tengo interés en seguir jugando al juego de baloncesto, me lo paso bien e intento aprender nuevos movimientos, pero estas noches trabajo en exceso y no paro de oír llantos desesperados con pañales enmohecidos y adoquines resbaladizos. Respiro intranquilidad y trato de contener un estado de excitación que pretende preceder a una repentina aceleración de los acontecimientos que se han ido gestando a lo largo de este maldito año. Como si el resorte que accionara el botón del pánico ardiese por dentro, como si hubiesen asesinado de nuevo al archiduque aquél austríaco y las causas subyacentes del verdadero conflicto, nueve milímetros de silenciador casero después, salieran a relucir en este verano de mayo en ciernes.
Ser parte de un acontecimiento tan íntimo, a no ser que estés directamente implicado, está de más. Sobra pero no excluye, ya que el futuro de esa personita en concreto está irremediablemente ligado al tuyo. En un ambiente tan cerrado como el nuestro, más propio de la mafia del sur de Italia que de cualquier otro grupo social estándar, resulta más que evidente; después de los gemelos y las noticias de los dos, digo ¡tres! últimos embarazos, esta pequeña princesa es la prueba fehaciente de que la sorpresa deviene realidad palpable en un abrir y cerrar de ojos. La percepción temporal puede llegar a variar tanto como la de un astronauta orbitando el globo: la sensación de epifanía, de estar por encima de lo terrestre, te acerca a lo divino sin pasar por la casilla de salida pero, llegado el momento, hay que saber apartarse y no acercarse al tendido.
Era así como debiera ser al despertarme hoy en mi crepuscular olfato, y es así como se nace con una aura que ilumina la vida y la existencia de una pareja feliz.

Dedicado a la memoria y el recuerdo futuro de la pequeña Aura, nacida a las 19,38 del 7 de mayo de 2012 en el feliz y dichoso seno de sus amorosos padres, Cristina y Oscar (Gnöit, Número 7).