A los pies del Vesubio me encuentro enterrado, a la espera de ser encontrado por un turista despistado _cámara de fotos y botella de agua en mano.
A los pies del Vesubio he estado impresionado, terriblemente acalorado y he acabado extenuado.
Desde el Vesubio, a sus pies, me he sentido amenazado. Su cónico techo ha saltado y por los aires se ha volatilizado, mientras sus habitantes a Júpiter hemos apelado. Un sacrificio a tiempo bastará tal vez, dado todo lo que nos hemos jugado.
Desde los pies del Vesubio, la manifestación ha mutado y por palabras de Plinio nos hemos enterado; hoy que estuvimos aquí y luego en Herculano: un despiadado estremecimiento que nos ha desolado.
A los pies del Vesubio y no en otro lado, nuestro pequeño ha exclamado '¡Basta ya! Os habéis pasado', pero con tanto calor no nos hemos percatado: he estado subyugado por un soplo volcánico milenario y una civilización que me ha desnudado.
Desde los pies del Vesubio a la eternidad. Como un turista despistado, con su cámara de fotos y su botella de agua que al final ha 'olvidado'.
sábado, 7 de julio de 2012
martes, 3 de julio de 2012
ISCHIA Y LA INSULARIDAD CAUTIVA
Llegamos a la isla italiana de Ischia por casualidad y nos cautivó casi desde el principio. Como todas las islas, la paz vive bañada en agua salada esquina a esquina... ¿Qué tendrán las islas, pues, que tanto nos atraen?
Encontramos una buena oferta en un espectacular resort del puerto. Con la Eurocopa en juego y tras confirmarse la final soñada entre España e Italia en territorio enemigo, abandonamos hoy más bien con pena el reducto del gigante Tifón.
Ischia es una isla súper construida; mientras intento escribir en el barco camino de Nápoles, me comentan que tiene 50,000 habitantes fijos, pero parece que vayan a ser el triple si contamos los ladrillos. En un ambiente agradable y trasnochado en exceso, sus gentes no caminan, se deslizan, en el característico modo de las calurosas y lentas tierras del sur. Los rusos y los alemanes, que tomaron la isla tiempo atrás -alargando la hegemonía extranjera insular desde tiempos inmemoriales-, se mezclan sin molestar al sol de sus bolsillos de cuero tan mugrientos como repletos de dinero fresco, e incluso chapurrean el italiano con interés. Los nativos, en especial las mujeres, lucen con orgullo sus horrendas vestiduras, sacadas de una peli de mafiosos de Scorsese, y su altivez se multiplica por mil al palpar la bisutería barata -o directamente falsa- que atiborra sus marchitos y deformes cuerpos; la población, visiblemente envejecida, pretende ocultar la impetuosidad de la juventud reinante y sus haceres típicamente italianos, pero en ningún momento percibes el agobio de las grandes urbes y ese es su principal triunfo: es lo que tiene estar rodeado solamente por agua -cosa que me place admirar con vivacidad. El verdadero encanto de las islas y sus playas y su clima temperado todo el año es decidir ser cutre y calmado y ultrabronceado hasta la arruga por doquier... ¡lo adoro!
De la maravilla del Castello Aragonese, recuerdos de un pasado esplendoroso, recelo en busca de señales que nos conduzcan hacia nuestros antepasados al caminar, errantes, entre el ocaso de su vetusto lungomare (paseo marítimo) y el sol triste de la tarde que se acaba. Y disfruto calada a calada en este refugio del mar, en este lugar de paso en el que raramente te pueden señalar. Es lo que tienen las islas: no existe la patria en ellas. De las miradas, pues, no voy a hablar.
Estuvimos tan bien en la choza hobbitiana que nos prepararon que, la roca en forma de fungo (seta), a la vista de todos quedó. Y los turistas, uno a uno, se detenían apresuradamente para fotografiarla, resultando un tapón y una acumulación humana considerable. Se acercaron en procesión y nosotros con ellos, creyendo que regalaban algo o que algún famoso o tal vez Claudio Bisio estaban por la zona. Tal era nuestro nivel de relajación y empatía.
La espera, tantas veces cautiva de la amarga paciencia, tensó la cuerda en la tanda de penaltis, sólo el gesto del capitán -entre adormecido y concentrado, como decía Laura- delimitaba la certeza del pase a la gran final: no más lloros. Dudas atrás. Somos los mejores, sólo hace falta nombrarnos por aquí (La Spagna... ouuuuuu... troppo forte! Siete i migliori) aunque seamos los únicos y yo lo disfrute tantísimo.
Nos fuimos, nos vamos, de esta poco conocida isla casi por casualidad, en un abrir y cerrar de ojos. Recordaremos su rica pizza y aquella pareja que buscaban nuestra amicizia (amistad, de verano, se entiende). Nápoles espera y, con ella, nuestro viaje se sumerge en el bullicio de la aparente patria de lo turbio y lo falaz...
*Come un Pittore, canción de los Modà en su disco Viva i Romantici (2011). No he encontrado la versión que hacen con Jarabe de Palo, que es la que no hemos parado de escuchar estos días...
domingo, 24 de junio de 2012
EUROCOPA 2012: EL CAMPEON AL RESCATE
Comenté anteayer con mi amigo Xavi un once tipo que hubiera destacado en el torneo, y le solté estos nombres: Casillas, Lahm, Piqué, Hummels, Jordi Alba, Schweinsteiger, Pirlo, Xavi, Iniesta, Cristiano Ronaldo y Mario Gómez. Evidentemente he ido bastante sobre seguro, pero jugadores como De Rossi, Khedira, Fàbregas u Özil, de entre las grandes, tendrían cabida en ese ideal, por no hablar de otros que han dejado huella pese a no clasificarse, tipo el 14 de la República Checa, la banda derecha polaca del Dortmund, Shirokov o los portugueses Moutinho y Joâo Pereira.
Sea como fuere, nos han vendido que la Eurocopa en sí está sirviendo para olvidar. Que el deporte en general y los éxitos de los nuestros es algo positivo como anestésico ante la virulencia de la interminable crisis de los cojones. Rajoy, presidente del gobierno español, después de pactar el histórico rescate financiero con el mismísimo diablo, tomó el primer avión para Polonia ajeno a las consecuencias y con un sentido de la negación evidente y hasta ridículo. Desde las trincheras de la mass media, se ha contribuido a alimentar ese 'bienvenido opio', como escribió Javier Marías, lejos de cualquier pretensión realista sobre la verdadera situación, pero los parches temporales no alivian el foco de tensión del día a día y tienen fecha de caducidad, por lo que muchos seguimos teniendo la sensación de que nos toman el pelo cada vez con más descaro; la osadía de que, con el amparo de la estupidez de las masas y la nula preparación para un más que posible crack del estado del bienestar, un evento así pueda adormecer las conciencias de los que se van a tener que despertar mañana temprano con la nevera vacía, clama al cielo llamando a una revolución que, en este país dividido por resquemores centenarios, sigue sonando a chino mandarín. En realidad, pero, no hace falta engañar al pueblo con enrevesados juegos de palabras (rescate=plan viable de desahogo, por decir algo que suene a esperpento) ni con drogas blandas. La gente, llegados a este punto, sólo pide pan y mantener su modus vivendi intacto, ajeno a las arbitrariedades de los mercados y las malas artes de nuestros políticos.
Si siguen riéndose de nosotros, corremos el riesgo de desarraigarnos y de volver a las calles, haciéndolas más inseguras si cabe, creando nuevas desconfianzas que a la larga podrían desencadenar un desastre de proporciones épicas. Llegados a este punto, la desidia generalizada es inaceptable, pero no dejo de preguntarme qué podríamos hacer para cambiar las cosas o impedir que cambien negativamente para el desarrollo de nuestra superpoblada especie (si la madre Gaia no nos hunde antes).
El fútbol es un espectáculo, la Eurocopa y el Mundial lo son. Cada dos años escribo aquí sobre la ilusión que nos provoca, sobre todo teniendo un equipo campeón allí en la lejanía de lo ficticio: nada que no puedas oler y tocar y saborear es real, pero la percepción de su existencia convierte los destellos de los sueños en sensaciones verídicas de corto recorrido, caducas, como el deseo evaporado en un suspiro. He escrito mucho sobre eso, sobre el sentido verdadero de la existencia, siempre a riesgo de repetirme. Para mí, es la base de mi estadía en este planeta, en esta vida terrenal: soy un cazador de deseos puro, lo que me da el aliento para seguir intentando permanecer. Sobrevivo para captar esa fugacidad en plenitud, con los sentidos en alerta y completamente a su servicio, adaptándome a los cambios y los desafíos que me brinda la muy jodida.
Todas las pasiones del Hombre, por muy barriobajeras que sean, no eximen a las responsabilidades que se le presumen. Su condición es tan antinatural hacia los engaños y las tretas de su progenie que provoca el llanto desconsolado sin remedio. Hoy ha ganado España, pero mañana voy a tener que ir a trabajar o a la puta cola del paro a mendigar. ¿Me voy a dormir más contento? Seguro. Pero no voy a dormir mejor por ello, ya que los verdaderos problemas no desaparecen gracias a ningún juego de mierda -aunque no escatime en loterías por si acaso. Y si quieren que esté alegre mientras dure la andadura del equipo en el torneo, olvidando toda la basura que tengo que aguantar frecuentemente, están apañados. ¿Qué aspiraban, a un mes de paz armada? Yo no necesito ningún oasis para relajarme y luego volver a las trincheras. ¿De qué hablamos, de Orwell en pleno siglo XXI? ¿Sociedad dirigida? ¿Dictadura? ¿Qué pasará cuando acabe el torneo, una vez desenmascarados con todo este asunto y el rescate y Rodrigo Rato y la puta prima de riesgo y los alemanes de Merkel y el politiqueo guarro y los recortes y los impuestos y las constantes amenazas sobre el aumento de la pobreza y el fin de los recursos naturales del planeta?
Vuelta al diván y a los bostezos. El rencor es una arma muy poderosa, a una semana de la final de la Eurocopa desde la 'bota', pero no hay manera de descansar ni de sacar nada en claro: la borrachera del ¡martes! anticipó una necesidad de vacaciones muy evidente.
Yo no olvido, aunque el Belpaese pida calma y disfrute del pequeño microcosmos que voy a defender con uñas y dientes y siempre en guardia.
Si siguen riéndose de nosotros, corremos el riesgo de desarraigarnos y de volver a las calles, haciéndolas más inseguras si cabe, creando nuevas desconfianzas que a la larga podrían desencadenar un desastre de proporciones épicas. Llegados a este punto, la desidia generalizada es inaceptable, pero no dejo de preguntarme qué podríamos hacer para cambiar las cosas o impedir que cambien negativamente para el desarrollo de nuestra superpoblada especie (si la madre Gaia no nos hunde antes).
El fútbol es un espectáculo, la Eurocopa y el Mundial lo son. Cada dos años escribo aquí sobre la ilusión que nos provoca, sobre todo teniendo un equipo campeón allí en la lejanía de lo ficticio: nada que no puedas oler y tocar y saborear es real, pero la percepción de su existencia convierte los destellos de los sueños en sensaciones verídicas de corto recorrido, caducas, como el deseo evaporado en un suspiro. He escrito mucho sobre eso, sobre el sentido verdadero de la existencia, siempre a riesgo de repetirme. Para mí, es la base de mi estadía en este planeta, en esta vida terrenal: soy un cazador de deseos puro, lo que me da el aliento para seguir intentando permanecer. Sobrevivo para captar esa fugacidad en plenitud, con los sentidos en alerta y completamente a su servicio, adaptándome a los cambios y los desafíos que me brinda la muy jodida.
Todas las pasiones del Hombre, por muy barriobajeras que sean, no eximen a las responsabilidades que se le presumen. Su condición es tan antinatural hacia los engaños y las tretas de su progenie que provoca el llanto desconsolado sin remedio. Hoy ha ganado España, pero mañana voy a tener que ir a trabajar o a la puta cola del paro a mendigar. ¿Me voy a dormir más contento? Seguro. Pero no voy a dormir mejor por ello, ya que los verdaderos problemas no desaparecen gracias a ningún juego de mierda -aunque no escatime en loterías por si acaso. Y si quieren que esté alegre mientras dure la andadura del equipo en el torneo, olvidando toda la basura que tengo que aguantar frecuentemente, están apañados. ¿Qué aspiraban, a un mes de paz armada? Yo no necesito ningún oasis para relajarme y luego volver a las trincheras. ¿De qué hablamos, de Orwell en pleno siglo XXI? ¿Sociedad dirigida? ¿Dictadura? ¿Qué pasará cuando acabe el torneo, una vez desenmascarados con todo este asunto y el rescate y Rodrigo Rato y la puta prima de riesgo y los alemanes de Merkel y el politiqueo guarro y los recortes y los impuestos y las constantes amenazas sobre el aumento de la pobreza y el fin de los recursos naturales del planeta?
Vuelta al diván y a los bostezos. El rencor es una arma muy poderosa, a una semana de la final de la Eurocopa desde la 'bota', pero no hay manera de descansar ni de sacar nada en claro: la borrachera del ¡martes! anticipó una necesidad de vacaciones muy evidente.
Yo no olvido, aunque el Belpaese pida calma y disfrute del pequeño microcosmos que voy a defender con uñas y dientes y siempre en guardia.
viernes, 8 de junio de 2012
LOS DÍAS ABSORTOS
No era excesivamente tarde, pero con lo pronto que se levantaba últimamente, esas horas de la noche le producían un profundo malestar en el lóbulo frontal, como si forzase una tardía voluntad de acostarse.
La maratón de El Padrino del sábado acabaría antes de hora, pues, pero no importaba demasiado; pensaba, mientras escribía unas líneas al llegar Michael a una Cuba pre-revolucionaria –burdel estadounidense-, que, en cuanto a figura, su nuevo guardaespaldas le recordaba vagamente a Luca Brasi, ejecutor primigenio de la familia.
Eran veintidós los días que llevaba completamente absorto, y esta vez no fue por causa de ninguna muerte. La vida, aunque breve, es mucho más divertida, así que decidió hacer una lista de las cosas que cambiarían desde entonces. Le encantaba utilizar balanzas, averiguar qué pesaba más a cada instante. ¿Tal vez su juventud? Sería muy ingenuo si pensase en esos términos. A menudo se preguntaba qué significaba juventud, la implicación real del término en sí: hacía mucho tiempo que había dejado de ser joven, sobre todo según los actuales cánones. Él ya no tenía nada que ver con toda esa mierda.
En la semana de la que debería ser su tercera Patum, en Berga, las noticias que llegaban del Belpaese seguían siendo preocupantes. Primero con el atentado de Génova y el del colegio en Brindisi, luego los terremotos del norte y ahora con las calcio scommesse. Y todo a pocas horas de que empiece la Eurocopa de Polonia y Ucrania, el evento que iba a paralizarlo todo. Se estaba haciendo público y tendría que afrontarlo de la mejor manera. ¿Estaría preparado? Porque seguramente Nápoles no iba a tener tantos escrúpulos.
Luca, ese era el nombre al que respondía sin dormir entre los peces, era un chico muy sufrido. Empezó a empinar el codo tan pronto como se fue de casa, huyendo de las acostumbradas contrariedades familiares. Raro era el día en que no se tomaba una copita o una cerveza bien fría: para él era como un trofeo conquistado por el sudor de las privaciones de la infancia, un logro vital. No obstante, ahora las cosas eran bien distintas; había abierto un nuevo concesionario en la campiña y se sentía aliviado y dichoso. Los viejos fantasmas del pasado eran sólo eso, mierda del pasado, por lo que no tenía motivos para ofrecer resistencia y, después de todo, no llegó a necesitar asistir a reuniones de alcohólicos anónimos y la ciudad quedaba muy lejos.
Joder, la noticia iba a hacer correr ríos de tinta. No es que no se lo creyera, ni que renegase hasta poder verlo con sus propios ojos; no era, tampoco, debido a los cambios fisiológicos a las que remitirse, pocas semanas más allá. Lo que estaba tratando, lo que tenía entre manos, iba a trascender al resto de sus días. Era algo irremediablemente perenne, algo para siempre. Su pobre carlino jamás llegaría a entender semejante cuestión, pero le sirvió como banco de pruebas lo mismo que para un simple soldado raso el ser admitido en el seno de su familia tras soportar el santo fuego entre sus manos (y alguna que otra prueba anterior más): la responsabilidad hecha un nombre, pura formalidad al servicio de su majestad.
Comodidad. Con el tiempo te acomodas y aferras por igual a momentos que acaban siendo del todo prescindibles. Pocas veces se había manchado de sangre las manos hasta que llegó el día de la buena nueva: iba a dejar de fumar y volvería a lavarse los dientes tres veces al día, se reía, menudencias al lado de la que le iba a caer encima. Sin embargo, sólo admitía pensamientos positivos -dado que ya no había vuelta atrás-, nada que le incomodara lo más mínimo. Igual no podría salir a correr con la misma frecuencia, puede que dejase de dormir tanto e incluso dejase de brillar en los actos sociales del barrio. Dietario de los los pequeños placeres inútiles: al final, ya no importaba lo más mínimo, el detonador acababa de activar la cuenta atrás y el proceso se aceleraría irremediablemente. Asumiría las consecuencias con honrada dedicación y saludaría a los malos hábitos sin perder su delicada juventud, territorio vedado por las políticas austeras del pensamiento cada vez que se calzaba sus Salomon y acababa perdiéndose entre la maleza.
A los veintiocho días seguía dándole vueltas al asunto. Las noches de playoffs aliviaban obligaciones remuneradas y ya casi volvía a ser sábado, uno de los que seguiría alejado de los cánones actuales, que dictan cómo ser joven y cuándo. Los motivos y las circunstancias flotaban por doquier como el polen dos semanas atrás, al alcance de la mano que quisiera agarrar y el oído que estuviera dispuesto a escuchar: ¿y por qué no? Un desarrollo de los hechos consciente, no precipitado -las apariencias no engañan, avisan-, como hábito de una posición agradable y sorprendente quizás, entendiendo algún posible desaire temporal al que prestarle la misma atención retórica que la pregunta anterior. Pero Luca no tiene alergias, sólo tuvo manías y deidades menores que le sonríen cuando se despierta de malas por la mañana, obligándole a recapacitar por un instante, apenas un segundo que usa su lóbulo temporal para activar los sensores que ha estado cultivando desde que viajó por primera vez en avión.
Tiempo suficiente para desterrar las horas absortas de los días felices.
lunes, 14 de mayo de 2012
NUBES DE BANDERA y LA DESESPERA
Publico hoy los dos relatos breves que envié para el concurso de infermería de Manresa (y comarca creo) del 10 de mayo. Lo hice pensando en el tercer premio (vino del Pla del Bages), ya que los dos primeros eran de risa y no me interesaban. Huelga decir que no he ganado...
NUBES DE BANDERA
Aquella mañana de primavera se despertó tarde, tocadas las once. Había pasado una muy mala noche y no conseguía reponerse del maldito constipado _propio de la inestabilidad atmosférica estacional. Raro era el día que amanecía sin nubes, cosa que le sumía en un permanente y desconcertador estado de aletargamiento.
Llevaba varios días padeciendo la misma pesadilla, un mal sueño que regresaba con puntualidad británica al acostarse. En él, aparecía siempre conduciendo un coche rojo de gran cilindrada. Tomaba las curvas con precisión milimétrica hasta llegar a una interminable recta en la que ponía al límite las capacidades de la máquina italiana. En un momento dado, a lo lejos, un hombre vestido con un uniforme blanco ondeaba una bandera que no acertaba a distinguir, puesto que era incapaz de apartar la mirada de semejante rostro. Antes de poder frenar y evitar atropellarlo -ya que se hallaba en medio de la carretera-, el individuo se puso a correr hacia él, atravesándole justo en el momento de la inevitable colisión. Luego, se despertaba súbitamente bañado en un pegajoso sudor, con el gesto impertérrito del tipo clavado en la retina.
Tras varios días encerrado en casa, pero, aquella mañana de primavera tenía cita con su nuevo psicólogo. En la carretera que habitualmente recorría todo parecía normal: las curvas acostumbradas, la recta de entrada a la ciudad y, por fortuna, ni rastro de uniformes en la calzada. Aparcó en batería y subió raudo las escaleras de la consulta. Al abrir la puerta, un fino hilo de sudor frío le recorrió la espina dorsal de repente. Su nuevo psiquiatra era aquel extraño personaje que ondeaba la bandera en su sueño, una bandera que recordaba ahora con total nitidez y que le remitía inexorablemente a un desagradable lugar.
LA DESESPERA
No le quedaban más cigarrillos. Llevaba más de una hora esperándola en aquella vieja estación de tren sin porche. Uno a uno, todos los convoyes programados del día habían ido llegando sin novedad, pero su amada no aparecía. Era noche cerrada y hacía un frío de mil demonios y, para colmo, llovía a cántaros. Ambos elementos se filtraban por su vetusta gabardina hasta calarle los huesos sin piedad.
Su desesperación era proporcional al profundo vínculo que creía les unía, e iba en aumento con el paso del minutero. Ella había conseguido que dejara el alcohol, ella era su vida, no podía fallarle. ¡Ahora no!, pensaba para sus adentros. Cuando quiso percatarse, el último revisor, un anciano con rostro afable y facciones suaves, le conminó a abandonar el lugar de inmediato: ya no quedaba nadie. Salió de su ensimismamiento de golpe, echando un vistazo rápido por doquier, y acabó dándose por vencido.
De camino a casa, la frustración de creerse solo le acompañó varios metros mientras cavilaba. Nunca más volvería a confiar en una mujer, ¡nunca más! Al doblar la esquina, el demonio del alcohol volvió a aparecérsele, personificado en un bar con un letrero de neón muy llamativo. Qué diablos, pensó, ya no me queda nada. Antes de abrir la puerta, una mano le agarró con fuerza el brazo por detrás, apartándole del mal camino e impidiendo su particular descenso a los infiernos. Era su dulce amada que, en un abrazo sentido, parecía pedirle perdón por todo, augurando una vida juntos lejos de los demonios de la noche y los fantasmas del amor no correspondido.
NUBES DE BANDERA
Aquella mañana de primavera se despertó tarde, tocadas las once. Había pasado una muy mala noche y no conseguía reponerse del maldito constipado _propio de la inestabilidad atmosférica estacional. Raro era el día que amanecía sin nubes, cosa que le sumía en un permanente y desconcertador estado de aletargamiento.
Llevaba varios días padeciendo la misma pesadilla, un mal sueño que regresaba con puntualidad británica al acostarse. En él, aparecía siempre conduciendo un coche rojo de gran cilindrada. Tomaba las curvas con precisión milimétrica hasta llegar a una interminable recta en la que ponía al límite las capacidades de la máquina italiana. En un momento dado, a lo lejos, un hombre vestido con un uniforme blanco ondeaba una bandera que no acertaba a distinguir, puesto que era incapaz de apartar la mirada de semejante rostro. Antes de poder frenar y evitar atropellarlo -ya que se hallaba en medio de la carretera-, el individuo se puso a correr hacia él, atravesándole justo en el momento de la inevitable colisión. Luego, se despertaba súbitamente bañado en un pegajoso sudor, con el gesto impertérrito del tipo clavado en la retina.
Tras varios días encerrado en casa, pero, aquella mañana de primavera tenía cita con su nuevo psicólogo. En la carretera que habitualmente recorría todo parecía normal: las curvas acostumbradas, la recta de entrada a la ciudad y, por fortuna, ni rastro de uniformes en la calzada. Aparcó en batería y subió raudo las escaleras de la consulta. Al abrir la puerta, un fino hilo de sudor frío le recorrió la espina dorsal de repente. Su nuevo psiquiatra era aquel extraño personaje que ondeaba la bandera en su sueño, una bandera que recordaba ahora con total nitidez y que le remitía inexorablemente a un desagradable lugar.
LA DESESPERA
No le quedaban más cigarrillos. Llevaba más de una hora esperándola en aquella vieja estación de tren sin porche. Uno a uno, todos los convoyes programados del día habían ido llegando sin novedad, pero su amada no aparecía. Era noche cerrada y hacía un frío de mil demonios y, para colmo, llovía a cántaros. Ambos elementos se filtraban por su vetusta gabardina hasta calarle los huesos sin piedad.
Su desesperación era proporcional al profundo vínculo que creía les unía, e iba en aumento con el paso del minutero. Ella había conseguido que dejara el alcohol, ella era su vida, no podía fallarle. ¡Ahora no!, pensaba para sus adentros. Cuando quiso percatarse, el último revisor, un anciano con rostro afable y facciones suaves, le conminó a abandonar el lugar de inmediato: ya no quedaba nadie. Salió de su ensimismamiento de golpe, echando un vistazo rápido por doquier, y acabó dándose por vencido.
De camino a casa, la frustración de creerse solo le acompañó varios metros mientras cavilaba. Nunca más volvería a confiar en una mujer, ¡nunca más! Al doblar la esquina, el demonio del alcohol volvió a aparecérsele, personificado en un bar con un letrero de neón muy llamativo. Qué diablos, pensó, ya no me queda nada. Antes de abrir la puerta, una mano le agarró con fuerza el brazo por detrás, apartándole del mal camino e impidiendo su particular descenso a los infiernos. Era su dulce amada que, en un abrazo sentido, parecía pedirle perdón por todo, augurando una vida juntos lejos de los demonios de la noche y los fantasmas del amor no correspondido.
viernes, 11 de mayo de 2012
NACER CON AURA
Veníamos de la luna más grande vista en la tierra en lo que iba a ser 2012 y las lluvias queríanse retirar por fin. Un ligero rocío anunciaba una primavera tardía, después de todo, pero llegando ya a la séptima jornada del mes de mayo era así como debiera ser al despertarme antes de hora, aún de noche; sobresaltado, un instinto primario me llevó a abrazar a mi compañera que, yaciendo en el lado derecho de la cama, parecía preguntarme en algún lugar de su inconsciencia si pasaba algo o a qué venía tanto jaleo. Esperé unos instantes y en otro impulso me encaminé hacia la nevera con la presteza que mi boca seca requería. No tardé en volver a dormirme, pero mi sorpresa fue mayúscula al despertarme de manera natural al cabo de muy poco. Era joven el día, inusitadamente joven para mi gusto, incluso la pequeña Chloe seguía inmóvil en su refugio sin responder a mis inquirimientos; me sentía renovado, ágil y vigoroso, así que programé el día partiendo de un desayuno copioso y excepcional.
Con la agenda en mano, decidí enviarle un mensaje a mi amigo Oscar, pese a que todavía faltaban un par de semanas para que su esposa diese a luz. Me ofrecía por si necesitaba algo, dentro de mis posibilidades, indicándole mis horarios y los próximos acontecimientos de mi rutina. Salimos a pasear en un ambiente esplendoroso, largamente deseado. Tenía en mente alargarlo todo lo que pudiera hasta que fuera al gimnasio, pero sin ninguna prisa. No caí en que llevaba el teléfono encima hasta que sonó casi como efecto de un amerizaje forzoso: era mi amigo, salía para el hospital a toda prisa, su compañera había roto aguas. ¿Cómo? ¿No faltaban dos semanas? Escupía las palabras al ritmo atropellado de una metralleta de fabricación germana al volante, y le dije: voy para allá. No tengo nada que hacer y así estoy contigo. Pero me dijo: mejor no-tranquilo-espera-creo que va para largo-no está muy dilatada-ya te diré algo-, trasladándome los nervios de ese modo hacia mi. Con desgana, dejé de insistir pese a la emoción del momento, y, cuando quise darme cuenta, mi novia hizo correr un tupido velo justo antes de irse a trabajar. Sentía como esa ansia de padre primerizo me envolvía por doquier y tenía la necesidad de aplacarla inmediatamente; salí a correr como un poseso y me cansé como nunca, pero la cabeza no paraba de darme vueltas. Entendía que mi amigo -si pudiesen caberme en una mano él estaría, ya le conoces- quisiese estar sólo, así que cedí todo el protagonismo a la pareja en cuestión, apartándome a un lado, no pudiendo evitar cierto sentimiento de menosprecio que resultaba -por otra parte- bastante más que absurdo.
Desde entonces, llevo un par de días en constante tensión y con los nervios a flor de piel. Ese mismo día fiché por Boston Celtics, añadiendo a mi idealizada facha unos colores de San Patricio que no he abandonado hasta hoy. Tengo interés en seguir jugando al juego de baloncesto, me lo paso bien e intento aprender nuevos movimientos, pero estas noches trabajo en exceso y no paro de oír llantos desesperados con pañales enmohecidos y adoquines resbaladizos. Respiro intranquilidad y trato de contener un estado de excitación que pretende preceder a una repentina aceleración de los acontecimientos que se han ido gestando a lo largo de este maldito año. Como si el resorte que accionara el botón del pánico ardiese por dentro, como si hubiesen asesinado de nuevo al archiduque aquél austríaco y las causas subyacentes del verdadero conflicto, nueve milímetros de silenciador casero después, salieran a relucir en este verano de mayo en ciernes.
Ser parte de un acontecimiento tan íntimo, a no ser que estés directamente implicado, está de más. Sobra pero no excluye, ya que el futuro de esa personita en concreto está irremediablemente ligado al tuyo. En un ambiente tan cerrado como el nuestro, más propio de la mafia del sur de Italia que de cualquier otro grupo social estándar, resulta más que evidente; después de los gemelos y las noticias de los dos, digo ¡tres! últimos embarazos, esta pequeña princesa es la prueba fehaciente de que la sorpresa deviene realidad palpable en un abrir y cerrar de ojos. La percepción temporal puede llegar a variar tanto como la de un astronauta orbitando el globo: la sensación de epifanía, de estar por encima de lo terrestre, te acerca a lo divino sin pasar por la casilla de salida pero, llegado el momento, hay que saber apartarse y no acercarse al tendido.
Era así como debiera ser al despertarme hoy en mi crepuscular olfato, y es así como se nace con una aura que ilumina la vida y la existencia de una pareja feliz.
Dedicado a la memoria y el recuerdo futuro de la pequeña Aura, nacida a las 19,38 del 7 de mayo de 2012 en el feliz y dichoso seno de sus amorosos padres, Cristina y Oscar (Gnöit, Número 7).
Con la agenda en mano, decidí enviarle un mensaje a mi amigo Oscar, pese a que todavía faltaban un par de semanas para que su esposa diese a luz. Me ofrecía por si necesitaba algo, dentro de mis posibilidades, indicándole mis horarios y los próximos acontecimientos de mi rutina. Salimos a pasear en un ambiente esplendoroso, largamente deseado. Tenía en mente alargarlo todo lo que pudiera hasta que fuera al gimnasio, pero sin ninguna prisa. No caí en que llevaba el teléfono encima hasta que sonó casi como efecto de un amerizaje forzoso: era mi amigo, salía para el hospital a toda prisa, su compañera había roto aguas. ¿Cómo? ¿No faltaban dos semanas? Escupía las palabras al ritmo atropellado de una metralleta de fabricación germana al volante, y le dije: voy para allá. No tengo nada que hacer y así estoy contigo. Pero me dijo: mejor no-tranquilo-espera-creo que va para largo-no está muy dilatada-ya te diré algo-, trasladándome los nervios de ese modo hacia mi. Con desgana, dejé de insistir pese a la emoción del momento, y, cuando quise darme cuenta, mi novia hizo correr un tupido velo justo antes de irse a trabajar. Sentía como esa ansia de padre primerizo me envolvía por doquier y tenía la necesidad de aplacarla inmediatamente; salí a correr como un poseso y me cansé como nunca, pero la cabeza no paraba de darme vueltas. Entendía que mi amigo -si pudiesen caberme en una mano él estaría, ya le conoces- quisiese estar sólo, así que cedí todo el protagonismo a la pareja en cuestión, apartándome a un lado, no pudiendo evitar cierto sentimiento de menosprecio que resultaba -por otra parte- bastante más que absurdo.
Desde entonces, llevo un par de días en constante tensión y con los nervios a flor de piel. Ese mismo día fiché por Boston Celtics, añadiendo a mi idealizada facha unos colores de San Patricio que no he abandonado hasta hoy. Tengo interés en seguir jugando al juego de baloncesto, me lo paso bien e intento aprender nuevos movimientos, pero estas noches trabajo en exceso y no paro de oír llantos desesperados con pañales enmohecidos y adoquines resbaladizos. Respiro intranquilidad y trato de contener un estado de excitación que pretende preceder a una repentina aceleración de los acontecimientos que se han ido gestando a lo largo de este maldito año. Como si el resorte que accionara el botón del pánico ardiese por dentro, como si hubiesen asesinado de nuevo al archiduque aquél austríaco y las causas subyacentes del verdadero conflicto, nueve milímetros de silenciador casero después, salieran a relucir en este verano de mayo en ciernes.
Ser parte de un acontecimiento tan íntimo, a no ser que estés directamente implicado, está de más. Sobra pero no excluye, ya que el futuro de esa personita en concreto está irremediablemente ligado al tuyo. En un ambiente tan cerrado como el nuestro, más propio de la mafia del sur de Italia que de cualquier otro grupo social estándar, resulta más que evidente; después de los gemelos y las noticias de los dos, digo ¡tres! últimos embarazos, esta pequeña princesa es la prueba fehaciente de que la sorpresa deviene realidad palpable en un abrir y cerrar de ojos. La percepción temporal puede llegar a variar tanto como la de un astronauta orbitando el globo: la sensación de epifanía, de estar por encima de lo terrestre, te acerca a lo divino sin pasar por la casilla de salida pero, llegado el momento, hay que saber apartarse y no acercarse al tendido.
Era así como debiera ser al despertarme hoy en mi crepuscular olfato, y es así como se nace con una aura que ilumina la vida y la existencia de una pareja feliz.
Dedicado a la memoria y el recuerdo futuro de la pequeña Aura, nacida a las 19,38 del 7 de mayo de 2012 en el feliz y dichoso seno de sus amorosos padres, Cristina y Oscar (Gnöit, Número 7).
miércoles, 25 de abril de 2012
GUARDIOLA DEL BARÇA Y DE ESPAÑA
Esta noche ha caído eliminado de la Champions League el Barça de Guardiola, y yo me pongo a escribir este post sobre fútbol por fin.
Los blaugrana han perdido los dos principales títulos en apenas cuatro días, mientras que su eterno rival capitalino tiene uno a tocar y muchas posibilidades de llegar a la final del otro. Quizá esa es la comparación que hace más daño, no lo voy a negar. Soy seguidor del F. C. Barcelona, pero por encima de todo amo el fútbol como deporte en sí; de pequeño, me forraba la carpeta del cole con fotos de las estrellas del momento, y la que recuerdo con más cariño es la del Mundial 94, con Romario, Roberto Baggio y compañía. Mucho ha cambiado desde entonces: el fútbol es un deporte más físico, y la Ley Bosman abrió las puertas a la libre circulación de jugadores por Europa.
Tácticamente, poco que reseñar. Está todo inventado, como en las ideas y los libros. El Milan de Sacchi cerró el círculo; existen los que defienden y luego los que atacan, con sus variaciones correspondientes. Mourinho defiende. Variación: Cristiano Ronaldo. Guardiola ataca. Sin variaciones pero sí con una dependencia leomessiana evidente (Barcelona y Madrid como ejes indiscutibles del mundo balompédico). A nivel de selecciones, ámbito que verdaderamente me apasiona, igual patrón. Italia, defiende. Variación: el 10 de turno (Baggio, Del Piero, Totti). Brasil, ataca. Variación: la samba y la fiesta. Alemania, ataca y defiende. Variación: altura y fuerza física. España, ataca. Variación: centrocampismo y no tener a Messi. Esperemos que eso no nos pase factura este verano…
Guardiola ha ganado mucho en los cuatro años que lleva como entrenador del primer equipo, tanto que, si quisiera, podría vivir de rentas el resto de su vida (igual que el actual seleccionador catalán). Con el tiempo, será considerado una leyenda y puede que llegue a presidente si se lo propone. En cuanto a selecciones, la actual España le debe mucho, puesto que no sólo por Aragonés se hizo la luz en el cambio de estilo que nos hizo campeones de Europa y del Mundo hace ya cuatro años (casualmente, los mismos que lleva Pep dirigiendo al primer equipo). Lo que sí es indudable es el apoyo a la cantera y a la formación de jóvenes talentos y a una innegociable forma de jugar, factores que nos definen y caracterizan hacia el resto del mundo. Una hornada de jugadores única ha hecho el resto; con esa apuesta marcada llegaron los títulos, tanto a nivel de clubes como de selección (sigo hablando de mis dos equipos), pese a que el juego bonito o tiqui-taca, como se le llama aquí, parecía tradicionalmente reñido con los resultados.
Sobre el Barça no hay mucho que decir. La falta de alternativas en ataque ha sido el detonante del fracaso -en minúsculas- de este año. El equipo ha demostrado pocos recursos para derribar el muro de las pobladas defensas rivales, y la excesiva dependencia de Messi ha acabado siendo de lo más desalentadora. Dicho esto, destacar que lo conseguido es mucho más importante y, a la postre, lo que te acaba haciendo pasar a la historia. El modelo, afianzado tanto en el Barça como en la Roja, causa envidia allende los mares, consiguiendo dominar el panorama del fútbol mundial con cierta autoridad. La estabilidad siempre da sus frutos.
Los deberes: el Barça, para empezar, tiene que hacer autocrítica. Lo demás queda dicho y se repetirá hasta la saciedad en días venideros. Sobre España: Del Bosque, seleccionador campeonísimo, probó hace unos meses sin 9, pero acabó desechando la idea. Más que nada porque no tenemos a Messi y, también, porque sin una referencia arriba es muy difícil romper las defensas contrarias. Puntualmente, sus deberes serán definir ese 9 y si jugamos mucho o poco por las bandas.
La derrota es necesaria para volver a ganar. Crea el estímulo necesario para provocar el espíritu de superación y de competición en deportistas de élite y ayuda a valorar logros anteriores. No creo en los ciclos. Creo en el trabajo bien hecho, en el rigor y en el profesionalismo. Pero el contrario también juega, y el afán por destronar al rey mueve montañas. Y, al fin y al cabo, es sólo un juego -tomen nota-, ganar o perder no siempre depende de los méritos que uno acumule.
Todos los indicios, pues, apuntan a un fiasco de nuestra nacional en la Eurocopa de Polonia y Ucrania; si la teoría se cumple, la selección española se acomodará y será incapaz de revalidar el título. El reto para el seleccionador será evitar ese fiasco, porque como me dijo un amigo ‘tenemos equipo para ganar cuatro Mundiales seguidos como mínimo’.
El arte del centrocampismo. Es decir, basar el juego casi en su totalidad según lo que se cueza en la parte central del campo. No en atrás ni arriba, si no en medio, por dentro. El fútbol se genera en esa parte del campo, y en este país tenemos peloteros por doquier y les rendimos pleitesía incondicional. La diferencia existe, la diferencia define. ¿Seguirá siendo así los próximos años? Curiosamente, los dos jugadores más decisivos de los últimos años son delanteros, aunque no puros: Leo Messi y Cristiano Ronaldo. Dos extraterrestres que están marcando una época, como así lo atestiguan sus marcas goleadoras de este año sobre todo. Uno se asocia muy bien, como diría Guardiola, y el otro no necesita a nadie para destacar. Ambos, en la actual coyuntura futbolística, son la excepción que confirma la regla, siendo La Pulga el jugador más parecido a Maradona que ha habido jamás (otro que con el tiempo ocupará el rango de leyenda). Y mientras eso ocurra, la primacía del centrocampismo, del tiqui-taca y del juego especulativo, está en peligro.
Respecto a las derrotas, no comparto la idea de la importancia otorgada al 'cómo'. Bueno, al menos parcialmente. Puedes caer con tu estilo, pero hacer bandera de ello denota unas limitaciones que un profesional no se puede permitir. Sería justificar lo injustificable, un ‘cayó con las botas puestas’ que otorga honra pero poca astucia. Y quizá es lo mejor que tiene Mourinho, sin entrar en nada más acerca de este personaje. Como entrenador, demuestra ser un estudioso nato, un competidor de lujo que sólo piensa en ganar. Por eso discrepo del monoteísmo azulgrana y la estrechez de miras de sus aficionados más acérrimos: defender un estilo no debería estar reñido con las vías para conseguir los objetivos, ya que hay muchos modos de jugar al fútbol y todos son perfectamente válidos. Evidentemente, yo prefiero la estética, pero no desarrollaría ningún complejo de inferioridad si tuviera que traicionar mis principios en un momento dado, al menos si así conseguía evitar un contraataque mortífero. ¿Nadie se pregunta cómo ha pasado el Chelsea si sólo han tenido un porcentaje ínfimo de posesión de balón tanto en la ida como en la vuelta? Quizá ése sea nuestro principal hándicap, o puede que el lugar en el que reside toda nuestra fuerza.
Esta noche caía el Barça en la Champions, y yo ya pensaba en la Eurocopa y en sus riesgos. En resumen, en fútbol (por fin).
Los blaugrana han perdido los dos principales títulos en apenas cuatro días, mientras que su eterno rival capitalino tiene uno a tocar y muchas posibilidades de llegar a la final del otro. Quizá esa es la comparación que hace más daño, no lo voy a negar. Soy seguidor del F. C. Barcelona, pero por encima de todo amo el fútbol como deporte en sí; de pequeño, me forraba la carpeta del cole con fotos de las estrellas del momento, y la que recuerdo con más cariño es la del Mundial 94, con Romario, Roberto Baggio y compañía. Mucho ha cambiado desde entonces: el fútbol es un deporte más físico, y la Ley Bosman abrió las puertas a la libre circulación de jugadores por Europa.
Tácticamente, poco que reseñar. Está todo inventado, como en las ideas y los libros. El Milan de Sacchi cerró el círculo; existen los que defienden y luego los que atacan, con sus variaciones correspondientes. Mourinho defiende. Variación: Cristiano Ronaldo. Guardiola ataca. Sin variaciones pero sí con una dependencia leomessiana evidente (Barcelona y Madrid como ejes indiscutibles del mundo balompédico). A nivel de selecciones, ámbito que verdaderamente me apasiona, igual patrón. Italia, defiende. Variación: el 10 de turno (Baggio, Del Piero, Totti). Brasil, ataca. Variación: la samba y la fiesta. Alemania, ataca y defiende. Variación: altura y fuerza física. España, ataca. Variación: centrocampismo y no tener a Messi. Esperemos que eso no nos pase factura este verano…
Guardiola ha ganado mucho en los cuatro años que lleva como entrenador del primer equipo, tanto que, si quisiera, podría vivir de rentas el resto de su vida (igual que el actual seleccionador catalán). Con el tiempo, será considerado una leyenda y puede que llegue a presidente si se lo propone. En cuanto a selecciones, la actual España le debe mucho, puesto que no sólo por Aragonés se hizo la luz en el cambio de estilo que nos hizo campeones de Europa y del Mundo hace ya cuatro años (casualmente, los mismos que lleva Pep dirigiendo al primer equipo). Lo que sí es indudable es el apoyo a la cantera y a la formación de jóvenes talentos y a una innegociable forma de jugar, factores que nos definen y caracterizan hacia el resto del mundo. Una hornada de jugadores única ha hecho el resto; con esa apuesta marcada llegaron los títulos, tanto a nivel de clubes como de selección (sigo hablando de mis dos equipos), pese a que el juego bonito o tiqui-taca, como se le llama aquí, parecía tradicionalmente reñido con los resultados.
Sobre el Barça no hay mucho que decir. La falta de alternativas en ataque ha sido el detonante del fracaso -en minúsculas- de este año. El equipo ha demostrado pocos recursos para derribar el muro de las pobladas defensas rivales, y la excesiva dependencia de Messi ha acabado siendo de lo más desalentadora. Dicho esto, destacar que lo conseguido es mucho más importante y, a la postre, lo que te acaba haciendo pasar a la historia. El modelo, afianzado tanto en el Barça como en la Roja, causa envidia allende los mares, consiguiendo dominar el panorama del fútbol mundial con cierta autoridad. La estabilidad siempre da sus frutos.
Los deberes: el Barça, para empezar, tiene que hacer autocrítica. Lo demás queda dicho y se repetirá hasta la saciedad en días venideros. Sobre España: Del Bosque, seleccionador campeonísimo, probó hace unos meses sin 9, pero acabó desechando la idea. Más que nada porque no tenemos a Messi y, también, porque sin una referencia arriba es muy difícil romper las defensas contrarias. Puntualmente, sus deberes serán definir ese 9 y si jugamos mucho o poco por las bandas.
La derrota es necesaria para volver a ganar. Crea el estímulo necesario para provocar el espíritu de superación y de competición en deportistas de élite y ayuda a valorar logros anteriores. No creo en los ciclos. Creo en el trabajo bien hecho, en el rigor y en el profesionalismo. Pero el contrario también juega, y el afán por destronar al rey mueve montañas. Y, al fin y al cabo, es sólo un juego -tomen nota-, ganar o perder no siempre depende de los méritos que uno acumule.
Todos los indicios, pues, apuntan a un fiasco de nuestra nacional en la Eurocopa de Polonia y Ucrania; si la teoría se cumple, la selección española se acomodará y será incapaz de revalidar el título. El reto para el seleccionador será evitar ese fiasco, porque como me dijo un amigo ‘tenemos equipo para ganar cuatro Mundiales seguidos como mínimo’.
El arte del centrocampismo. Es decir, basar el juego casi en su totalidad según lo que se cueza en la parte central del campo. No en atrás ni arriba, si no en medio, por dentro. El fútbol se genera en esa parte del campo, y en este país tenemos peloteros por doquier y les rendimos pleitesía incondicional. La diferencia existe, la diferencia define. ¿Seguirá siendo así los próximos años? Curiosamente, los dos jugadores más decisivos de los últimos años son delanteros, aunque no puros: Leo Messi y Cristiano Ronaldo. Dos extraterrestres que están marcando una época, como así lo atestiguan sus marcas goleadoras de este año sobre todo. Uno se asocia muy bien, como diría Guardiola, y el otro no necesita a nadie para destacar. Ambos, en la actual coyuntura futbolística, son la excepción que confirma la regla, siendo La Pulga el jugador más parecido a Maradona que ha habido jamás (otro que con el tiempo ocupará el rango de leyenda). Y mientras eso ocurra, la primacía del centrocampismo, del tiqui-taca y del juego especulativo, está en peligro.
Respecto a las derrotas, no comparto la idea de la importancia otorgada al 'cómo'. Bueno, al menos parcialmente. Puedes caer con tu estilo, pero hacer bandera de ello denota unas limitaciones que un profesional no se puede permitir. Sería justificar lo injustificable, un ‘cayó con las botas puestas’ que otorga honra pero poca astucia. Y quizá es lo mejor que tiene Mourinho, sin entrar en nada más acerca de este personaje. Como entrenador, demuestra ser un estudioso nato, un competidor de lujo que sólo piensa en ganar. Por eso discrepo del monoteísmo azulgrana y la estrechez de miras de sus aficionados más acérrimos: defender un estilo no debería estar reñido con las vías para conseguir los objetivos, ya que hay muchos modos de jugar al fútbol y todos son perfectamente válidos. Evidentemente, yo prefiero la estética, pero no desarrollaría ningún complejo de inferioridad si tuviera que traicionar mis principios en un momento dado, al menos si así conseguía evitar un contraataque mortífero. ¿Nadie se pregunta cómo ha pasado el Chelsea si sólo han tenido un porcentaje ínfimo de posesión de balón tanto en la ida como en la vuelta? Quizá ése sea nuestro principal hándicap, o puede que el lugar en el que reside toda nuestra fuerza.
Esta noche caía el Barça en la Champions, y yo ya pensaba en la Eurocopa y en sus riesgos. En resumen, en fútbol (por fin).
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